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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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6
Jun
2014
Los votan no a la abdicación, ¿qué votan?
10 comentarios

El rey de España, Juan Carlos I, ha abdicado. Para que su gesto sea efectivo y legal, las Cortes del reino deben votar una ley que ratifique la abdicación. Algunos partidos políticos han anunciado que se abstendrán y otros que votaran en contra de esta ley. Una pregunta ingenua: ¿qué sentido tiene votar en contra de la abdicación? Un no a la ley, evidentemente, tiene un sentido político que puede resumirse así: estamos en contra de la monarquía. Pero, estrictamente hablando, si a uno le preguntan si está a favor o en contra de la abdicación, y responde que está en contra, lo que en realidad está diciendo es que quiere que Juan Carlos I continúe siendo el rey del España.

Hay dos modos de dimitir: en la mayoría de las instituciones, eclesiásticas y no eclesiásticas, si yo presento mi dimisión de un determinado cargo, y el superior al que se la presento no me la acepta, significa que me está pidiendo que yo continúe en mi puesto. Hay otro tipo de dimisión: yo me voy, y dejo mis cargos y cargas, digan lo que digan los demás. La dimisión de Benedicto XVI, por ejemplo, no debía ser aceptada por nadie. El Papa actuaba como soberano absoluto y su dimisión era efectiva en el mismo momento en que él lo decidía. Lo único que cabía era elegir un nuevo Papa.

En el caso de Juan Carlos I la dimisión no tiene efectos inmediatos. Su responsabilidad no acaba cuando Juan Carlos I lo decide, sino cuando las Cortes aprueban una ley, en la que se dice que Juan Carlos ha dejado de ser rey. Votar en uno u otro sentido sobre esta ley es realizar un acto político. Pero, repito, jurídicamente ¿qué significa abstenerse? Que al que se abstiene la resulta indiferente que continúe o no continúe en su puesto Juan Carlos I. Y ¿qué significa votar en contra? Estrictamente hablando significa que el que así vota quiere que el rey no dimita y continúe siendo rey.

Las cosas nunca son como parecen. Ni siquiera en un terreno que se quiere tan exacto y estricto como el derecho. Uno, con su voto, puede decir que quiere que continúe siendo rey Juan Carlos I, cuando en realidad está diciendo otra cosa totalmente contraria: que desea que se acabe para siempre la monarquía.

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2
Jun
2014
Es bueno dimitir
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El poder corrompe. Y el poder absoluto, corrompe absolutamente. Todo poder. El religioso también. Es llamativo que, casi en cada página de los evangelios, Jesús advierta a los suyos contra los dos grandes peligros que impiden ser discípulo suyo: no el sexo, sino el poder y el dinero, las dos caras de la misma moneda. Lo que pretenden los poderosos es conservar el poder. Unos lo hacen con métodos más burdos y otros con métodos más refinados. Los refinados son más tolerables. Método refinado es no pretender perpetuarse en el poder, porque el intento de perpetuarse puede ser contraproducente.

De ahí que sea provechoso, para la buena marcha de la sociedad, poner límites al inevitable poder. En los sistemas políticos modernos, el control del poder se ejerce de varias maneras. Una, mediante el reparto de poderes (judicial, legislativo, ejecutivo y, en algunos lugares como España, el poder moderador del jefe del estado). Otra, la convocatoria periódica de elecciones. Otro modo de limitar el poder es poner plazos a su ejercicio: en los Estados Unidos el presidente no puede ser elegido por tercera vez consecutiva.

En muchas instituciones hay cargos vitalicios. Me parece sano que las personas que los ejercen tomen la decisión de dimitir. Benedicto XVI fue un ejemplo que llamó la atención. El rey Juan Carlos es otro ejemplo. Aunque dada la situación compleja de la Iglesia, en el momento de la dimisión de Benedicto XVI, y dada también la situación compleja de España, estas dimisiones fueron en el caso del Papa y puede ser en el caso del rey, la oportunidad de insuflar nuevos aires e ideas, y la oportunidad de soltar lastre. De algún modo, aunque por distintos motivos, ambos personajes estaban lastrados por corrupciones que les afectan de cerca, y de las que seguramente han sido víctimas. Hay que agradecer al rey Juan Carlos sus buenos servicios a la democracia. Y desear que el próximo rey, Felipe, continúe esta línea de servicio a los ciudadanos. Esperemos que al rey Felipe le vaya bien, porque si le va bien a él, nos irá bien a los españoles.

