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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

10
Oct
2012
Vaticano II: una maravilla del Espíritu
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Una maravilla del Espíritu. Así calificó al Concilio Monseñor Fernando Sebastián en la conferencia impartida en el abarrotado Salón de Actos de la Facultad de Teología de Valencia, el miércoles, 10 de octubre, víspera del aniversario del día inaugural del Concilio. En la presidencia estaban las autoridades académicas, encabezadas por el Gran Canciller, D. Carlos Osoro, el Vice Gran Canciller, fray Esteban Pérez Delgado y el Decano, D. Juan Miguel Díaz Rodelas. La pretensión del Vaticano II, dejó claro el conferenciante, fue poner al mundo entero (¡nada menos!) en relación con el Evangelio de salvación.

Monseñor Sebastián comenzó notando un dato que contribuyó al clima de entendimiento y de diálogo, e hizo posible el cambio de “mentalidad pastoral” de la Iglesia: durante la guerra europea, católicos, protestantes, judíos, ateos, masones, comunistas, convivieron en los campos de concentración y lucharon juntos en las trincheras. Se dio una hermandad en el dolor. Unos y otros se dieron cuenta de las bondades ajenas, vieron en el otro no a un enemigo, sino a un aliado. En España las cosas fueron de otro modo. Por eso, la recepción del Concilio no fue fácil para los Obispos y fieles españoles.

De hecho, la recepción del Concilio en España estuvo muy politizada. Sobre todo resultó difícil aceptar el Decreto sobre la libertad religiosa, que tuvo en Karol Wojtila a uno de sus promotores, ya que el texto favorecía la posición de la Iglesia frente al comunismo; en España este decreto se interpretó como una amenaza y una desautorización de un régimen calificado de católico. De ahí que se interpretara que estaban a favor del Concilio los que luchaban contra Franco; y eran contrarios al Concilio los partidarios de Franco.

La finalidad del Concilio fue renovadora y evangelizadora. Buscó terminar con el desencuentro entre la Iglesia y la cultura moderna. Valoró de forma nueva y positiva las realidades humanas, acercándose a ellas fraternal y humildemente, con una postura comprensiva y dialogante, que facilitase la acogida del Evangelio. En este encuentro con el mundo moderno no se trataba de “modernizar” la Iglesia, sino de cumplir mejor el mandato del Señor: anunciar el Evangelio de manera comprensible y atrayente.

Don Fernando Sebastián hizo una llamada a la renovación espiritual de la Iglesia (porque esa fue una pretensión del Concilio), renovación de los Obispos, los sacerdotes y los fieles laicos. Y terminó diciendo: “Es la hora del Concilio, lo que quiere decir: es la hora de la renovación, es la hora de la conversión, es la hora de la misión”.

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7
Oct
2012
Un Concilio sin marcha atrás
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Se celebran este mes de octubre los 50 años de la inauguración del Concilio Vaticano II. No podemos desligar el Concilio del pasado que lo hizo posible, gracias a la aparición de una serie de movimientos que lo favorecieron (renovación bíblica, patrística, litúrgica; movimientos ecuménico y social; teología y promoción del laicado; diálogo con la cultura, etc.). Pero tampoco podemos desligarlo del futuro que lo ha recibido. Un acontecimiento tiene valor histórico por sus repercusiones. Éstas también forman parte del acontecimiento. Renegar del pasado es estrechar nuestra identidad; quedarnos en el pasado es vivir de fantasmas e ilusiones; el pasado forma parte de nuestro presente. Pero siempre abiertos al futuro, porque la vida es dinámica y susceptible de enriquecerse con nuevas oportunidades.

