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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

24
Ago
2015
El caballo de san Pablo
13 comentarios

“Es extraordinaria la historia de la caída (de san Pablo) del caballo cuando iba a Damasco a apedrear cristianos. No resulta creíble”. Esto decía un periodista, especializado en información religiosa, en uno de los números de “El País” de este mes de agosto, al entrevistar a un conocido teólogo y escritor. La pregunta (en realidad, la afirmación) denota el grado de incultura religiosa de muchos ciudadanos, tanto creyentes como no creyentes. En cuestiones religiosas todos se creen con derecho a opinar (cosa que me parece estupenda, porque se trata de temas que nos afectan personalmente), pero lo triste es que muchos opinan desde el desconocimiento. Circulan por ahí una serie de tópicos religiosos que casi nadie discute y muchos dan por buenos. Pero estos tópicos, además de ser falsos, contribuyen a propalar la incultura y ofrecen una imagen falsa, ñoña y ridícula de la religión.

En mis intervenciones públicas, suelo decir a veces: “si alguien encuentra el caballo en el que iba montado san Pablo en su camino hacia Damasco, que me avise, porque estoy dispuesto a comprarlo a precio de oro”. Cierto, en internet pueden encontrarse muchas imágenes del supuesto caballo con san Pablo caído a sus pies. La verdad de la buena es que no hay tal caballo. Para darse cuenta, basta leer el texto de los Hechos de los Apóstoles con un poco de cuidado. Lo peor es que si, al recordar ese texto, nos quedamos con la historia de un caballo que no existe, nos imposibilitamos para comprender su auténtico sentido. Esta historia del encuentro de Pablo con Cristo resucitado es muy significativa: el texto dice que Pablo se encontró con Cristo al encontrarse con los cristianos. “Yo soy Jesús, a quién tu persigues”. ¿A quién estaba persiguiendo Pablo? No a un muerto, evidentemente, sino a los cristianos. Cristo resucitado, entonces y ahora, se hace presente en la vida de los cristianos.

Hay otros tópicos falsos que circulan con demasiada frecuencia sobre historias bíblicas, que no facilitan su buena comprensión. El de Eva, castigada por comer una manzana (una manzana que no existe) en el paraíso, es de los más conocidos. Otro menos citado es la historia llamada del “joven rico”. Si alguien en el evangelio de Marcos (digo bien de Marcos) encuentra a un “joven varón”, al que Jesús le dice que renuncie a todos sus bienes para seguirle, que me avise, para que yo pueda saludarle. En el Evangelio de Marcos no hay ningún joven. Quizás sí en el de Mateo. Pero sin olvidar que en el de Lucas se trata probablemente de una persona mayor. Dicho de otra manera: lo que importa no es la edad del personaje bíblico, sino la disposición del lector actual del texto (sea cual sea su sexo, edad y condición) de seguir a Jesús.

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20
Ago
2015
El odio, más fuerte que la muerte
9 comentarios

“El amor es más fuerte que la muerte”, dice el Cantar de los Cantares. Según el libro bíblico la fuerza del amor es tan grande que es capaz de superar a la fuerza imparable de la muerte. Aunque, a la vista de lo acontecido este mes de agosto, en el que cada día la prensa nos informaba de la asesina violencia de género, se diría que la fuerza del odio es todavía superior a la del amor. Lo más terrible de los tristes odios familiares, ocurridos este mes de agosto, no ha sido que los varones matasen a su pareja, sino que los padres matasen a sus propios hijos antes de matar a su mujer. El que ellos intentasen luego suicidarse es un asunto dudoso. En muchos casos se trata de intentos con efecto retardado, para dar tiempo a los servicios policiales de impedir la muerte del supuesto suicida.

Las convivencia familiar es compleja y difícil. Uno puede comprender (no justificar) que en una pareja se pase del amor al odio. Ya es más difícil comprender que el odio se traduzca no solo en deseo de que el otro muera, sino en voluntad de matarle. Todavía resulta más difícil comprender que un padre quiera matar a sus hijos menores para hacer daño a su odiada pareja. ¿Hacer daño a base de matar a los propios seres queridos? Parto del supuesto de que el amor del padre (y de la madre) hacia sus hijos es natural. A los hijos, sobre todo cuando son pequeños o incluso casi bebes, parece difícil matarles. Para que esto ocurra, uno tiene que haber perdido la cabeza. El odio puede llevar a esos extremos. El odio nos hacer perder lo más propio y característico del ser humano, que es la razón. El odio degrada y animaliza. El odio corrompe la razón y la lleva a sus peores infiernos.

