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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Ene
2021
Jesús tenía poder de persuasión
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persuasión

El evangelio del próximo domingo (Mc 1,21-28) invita a reflexionar sobre la autoridad de Jesús. Jesús no tenía poder: si lo hubiera tenido, hubiera mandado una legión de ángeles que le defendieran frente a aquellos que buscaban matarle. Jesús tenía autoridad. No es lo mismo poder que autoridad. Pocas veces coinciden. Cuando se trata de poder, unos pocos están arriba y muchos están abajo. El poder impone, crea súbditos y subordinados y, en ocasiones, se impone contra la voluntad de los subordinados. El poder consigue lo que quiere a base de fuerza.

La autoridad, para conseguir lo que pretende, utiliza el camino del ejemplo y la persuasión. Persuadir es ofrecer buenas razones para que alguien actúe o piense de una determinada manera. Persuadir no es manipular. La autoridad siempre deja libre, se implica en aquello que pide, muestra con el ejemplo de su vida la bondad de lo que pide. Jesús tenía mucha autoridad. Si hablaba de amor a los enemigos, él mismo en la cruz perdonaba a quienes le asesinaban. Si decía que servir y hacerse pequeño es el camino para ser el más importante, él mismo se hacía pequeño lavando los pies a sus discípulos. Si predicaba que los pobres podían ser felices, él se hizo pobre, hasta el punto de que no tenía dónde reclinar la cabeza.

La autoridad de Jesús no es comparable a la de los modernos “influencers”. Hoy, en las redes sociales, hay personas que buscan fidelizar a millones de seguidores, pretendiendo “hacer caja”, más que un diálogo sincero y constructivo. Por eso, importa el lugar que ocupan en el ranking de cara a negociar con agencias de publicidad. Sin duda son personas respetables. Pero es claro que la influencia de Jesús se sitúa a otro nivel. Para empezar, la predicación de Jesús es de una gratuidad total. En sus obras y palabras no hay ningún asomo de publicidad. Los “influencers” tienen un recorrido corto. Por eso renuevan constantemente sus páginas. La influencia de Jesús es de largo recorrido, nunca pierde actualidad. Y, sobre todo, lo que Jesús anuncia, a saber, un Dios de amor y misericordia que solo busca el bien de las personas, la salud de los enfermos, la alegría para los tristes, la justicia para los desheredados, no tiene nada que ver con lo que promueven los “influencers”.

El reino que Jesús anuncia tiene capacidad de transformar las vidas de quienes lo acogen, llega a lo profundo del corazón. Así se explica lo que ocurre en el evangelio de este domingo, la curación del endemoniado. Sin entrar en especulaciones sobre qué tipo de enfermedad tenía esa persona, conviene situarse en el contexto de la teología de la época, a saber: “si está enfermo, es porque algún pecado ha cometido”. Una teología así es capaz de hacer perder la cabeza a la gente buena, sencilla, trabajadora, honrada. La autoridad de Jesús libera de todos esos demonios que oprimen y deprimen, esos demonios producto de una teología que presenta un Dios caprichoso y castigador.

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25
Ene
2021
Cuando abusan de su estado los prelados
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prelados

Tomás de Aquino dice que hay mayor perfección en contemplar y dar a conocer lo contemplado, o sea, en orar, estudiar y meditar la Palabra de Dios y luego anunciar lo estudiado y orado, que si nos quedamos solo en la primera parte del binomio, o sea, si nos quedamos solo en la oración. Orar es bueno y meritorio; pero orar y dar testimonio, por medio de la palabra y de la vida, es todavía mejor. En uno de sus escritos, Tomás de Aquino elogia a “los prelados y los predicadores de la fe”, diciendo que ellos alcanzan el más alto grado de perfección cristiana, ya que tienen como especial encargo anunciar el Evangelio después de haberlo orado y estudiado. Este elogio podría extenderse a todo cristiano, pues todos estamos llamados a ser testigos de la fe y a proclamarla con nuestras palabras.

Lo que me interesa del escrito al que me estoy refiriendo es que Tomás de Aquino, con una gran perspicacia, añade que no quita fuerza a lo dicho el que algunos predicadores o prelados “abusen” de su estado y aspiren al cargo, no precisamente buscando el bien de la predicación, sino el propio provecho, incluso económico. Los que buscan el honor o el cargo eclesiástico para su propio beneficio o su propio egoísmo, no desmerecen la bondad de los que cumplen con su misión apostólica y se mantienen fieles a Dios.