El Vaticano II es, según Benedicto XVI, una brújula segura para orientarnos en los caminos del presente. El Concilio, mal que les pese a algunos, no tiene marcha atrás. Si no hubiera sucedido, probablemente, hoy estaríamos eclesialmente peor. El Espíritu Santo guía a la Iglesia para que las cosas ocurran en el momento oportuno. Seguramente el tiempo del Concilio fue el adecuado, aquel en el que se dieron una serie de circunstancias que lo hicieron posible. Aquí están sus textos, que son su mejor herencia, y que permanecen para todo el que quiera acudir a ellos. Textos abiertos a nuevas posibilidades, susceptibles de engendrar nuevas tareas, textos condicionados por un tiempo y un contexto, pero que leídos en nuevos tiempos y contextos pueden desarrollar virtualidades imprevistas. La letra del Concilio es muy importante. Pero también lo es el impulso que desencadenó, un impulso que exige estar en permanente estado de renovación.

Siendo muy importante lo que dijo el Concilio, probablemente es tan importante o más la impresión que ha dejado y el talante que todavía hoy provoca. Estar “a favor” del Concilio es algo más que estar de acuerdo con lo escrito en sus textos. Es trabajar por una Iglesia abierta, acogedora, fraterna, solidaria con todo tipo de necesidades, siempre atenta a lo que puede favorecer la dignidad de la persona. Así la Iglesia se convierte en sacramento de la unión de las personas con Dios y de la unión de las personas entre ellas. Sacramento, signo que anticipa ya aquello que Dios quiere: una tierra de fraternidad; un lugar de comunión; un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando (Plegaria eucarística V b).

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3
Oct
2012
Por la fe
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No es fácil tener una fe fuerte, cimentada y madura. Pero poco a poco se puede ir consiguiendo y, a medida que se consigue, podemos experimentar que nuestra vida cambia y el corazón se llena de alegría. El capítulo 11 de la carta a los hebreos comienza diciendo que la fe es una garantía de lo que esperamos y una convicción de lo que no vemos. Dos palabras que indican lo bien fundamentada que está la fe. Si la fe garantiza lo que esperamos, o sea, la vida eterna, entonces el futuro, a pesar de las muchas decepciones del presente, no es para el creyente incierto ni angustioso. Y si la fe prueba lo que no vemos, entonces el creyente puede ir más allá de lo palpable y disponible, para apoyarse con seguridad en el Dios que no vemos, pero que nos acompaña en nuestro caminar.

La carta a los hebreos, enumerando una serie de figuras de la historia de la salvación, muestra como todos ellos “por la fe” fueron capaces de vencer al mundo, a pesar de las dificultades, persecuciones, burlas y pruebas que tuvieron que soportar. Estaban firmemente arraigados, comprometidos con Dios. Esta misma expresión que utiliza la carta a los hebreos, la utiliza Benedicto XVI en su convocatoria del “año de la fe” y la aplica a otras figuras, que pueden y deben ser un estímulo para nosotros. Por la fe María acogió la Palabra de Dios; por la fe los Apóstoles lo dejaron todo para seguir al Maestro; por la fe fueron por el mundo entero, sin temor alguno, anunciado que Cristo había resucitado; por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio; por la fe, mujeres y varones han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la pobreza, la obediencia y la castidad.

Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones a favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos. Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristiano: en la familia, el trabajo, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban. También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia. Hoy el mundo necesita más que nunca un testimonio creíble de nuestra fe.

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29
Sep
2012
Apostatar para no pagar
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En estos días pasados los medios se han hecho eco de un decreto de la Conferencia Episcopal alemana en virtud del cual aquellos que dejen de pagar el impuesto eclesiástico no pueden luego solicitar que les sean administrados los sacramentos. Este es un asunto delicado y para juzgarlo con un poco de equidad conviene dejar claras algunas cosas: 1) el estado alemán recauda los impuestos eclesiásticos de todos los ciudadanos y los revierte en sus respectivas iglesias (católica o protestante); 2) en España también se paga un impuesto similar, pero el contribuyente puede escoger si prefiere que vaya a la Iglesia o a otros fines distintos de los eclesiales; 3) en Alemania (no así en España) es posible no pagar este impuesto, aunque para ello hay que hacer una declaración de apostasía.

