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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

19
Jul
2020
De un solo ser, Dios forma dos
7 comentarios

puestasol

Tengo publicado algo que también dicen otros, a saber, que el “adán” del que habla el libro del Génesis no es el varón, sino el ser humano genérico que todavía no tiene conciencia ni del sexo ni del otro. A partir de este ser viviente, Dios crea la diferenciación. La primera diferenciada es la mujer. Por tanto, la mujer no procede del varón. Tanto la mujer como el varón fueron formados del ser humano genérico, sin diferenciación de sexos.

Me he alegrado al leer, en el último documento de la Pontificia Comisión Bíblica, titulado: “¿Qué es el hombre?”, que esta es la interpretación “exegéticamente más rigurosa”. Según esta comisión, “hasta el versículo 20 (de Gen 2), el narrador habla de adam prescindiendo de cualquier connotación sexual. La generalidad de la expresión exige renunciar a imaginar la configuración precisa de tal ser y, menos aún, a recurrir a formas monstruosas del andrógino (o sea, un ser que tendría en sí mismo la doble sexualidad). Se nos invita, pues, a hacer con adam una experiencia de lo desconocido, para poder así descubrir, por revelación, cuál es el maravilloso prodigio realizado por Dios”.

Y añade, refiriéndose al hecho de que el primer ser humano diferenciado, a saber, la mujer, apareciera durante el sueño del adam (el humano genérico), o sea, cuando el adam estaba inconsciente y no se enteraba de nada: “De hecho, nadie conoce el misterio del propio origen. Esta fase, caracterizada por la falta de visión está simbólicamente representada por el acto del Creador que ‘hizo caer un letargo sobre el hombre que se durmió’ (Gen 2,21): el sueño no tiene la función de la anestesia total para permitir una operación sin dolor, sino que evoca más bien la manifestación de un evento inimaginable, por el que de un solo ser (adam = ser humano), Dios forma dos, varón (is en hebrero) y mujer (issa en hebreo)".

De esta forma queda más claro que la mujer y el varón tienen idéntico origen, son radicalmente semejantes, sin ningún asomo de subordinación o prelación. Pero, sobre todo, esta diferenciación del ser humano en varón y mujer, nos invita a descubrir el bien espiritual del recíproco reconocimiento, principio de comunión de amor y llamada a convertirse en “una sola carne”. Concluye la Pontificia Comisión Bíblica, refiriéndose a esta palabra de Yahvé: “no es bueno que el hombre esté solo”, diciendo: “no se trata de la soledad del varón; es la soledad del ser humano la que hay que remediar, a través de la creación del varón y la mujer”.

Una cosa más, el término hebreo sela de Gen 2,22, que las primeras versiones griegas y latinas de la Biblia tradujeron como costilla (Yahvé formó una mujer de la costilla del hombre), sería mejor traducirlo como lado o costado. Quedaría así resaltado que varón y mujer son como costado y costado, llamados a estar uno al lado del otro, como ayuda y aliado.

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15
Jul
2020
Oración: duración y distracciones
6 comentarios

iglesiastacatalina

En un reciente post escribía: “para la oración vale eso de que el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. La oración ha sido hecha para nosotros, para hacernos bien, para que nos sintamos a gusto y cómodos”. Y añadía que el criterio de la buena oración, no es el tiempo que dura, sino el que suscite devoción y ayude a cumplir en la vida la voluntad de Dios.

Tomás de Aquino, ante la pregunta de si debe ser larga la oración, ofrece un criterio similar al que acabo de indicar: la oración, dice, debe durar “tanto cuanto haga falta para excitar el deseo interior”. Es erróneo, por tanto, pensar que una oración es más meritoria si dura más. De hecho, pudiera ocurrir, como constata Tomás de Aquino, que prolongar excesivamente la oración, produzca hastío o aburrimiento. Cuando esto ocurre dice de forma tajante el santo doctor: “no se la debe alargar más”. Y esto vale tanto para la oración privada, como para las oraciones públicas o litúrgicas. Por ejemplo, unas moniciones interminables o una homilía larga resultan pesadas y llegan a exasperar.