Importa recordar estas cosas, en unos tiempos como los nuestros, donde el abuso de poder o la corrupción no sólo provoca escándalo en creyentes y no creyentes, sino incluso, a veces, mucho desánimo en los creyentes. El demérito de unos no es representativo de los méritos de tantos otros. No cabe duda de que los prelados deben buscar siempre la concordia y el buen entendimiento. Pero en todas partes hay excepciones; es lo propio de la condición humana. Una reflexión llena de fortaleza sobre estas excepciones la dijo una famosa víctima sobre sus victimarios: “estos hombres no me van a ganar”.

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22
Ene
2021
Domingo de la Palabra: lectores y predicadores
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atrilbiblia

El próximo domingo, por indicación del Papa Francisco, se celebra “el domingo de la Palabra de Dios”. Se trata de recordar a todos la importancia de la Sagrada Escritura para la vida cristiana y también la relación que hay entre Palabra de Dios y liturgia. Pues por medio de las lecturas bíblicas proclamadas en la liturgia, Dios habla a su pueblo y Cristo mismo anuncia su Evangelio. La Escritura es el órgano humano de la inmensa Palabra divina.

Se comprende, pues, la importancia de tener buenos lectores de la Palabra de Dios. Un mal lector, además de aburrir y cansar, obstaculiza que la Palabra llegue a los oyentes. Una palabra que no llega es una palabra inútil. Leer no es fácil. Requiere preparación, entrenamiento y, sobre todo, comprender lo que se lee, porque si el lector no comprende lo que lee, quizás pueda leer materialmente el texto escrito, pero lo hará sin la debida entonación, sin guardar las pausas adecuadas, sin la pasión que requiere una lectura que anuncia buenas noticias.

Las lecturas de la Eucaristía no pueden encomendarse a cualquiera. El criterio para leer no es ser amigo del celebrante, o ser hermano del que recibe el sacramento del matrimonio. El criterio es ser un buen lector. A nadie se le ocurriría encomendar los cantos de la celebración a una persona que no supiera cantar. Pues las lecturas no deben encomendarse a nadie que no sepa leer. Por este motivo existe en la Iglesia el ministerio del lector. Ministerio, o sea, un servicio litúrgico para bien de la comunidad cristiana. Ministerio, o sea, se trata de que hay unos encargados competentes para realizar una determinada tarea.

Dígase lo mismo de los predicadores de la Palabra. También necesitan preparación. Porque la homilía es la prolongación y actualización de la Palabra que se ha leído y proclamado. Tras la lectura por el buen lector, viene la predicación por el buen predicador. Su misión es hacer ver a la asamblea que esta Palabra que acaba de oír es decisiva para su vida, es una palabra que le interesa enormemente. Para poder convencer a los fieles de la importancia que tiene para sus vidas la Palabra oída, el predicador tiene que estar previamente convencido de la importancia que tiene para él mismo, para su propia vida.

El predicador no es alguien que imparte una lección o lee un texto que otros han preparado, sino alguien que comparte una experiencia espiritual, alguien que hace arder los corazones de los oyentes, expresando unos sentimientos comunes, una misma reacción ante la Palabra entre él y el resto de la asamblea.

Este domingo de la Palabra de Dios puede servir de estímulo a los lectores y a los predicadores. Y quizás ser también un estímulo para que las parroquias organicen cursillos para tener buenos lectores y la diócesis cursillos para actualizar la formación de sus predicadores.

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19
Ene
2021
¿Proyectar el futuro o vivir el presente?
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relojpared

Adivinar el futuro de la sociedad y de la Iglesia no es fácil, porque las realidades concretas cambian de un día para otro. Pero, en líneas generales, estoy convencido de que, al menos en los próximos años, las cosas van a seguir más o menos igual. Cambiarán los gobiernos, pero no cambiarán las claves económicas que rigen esta sociedad. Solo podemos aspirar a un futuro mejor si cambiamos nosotros, si dejamos atrás nuestros egoísmos y nos acogemos como hermanos, en línea con lo que ha dicho el Papa en su última encíclica. La fraternidad es la clave de todo futuro mejor.

Lo que digo de la situación social y política, vale también para la Iglesia. Yo no veo venir grandes cambios. El número de creyentes “practicantes” (lo digo así para que se me entienda, porque creyente y practicante es una tautología: todo buen creyente es necesariamente practicante) está estabilizado. Seguirá habiendo clérigos “aprovechados” (por decirlo de forma suave). Los ha habido siempre. Ahora estamos más informados y, por eso, o bien somos más críticos o bien estamos más decepcionados. Y seguirá habiendo cristianos (religiosas, sacerdotes, laicos) coherentes, de los que se hablará poco, pero que son los que en realidad hacen Iglesia.

