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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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8
Ago
2012
Santo Domingo: alegre, realista, misericordioso
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8 de agosto: Santo Domingo de Guzmán. En los dos días pasados las monjas me han enviado distintos correos de felicitación. En la Orden de Predicadores, todos los miembros de la familia dominicana nos sentimos muy cercanos y fraternos unos con otros. Pero hay que reconocer que las monjas siempre han sentido una especial debilidad por los frailes. Siempre nos han respetado, apoyado y defendido; y han buscado el lado bueno de todo lo que somos y hacemos. Pero no quiero hablar de las monjas, sino de Santo Domingo, esta figura visionaria, que hizo de la predicación la norma de su vida y de su Orden. Predicación no es adoctrinamiento, sino presentación sugerente de Jesucristo y su Evangelio, respetando siempre la libertad del oyente, pero buscando cultivar en él la inclinación que hay en toda persona hacia la verdad.
 

Hay tres cualidades de Santo Domingo que sí entonces llamaron la atención a sus contemporáneos, hoy resultan más necesarias que nunca: la alegría, el realismo y la misericordia. Alegría no es necesariamente bullicio ni diversión; es la serenidad del que crea un ambiente sano y agradable, en el que da gusto vivir. Por eso, una persona aburrida no puede ser un líder, ni resulta convincente. La alegría debe ir unida al realismo. Realismo no es visión negativa de la realidad, sino una mirada lúcida que discierne lo que hay de inaceptable en tantas situaciones que oprimen a las personas. La misericordia marca el realismo con la esperanza. Misericordia no es paternalismo, ni una actitud de pena momentánea, sino una disposición permanente de ayudar, desde el realismo y la cercanía solidaria, a todos los que no encuentran sentido a la vida.
 

Cuando Domingo vende sus libros para socorrer a los pobres (libros que, sin duda, estarían plagados de notas y que supondrían una fortuna no sólo económica, sino intelectual) o tiene intención de venderse como esclavo, cuando ya no tiene otra cosa que vender, hay ahí una crítica a una sociedad inmisericorde, egoísta a insolidaria, crítica que hoy debemos prolongar con los medios a nuestro alcance. Pues la fe se ofrece por medio de la palabra, pero se demuestra amando.
 

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6
Ago
2012
La naturaleza, Palabra de Dios
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Afirmó Juan Pablo II que “un primer paso en la Revelación divina está constituido por el maravilloso libro de la naturaleza”, un libro que leemos “mediante los instrumentos propios de la razón humana”. Benedicto XVI ha dado un paso más y ha dicho que la Palabra de Dios se expresa en la naturaleza, o sea, que la naturaleza es Palabra de Dios. Antes, los grandes autores medievales, como Buenaventura y Tomás de Aquino también lo habían afirmado: “toda criatura es Palabra de Dios en cuanto que proclama a Dios” (Buenaventura); “Dios nos ha dado dos Sagradas Escrituras: el libro de la creación y la Biblia” (Tomás de Aquino). Y como la Palabra de Dios no puede contradecirse a sí misma, Tomás de Aquino llega a decir: “lo que se encuentra en el relato de la creación del Génesis, pero que es contradicho por razones sólidas, no puede ser presentado como sentido de la Sagrada Escritura”,
 

El famoso Galileo Galieli se refirió a este grandísimo libro de la creación en el que Dios nos habla, pero añadiendo que no puede ser entendido si primero no se aprende su lenguaje, el lenguaje de las matemáticas y de la ciencia. Tal es la importancia de la ciencia para un cristiano. Este libro de la naturaleza, cuya evolución, cuya escritura leemos de acuerdo con los diferentes enfoques de las ciencias, presupone la presencia fundamental del autor que en él ha querido revelarse. Esto significa que el mundo es como un libro ordenado, un cosmos. A pesar de algunos elementos caóticos y destructores que encontramos al estudiar la evolución de la materia y del mundo, no es menos cierto que la materia se puede leer, tiene una estructura, “una matemática ínsita”, dice Benedicto XVI, que añade: “por tanto, la mente humana no solo puede dedicarse a una cosmografía que estudia los fenómeno mensurables, sino también a una cosmología que discierne la lógica interna y visible del cosmos”.
 

En la naturaleza descubrimos un orden de correspondencias internas y de finalidades innegables: en el mundo inorgánico, entre micro y macroestruturas; en el mundo animal, entre estructura y función; en el mundo espiritual, entre el conocimiento de la verdad y la aspiración a la libertad. Gracias a las ciencias, hemos ampliado nuestra comprensión del lugar que la humanidad ocupa en el cosmos. Para el creyente, ellas pueden ser una buena ayuda para elevar la mente al Creador, “causa de todos los seres y de todo lo que llega a ser” (Tomás de Aquino).