Evidentemente, un apóstata, que ha hecho una declaración formal, no puede pretender bajo ningún aspecto que le sean administrados los sacramentos. Sería una incoherencia, tanto por su parte, como por parte de la Iglesia. Cierto, cuando uno acude a una celebración o se acerca a comulgar, no le piden ningún certificado. La entrada a las Iglesias es libre para todos, creyentes o ateos. ¿Entonces de qué se trata? De varias cosas, a mi entender. La más importante: ligar la exención del impuesto a una declaración de apostasía; eso me parece abusivo y debería encontrarse el modo de no pagar el impuesto eclesiástico sin necesidad de apostatar. Porque no está claro el motivo de la apostasía: ¿apostata porque no tiene fe o porque no quiere pagar el impuesto? No es lo mismo. El no querer pagar no va unido necesariamente a la apostasía. Por eso, no conviene dar la impresión de que se fuerza a apostatar a quién no quiere pagar.

La segunda cuestión aquí implicada es la del sostenimiento de las Iglesias. Es evidente que deben ser sostenidas por sus fieles, por los que se consideran parte de ellas. No querer colaborar en este sostenimiento es lo mismo que negarse a colaborar en las cargas familiares y pretender gozar de todas las ventajas de la pertenencia a la familia sin aportar nada, pudiendo hacerlo. Sería un gesto poco familiar. Tercera cosa: en caso de que uno se niegue a colaborar en el sostenimiento de la Iglesia, es lógico que no le permitan formar parte de órganos consultivos o de gobierno (consejos pastorales o económicos), o que se le recuerde que hay determinadas ceremonias que tienen un coste. Pero una vez abonado el coste no hay motivos económicos para negar el sacramento.

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27
Sep
2012
Año de la fe
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La fe cristiana no es solo ni principalmente aceptar una serie de creencias propuestas por la Iglesia. Es, ante todo, un encuentro y un compromiso con la persona de Cristo resucitado, que transforma y compromete la vida entera. Sin esta transformación y compromiso no puede hablarse de fe. El cristiano no cree en “algo”, en dogmas, verdades o doctrinas. Cree en “alguien”. Las cosas no pueden llenar el corazón. El conocimiento de muchas y grandes verdades puede dejar a uno vacío. Sólo el encuentro amoroso puede satisfacer al ser humano.

Sin duda, la fe cristiana tiene unos contenidos, pero hay que dejar muy claro que la confianza del creyente se dirige, ante todo y sobre todo, a una realidad personal. En la fe no se trata de un conocimiento de verdades o dogmas, sino de un encuentro personal con el Dios vivo. Como dice Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Esta Persona es Jesús de Nazaret, Palabra hecha carne, que nos ha contado la intimidad de Dios y por medio del cual podemos llegar hasta el Padre.

El 11 de octubre comenzará el “año de la fe”, convocado por Benedicto XVI, como una “invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”. El Papa busca que durante este año intensifiquemos la reflexión sobre la fe, para que nuestra adhesión a Cristo y a su Evangelio sea más consciente y vigorosa. Para ello es necesario, por una parte, redescubrir los contenidos de la fe y, por otra, reflexionar sobre el mismo acto con el que creemos. Ambos aspectos, el acto con el que se cree y los contenidos, van unidos. Como dice la carta a los romanos, hay que confesar con la boca que Jesús es el Señor, y para confesar hay que conocer, pero también hay que acoger este conocimiento en el corazón, para que transforme nuestra vida, pues “con el corazón se cree y con los labios se profesa” (Rm 10,10).