A nivel eclesial, de cara a los próximos años sería bueno un incremento de la sinodalidad. Me parece que el ambiente empieza a estar preparado para ello. Sinodalidad va más allá de preguntarse si los Sínodos convocados en distintas diócesis y aplazados por la pandemia, siguen siendo necesarios. Sinodalidad es dinamismo de escucha en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia, es buscar estructuras en las que todos los sujetos eclesiales puedan participar y ser escuchados. Sinodalidad es el modo de ser Iglesia, pueblo de Dios y comunión de hermanos. Sinodalidad que empieza por la vida parroquial, revalorizando el consejo pastoral y el consejo de asuntos económicos. Sinodalidad que supone escucha y diálogo para el discernimiento comunitario. “El Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal”, ha afirmado recientemente la comisión teológica internacional. Este camino sinodal abriría perspectivas de futuro, lograría mover a muchos cristianos un tanto pasivos e ilusionaría a todos.

Lamentar el pasado no es bueno. Hablar de futuro puede ser ilusorio. Importa el presente. Para el cristiano, importa descubrir en cada persona la presencia de Cristo que reclama nuestro amor, y en cada acontecimiento la oportunidad de construir el reino de Dios. Hace unos años, un Papa pidió perdón por los pecados pasados de la Iglesia. A mi lo que me preocupa es que un Papa futuro tenga que pedir perdón por los pecados presentes de la Iglesia.

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16
Ene
2021
¿Qué buscáis?
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buscar

En el segundo domingo del tiempo ordinario nos encontramos con un relato de “seguimiento de Cristo”. Dos discípulos de Juan el Bautista, tras escuchar a su maestro calificar a Jesús de “Cordero de Dios”, se ponen a seguir a Jesús. Este se vuelve y les pregunta: “¿qué buscáis?”. Se trata de una pregunta fundamental. Es importante aclararse sobre lo que uno busca y, más en concreto, sobre lo que uno busca en Jesús. Pues pudiera haber seguimientos equivocados, adhesiones que no corresponden a lo que es Jesús.

¿Qué te imaginas que vas a encontrar en Jesús? Esta pregunta tiene muchas traducciones y aplicaciones. ¿Qué crees que vas a encontrar en la oración? ¿La solución mágica a los problemas que tienes que solucionar tú? ¿Esperas la solución o más bien la fuerza para solucionarlos? ¿Para qué sirve ir a Misa, qué buscas yendo a la Eucaristía? Esa es la pregunta de los que no entienden de amores. ¿Para qué sirve la Eucaristía? O sea, entendemos la religión en clave de utilidad. Pues entendida desde esta clave, la religión no sirve para nada. Las cosas importantes hay que entenderlas en clave de amor, no de utilidad. ¿Qué busco en mi matrimonio, qué busco en mi sacerdocio? Si en mi sacerdocio busco un sueldo o una promoción social, me he equivocado de planteamiento. Y si en tu matrimonio buscas dinero, o buscar ser condesa porque tu novio es conde, te has equivocado de planteamiento. Uno se casa por amor. Y el amor es gratis, en el amor la utilidad no es lo determinante.

Se comprende así que Jesús también plantee esta pregunta a los que quieren seguirle. Sin duda, en todo lo que hago, y también en el seguimiento de Cristo, busco ser feliz. Pero no hay felicidad a bajo precio. La felicidad en el matrimonio exige renunciar a muchas cosas. Y la felicidad en el seguimiento de Cristo puede pasar por la cruz. El evangelio no es fácil, pero hace feliz. Hace feliz porque ofrece sentido a la vida y a la muerte. Cuando vienen las dificultades tú no le pides a tu amada o a tu amado una solución, le pides que esté a tu lado, que te acompañe, que te comprenda. Pues para eso sirve el ir a Misa o el rezar. Para tomar conciencia de que Dios nos ama y quiere para nosotros un presente y un futuro lleno de vida. Seguir a Jesús, al único que puede llenar el corazón humano, exige una previa conversión, un cambio de actitud con relación a muchas cosas: el dinero, el sexo, el poder, el prestigio.