Los tristes acontecimientos de padres que matan a sus hijos, antes de matar a su pareja, nos llevan a pensar que si el amor a los hijos tiene una base natural, no basta la naturaleza para explicar el amor, para hacerlo nacer, crecer y mantenerlo. El amor humano tiene bases biológicas, pero va más allá de lo biológico para entrar en el campo de lo personal y de lo espiritual. El amor no solo es atracción, deseo o pasión. El amor es, sobre todo, deseo de bien, y eso requiere voluntad de bien y esfuerzo para lograrlo. Si el amor se queda en lo natural, corre el riesgo de degradarse. El amor necesita otros fundamentos.

Eso no quita que, en ocasiones, las relaciones se rompan o se enfríen. Pero de ahí a matar, y no digamos, de ahí a matar a personas que nada tienen que ver con la ruptura (aunque sean los hijos) hay un abismo. Una ruptura de relaciones, es triste, pero se puede comprender. Cuando eso ocurre hay que respetar a las personas que se distancian. Pero que una separación nos haga entrar en el abismo de la muerte, es la corrupción de lo humano. Cuando perdemos “lo humano”, aparece el desorden, el caos, la sin razón; en definitiva, el infierno.

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17
Ago
2015
¡Estar a muerte! ¿Estar a qué?
2 comentarios

Los hay que dicen “estar a muerte” con no sé qué cosas, como si esta muerte les extasiase, subiéndolos a algún cielo. A muerte con un equipo de fútbol, la pandilla o la cofradía. Otros plantean dilemas jugando con la muerte: “patria o muerte”, “revolución o muerte”, “santidad o muerte” (divisa de un beato cuyo nombre ahora no viene a cuento). Los himnos patriótico-militares, que suelen ser cantos a la guerra, apelan a la muerte, como el que dice: “que morir por la patria es vivir”, o el que espolea al “novio de la muerte”. Esas descargas de adrenalina no son manifestaciones de seguridad, sino de odio. Y no conducen a ningún cielo; normalmente terminan con la muerte “del otro”. Jesús, más que de muerte, habla de “perder la vida”. Perderla para ganarla. Y perderla para que el otro viva. No es una pérdida que conduce a la muerte, sino una entrega que paradójicamente crea la máxima riqueza para los demás.

Esta creación de riqueza para el otro, redunda también en beneficio propio. Solo cuando hay reciprocidad hay felicidad. Si olvidamos al otro, si pensamos en destruirle, si solo pensamos en nosotros mismos, o en apartar a los otros de nuestro camino, no hay felicidad posible. Si caminamos solos (o con los de nuestra pandilla, que es otra manera de caminar solos), lo hacemos hacia el infierno. Yo no sé si el infierno está muy lleno (como a algunos les gustaría), pero si pienso que los que allí están, están muy solos. El cielo es comunión, encuentro, compartir, enriquecerme con los dones del otro. Si no somos capaces de acoger al diferente, no estamos preparados para ir a ningún cielo.

Más que “estar a muerte” hay que “estar en paz”. Y para estar en paz hay que tener paz. Pero no la paz que aísla, la paz de los muertos, sino la paz del que sabe convivir con unos y con otros, la paz del que busca comprender a los demás para ser también él comprendido. En cada eucaristía, antes de recibir al Señor, los cristianos nos damos la paz. Esto que vivimos en la reunión eucarística, estamos convocados a extenderlo por el mundo, y ser así un signo del amor de Dios a todos los seres humanos.

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12
Ago
2015
El infierno interesa
10 comentarios

Los temas referentes al “más allá” interesan. Lo he comprobado en muchas ocasiones. El último ejemplo es la publicación en este blog de un post que buscaba resaltar la misericordia de santo Domingo de Guzmán. Basándome en uno de los testigos de su canonización, decía que la compasión de Domingo llegaba hasta el extremo de orar por los condenados en el infierno. En los varios lugares en que apareció mi post se multiplicaron los comentarios. No para hablar de Santo Domingo o de la compasión, sino para hablar del infierno.