Hay otra pregunta muy actual que Santo Tomás se plantea, y es la de si las distracciones durante la oración empañan el mérito de la misma. Yo mismo me he encontrado con personas buenas y piadosas que me han planteado esta pregunta, e incluso se han acusado de distracciones durante la oración, dando por supuesto que tales distracciones son pecado (venial naturalmente). El santo de Aquino, con mucha sabiduría humana, reconoce que “el espíritu humano, por su natural flaqueza, no puede permanecer largo tiempo en las alturas”. Y añade con sabiduría teológica, que no es necesario que, en la oración, “la atención se mantenga de principio a fin”, puesto que “la virtualidad de la intención inicial con que alguien se acerca a orar, hace meritoria la oración entera”.

Lo que cuenta en la oración es la buena intención del orante. Si la oración es un coloquio de amor, es lógico que en ella, como en todo coloquio, haya altibajos, momentos más vivos y otros más apagados. Lo importante es otra cosa: sencillamente estar. Estar, aunque sea en silencio, sin nada que decir. Estar y dejarse inspirar por el amado.

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11
Jul
2020
Dios, Padre de todas las criaturas
8 comentarios

frondoso

De vez en cuando se encuentra uno con la pregunta de si todos los seres humanos somos hijos de Dios o sólo lo son los bautizados. Los no bautizados serían más bien “criaturas” de Dios, pero no “hijos”. Para aclarar esta confusión es bueno recordar que cuando llamamos a Dios Padre podemos hacerlo de muchas maneras. La palabra “padre” indica una relación. Ahora bien, son varias las relaciones en virtud de las cuales Dios es llamado Padre: Padre de su Hijo único, padre de todas sus criaturas, padre de los seres humanos, padre de los santos. Hay muchos modos de ser padre. Nosotros hablamos de padres naturales o de padres adoptivos. En la vida religiosa, por ejemplo, solemos llamar “padre” al fundador de una congregación. Los franciscanos y los dominicos hablamos de nuestros padres Francisco y Domingo. Los inventores o los libertadores políticos también son llamados padres: Marconi es el padre de la radio; Juan Manuel de Céspedes, el padre de Cuba.

La paternidad de Dios sólo se aplica plenamente cuando la referimos a su Hijo, “de la misma naturaleza del Padre”, que en Jesús se encarnó. Cuando la paternidad de Dios se aplica a las criaturas, entonces hay que considerar los distintos tipos de relación que mantienen con Dios. Tomás de Aquino (en Suma de Teología,I 33, 3) dice que Dios es Padre de todas las criaturas irracionales, dado que en todas ellas hay una huella o vestigio de su creador. Y añade: con más propiedad puede decirse que Dios es Padre de todos los seres humanos, porque todos son su “imagen”. Finalmente, hay algunos, cuyo Dios es Padre “por la semejanza de la gracia”, y a éstos se les llama “hijos adoptivos”. Esta filiación adoptiva presupone la filiación procurada por la creación, del mismo modo que la gracia presupone la naturaleza. Por eso, la filiación adoptiva puede llamarse “re-generación” o “re-creación”.

Debe quedar claro, pues, que el nombre de hijos de Dios no queda reservado a los bautizados, a los que viven la vida de la gracia. Hay una paternidad universal de Dios. Si Dios es Padre de todas sus creaturas, eso significa que toda la creación tiene un carácter profundamente filial. Ahora bien, entre las criaturas, las creadas a imagen de Dios, como son los seres humanos, son llamadas más propiamente hijos en virtud de su semejanza más estrecha con Dios, al que pueden conocer y amar. Y finalmente, en un nivel superior, la filiación consiste en la participación en la vida divina que confieren la gracia y más tarde la gloria, donde seremos plenamente conformes con el Hijo amado en virtud del don del Espíritu Santo.

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8
Jul
2020
La Iglesia en una sociedad secular
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ventanaliglesia

La Iglesia es una realidad de este mundo; vive en un mundo que tiene su propia autonomía y funciona independientemente de la religión. Más aún, actualmente la sociedad está secularizada, o sea, en ella han desaparecido signos, valores, comportamientos que se consideran propios de las confesiones religiosas.