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15
Ene
2021
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
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relojo01

El interrogante del título quiere ser un contrapunto al conocido refrán que dice que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Hay quien dice que el origen de este dicho hay que buscarlo en Jorge Manrique: “Cuan presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor, / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.

Probablemente el poeta no quiere decir que el pasado fue mejor que el presente. La prueba es la forma como comienza el famoso refrán: “como a nuestro parecer”. Nos parece que es así, pero no lo es. El contexto del poema nos ratifica en esa opinión: “si juzgamos sabiamente” comprobaremos que el presente es fugaz y que lo mejor es “lo no venido”. Manrique era creyente y esperaba un futuro infinitamente más duradero que el pasado.

El refrán se encuentra en el Antiguo Testamento. Un sabio de Israel cita el dicho no para aprobarlo, sino para criticarlo: “No digas: ¿cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente? Pues no es de sabios preguntar sobre ello” (Ecl 7,10). El sabio no dice que el tiempo pasado fue mejor. Lo mejor es ser justo y vivir sabiamente, o sea, con prudencia, sensatez y espíritu de servicio: “la sabiduría da más fuerza al sabio que diez poderosos que haya en la ciudad” (Ecl 7,19).

La crisis sanitaria desencadenada por el covid-19, la corrupción de algunos dirigentes políticos y eclesiásticos, las enemistades partidistas, no ayudan a pensar en un futuro mejor. Resultan acertadas estas palabras del Papa: “pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta”. Sabías palabras, pues en el fondo, lo que deseamos es que esto acabe para regresar a la “normalidad del pasado”, a que todo sea como antes. Unos buscan esa normalidad para volver a sus juergas y diversiones. Otros para ocupar todos los bancos de sus parroquias. Otros para que el comercio regrese a sus niveles anteriores.

De una u otra forma, pensamos en volver al pasado. No nos damos cuenta de que es importante construir un futuro distinto y mejor, en el que podamos integrar lo bueno del pasado, pero superándolo desde el amor y la solidaridad, desde la preocupación por el hermano. Necesitamos un futuro en el que quepan “todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (Francisco).

Si las vacunas y la ciencia ayudan a que este futuro sea más tranquilo, bien venidas las vacunas. Parece que hay descoordinación en su administración. Lo que de ninguna manera tendría que haber son intereses políticos o económicos, o falta de personal sanitario. Y si el ejército puede ayudar, sería bueno que se facilitase esta ayuda. Aquí se trata de vida y salud. Las ideologías baratas y las rivalidades políticas mejor las dejamos para otra ocasión.

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11
Ene
2021
Luna que se hace pequeña
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luna

Emmanuel Levinas, en su libro En la hora de las naciones, cuenta una parábola judía sobre la luna que se hace pequeña. Se trata de un diálogo entre Dios y la luna. En la base del diálogo está la aparente contradicción encontrada en Génesis 1,16. Por una parte, se anuncia “la creación de dos grandes luminarias”, e inmediatamente después se habla de “la gran luminaria” y “la pequeña luminaria”, como si de pronto una de las dos grandes luminarias se hubiese hecho pequeña.

La parábola cuenta que, cuando había “dos grandes luminarias”, la luna hizo notar al Creador que no era posible que dos reyes llevasen la misma corona. La luna no quería compartir su grandeza y, por eso, afirmaba la necesidad de un “orden jerárquico”. Grande sólo puede haber uno. La grandeza no se comparte, pues compartir la grandeza es la guerra. Entonces, Dios le dijo: “ve, pues, y hazte más pequeña”. El justo castigo a la pretensión de la luna fue hacerse más pequeña. Naturalmente la luna protestó: “acabo de exponer una idea sensata; eso no es razón para hacerme pequeña”.

¡Qué difícil es aceptar ser el último, qué difícil es aceptar ser pequeño! Y, sin embargo, Jesús, el que no retiene su categoría de Dios, el que tomó la condición de esclavo, invita a los suyos a hacerse servidores de todos y ocupar el último puesto. Este Jesús es muy extraño.

Las imágenes del sol y de la luna han sido empleadas por teólogos y pintores para designar bien a Cristo y María, bien a Cristo y la Iglesia. Las realidades santas implicadas en estos binomios no deben igualarse, so pena de desvirtuar la fe. Tanto María como la Iglesia no existen en función de sí mismas, sino en función de Cristo.