En estos días podremos leer abundantes análisis políticos que, posiblemente, estarán condicionados por la ideología y postura política del que los realice. Algunos se han apresurado a tachar de cobarde al rey; habrá otros que consideren que lo que ha hecho es muestra de valentía. Aunque cada cristiano pueda tener su opinión, a la Iglesia como tal no le corresponden los análisis políticos. Lo que debemos desear, como cristianos, es que podamos vivir en paz y armonía, sea cual sea el gobernante o el régimen político. La Iglesia tiene poco que decir en la “pequeña” política. Cual es el rey más conveniente para España deben decidirlo los ciudadanos y la clase política. Por eso, este post se ha limitado a una serie de reflexiones que pueden parecer marginales, pero que quizás no lo son tanto.

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29
May
2014
¿Cuándo no rezas?
9 comentarios

Jesús enseñaba a los suyos que era “preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1). Sin duda, recordando esta enseñanza, el apóstol Pablo, en uno de sus más antiguos escritos, decía: “orad constantemente” (1Tes 5,17). Uno buena interpretación de estas recomendaciones me parece que la ofrece uno de los himnos de la liturgia de las horas, cuando coloca en los labios de aquellos que se aprestan a ir a dormir, una palabra de acción de gracias a Dios por “la bondad de su empeño de convertir nuestro sueño en una humilde alabanza”. Sí, también el sueño puede ser un momento de alabanza a nuestro Dios. Porque hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos, los creyentes deberíamos sentirnos siempre en presencia de Dios. Y la oración es precisamente eso: ponerse en presencia de Dios.

La vida del cristiano es una continua oración porque la oración no es solo el acto mental o vocal, personal o comunitario, que habitualmente llamamos oración, sino más bien la conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida. Y así como el amante está siempre amando al amado, aunque solo pueda pensar explícitamente en él en momentos determinados, así la vida del creyente está siempre determinada por la presencia y el amor de Dios, aunque sólo en determinados y contados momentos piense explícitamente en ello.

Un posible criterio para saber cuál es nuestro grado de fe y de oración sería que no nos gustase la pregunta que, a veces, se hace: ¿cuándo ora usted? Y prefiriéramos esta otra: ¿cuándo dejo yo de orar? La oración es una forma de amor. Preguntar al amante cuando ama es casi ofensivo. Siempre vive en el clima del amor. La cuestión que preocupa al amante es esta otra: ¿Cuándo dejo yo de amar a Dios, de saberme acompañado por él, de estar en su presencia? Del mismo modo, la cuestión no es tanto cuando rezo (en el sentido de estar en una actitud mental o vocal que piensa explícitamente en Dios), sino cuando dejo de rezar, en el sentido de adoptar actitudes contrarias a la voluntad de Dios, actitudes que me alejan de los criterios evangélicos de vida y que ponen mi vida de espaldas a Dios.

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25
May
2014
Francisco, peregrino de paz
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La primera homilía del Papa en su viaje a Tierra Santa ha sido un ejemplo de lo que debe ser una homilía: un comentario breve al Evangelio, con aplicaciones a la situación concreta que viven los cristianos que asisten a la celebración. En la capital del reino jordano el Papa, dirigiéndose a los fieles cristianos, ha notado que el Espíritu Santo realiza en nosotros tres acciones: prepara a Jesús para una misión de salvación, que realizará desde la mansedumbre y la humildad; unge a los discípulos para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir actitudes que favorezcan la paz y la comunión; y finalmente envía a los que ha ungido como mensajeros y testigos de paz.

En un contexto de pluralismo religioso y social, en un contexto de división política y de enfrentamientos, la homilía papal, sin ser un discurso político, resulta ser una gran orientación para que florezca esta paz que permite la vida, como resultado del encuentro entre los seres humanos. Como muy bien ha dicho el Papa, “la misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza”. La variedad no es motivo de enfrentamiento o de rechazo. Es una riqueza, que nos favorece a todos. Por tanto, todos debemos respetarla y apoyarla.