En otras épocas vivíamos en un mundo donde lo religioso gozaba de apoyo social y político. Ese tiempo ha desaparecido, al menos en el occidente europeo. La sociedad está organizada sin referencias a lo religioso. Sin referencias no quiere decir “en contra”, sino “sin tenerlo en cuenta”. Eso, de entrada, no tiene por qué ser negativo. Pues, como reconoce el Vaticano II, “por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propia” (Gaudium et Spes, 36). El creyente, en esta verdad y bondad de lo creado descubre la huella de Dios. Los no creyentes se quedan en la inmediatez de los datos y hacen una lectura de la realidad prescindiendo de referencias a Dios (ya que, para ellos, no existe).

Las religiones y las Iglesias, los creyentes, forman parte de esta sociedad secular. Y aceptan la autonomía de las realidades terrenas. Lo único que reclaman es el mismo derecho que tienen todos los ciudadanos a vivir según sus propias convicciones, siempre que esas convicciones no violen los derechos de los demás. La Iglesia, por tanto, no tiene como misión ofrecer soluciones concretas a los problemas socio-económico-políticos, su misión no es gestionar la ciudad ni ofrecer programas alternativos. Esto ha quedado claro durante el reciente estado de alarma: la Iglesia ha respetado y acatado las decisiones de las autoridades estatales; ha seguido las indicaciones de los científicos, adaptándose a la situación de crisis sanitaria, sin perder por ello la fidelidad a su función salvífica en el mundo.

Ahora bien, el mensaje de la Iglesia tiene incidencia en el modo de buscar soluciones y de gestionar los programas. Ella, desde la humildad y el diálogo, puede ofrecer luces y criterios. Así se comprenden las llamadas de nuestros Obispos para que los políticos actuasen con generosidad, evitando insultos y discusiones, que no favorecían el bien común. Además, en muchos casos, la Iglesia, a través de sus instituciones de caridad, colabora en la búsqueda de soluciones, precisamente en aquellos lugares y hacia aquellas personas que no suelen interesar a los políticos, como también ha hecho durante la pasada (y todavía actual) crisis sanitaria.

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5
Jul
2020
Cuando rezamos por todos, ¿qué significa "todos"?
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candela

Me ha llamado la atención, a propósito del funeral que la Conferencia Episcopal ha organizado en la Catedral de La Almudena en sufragio de todas las víctimas del covid-19, que la familia de una de las víctimas pida que expresamente se excluya a su familiar. Se comprenden los motivos de esta petición cuando se sabe que algún miembro de esta familia ha sufrido malos tratos por parte de los representantes de esa Iglesia que promueve el funeral. Pero parece difícil, como piden, “que se excluya expresamente su nombre”, cuando no se va a nombrar a nadie, porque la oración aludirá a un genérico “todos”. Y si se dice: “todos menos tal persona”, entonces se la nombra expresamente, cuando lo que se pretender evitar es que el nombre de esa persona se haga presente en el funeral.

Cuando se hacen oraciones públicas “por todos”, como ocurre por ejemplo en la plegaria eucarística cuando se ora por todos los difuntos, si se quiere orar especialmente por algunos es cuando se los nombra. Pero si no se nombra a nadie, este “todos” es tan genérico que nadie puede sentirse excluido, ni tampoco necesariamente incluido. De modo que pretender que uno es nombrado expresamente cuando se dice “todos” parece un poco exagerado.

Entiendo el dolor de muchas personas cuando no se ha hecho justicia a sus legítimas reclamaciones. Comprendo que muchas personas se sientan decepcionadas por la conducta de algunos cristianos. Pero parece muy difícil evitar determinados términos que, sin duda, son muy incluyentes (“los españoles, los valencianos, los leoneses”, o “los ciudadanos”, “los difuntos”, “los trabajadores”), pero en los que nadie que no quiera no tiene porque sentirse ni representado ni aludido.