María y la Iglesia deben contentarse con su papel de luna, sin pretender ser el sol. Según esto, la Iglesia solo es digna de fe, no cuando habla de sí misma, no cuando defiende sus intereses, sino cuando habla del Dios revelado en Jesucristo y defiende los intereses de este Dios con modos que sean coherentes con el modo como Dios actuaba en Cristo: “cuando le insultaban no devolvía el insulto, en su pasión no profería amenazas, al contrario, respondía con una bendición”.

Resulta pertinente la pregunta de si nuestros contemporáneos perciben así a la Iglesia o, si más bien, ven en ella a una institución demasiado preocupada por sí misma. Cuando hoy se dice que la Iglesia está en crisis, se piensa en problemas eclesiales, demasiado frecuentes en los últimos tiempos, en luchas de poder o en la conservación de supuestos o reales privilegios. Pero el verdadero desafío con el que hoy debemos enfrentarnos los cristianos no son esos problemas domésticos, sino la búsqueda de una mejor vida evangélica y anunciar al Dios de Jesús de forma inteligible.

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7
Ene
2021
Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad
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buenpastor

Vasili Grossman, buen conocedor de la Alemania hitleriana y de la Rusia estalinista, pone en boca de un personaje de una de sus novelas unas palabras que hacen pensar: “yo no creo en el bien, yo creo en la bondad”. El personaje de la novela, llamado Ikonikov, constata que el objetivo de la colectivización agraria en la Unión Soviética, que generó sangre y desagracia, era el bien. Y añade: “Herodes no hacía verter la sangre en nombre del mal; lo hacía por su propio bien. Había nacido una nueva potencia que le amenazaba: a su familia, a sus amigos y a sus favoritos; a su reino, a su ejército”. Los ejemplos se podrían multiplicar. El último, lo ocurrido en la tarde del seis de enero en Washington: un grupo de personas han asaltado el Capitolio, causando un daño terrible a la democracia, buscando el bien: el bien de su jefe, de su política, de sus negocios, de sus embustes y de sus trampas.

Sin embargo, cito a la novela de Vasili Grossman, “existe, al lado de ese gran bien tan terrible, la bondad humana en la vida de todos los días. Es la vida de una anciana que, en el borde del camino, le da un trozo de pan a un presidiario que pasa, es la bondad de un soldado que tiende su cantimplora a un enemigo herido, la bondad de la juventud que tiene piedad de la vejez, la bondad de un campesino que oculta en su granero a un anciano judío; es la bondad de esos guardianes de prisión que arriesgan su propia libertad transmitiendo cartas de detenidos dirigidas a sus esposas y a sus madres. Esta bondad privada de un individuo para con otro individuo es una bondad sin testigos, una pequeña bondad sin ideología. Se podría calificar de bondad sin pensamiento. La bondad de los hombres al margen del bien religioso o social” (tomado de Emmanuel Levinas, En la hora de las naciones, Salamanca, 2019, 121-122).

Nadie busca el mal, todos buscamos lo que consideramos nuestro bien. El de los demás es otra cosa. Es doctrina de Santo Tomás que el pecador no busca el mal sino el bien, un bien equivocado o aparente, que él considera bueno o placentero, pero que puede ser un gran daño para los demás. Así, pues, ¡cuidado cuando decimos que buscamos el bien, porque la apelación al bien podría ser la justificación del mal! Cito a Joseph Ratzinger (Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, 205, 178): “a nadie le pasará inadvertido todo lo malo que ha acontecido en la historia (añado yo: también en las religiones) en el nombre de buenas opiniones y de sanas intenciones”.

El bien puede ser engañoso, pero la bondad nunca muere. Los que sostienen a las instituciones, también a las religiosas y eclesiales, no son los que dicen buscar el bien, sino los buenos.

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4
Ene
2021
Epifanía: solo un rey, y no tres
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reyesmagos

Mateo comienza y termina su evangelio calificando a Jesús de “rey de los judíos”. Se trata de un rey que nace y muere rompiendo todos los esquemas de las realezas mundanas: nace en un pesebre y muere en una cruz. En su nacimiento, unos magos van en busca del “rey de los judíos”. Y en el momento de morir, Pilato ordena poner sobre la cruz un cartel con esa inscripción: “este es el rey de los judíos”. Si estamos hablando de un rey, se comprende que los magos le buscaran en la ciudad de los grandes palacios, o sea en Jerusalén. Se equivocaron de camino y de lugar, porque el rey que había nacido era tan extraño y tan nuevo que sólo podía nacer entre los pobres. El evangelista no se refiere a ninguna realeza que no sea la de Jesús. Son las tradiciones populares que han venido después, poniendo mucha imaginación al asunto, las que hablan de reyes. El evangelista sólo conoce a un rey, que es Jesús. Por eso los magos se postran ante él y le adoran.