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23
Sep
2012
Neotenia, ¿imperfección o posibilidad?
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La comparación del ser humano con sus primos, los chimpancés, ha dado lugar a la noción de neotenia. La forma del cerebro del humano recién nacido es igual a la del feto de un chimpancé. Mientras el chimpancé nace acabado, el humano nace sin desarrollar. El recién nacido carece de recursos, no es capaz de sobrevivir por sí solo. Es un inadaptado, un ser inacabado. Está abierto a la novedad. Este dato biológico podría relacionarse con la lectura que hacían algunos rabinos del texto del Génesis: Dios, tras haber creado al hombre, no dice que “era bueno”. Esto indica, según estos maestros, que mientras el ganado y todo lo otro estaba terminado después de haber sido creado, el hombre no estaba terminado.

De todo esto podemos deducir varias cosas interesantes sobre el ser humano y el ser cristiano. Si el humano nace desadaptado, ¿cómo se adapta, cómo acaba de formarse, cómo accede a su identidad? Gracias a la relación con sus padres y a la relación con el entorno humano. La relación es constitutiva de su ser. El ser humano se constituye por sus relaciones y, en primer lugar, por los elementos que estructuran su grupo humano. No es posible, pues, contraponer naturaleza y cultura, ya que la cultura es natural al humano. Si esto es así, entonces la visión del mundo en la que uno crece tiene una influencia decisiva en la conformación de la personalidad. Tenemos ahí un elemento que nos permite entender la transmisión del pecado original: Adán no transmite el bien que debería haber transmitido; lo que transmite a sus descendientes es una mala mediación humana, cultural y religiosa.

Podemos hacer otra deducción: si el hombre es un sistema abierto, tiene capacidad para una evolución cuyos límites no están fijados. La lectura rabínica de la creación, que antes he ofrecido, concluye así: el hombre mismo, guiado por la Palabra de Dios, puede y debe desarrollar su naturaleza en el curso de la historia. Si el hombre ha sido creado inacabado y es él quien debe acabarse, completarse y hacerse a sí mismo, eso significa que, además de la responsabilidad del entorno, en su hacerse cuenta también su propia responsabilidad. Somos humanos, pero debemos hacernos humanos, y conquistar cada día eso que somos. Somos responsables de nuestro desarrollo. ¿Hasta dónde podemos llegar? La fe cristiana dice que podemos llegar hasta Dios. El ser humano es capaz de divinidad. Curiosamente, en lo que puede parecer biológicamente una imperfección está la grandeza de lo humano, su capacidad de ser más, su posibilidad de divinizarse.

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19
Sep
2012
Nueva evangelización
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Del 7 al 28 de octubre se reúne en Roma el Sínodo de los Obispos para tratar de la nueva evangelización. Juan Pablo II, con esta expresión, se refería al deber que incumbe a la Iglesia de evangelizar aquellas regiones, hoy secularizadas o descristianizadas, pero antiguamente cristianizadas. Una de las definiciones que ofrece el documento de trabajo del Sínodo es: “en sentido amplio se habla de evangelización para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de nueva evangelización en relación a los que han abandonado la vida cristiana”.

Si la nueva evangelización va dirigida a los que han abandonado la vida cristiana, entonces esto supone que hubo un tiempo en que vivieron cristianamente. Me temo que esta suposición no es del todo correcta: los que han abandonado la vida cristiana no deben ser muchos en comparación con los bautizados nacidos en ambientes sociológicamente cristianos, pero que nunca fueron suficientemente evangelizados y, por tanto, nunca abandonaron nada, ya que nunca vivieron como cristianos. Han sido educados por familias practicantes que no han sabido o podido transmitir una fe viva a sus hijos. Muchas familias hubieran querido que sus hijos fueran buenos cristianos, pero se han encontrado con un ambiente que ha podido más que sus deseos. Y tienen buenos hijos, gente honrada, pero no practicantes. Más que una evangelización “nueva”, esas personas necesitan una evangelización “desde cero”.

Ahora bien, si la “nueva evangelización” se dirige al ambiente secularizado de amplias regiones del mundo, entonces se comprenden “los escenarios de la nueva evangelización” que propone el documento preparatorio del Sínodo: el escenario cultural de fondo, el escenario migratorio, el escenario político y el de la investigación científica. Sea como sea, la evangelización es una obligación permanente de la Iglesia y de cada creyentes. Por eso el documento preparatorio habla acertadamente de la necesaria renovación de la Iglesia: ella tiene necesidad de ser evangelizada. Y una vez evangelizada y convertida, tiene que dar testimonio de su fe. Para ello necesita conocer el mundo al que se dirige y mirarlo con simpatía.