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2
Jul
2020
Eunucos, ¿por y para qué?
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ermita

Según el libro del Deuteronomio (23,2) el eunuco no puede ser admitido en “la asamblea de Yahvé”. Jesús, buen conocedor de la tradición bíblica, debía estar al tanto de este sorprendente precepto de la ley de Dios. Esto hace tanto más llamativa y transgresora la palabra que los evangelistas ponen en boca de Jesús: “hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos” (Mt 19,12).

Las dos primeras razones del ser eunuco, que describe Jesús, contrastan con la tercera y la resaltan. Uno puede estar castrado porque nació así; pero hay todavía un modo más desgraciado de estarlo: cuando son otros los que provocan la castración. Cualquiera de los dos casos describe la situación de lo que ocurre en el mundo: hay desgracias naturales y hay desgracias provocadas por la maldad humana. Por eso resulta inconcebible que lo que parece una desagracia, sea provocado contra uno mismo, y encima por motivos religiosos. Cierto, el tercer modo de castración es metafórico, pero aún así, hay metáforas que es mejor evitar, porque parece que atentan contra la dignidad humana. Y, sin embargo, en esta metáfora Jesús dignifica lo que el mundo desprecia. Jesús relativiza las cosas, pero las aprecia.

Tal como la emplea Jesús, la metáfora es delicada y llena de radicalismo. Es una metáfora llena de tensión, que nos obliga a cambiar nuestra manera de observar la realidad. Jesús ofrece una imagen creativa para describir una situación posible por el Reino. Como dice José Luís Espinel, “el reino tiene un atractivo y una extraña energía fascinante que incapacita para el matrimonio a algunos discípulos”. Esta imagen violenta es todo un tirón para el espíritu. Es un modo de decir que el Reino vale más que lo más valioso de este mundo. Y que, por el Reino, es posible invertir toda la escala de valores mundanos.

Jesús, con esta metáfora, lleva el simbolismo del eunuco a metas insospechadas. El Reino tiene una fuerza de tal calibre que invierte todos los valores mundanos. Eso sí, para comprender esta fuerza del Reino se necesita otro modo de mirar, una conversión, una inversión de criterios y sentimientos, solo posible si uno se deja iluminar por la luz nueva del Espíritu santo.

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28
Jun
2020
La bondad nos hace divinos
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roseton

Distinguía en el post anterior entre ser bueno y hacer el bien. Lo que importa es ser buenos, porque la bondad nos hace divinos. Y el ser divinos nos salva, nos vivifica y nos renueva. Por esto, decía Unamuno, “no basta ser moral, hay que ser religioso; no basta hacer el bien, hay que ser bueno”.

De la misma manera que se puede hacer el bien sin ser bueno, también puede ocurrir que alguien que es bueno haga, en alguna ocasión, el mal. Pero si es bueno, se arrepentirá, rectificará, buscará el modo de reparar el mal que ha hecho. El bueno puede hacer el mal, porque bueno del todo solo es Dios. Los humanos podemos ser buenos, pero siempre somos frágiles, débiles y limitados. Por eso, alguna vez la persona buena, puede hacer el mal. Sin duda, el acto realizado es irreversible. Pero el fondo bueno, que está más allá de las apariencias, permanece, posibilita el arrepentimiento y mueve a la reparación del mal causado.

Por tanto, no es luchando contra los actos como uno se renueva, sino purificando la intención, el cora­zón. Eso sólo el Espíritu puede hacerlo, al derramar el amor en nuestro corazón. Sin duda, lo hecho, hecho está. Pero Dios, que sondea el corazón, hace posible el renacer y el arrepentimiento que, en ocasiones, toma la forma de penitencia.

Se trata, pues, de pasar de la persona que tal vez hace el bien, por prestigio, vani­dad, miedo o cobardía, para convertirnos en personas buenas. Hacer el bien, sin ser bueno, oculta el ser (el ser malo) y además amarga el alma. A este respecto, Unamuno cita el texto de 1 Jn 3,15: el que aborrece a su hermano (no el que le hace daño, sino “el que murmura o maldice en el secreto del corazón”) es homicida. Y el homicida no tiene vida eterna. Por el contrario, si la debilidad nos doblega al pecado, la bondad del ser hace posible el arrepentimiento y entonces el perdón de Dios nos regenera.