El Magisterio de la Iglesia ha tratado en alguna ocasión del infierno como lugar de condenación. Pero nunca ha colocado a nadie allí. Dante Alighieri, en su Divina Comedia, en su paseo por el infierno se encuentra con distintos personajes, entre ellos algún Papa. Pero se trata de eso, de una comedia. En realidad no sabemos nada sobre el infierno. Aunque a veces tengo la impresión de que algunos émulos de Dante tienen ganas de colocar allí, sin ficción alguna, a aquellos personajes eclesiales que no les caen bien.

La teología de infierno debe ser consciente de las aporías con las que se puede encontrar. Si el cielo es una manera de decir que Dios y el ser humano se han abrazado para siempre, el infierno es un modo de decir que el ser humano se ha separado de Dios para siempre. Pero esto es una situación imposible, puesto que Dios nunca se separa del ser humano. Por eso algunos dicen que el infierno es el vacío total, la nada absoluta, el regreso a la no existencia. Pero esto también plantea alguna pregunta: el Dios amigo de la vida nunca se arrepiente de su obra.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, consecuencia de la libertad constitutiva del ser humano. La libertad es la posibilidad radical que tiene todo ser humano para decidir sobre su vida, sobre su salvación o su perdición. Solo si hay libertad, puede darse amor. Un amor forzado es un absurdo. Por eso, si la salvación es el encuentro amoroso con Dios, y este encuentro requiere de la libertad, para que esta libertad sea auténtica se requiere que pueda orientarse en la dirección del rechazo de Dios. Decir esto también plantea algún problema. ¿Cómo es posible rechazar a Dios si nunca lo encontramos claramente? Nunca rechazamos a Dios tal cual es, siempre rechazamos alguna imagen falseada. No es menos cierto que Dios se hace presente en cada ser humano, creado a su imagen. Y ahí sí que encontramos casos de rechazo, de negación y de alejamiento. Rechazamos a Dios en el hermano.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, como una hipótesis necesaria para afirmar seriamente la libertad humana. Posibilidad real, hipótesis necesaria… Ir más allá me parece aventurado. Una cosa más: podríamos hablar de infiernos intrahistóricos, esos que construimos (¡nosotros, no Dios!) cuando pisoteamos al hermano y negamos su dignidad. El tema da mucho de sí. Es de esperar que el interés por el infierno ultra terreno no sea un modo de desinteresarnos de los infiernos terrenos.

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8
Ago
2015
Domingo de Guzmán, varón compasivo
4 comentarios

Son muchas las circunstancias históricas que explican la obra de Domingo de Guzmán. Lo mismo podría decirse de muchas otras fundadoras y fundadores. Pero las solas circunstancias no lo explican todo. Porque otras y otros se encontraron en situaciones similares y no reaccionaron del mismo modo. A mi entender, fue la compasión divina que impregnaba sus vidas la que movió a los fundadores y fundadoras de instituciones y congregaciones religiosas, una compasión que quería ser una respuesta de misericordia para el mundo.

El caso de Santo Domingo puede ser paradigmático. Si hemos de hacer caso a su biógrafo Pedro Ferrando la compasión resplandece en Domingo ya desde su niñez, antes incluso de que pensase en fundar ninguna Orden: “Desde su infancia creció con él la compasión, de modo que, concentraba en sí mismo las miserias de los demás, hasta el punto de que no podía contemplar aflicción alguna sin participar de ella”. Hay un acontecimiento famoso del joven Domingo que viene bien recordar aquí. Una gran hambre sobrevino en la región de Palencia. Domingo se compadeció profundamente de los pobres y les fue entregando sus pertenencias. Llegó un momento en que sólo le quedaba lo que más apreciaba, sus libros, que eran algo más que sus libros, pues en los márgenes de aquellos manuscritos debían estar sus propios apuntes. Entonces pensó: “¿Cómo podré yo seguir estudiando en pieles muertas, en pergaminos, cuando hermanos míos en carne viva se mueren de hambre?”. Más dramática, si cabe, es esta otra escena de la vida de Domingo: un día llegó a su presencia una mujer llorando y le dijo: "Mi hermano ha caído prisionero de los sarracenos". A Domingo no le queda ya nada que dar. Decide venderse como esclavo para rescatar al esclavo.

Esta compasión es la que se despierta cuando durante su viaje por el Sur de Francia se encuentra con la herejía cátara que se aprovechaba de la ignorancia de la gente para desviarles de la fe católica. La misma compasión que le hacía orar con lágrimas por los pecadores. Los que vivieron con Domingo cuentan que estaba siempre alegre, que su cara permanecía siempre feliz y radiante, excepto cuando se encontraba con cualquier clase de sufrimiento. Entonces, nos dicen, su rostro se entristecía y sus lágrimas fluían sin cesar. La compasión de Domingo se hace oración y su oración viene suscitada por la compasión, convirtiéndose así en una oración solidaria. En realidad la compasión fue una característica de toda su vida.