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2
Ago
2012
Fe y progreso científico
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¿La materia es la prehistoria del espíritu o un momento de la historia del espíritu? Para el cristiano no hay ningún conflicto inevitable entre las afirmaciones de la fe y la comprensión científica del universo. La fe afirma que el mundo como un todo tiene su origen en el Logos, en la Razón, en el Sentido. Gracias a “la Palabra” surge un mundo ordenado y razonable. El presupuesto de la materia es el pensamiento, el Espíritu. Al analizar la evolución de la materia es posible fijarse en aspectos desconocidos y momentos caóticos, pero fundamentalmente, desde una perspectiva global, la ciencia es posible porque el mundo esta estructurado matemática y racionalmente. Porque la realidad está relacionada y tiene su propio orden autónomo, la ciencia puede descifrarla, descubrir sus leyes y hacer experimentos. Este mundo que la ciencia descubre, la fe lo entiende como lleno de sentido porque procede de una Palabra, de una Razón.
 

Por otra parte, gracias al progreso científico podemos cumplir mejor la voluntad de Dios. La revelación afirma que Dios dotó a una de sus criaturas de razón y le encomendó el dominio sobre las otras criaturas de la tierra. Con la aparición de un ser razonable, la creación alcanza una cumbre divina, porque Dios puede verse reflejado en esta criatura humana. La Razón se ve reflejada en la razón, la Palabra encuentra una palabra que le responda. Al encomendarle el dominio sobre todo lo creado, Dios hace al hombre su colaborador. Por eso no hay conflicto entre la providencia de Dios y la acción del ser humano. Gracias a la ciencia la labor que Dios encomienda al hombre se ha hecho hoy más factible que en el pasado, pues ella ayuda a proteger mejor la naturaleza, aumenta las expectativas de vida, permite luchar contra la enfermedad.
 

La ciencia debe estar siempre al servicio del hombre, de esta generación y de las futuras. Pero sin olvidar algo importante: no es posible poner en la ciencia una confianza incondicional pensando que ella puede resolverlo y explicarlo todo. No basta con descubrir la verdad contingente de las leyes de la naturaleza; hay que buscar la verdad última de las cosas. Además, una respuesta plena a las cuestiones fundamentales, como son las que atañen al sentido de la vida y de la muerte, sólo se encuentra en la revelación; más aún, la revelación, al recordar la dignidad inalienable de toda vida humana, fija unos límites a la ciencia: no todo lo que se puede hacer, se debe hacer.

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29
Jul
2012
El necesario encuentro de ciencia y religión
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Hoy, tanto por parte de algunos creyentes como de algunas personas impregnadas de la mentalidad científica que caracteriza a la actual sociedad, se corre el riesgo de disociar y separar la razón y la fe, la ciencia y la creencia. Si esto llegase a ocurrir se produciría, tanto en uno como en otro ámbito, una verdadera catástrofe. Razón y religión se necesitan mutuamente. Una fe sin razón es, no sólo indigna del ser humano, sino que se ve expuesta a cualquier desvarío; una razón sin fe corre el peligro de considerarse el criterio último de todo lo real y de convertirse en un peligro para el ser humano. Religión y razón aisladas la una de la otra se convierten en patológicas.
 

Una religión sin razón busca lo irracional, lo supersticioso y lo mágico; se convierte fácilmente en intransigente y beligerante, en manipuladora de las conciencias; rechaza todo lo que no coincide con su imaginario; ve milagros donde en realidad hay desconocimiento e ignorancia; confunde la imaginación y la fantasía con la voz de Dios; considera que la voluntad de Dios coincide con los más catastróficos acontecimientos, que identifica como justo castigo del pecado.
 

Por su parte, una razón sin religión carece de controles éticos y considera que se debe hacer todo lo que es posible hacer: clonación de seres humanos, producción de fetos con el propósito de utilizar sus órganos para la elaboración de productos farmacéuticos; sólo la guían intereses económicos o, lo que es peor, intereses políticos. No sólo existen patologías religiosas, existe también una ciencia insana que, en su límite, se torna una amenaza para la vida y puede conducir a la destrucción del ser humano.
 

La ciencia es muy útil; nos ayuda a comprendernos mejor y a comprender mejor el universo en el que vivimos; nos explica como funciona la realidad, pero no responde a las grandes preguntas por el sentido de la vida ni a la pregunta por lo que debemos o no debemos hacer. Ahora bien, una religión que no puede armonizarse con las certezas esenciales de la visión del mundo que ofrece la ciencia, se desvanece rápidamente y, a la postre, tampoco puede responder a la pregunta por el sentido.

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25
Jul
2012
La religión, ¿límite para la ciencia?
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Se acaban de publicar los resultados de una encuesta sobre la actitud de los ciudadanos ante la ciencia. Algunas cuestiones tienen que ver con la relación entre ciencia y religión. A la pregunta sobre si la religión debe o no poner límites a los avances científicos, la mayoría de los encuestados responde que no. Pero la verdadera cuestión no es si debe o no poner límites, sino si de hecho los pone. Y la respuesta es que, al menos desde el ámbito católico, no sólo no hay límites, sino que la religión es un estímulo para la investigación científica. Porque la fe católica entiende que Dios, en la creación, está diciendo una palabra fuerte al ser humano. Y la ciencia permite comprender el lenguaje de la creación. Esto significa que los avances científicos, en cierto modo, ayudan a entender mejor cuál es la voluntad de Dios.
 

