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Feb2016Viejos artículos que perviven
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Me refiero, como comprenderán los lectores, a mis viejos post. Desde que empecé este blog, en noviembre del año 2006, he publicado, con el presente, mil ciento dos artículos. Todos breves, ninguno supera los tres mil caracteres. Algunos de estos viejos post siguen teniendo entradas. Me ha llamado la atención que, en estos últimos días, uno de julio del año 2009, titulado “la amiga especial de Juan Pablo II” haya tenido bastantes entradas. Ya ven ustedes, el asunto de las amistades femeninas del Papa polaco era conocido desde hace tiempo. Pero hay informaciones que, de vez en cuando, rebotan en los medios y parecen nuevas. Ha sido el caso de esta amistad del Papa con una filósofa casada.
Durante un tiempo, uno de mis artículos, de febrero del año 2010, siguió manteniendo las entradas hasta bien entrado el año 2011. En el título aparecía la palabra “sexo” y eso siempre despierta mucha curiosidad, sobre todo si el que escribe sobre el tema es un clérigo. Desde hace varios meses, compruebo que cada día tiene varias entradas un post sobre el bautismo, pero tengo la impresión que no es el bautismo como tal lo que las fomenta, sino estas tres palabras: sacerdote, profeta y rey. Sobre todo en el mundo americano hay interés por este tema, como lo manifiestan las entradas al post. Ya que me decido a ofrecer enlaces, voy a dar uno sobre el monte Tabor y la transfiguración, por la relación que tiene con el segundo domingo de cuaresma.
Son ejemplos de cómo algunos escritos tienen influencia más allá del momento en que se publican. Alguna vez he pensado, en vez de ofrecer un texto nuevo, presentar como “nuevo” un viejo post o, lo que sería más honrado, recordar alguno antiguo mediante un enlace. No me decido a hacerlo porque todavía me siento con fuerzas, tiempo e inspiración para producir nuevos textos, aunque, como es inevitable, alguna vez repita ideas ya expuestas. Por ahora, y mientras no me censuren, que supongo que no ocurrirá, voy a seguir con mi costumbre de ofrecer, cada tres o cuatro días, alguna “migaja” de teología o algún comentario de tema eclesial actual. Si despierta el interés de los lectores de esta página de dominicos o de otras páginas que los reproducen, por una parte pensaré que he aprovechado bien el tiempo, por otra me sentiré halagado y, lo más importante, daré gracias a Dios por las amigas, amigos y lectores que me siguen. Gracias a vosotras y vosotros por vuestra atención, vuestro interés, vuestras observaciones y vuestros comentarios.
Eso de que son pocos los frailes, monjas y presbíteros es una cantinela que vengo oyendo desde hace cincuenta años. A veces pienso que sobran (me gustaría ser bien entendido), cuando veo la acumulación de clero en zonas determinadas o veo que hay presbíteros que se dedican a tares muy laudables, pero no directamente ministeriales. También pienso que sobran cuando veo que utilizan mucho tiempo en tareas que pueden y deben hacer los seglares. Los seglares o las monjas no son el recurso al que acudir para la catequesis, la formación, la animación de grupos, la visita a los enfermos, la atención a novios, el cuidado de la liturgia, y muchas cosas más. Son tareas que les corresponden directamente. En este sentido, una verdadera promoción del laicado, bien preparado, bien valorado y bien remunerado, solucionaría algunos problemas.
En este año jubilar de la misericordia la cuaresma comienza con un gesto significativo: el envío, por el Papa Francisco, más de mil “Misioneros de la Misericordia” a todo el mundo. Es un gesto, evidentemente, porque cualquier presbítero debe, durante este año y siempre, ser un padre con entrañas maternales (como el de la parábola del “hijo pródigo), padre acogedor, que transmite paz y misericordia. A veces, los signos son necesarios para recordar lo que todos deberíamos saber, pero que, desgraciadamente, muchas veces olvidamos.
Si Dios crea por amor (como decíamos en un post reciente), hace sólo lo que le agrada, no aquello que no tiene más remedio que hacer. Ninguna circunstancia, ninguna realidad previa es condicionante de su actuación. Obra con soberana libertad. El ser humano es una maravilla a los ojos de Dios, porque al crearlo, Dios ha hecho lo que le gustaba. Una verdadera obra de arte, en definitiva. Esa es la palabra griega que utiliza Ef 2,10 para decir lo que es el ser humano: un “poiema” de Dios, una obra de arte divina. Estamos relacionados con Dios como una pintura con el pintor, una pieza de cerámica con el ceramista, un libro con su autor. Esto indica una relación muy estrecha y muy positiva.
El año dedicado a la vida consagrada ha sido una ocasión para que, en la Iglesia, cobremos conciencia de la importancia de este estilo de vida, con diversas variantes y modos de realizarse: monjas y monjes contemplativos, eremitas, congregaciones que socorren a personas necesitadas, Órdenes religiosas con diversidad de carismas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, etc. La sola enumeración de estos distintos modos de vivir la entrega consciente, pública y de por vida al Señor Jesús, manifiesta la riqueza de la vida consagrada, las múltiples virtualidades del Evangelio y las muchas urgencias que implica la construcción del Reino de Dios. Y también manifiesta que ha habido, hay y habrá mujeres y varones que se han dejado seducir por el Evangelio hasta el punto de querer dedicarle su vida entera.
La teología ha repetido hasta la saciedad que Dios crea de la nada, “ex nihilo”. Con esta expresión, que tiene un cierto fundamento bíblico (2 Mac 7,28), se pretende decir que Dios crea sin requisito previo alguno, que no existe ninguna necesidad que motive su actuación, ni condición alguna que le determine. Tampoco se da materia primigenia alguna que trace límites a su actuación. Por otra parte, decir que Dios crea de la nada descarta cualquier preexistencia de la materia y cualquier consideración de la materia como divina. Dicho lo cual, me pregunto si no es ya hora de completar esta afirmación con una más fundamental y primera: Dios crea “ex amore”, por amor y desde el amor, tal como indica el Concilio Vaticano II, en un texto poco citado (Gaudium et Spes, 2).