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4
Ago
2015
Orar ¡por los condenados en el infierno!
41 comentarios

En ocasiones los predicadores exhortan a sus oyentes a orar por los pecadores. Quizás sería bueno preguntarse qué hay detrás de este tipo de recomendaciones. Porque todos somos pecadores. Pero, normalmente, cuando se pide que oremos por los pecadores se suele pensar en aquellas personas alejadas de la Iglesia que supuestamente viven, piensan y actúan de forma reprobable y muy distinta a cómo lo hacemos nosotros. Cada uno sabrá cuales son sus presupuestos no explicitados. En todo caso, no sería conveniente que nuestra plegaria por los pecadores estuviera cargada de un rechazo hacia ellos. ¿Quizás san Pablo atisbaba este peligro cuando recomendaba a Timoteo que la oración “por todos los seres humanos” fuera “sin ira ni malas intenciones” (1 Tim 2,8)? Pecadores, insisto, somos todos. En este sentido, todos necesitamos orar por nosotros mismos y los unos por los otros. Para que nuestra vida sea una continúa conversión a Dios.

Ahora bien, si una personalidad cristiana, respetable y prestigiosa, nos invitase a orar por los condenados en el infierno, probablemente la sorpresa sería mayúscula. Los pecadores aún tienen una posibilidad de convertirse. Los condenados ya han llegado al final de su carrera y su rechazo de Dios se diría que es definitivo. No hay vuelta atrás para ellos. Ni por parte suya, ni por parte de Dios. ¿Qué podría significar orar por los condenados? ¿Un deseo de cambiar la voluntad irrevocable de Dios? Orar por los condenados, ¿no sería esto un acto de rebeldía contra Dios, un acto que necesariamente debería desagradar a Dios y, por tanto, un poner en peligro la propia salvación?

¿Y si eso de orar por los condenados fuese una expresión límite que uniese al orante con un Dios cuya misericordia no excluye a nadie? Si Dios tiene esa misericordia hasta el extremo, ¿no debemos tenerla también nosotros? La Iglesia ha canonizado a muchas personas. No ha condenado a ninguna. Y en cada Eucaristía la Iglesia ora por todos sin excepción. La oración es expresión de la esperanza. Orar por todos es esperar que Dios, por los caminos que sólo él sabe, puede llevar a todos y cada uno hacia sí. Una esperanza así manifestaría la oración por los condenados. Por los que, según los criterios humanos podrían estar condenados. Pero los criterios de Dios no siempre coinciden con los de los humanos.

De un santo de prestigio, que vivió con intensidad la misericordia, un hombre que lloraba cada vez que pensaba que alguien podía vivir alejado de Dios, un hombre que oraba por todos sin excepción, de este santo dice uno de los testigos de su canonización que oraba por los condenados en el infierno. ¿Y a pesar de eso le canonizaron? ¿No hubiera sido mejor que lo condenasen por hereje? ¿O al menos por ingenuo, o por perder el tiempo importunando a Dios con cosas imposibles? Claro que, como le dijo el ángel a María, nada hay imposible para Dios. Pues lo canonizaron. Su nombre: Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores.

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31
Jul
2015
Por la fe contraemos un matrimonio
4 comentarios

“Por la fe el alma se une a Dios ya que por ella el alma cristiana contrae una especie de matrimonio con el Señor, como se dice en Os 2,22: te desposaré conmigo en la fe”. Con estas palabras comienza Tomás de Aquino su comentario al “Credo”. Comienza, pues, situando la fe en su auténtica y verdadera dimensión. Pues la fe no es principalmente la aceptación de una serie de verdades, sino un encuentro personal entre el creyente y el Dios revelado en Jesucristo.

