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Dic2022Benedicto XVI, un fiel servidor
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Dic
Con 95 años de edad, acaba de fallecer Joseph Aloisius Ratzinger. El joven teólogo Ratzinger terminó siendo el Papa Benedicto XVI. Entre uno y otro servicio, ocupó el delicado puesto de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Más allá de cualquier otra consideración, hay que decir que ha sido una vida fructífera, de un hombre bueno y honrado, que ha servido con fidelidad al Pueblo de Dios.
Recuerdo que, teniendo 24 años, leí uno de sus primeros libros, traducido a muchos idiomas, titulado: “Introducción al cristianismo”. Todavía conservo aquella antigua edición. Como el libro me pareció sugerente, lo recomendé a una serie de muchachas del colegio francés en el que tenía un servicio pastoral. Una de las que me parecieron buenas aportaciones de este libro, referente a la escatología, fue luego corregida por su propio autor, aunque yo sigo prefiriendo la primera versión. Ocurre con todos los buenos pensadores: son capaces de rectificar.
Le he leído muchas otras cosas. Me pareció muy significativo y acertado que su primera gran aportación magisterial, en forma de encíclica, se titulara: “Deus caritas est”. Ratzinger siempre iba a lo esencial. Su obra culminó con el libro: “Jesús de Nazaret”, en el que tuvo la honradez de reconocer que no tenía valor de magisterio, puesto que lo escribía como teólogo y, por tanto, cualquiera era libre de contradecirle.
Estos días se escribirán muchas reseñas sobre Benedicto XVI. Yo mismo, a petición de la dirección, he escrito una para la página de dominicos.org. Pero me ha parecido oportuno dejar constancia en el blog de mi admiración por el teólogo Joseph Ratzinger y de mi respeto por el Papa Benedicto XVI. Su dimisión fue un acto de lucidez, y el respeto por la labor de su sucesor ha sido un acto de caballerosidad, que merece todos los aplausos. Con Benedicto XVI comenzó la transparencia y una serie de reformas que ahora continúan y no tienen marcha atrás.
Acabo este pequeño homenaje con unas palabras suyas, que son una buena manifestación de su profunda espiritualidad: “Por mucha confianza que tenga en que el buen Dios no puede rechazarme, cuánto más cerca estoy de su rostro, tanto más fuertemente me percato de cuántas cosas he hecho mal. En este sentido también el lastre de la culpa le oprime a uno, aunque la confianza fundamental está, por supuesto, siempre ahí”.