Para ello, continúa diciendo el Papa, “es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera”. Esta es una tarea de cada día, que debe guiar cada uno de nuestros gestos y de nuestros pensamientos. Porque, vuelvo a citar al Papa, “la paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza”.

El logotipo de este viaje papal representa a los dos hermanos Andrés y Pedro, juntos en la misma barca. El patriarca de Constantinopla, la segunda Roma, se considera sucesor del apóstol Andrés. El obispo de Roma y patriarca de Occidente, se considera sucesor de Pedro. Durante mucho tiempo los sucesores de Pedro y Andrés han vivido separados. Este logotipo es un signo de tiempos nuevos que despuntan: el tiempo en el que Andrés y Pedro unidos, encarnados hoy en Bartolomé y Francisco, serán signo real, sacramento de lo que debe ser toda la humanidad: una comunidad de hermanos, distintos pero solidarios. Unidos por un amor más fuerte que todas las diferencias.

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21
May
2014
Pena de muerte en nombre de Dios
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La noticia es suficientemente conocida: Meriam Yehya Ibrahim es una mujer con 8 meses de embarazo que podría ser ejecutada por las autoridades de Sudán. Su crimen fue haberse casado con un hombre cristiano. Aunque ella fue criada como cristiana, el hecho de que su padre –con quién no convivió en su infancia- fuera musulmán, hace que las autoridades consideren su unión como un grave delito. Las autoridades religiosas del país han pedido su ejecución en la horca precedida de 100 latigazos.

Prescindo de cualquier consideración sobre las circunstancias de la vida de esta mujer. Porque cuando por motivos religiosos se puede condenar a una persona a muerte, cualquier otra consideración es superflua y vana. Ya sé, de sobra, que, a lo largo de la historia, se han pronunciado demasiadas penas de muerte en nombre de Cristo. Pues igual de mal o peor que en nombre de Alá. No hace falta ocultarlo ni intentar justificarlo. Nadie hoy pronuncia tales penas en nombre de Cristo. Aunque seguimos utilizando su santo nombre, cuando unos cristianos descalificamos a otros apelando a la ortodoxia, en ocasiones confundida con la rigidez mental.

Vuelvo al asunto Meriam. Me parece una vergüenza para la humanidad que sigan ocurriendo estas cosas. Si además la condena se ampara en motivos religiosos, me parece un insulto contra la propia fe o religión a la que se apela. No creo que haya que descalificar a las religiones en nombre de las que se justifican tales barbaridades. Lo que procede es denunciar a los clérigos, imanes, rabinos, chamanes y demás personajes que se amparan en sus vestiduras (¡porque cabeza no tienen!, ¡vísceras muchas!) para pronunciar tales sentencias.

Yo no creo que las religiones y sus textos sagrados sean intolerantes. Los intolerantes han sido y son algunos de sus clérigos, que han arrastrado a los fieles. A los dioses no hay que temerles. Hay que temer a algunos de sus intérpretes. La religión no se da en abstracto. Siempre se la encuentra vivida en personas concretas. Los cristianos, en todo caso, estamos llamados a vivir en y desde el perdón, en y desde el amor. Y aunque no sea mi modo de vivir lo que hace verdadero al cristianismo, sí que hay que decir que una fe no vivida en el amor no es verdadera en mí. En mí es una falsa fe, una fe diabólica. Por muy exacta que sea la verdad a la que se refiere.

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19
May
2014
Por algo será
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Cuando queremos defender una postura o proposición mantenida por una autoridad a la que respetamos, pero no conocemos los motivos por los que esa autoridad dice lo que dice, muchas veces nuestro argumento es recurrir al “por algo será”. Con eso queremos decir que cuando esa persona actúa así, tendrá sus razones, aunque yo no las sepa, y esas razones son buenas. Pero este tipo de argumentos (el “por algo será”) no explican nada, porque valen para todo. Quizás son expresión de confianza en una persona. Pero los humanos, además de confiar, queremos conocer los motivos de lo dicho o hecho, no necesariamente como signo de desconfianza, sino para poder confiar con más razones. Comprender los motivos que una persona tiene, es conocerla mejor, y así amarla más. En ocasiones el “por algo será” es una apelación a la obediencia ciega. Este tipo de apelaciones esconde la falta de razones. Y cuando no hay razones para decir, hacer, pedir o imponer algo, estamos ante el triunfo de la sin razón. Y la sin razón no es propia de los humanos. Más bien embrutece y deshumaniza.