Los hay que piensan que ser cristiano es una cuestión doctrinal. Pero ser cristiano es tener el Espíritu de Cristo, vivir con los sentimientos de Cristo. Y es posible no solo conocer muy bien el Catecismo, sino además estar “muy metido” en la Iglesia, pero no perseverar en la caridad, permanecer en el seno de la Iglesia “en cuerpo”, pero no “en corazón”. Esos, reconoció el Concilio Vaticano II, “no se salvan”. La fe no es ni una cuestión de palabras, ni una cuestión de apariencias, de ir a muchas procesiones, de gustos estéticos o litúrgicos, o de votar al partido políticamente más a la derecha. Como bien dijo Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Es muy profunda esta idea de Tomás de Aquino: por la fe contraemos un matrimonio con el Señor Jesús. Eso del matrimonio tiene un sentido amplio y es un asunto de largo alcance. Ya Juan Pablo II calificó la Eucaristía en términos matrimoniales: “es el sacramento del Esposo, de la Esposa”. El Esposo, en la eucaristía, siempre es Cristo. La Esposa es la Iglesia, formada por mujeres y varones que, como “esposas” de Cristo se unen a él. Lo que dice Tomás de Aquino va en la misma dirección: mujeres y varones creyentes, por la fe, contraen con Cristo Jesús un matrimonio. Se unen a él de forma tan profunda, que nada puede romper esa unión. Pues la fe es confianza, es entrega; una confianza resultado de un encuentro y una entrega que cada día hace más irrompible el amor.

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26
Jul
2015
¿Políticos en actos religiosos? Depende
8 comentarios

La profesión de fe comienza con un verbo conjugado en primera persona del singular: “yo creo”. El sujeto de este verbo es cada persona individual que recita el Credo. Porque la fe es un acto personalísimo, del que solo yo soy responsable. Nadie puede creer por mí. Ni siquiera la Iglesia. El creer es un acto, una actitud que me concierne personalmente. Sin duda, el acto de fe es también un acto eclesial, en la medida en que los otros creyentes lo recitan igual que yo. Pero aunque lo lógico sea recitar la profesión de fe en común, formando Iglesia, cada uno es responsable de la fe profesada.


De ahí que la fe tenga necesariamente que ser un acto libre. En la medida en que hay presión, en esta misma medida la fe se empequeñece o se infantiliza. Si la presión se convierte en coacción, hasta el punto de que sin esa presión yo no recitaría el Credo, la fe desaparece. El acto que estoy haciendo será cualquier cosa menos un acto de fe. Puede ser un acto social, un acto político, un acto interesado, pero no un acto de fe. Religiosamente es una pura ficción. Y la ficción es la negación de la fe.


En la España actual hay políticos no católicos que se niegan a asistir a actos religiosos en los que era habitual la presencia de las personas que representaban a las instituciones civiles. A la luz de la fe como acto personal y libre, eso debería ser lo normal. Ningún católico debería escandalizarse por la actitud de tales políticos. Cosa distinta es que un representante político considere que, por cortesía, debe asistir a algún acto religioso o cultural, ya que entre sus votantes se encuentran, sin duda, algunos de los que participan “de buena fe” en tal acto. Pero cuando el político participa por cortesía en un acto religioso no lo hace en tanto que creyente, sino como solidario con los creyentes que en el acto participan, manifestando así el respeto que le merecen todas las creencias.


Sería bueno que unos y otros tuviéramos clara esta doble dimensión, la religiosa y la social. En España es cada vez más habitual la convivencia con personas de distinta fe, de distinta religión y de distinta ideología. Si uno tiene un amigo de otra confesión cristiana o de otra religión, lo lógico, si es invitado, es que participe en aquellos actos que son significativos e importantes para su amigo (una boda, un funeral). Al hacerlo no compromete para nada su fe. Pero, desde su fe, precisamente porque es libre y personal, comprende que haya otras personas con distinta fe que merecen un respeto y, si son amigos suyos, merecen que les apoye en aquellos actos que son importantes para ellos.

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22
Jul
2015
La era del vacío
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Hace ya tiempo, un buen amigo escribió unas atinadas reflexiones sobre el hombre lleno de “nada”. Y como todos buscamos lo que se nos parece (lo semejante busca lo semejante) para este hombre lleno de nada tenemos una serie de productos privados de su substancia, de lo que en realidad son: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, crema sin nata, chocolate sin grasa, etc. Todo esto apunta a una realidad mucho más profunda: el vacío interior que muchas y muchos sienten, que para el creyente es un vacío de Dios, pero que se traduce de muchos otros modos que pueden resumirse así: falta de sentido. El hombre de hoy es como un ciclista que corre a toda máquina, pero no sabe a dónde va. Y por eso busca ambientes propicios que le hagan olvidar su falta de metas.