Ser bueno me parece una posible y adecuada traducción, en categorías antropológi­cas, del nacer de Espíritu del que habla el Evangelio. Ser bueno es un principio interior que confiere un nuevo modo de ser, y hace bueno todo lo que hacemos, transforma nuestro obrar. Eso es exactamente el Espíritu Santo, el amor de Dios que transforma el corazón de la per­sona. Esta transformación no se debe al cumplimiento de ninguna Ley, sino a la acción de Dios que comunica su amor a todo el que quiere acogerlo.

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24
Jun
2020
Ser bueno y hacer el bien
6 comentarios

candalabro03

Miguel de Unamuno distingue entre ser bueno y hacer el bien. No es lo mismo ser bueno que hacer el bien, aunque tampoco es incompatible. Los buenos siempre quieren hacer el bien y casi siempre lo hacen. Dios, el absolutamente bueno, siempre hace el bien. No puede hacer otra cosa. En la medida en que nos asemejamos a Dios, también actuaremos como él actúa, haciendo el bien.

Hay malos que, en ocasiones, hacen el bien. Hay que alegrarse del bien que hacen los malos, pero su maldad les impide hacer el bien de forma firme, constante y segura. Por eso, además de alegrarnos por el bien que puede hacer la persona mala, hay que desear firmemente que se convierta y sea buena.

La distinción entre ser bueno y hacer el bien equivale a la distinción entre las actitudes arraigadas en nuestro ser, y los actos puntuales que hacemos en cada ocasión. A los ojos del mundo, en la moral de las obras, en donde solo importan resultados y apariencias, no importa que uno viva con sentimientos de odio; lo que importa es que no cometa delitos, que no haga el mal. Esta moral fomenta la hipocresía. Con esta moral muchos personajes de nuestro mundo hacen cosas buenas, entregan dinero para buenas obras o fomentan instituciones sociales, pero lo único que les interesa es la publicidad, el “salir en la foto”, o sea, que se hable de ellos, que se diga lo guapos y estupendos que son, aunque, en el fondo, la situación de las personas a las que teóricamente o fotográficamente entregan el donativo, no les interese.

Así se comprende que Jesús nos advierta contra el hacer buenas obras sólo para ser visto por los hombres: “Cuando hagas limosna no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,2-3).

Quizás el que anuncia con trompetas su limosna hace el bien, pero no es bueno. Y cuando no haya trompetas dejará de hacer el bien. La limosna del que la hace en secreto es la de una persona buena, que es solidaria en toda circunstancia. El primero hace el bien, pero no es bueno. Este bien que hace sirve para aumentar su orgullo y su vanidad. El segundo hace el bien porque es bueno. Este bien que hace es agradable a los ojos de Dios.

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20
Jun
2020
Iglesia encarnada
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concha

En su exhortación apostólica sobre la Amazonia, el Papa ha traducido en un lenguaje incisivo lo que el Vaticano II calificaba de ley de toda la evangelización: “La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse”.

Lo que dice el Papa sobre la Amazonia es perfectamente aplicable en todos los lugares donde la Iglesia está presente, cumpliendo su misión de evangelizar. Necesitamos una catequesis, una liturgia y una santidad con rostros locales. En cada diócesis y en parroquia habrá que buscar los modos concretos de implementar formas pastorales para corregir lo que no acaba de funcionar y alentar lo que funciona. Muchas veces esperamos que otros nos ofrezcan recetas y soluciones concretas. Pero en el terreno de la pastoral las recetas debemos buscarlas en función de las personas y del lugar en el que debemos evangelizar. La evangelización siempre es la misma, siempre anunciamos el nombre del Señor Jesús. Pero la pastoral, puede y debe cambiar. La evangelización siempre tiene el mismo buen olor de Cristo; la pastoral tiene el olor de las ovejas, que no siempre es el mismo.