¿Son la política y la investigación científica escenarios de evangelización? Claro que sí. Y el mundo de los pobres. Y los lugares de diversión de nuestros jóvenes. ¿Cómo acercarnos a ellos? ¿Cómo hacerlo utilizando su lenguaje, el único que comprenden? Nueva evangelización requiere nuevos métodos, además de nuevos impulsos, requiere no tener miedo, mucha paciencia y comprensión, palabras nuevas, gestos valientes, para decir de otra manera el nombre de Jesús.

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15
Sep
2012
Distintas religiones, una misma familia
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El viaje del Papa al Líbano ha dejado una serie de mensajes de amplio alcance, tanto más necesarios cuanto más complicada es la situación social y política del contexto en el que está situado este país. Subrayo una idea que me parece fundamental: en el Líbano, ha dicho el Papa, encontramos un ejemplo de convivencia de distintas religiones, hasta el punto de que “no es raro ver en la misma familia las dos religiones (se refiere al cristianismo y al Islam)”. De ahí la pertinencia de la pregunta: “si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad?”. Para ello, añade Benedicto XVI, se requieren unas condiciones: “una sociedad plural sólo existe en el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo continuo”.

Y ahora viene algo muy interesante en el razonamiento del Pontífice romano: “este diálogo entre los hombres es posible únicamente siendo conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizados en la naturaleza de la persona humana. Estos valores que están como subyacentes, manifiestan los rasgos auténticos y característicos de la humanidad. Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una aportación decisiva”. Hay valores que son anteriores a las religiones, y esos valores hacen posible la convivencia entre religiones y, en definitiva, entre todos los seres humanos. Las religiones no crean esos valores, “afirman su existencia” y, al hacerlo, “ofrecen una aportación decisiva” a la causa de la paz y del buen entendimiento entre personas y pueblos.

Todos los seres humanos formamos una única familia, una común humanidad. Las religiones que no reconocen y fomentan esa familiaridad, no pueden ser auténticas, porque se fundamentarían en la mentira. Los diferentes credos, por tanto, pueden ser motivo de diálogo, de mutua interpelación, signo de los caminos distintos por los que discurren los designios divinos, pero no pueden ser motivo de separación y, mucho menos, de odio. Porque lo que está en la base de estos diferentes credos es precisamente el mismo valor común, enraizado en la naturaleza humana, a saber: la igualdad de todos y cada uno de los seres humanos, bajo la común paternidad divina, que nos hace a todos hermanos. Así se comprende lo que el Papa ha dicho a los jóvenes libaneses: “Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país”. ¡Sin reservas! Claro. Es de mi familia.

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13
Sep
2012
Eclesiología lunar
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Las imágenes del sol y la luna han sido empleadas por teólogos y pintores para designar bien a Cristo y María, bien a Cristo y la Iglesia. Me quedo con la última comparación. Del mismo modo que la luna recibe toda su luz del sol y la irradia durante la noche, la misión de la Iglesia consiste en irradiar la luz de Cristo en la noche del mundo de los hombres, y así hacer posible la esperanza. La Iglesia no existe en función de sí misma, sino en función de Cristo, de la que recibe todo lo que es y tiene, y en función del mundo al que debe servir mediante el testimonio del Evangelio. En este sentido es bueno recordar que las palabras con las que comienza la constitución “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, no se refieren a la Iglesia, sino a Cristo: “Cristo es la luz de los pueblos”.