En el terreno religioso son frecuentes estas apelaciones al “por algo será”. Pero precisamente lo que interesa es explicitar, concretar y dar nombre al “algo”. Lo que las personas inteligentes y sensatas buscan y necesitan es conocer el motivo, la razón, el porqué. Santo Tomás de Aquino decía que una discusión puede tener dos finalidades. Si se trata de saber a qué atenerse a propósito de un hecho, hay que apelar, en teología, a las autoridades reconocidas por el interlocutor. Pero cuando el debate trata de instruir al estudiante y de llevar así a la inteligencia de la verdad en cuestión, hay que ofrecer razones y explicaciones que iluminen esta verdad y permitan saber cómo lo que se dice puede ser verdad. Pues si el maestro se contenta con invocar las autoridades (“por algo será”), es posible que aporte a su alumno una certeza, pero, lejos de transmitirle una inteligencia o un saber le dejará tan vacío como antes.

Esto vale igualmente en el terreno de la moral. Si ante un acto que nos parece cristianamente reprobable, nos contentamos con decir que “es pecado”, pero no damos buenas razones de por qué no debe hacerse, o dicho de otra manera, si no convencemos de que el acto en cuestión es malo, es posible que evitemos de momento que se cometa, pero a la larga, es mucho más eficaz convencer de lo perjudicial que es, para uno mismo y para los demás, este modo de obrar. En moral no basta con apelar al pecado ante un determinado comportamiento. Hay que buscar el modo de probar que nos hacemos daño al adoptarlo.

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15
May
2014
Intrusos que arman lío
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He tenido ocasión de charlar con el Obispo de una diócesis del interior del Uruguay. Me ha contado que en su demarcación trabajan 21 sacerdotes, pero solo dos de ellos están incardinados a la diócesis. Los otros son religiosos extranjeros. Uno de estos religiosos, al que yo le preguntaba por el número de capillas a las que atendía, me ha dejado claro que lo importante no son las capillas, sino las comunidades. La mayoría de los religiosos que trabajan en esta diócesis son bien conscientes de que su principal tarea no es atender al culto, sino evangelizar. Uruguay es el país más secularizado de Latinoamérica. La gente no acude a las Iglesias. Por este motivo hay que salir a buscarla. Ahí se comprende eso que dice el Papa Francisco de salir a las calles para armar lío.

En realidad esos religiosos son intrusos a los que nadie ha llamado. La gente no les espera ni es consciente de necesitarlos. Pero hay dos maneras de ser un intruso. Una, estando de paso, dando la lata y poniéndose pesado, como hacen algunas sectas. Otra manera es hacerse presente, dándose a conocer, pero sin imponer nada, respetando la libertad de la gente. La labor evangelizadora es muy lenta. Las comunidades que se forman son pequeñas. Pero muy comprometidas con su fe. Y con gran sentido crítico, precisamente favorecido por la laicidad del estado.

En la nación vecina del Paraguay, el sacerdote es calificado de “pa’í”. En guaraní “pa´í” quiere decir “dios pequeño”. Por eso, lo que dice el cura va a misa, nunca mejor dicho. En Uruguay, el cura en realidad es “el vecino” (así me ha dicho que le trataban un misionero dominico), y por eso lo que él dice es valorado críticamente. Nunca ha sido fácil anunciar el Evangelio. Hoy estamos llamados a hacerlo en todo tipo de ambientes. Pero es claro que en un mundo secularizado la misión tiene dificultades propias que hay que saber afrontar.