Epifanía quiere decir manifestación. Si el Señor no se manifestase, su Encarnación no habría llegado a los hombres. Pues bien, la manifestación de Dios en Jesús tiene un alcance universal, está destinada a todos los seres humanos. Resulta interesante que la tradición haya interpretado que estos magos procedían de los tres continentes entonces conocidos: África, Asía y Europa. El mago negro aparece siempre. En el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o por el origen, no hay diferencias nacionales, ni sociales, ni raciales. Todos somos hijos del mismo Padre. Jesucristo une a todos los pueblos y a todas las personas, sin perder la riqueza de su variedad.

Los Magos son una retroproyección de lo que ocurrirá después de la resurrección de Cristo, a saber, que el evangelio será acogido por los no judíos, en línea con la última recomendación de Jesús a sus discípulos: “id al mundo entero, anunciad el evangelio a todas las gentes, no sólo en Jerusalén, sino también hasta los confines de la tierra”. Los Magos son aquellos que vienen de los confines de la tierra a adorar al niño, los extraños al pueblo judío, los que no son de la raza del niño, los alejados. También para ellos ha nacido el hijo de María. Y también a ellos debe llegar la buena noticia del Evangelio.

El Evangelio es para todos los seres humanos porque, incluso sin saberlo, todos buscamos a Cristo, ya que él “es principio y modelo de esa humanidad renovada a la que todos aspiran, llena de amor fraterno, de sinceridad y de paz” (Vaticano II). Desde esta perspectiva, los magos representan a la humanidad en busca de paz, verdad y justicia. Representan el anhelo profundo del espíritu humano, la marcha de las religiones, de la ciencia y de la razón humana al encuentro de Cristo.

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2
Ene
2021
Silencio apacible en la noche
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vela04

“Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo”. Así reza una antífona de la liturgia del segundo domingo de Navidad, tomada del libro de la Sabiduría (18,14-15). Es una pena que algunas de estas antífonas no sean escuchadas por los fieles que asisten a la celebración, porque no se suelen leer, ni cantar y, muchos menos, predicar sobre ellas.

El texto bíblico habla de cómo en la noche del Éxodo el ángel bajó para exterminar a los egipcios, dejando ilesos a los israelitas, que estaban a punto de ser liberados de la esclavitud de Egipto. Pero este verso ha sido elegido por la liturgia de Navidad, porque la venida del Verbo es el gran momento en el que ocurre la verdadera liberación de todos aquellos que le acogen: a cuantos le recibieron les da poder de ser hijos de Dios (Jn 1,12). Y los hijos son libres (Mt 17,26).

Para muchos esta Navidad ha ocurrido “en mitad de la noche”, en momentos oscuros y difíciles, en tiempos de pandemia. A pesar de todo, los creyentes hemos podido celebrar el amor de Dios. Precisamente porque ese amor se celebra cuando un silencio apacible lo envuelve todo, y no cuando hay griterío provocado por el descorchar de las botellas. Y hemos celebrado este amor con la esperanza de que la luz de Dios brille en las tinieblas (Jn 1,5). Las visitas de Dios al mundo y a las almas ocurren en mitad de la noche. Pero para reconocerle en el mundo y en nuestras vidas es necesario que hagamos “silencio”. Es necesario callar para escuchar, como al inicio de un concierto. Es necesario el silencio de la oración para captar la presencia de Dios en medio de la noche.

La noche la han notado más aquellos que han sido contagiados por el virus, pero también la han notado aquellos que no han podido estar con sus familias. Y, por supuesto, la han notado las personas más vulnerables (pobres, migrantes, indocumentados). Es necesario callar, hacer silencio, para escuchar las voces de los que se han quedado sin palabras. Y preguntarnos cómo hacerles llegar la palabra omnipotente que ha venido del cielo en forma de consuelo y de ayuda eficaz. Pues los creyentes somos los intermediarios de este consuelo y esta ayuda, la mano de Dios que llega hoy a los necesitados de la tierra.

La noche también la notamos personalmente en nuestros desánimos, en nuestras lágrimas, soledades, cansancios y pecados. Para dar ánimo, alegría y consuelo a todo eso, ha nacido Dios, un Dios que quiere morar en nuestro corazón para sanarlo. Solo espera que le hagamos sitio. No hay epidemia que pueda quitarnos el consuelo de Dios.

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