Cierto, hay una serie de grandes líneas pastorales que pueden considerarse aplicables en todas partes y que se concretarán, como digo, en función de personas y lugares. Enumero algunas: fomentar espacios para compartir la fe comunitariamente; favorecer la formación de los laicos; celebrar los sacramentos y, sobre todo, la Eucaristía de forma gozosa y festiva; diseñar una pastoral con jóvenes que les ayude a encontrarse con Jesucristo; sensibilizar a todos los miembros de la comunidad cristiana en su compromiso caritativo en favor de los más necesitados de la parroquia y de más allá de la parroquia; dejar clara la dimensión vocacional de toda vida cristiana, recordando que todos hemos sido llamados a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, sea cual sea nuestra “llamada”: al matrimonio, a la vida religiosa, al sacerdocio; y sea cual sea nuestra misión concreta en la Iglesia: catequistas, animadores de comunidades, misioneros, etc.

Estas grandes líneas se pueden realizar de muchas maneras. Si estamos convencidos del valor de nuestra fe, y la vivimos con ilusión; si este convencimiento nos mueve a buscar una mejor comprensión de la fe; si nos sensibiliza con los pobres y los inmigrantes; si nos mueve a compartir, si nos abre a la vida, si nos llena de alegría cuando una hija quiere ser religiosa o un hijo sacerdote, entonces las concreciones serán eficaces. Pero si vivimos una fe sociológica, si apenas nos llega para asistir a Misa los domingos, si nos despreocupamos de las necesidades ajenas, si educamos egoístamente a nuestros hijos, entonces no hay concreción que sirva. Y eso vale para todos los cristianos, empezando por los animadores de la comunidad, sacerdotes incluidos, claro, pero no los únicos.

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16
Jun
2020
¿Dónde pone Jesús su corazón?
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corazonjesús

La pregunta: ¿dónde pone Jesús su corazón?, pretende orientar nuestra mirada para saber dónde podemos encontrar hoy el corazón de Jesús. Una posible respuesta nos la dan las bienaventuranzas. Jesús pone su corazón, ama con todo su corazón, a los pobres, los hambrientos, los mansos, los misericordiosos, los constructores de la paz. Si vamos al encuentro de esas personas o, mejor aún, si tratamos de ser una de esas personas, entonces es seguro que nos encontraremos con el corazón de Jesús, bien en ellas, bien en nosotros mismos.

También es válida la pregunta: ¿dónde no pone Jesús su corazón? Es claro que no lo pone en aquellas personas y actitudes que son contrarias al espíritu de las bienaventuranzas. Donde hay guerra, conflictos, odios, enemistades, explotación de personas, seguro que ahí Jesús no pone su corazón, porque no se identifica con esas situaciones. Si acaso pone su corazón en las víctimas de la guerra, en los odiados injustamente, en las personas explotadas y maltratadas.

Más allá de las malas y sensibleras representaciones de esta advocación, hay un fondo de verdad en ella que debemos mantener. El corazón como expresión de amor, en nuestro caso como expresión del gran amor de Jesús a cada ser humano. Un amor tanto más intenso, si es que se puede hablar así, cuanto más necesitada de amor está la persona. No es que Dios ame más a unos que a otros, porque a todos ama con todo su amor, que es divino. Pero ocurre que, en algunos momentos de la vida, y en algunas situaciones desastrosas en las que, a veces, nos encontramos, la necesidad de sentirse amados se hace más perentoria y necesaria. En este sentido podemos decir que Dios ama más a los pobres o a los enfermos, porque ellos están más necesitados de su amor.

Resulta oportuno recordar esta palabra de Jesús: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Los cristianos estamos invitados a tener un corazón manso y humilde como el de Jesús. Manso, o sea, pacífico, no violento; como Jesús que, al ser insultado, no respondía con insultos. Humilde es el que se hace pequeño y no se considera superior a los demás. Como Jesús, que no retuvo su categoría de Dios, sino que se rebajó. Estamos llamados, como Jesús, a ser instrumentos de misericordia.

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