He conocido a tres religiosos laicos de una Congregación francesa, los Hermanos de La Mennais, que dirigen un Colegio de apoyo a chicas y chicos con problemas de todo tipo. Digo bien de apoyo: el Colegio no sustituye la enseñanza que esos jóvenes reciben en el Centro público al que acuden, sino que la apoya de forma desinteresada y gratuita. En una de las principales aulas de este Centro, que hace escuela de otra manera, hay una viñeta del famoso personaje del comic argentino Mafalda, que le dice a su hermano: “Sonamos (=no fastidies) Guille. Resulta que si uno no se apura en cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno”.

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11
May
2014
¿Ayuda a los pobres o promoción humana?
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En los márgenes del río Paraguay, a su paso por Asunción, hay una serie de barrios populosos, con casas construidas con cartón y madera, con calles de tierra, por las que se pasea algún animal, y por las que niños descalzos juegan con una pelota. Allí se percibe la pobreza de grandes capas del mundo latinoamericano. Estos barrios no son turísticos. Pero son muy reales. En uno de esos barrios de los márgenes del río, un dominico, fray Pedro Velasco, ha conseguido que, poco a poco, sus habitantes tengan asistencia sanitaria, que los niños sean escolarizados, que haya una oficina que concede créditos solidarios a bajo interés, una emisora de radio, una escuela de danza y música, un comedor en el que cada día almuerzan gratuitamente 150 niños, y una pequeña empresa en la que los habitantes del barrio venden basura, sí, basura. Es interesante visitar esta empresa: mujeres del barrio llevan con sus brazos carretillas llenas de desperdicios, que venden a peso; otra gente del barrio separa los distintos tipos de plástico, el vidrio y el cartón; una vez separado lo prensan; luego venden los paquetes a una empresa que recicla este material. La empresa compradora también recibe basura de otros países, con una diferencia sorprendente e injusta: por la basura extranjera pagan el doble.

En este barrio hay la misma pobreza y hasta las mismas miserias que en otros: drogas, violencia, familias desestructuradas. Pero no tanta droga ni tanta violencia como en otros. Más aún: en este barrio los y las jóvenes que antes iban con una botella en la mano, ahora llevan una guitarra o unas zapatillas de danza o de deporte. Porque la escolarización, la sanidad, la promoción a todos los niveles, ha logrado elevar el nivel moral, la autoestima de las personas y la conciencia de su dignidad. Naturalmente, la labor de este dominico ha sido posible gracias a muchos voluntarios del propio barrio. Pero también gracias a la ayuda económica venida de España.

Personas del propio país también colaboran con sus aportaciones. Sin embargo, algunas de estas personas se muestran dispuestas a ofrecer dinero para una ayuda puntual y concreta, pero no están contentas cuando ven que esa ayuda se traduce en promoción social, porque la gente promocionada plantea problemas: al ser conscientes de su dignidad, al tener acceso a la cultura, también saben protestar y ofrecer razones de su protesta; de pronto esa gente promocionada cobra conciencia de que la pobreza no es un asunto natural, sino histórico, político y estructural; y esta toma de conciencia resulta molesta. Dar de comer al pobre tranquiliza conciencias; dignificar a las personas plantea problemas.

Una última reflexión a propósito de las aportaciones españolas: cuando la economía iba bien, las ayudas no faltaban. Ahora que hay crisis, son mucho más parcas. Es fácil ser generoso con lo que a uno le sobra; lo difícil es compartir y ser solidario cuando eso supone un pequeño sacrificio y nos obliga a ser un poco más austeros.

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6
May
2014
Creer en Dios sin creer en Dios
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Se puede creer en Dios sin creer en Dios. O creer en Dios sin ser creyente. O creer en Dios y, al mismo tiempo, no creer en Dios. No es un juego de palabras. Es un asunto muy serio. En efecto, la pregunta sobre si uno cree en Dios puede tener un doble sentido. Para muchos de nuestros contemporáneos significa: ¿cree usted que Dios existe? Tomada así, cualquier respuesta (sí, no, no lo sé) expresa una opinión. Más o menos fundamentada, pero una opinión. Porque Dios nunca es una evidencia. Ni tampoco una demostración o una deducción que se impone necesariamente. En este sentido cabría decir que la fe en Dios tiene un aspecto equiparable a la duda, como ya notaba Tomás de Aquino. Entiéndase bien: la mayoría de los que creen que Dios existe, no dudan de que exista. Pero son conscientes de que su convicción no se impone necesariamente. Se trata de una convicción razonable (tiene sus motivos y esos motivos son muy serios), pero no es necesariamente concluyente. Porque otros, igualmente con motivos serios, “creen” (tampoco pueden demostrarlo) que Dios no existe.