No piense, no hable, tan solo diviértase. No se plantee grandes preguntas, a lo sumo pregúntese a qué discoteca iremos esta noche. Las discotecas están preparadas precisamente para los momentos de vacío que todos tenemos alguna vez. Allí la música es muy estridente, es imposible mantener una conversación con un mínimo de normalidad. Están preparadas para la gente que no tiene nada que decirse. Si usted quiere encontrar comprensión, alguien que le escuche, vaya al parque, a la montaña o la playa, pero no a una discoteca. Allí es imposible escuchar. La discoteca, lugar lleno de ruido para las personas vacías. Se me ocurre describirla con una imagen bíblica: la discoteca es una soledad poblada de aullidos (Dt 32,10).

Con todo hay un vacío que puede ser de plenitud. Un sentimiento de hambre de Dios, de insatisfacción ante el mal cometido, de rebeldía ante la injusticia, de anhelo de amor. Este vacío puede ser una llamada, un modo de experimentar el hueco que en todo ser humano hay preparado, lo sepa o no lo sepa, para recibir el amor, para encontrarse con Dios. Porque hay vacíos y vacíos. El vacío del que nada tiene y el vacío del que espera el amor. Este vacío del amor a veces buscamos llenarlo con malos sucedáneos, con falsos amores. Aún así, es un vacío que apunta a una plenitud. Por eso, es necesario saber detectar, por debajo de muchas reacciones desconcertantes, el anhelo de plenitud que hay en todo ser humano. Porque en este anhelo hay ya una experiencia de Dios y, por tanto, es un buen punto de partida para dar a conocer el nombre de Jesús, en el que Dios se ha revelado en plenitud.

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18
Jul
2015
De la tolerancia a la libertad religiosa
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Buscando una co-existencia y una vecindad que evite enfrentamientos entre culturas y religiones hay quienes apelan a la tolerancia. Pero, a la larga, la tolerancia es insuficiente. Debemos dar un paso más hacia la libertad religiosa. La tolerancia es el paso mínimo que debería unirnos a todos, pero el paso bueno es la libertad religiosa. La tolerancia parte del supuesto de que las ideas, acciones o personas que son objeto de la misma, son cargadas, a partir de nuestras convicciones de un cierto grado de disvalor, ya que se supone que tales ideas, actos o personas lesionan, en mayor o menor medida, nuestras posiciones y creencias. La tolerancia nos lleva a soportar y aceptar al otro como un mal menor. La libertad religiosa nos invita a convivir con otro, que tiene buenas razones para profesar su religión, como yo tengo las mías. Nos reconocemos mutuamente nuestras razones y nuestros derechos.

Bien lo dijo Juan Pablo II: “La tolerancia religiosa existe en numerosos países, pero no implica mucho, pues queda limitada en su campo de acción. Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa. Este paso no es una puerta abierta al relativismo, como algunos sostienen. Y tampoco una medida que abre una fisura en el creer, sino una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios”. La libertad religiosa es un modo de considerar la relación del ser humano con Dios; hace patente que nuestra relación con Dios es la adecuada. En efecto, no hay relación con Dios sin libertad. La fe disminuye o desaparece en la misma medida en que disminuye o desaparece la libertad. La libertad es condición previa de la fe, de la fe cristiana al menos; en realidad de toda fe auténtica, siempre que la fe se refiera a una relación de amor con Dios. Si no es así, si no hay amor, tampoco hay fe, porque sin amor no hay confianza.

Cierto, no todos los representantes de las religiones valoran a las demás de forma positiva. Es comprensible entonces que algunos cristianos se quejen de que no hay reciprocidad en el trato, porque mientras la Sede de Roma valora de forma positiva al judaísmo y al islamismo, no siempre las autoridades islámicas valoran positivamente al cristianismo. ¿Pero es esto motivo para que los cristianos dejemos de actuar y pensar como creemos que debemos hacerlo? Si yo estoy a favor de la libertad religiosa para cristianos y no cristianos, no voy a dejar de estarlo porque algunos no cristianos no estén a favor. Al contrario, debo mantener mi posición para que este mantenimiento sea un permanente interrogante y una invitación al cambio para aquellos que no la comparten. Aunque otros no estén a favor de mi libertad religiosa, yo estoy a favor de la suya, precisamente porque quiero lograr libertad religiosa para todos. En esta línea, la Iglesia, en su solemne plegaria del viernes santo pide por “la libertad religiosa de todos los seres humanos”.

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