No es extraño, por tanto, que alguien de la categoría de Walter Kasper, haya hablado de la necesidad urgente de una “eclesiología lunar”, según la cual la Iglesia se contente con su papel de luna, sin pretender ser el sol. Según esto la Iglesia solo es digna de fe, no cuando habla de sí misma, no cuando defiende sus intereses, sino cuando habla del Dios revelado en Jesucristo y defiende los intereses de este Dios con modos que sean coherentes con el modo como Dios actuaba en Cristo: “cuando le insultaban no devolvía el insulto, en su pasión no profería amenazas, al contrario, respondía con una bendición”.

Resulta pertinente la pregunta de si nuestros contemporáneos perciben así a la Iglesia o, si más bien, ven en ella a una institución demasiado preocupada por sí misma. Cuando hoy se dice que la Iglesia está en crisis, se piensa en problemas intraeclesiales, demasiado frecuentes en los últimos tiempos, en luchas de poder o en la conservación de supuestos o reales privilegios. Pero el verdadero desafío con el que hoy debemos enfrentarnos los cristianos no son esos problemas domésticos, sino la búsqueda de una mejor vida evangélica y anunciar al Dios de Jesús de forma inteligible.

Soy bien consciente de que el dilema “Jesús sí – Iglesia no” es un falso dilema (no sé si superado). Pero la falsedad del dilema no es la verdadera cuestión; lo que a mí me preocupa es que se haya podido llegar a formular un dilema como este, porque es un síntoma de lo que algunos (muchos o pocos, eso es lo de menos) han visto y han sentido.

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9
Sep
2012
El virus maligno de las religiones
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Las religiones han sacado lo mejor de muchas personas. Desgraciadamente también han producido fanáticos. Las noticias que frecuentemente nos llegan sobre ataques a edificios de culto, en los que se rezaba pacíficamente, por parte de grupos que también apelan a Dios, son una buena muestra de ello. Sin llegar a tales extremos, en boca o pluma de algunas personas aparecen, en ocasiones y a propósito de temas religiosos, descalificaciones personales y hasta enfrentamientos verbales poco ejemplares. ¿Cómo se puede llegar ahí en nombre de la religión? ¿No se descalifica a sí misma toda convicción religiosa defendida violentamente? En este sentido, el ecumenismo, que tanto molesta a algunos descalificadores, señala el camino válido para defender la propia religión, a saber, el diálogo que no busca imponer nada y trata de comprender mucho. Porque una religión que no crea puentes de encuentro con toda persona, ya que ellas son la mejor imagen de Dios, se aleja de lo divino en nombre de una falsa concepción de la divinidad.

¿Será que las religiones contienen un virus necesario para que pueda darse la santidad, pero que puede producir efectos no deseados que conducen a la intransigencia? Así como la condición para llegar a ser es la finitud (si Dios crea no puede crear otro dios, debe crear seres finitos e imperfectos con relación a él), pero la finitud limita y termina conduciendo a la muerte, tras hacernos pasar por el sufrimiento; o del mismo modo que la sexualidad es condición para que la especie se reproduzca, e integrada en el amor es humanizadora, pero puede vivirse de forma desordenada y conducir en ocasiones a la muerte; así la religión es necesaria para que el ser humano se encuentre conscientemente con Dios, pero puede también ser fuente de separación y, lo que es peor, de odio. La religión, bien vivida y entendida, produce un gran entusiasmo. Pero el entusiasmo (en el caso del forofismo deportivo es claro), sin el control de la razón, conduce al exclusivismo, con el peligro que conlleva de no ver nada bueno en el otro o de desear su mal. Las patologías de lo religioso (que preocupan a un teólogo como Joseph Ratzinger) aparecen cuando se expulsa a la razón de la fe.

La verdad no se impone a base de descalificaciones, sino sólo por la fuerza de la misma verdad. Una verdad sin amor se corrompe. Y la razón es un elemento esencial de toda fe sana y auténtica. Pues el poder de convicción de una verdad no descansa tanto en la energía del defensor (como un publicista que, con su estrategia agresiva, sostiene la inutilidad de su producto) cuanto en el poder de la verdad.

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