La pregunta sobre si cree uno en Dios tiene otro sentido mucho más importante. Este segundo sentido presupone que uno ha respondido afirmativamente a la pregunta en el sentido que le hemos dado anteriormente. En efecto, cuando uno está convencido de que Dios existe, cabe una segunda pregunta: ¿se fía usted de Dios? Entonces, la pregunta por si uno cree en Dios equivale a la pregunta por si confiamos en él y le obedecemos. Solo cuando respondemos afirmativamente al segundo sentido que tiene la pregunta, solo entonces podemos decir que creemos de verdad. Creer se convierte así en expresión de una entrega, en un modo de encuentro, en una relación.

¿Cree usted en Dios? Para muchos de nuestros coetáneos, este pregunta sigue el mismo modelo de estas otras: ¿cree usted en Papa Noel? ¿cree usted en los marcianos? O también: ¿cree usted en el monstruo del lago Ness? Los indicios son equívocos y esto explica que las opiniones estén divididas. Pero cuando al buen creyente le preguntan si cree en Dios, la pregunta entra de lleno en el terreno del compromiso vital. Es una cuestión práctica, no una proposición intelectual. No se pregunta por una opinión, sino por una relación.

Según la carta de Santiago, los demonios creen en Dios, o sea, creen que existe, pero le odian y, por eso, no cumplen su voluntad y tiemblan ante su presencia. Así se comprende que se puede creer en Dios (estar convencido de que existe) y, al mismo, no creer en Dios (o sea, hacer lo que desagrada a Dios), confesarle con los labios y negarle con la vida y el corazón.

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1
May
2014
El modelo es el poliedro
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Entre los preciosos dones que Jesús dejó a los suyos están la paz y la alegría. Estos dones contribuyen a la fraternidad. La Iglesia debería ser un reciento de paz, justicia y fraternidad, en el que reina la alegría. Cuando lo es, la Iglesia se convierte en un sacramento para el mundo, en un signo de aquello a lo que están llamados todas las personas y sociedades. En la Iglesia debería darse la prueba visible de que es posible vivir en el amor y es posible entenderse no a pesar de las diferencias, sino asumiendo y respetando las diferencias. De ahí que el Papa nos exhorte a superar las pequeñas guerras, las disputas y los celos en el seno de la comunidad eclesial. Más bien debemos alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

Un recinto de paz y fraternidad no es un lugar de uniformidad. Precisamente por eso no está exento de tensiones. En vistas a desarrollar una comunión en las diferencias, el Papa Francisco propone la imagen del poliedro. La realidad es un asunto poliédrico, porque en la vida y en la convivencia aparecen aristas. La solución no es anularlas o destruirlas, sino armonizarlas. “El modelo, dice el Papa, no es la esfera, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”. En el poliedro social y eclesial es posible recoger la mejor de cada uno. A este respecto el Papa dice algo sumamente interesante: “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse”.

No se trata solo que del error haya que aprender a no repetirlo. Se trata también de que no todo es rechazable en el error (en sentido amplio: error doctrinal y error moral). Hay cosas buenas mezcladas con cosas malas, como está mezclado el trigo con la cizaña. Es necesario ir con cuidado a la hora de los rechazos o de las quemas, no sea que terminemos por rechazar o por quemar algunas o muchas cosas buenas. No hay nadie tan malo que no tenga algo bueno, ni alguien tan bueno que no tenga muchas cosas que mejorar y rectificar. Necesitamos una mirada que nos ayude a ver despuntar el trigo en medio de la cizaña. Si somos capaces de ello no nos quedaremos solo con reacciones quejosas y alarmistas, sino que, como Jesús, no apagaremos la mecha vacilante; más aún, sabremos valorar y aprovechar esa vacilación. Dios valora los pequeños pasos, aprecia la bondad que hay en cada uno. A la hora de valorar la vida de cada uno, quizás un día nos sorprenda comprobar lo mucho que pesa la pequeña bondad.

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