La ética es un terreno distinto, aunque relacionado con lo religioso. La ética se refiere a lo que debemos hacer o no hacer. Ante la pregunta: ¿la ética debería o no poner límites a los avances científicos?, la diferencia entre el sí y el no, es poca, aunque gana el “no debería poner límites”. Aquí conviene hacer una distinción. La ética no debe impedir que los conocimientos científicos avancen, porque todo conocimiento, en principio, es una ayuda para el desarrollo humano. Otra cosa son las aplicaciones técnicas de esos conocimientos. En este sentido sí que debe haber unos límites, que responden a principios acordes con la dignidad humana: no se puede aceptar, por ejemplo, que haya experimentos con seres humanos, al estilo de lo que hacían algunos médicos nazis. O también: no todo lo posible es deseable. Es importante conocer la energía atómica o la neurobiología, pero no todas sus aplicaciones son buenas. Algunas son perjudiciales. Que sean perjudiciales, no debe ser obstáculo para conocerlas. Conocerlas, precisamente, para saber lo que no conviene hacer. Así, la ética, inspirada por la fe en Dios, se convierte en estímulo para el recto uso de la ciencia.
 

Finalmente, cuando se pregunta por la valoración que merecen algunos grupos en términos de su contribución al bienestar y al avance de la sociedad, “los religiosos” y los políticos están al final de la lista. Hay ahí un serio malentendido. Pues no podemos olvidar la interacción, la interpenetración, la relación mutua entre los distintos niveles del conocimiento y los diferentes grupos sociales. La política o la economía favorecen o impiden determinadas investigaciones científicas. Lo mismo ocurre con la religión. Por esto, me parece un error pensar que la religión (al menos la cristiana) no contribuye al bienestar de la humanidad. Contribuye de modo distinto a como lo hace la ciencia o la ecología, pero no más ni menos. Pues la religión favorece y apoya lo que contribuye a la mejora del ser humano en todos los terrenos: físico, espiritual, laboral, económico, social…

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22
Jul
2012
Víctimas de un mal que nos precede
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Ya en el primer versículo de la Biblia aparece el caos: “la tierra era caos, confusión y oscuridad”. Este caos es anterior a la obra creadora. Es algo con lo que Dios se encuentra. La Escritura no explica cómo aparece este caos, simplemente constata su existencia. Pero lo que sí deja claro es que Dios tiene poder sobre el caos y con su palabra puede transformarlo en cosmos, en un universo ordenado y bello. La contraposición, por tanto, no es entre Dios y el caos, como si fueran dos poderes opuestos, sino entre el caos y el cosmos, teniendo Dios poder sobre ambos.
 

Se podría poner este caos en paralelo con la serpiente que aparece antes del pecado del hombre. También ahí, el hombre se encuentra con que el mal ya está ahí antes de que él lo cometa. Y como sucedió con el caos, cuando Dios interviene es para poner orden, para dejar claro que la serpiente no tiene la última palabra, sino que la palabra definitiva es la palabra de salvación que Dios pronuncia: “pondré enemistad entre ti y la mujer”. Tampoco aquí la contraposición es entre Dios y la serpiente o Satanás, sino entre la serpiente y el ser humano, estando Dios por encima de ambos y dominando a los dos.
 

Resulta interesante notar estos “antecedentes”, que si bien no explican del todo el misterio del mal, sí dejan claro que lo caótico es un elemento con el que siempre hay que contar. Esto, si bien, no elimina la responsabilidad humana, sí que la hace menos grave. El hombre no sólo es responsable del mal, sino también víctima. El hombre no sólo es productor del caos, sino también su sufridor. En cambos casos, precisamente porque ni el mal ni el caos son constitutivos del hombre, es posible vencerlos si nos apoyamos en el poder de Dios. Más aún, este poder divino es el que mantiene el caos y el mal dentro de unos límites, para que sus poderes no resulten mortales.

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17
Jul
2012
Yo sé rezar, pero no sé orar
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Una vez alguien me dijo: “yo sé rezar, pero no sé orar”. Sin duda, los dos verbos, rezar y orar, pueden emplearse para decir exactamente lo mismo, pero en boca de la persona que hizo esta distinción, el verbo rezar quería decir algo así: recitar, leer, cantar o incluso meditar con textos preparados de antemano; identificaba el rezar con un recitado, individual o en grupo, de una serie de oraciones escritas de antemano. Por el contrario, con el verbo orar, distinguiéndolo del rezar y dándole, además, un sentido mucho más positivo, se quería significar algo así como tener un coloquio amistoso con Dios. Si interpreto bien la frase que me dijeron, entonces es claro: rezar, en el sentido de recitar una serie de oraciones, es fácil y todos sabemos hacerlo; tener un coloquio con Dios ya resulta un poco más complicado y muchos nos preguntamos cómo se puede dialogar con Dios y tratar de amores con él.

Esta distinción entre rezar y orar encuentra un paralelo interesante en una doble manera de entender la fe. Algunos piensan que tener fe es conocer una serie de dogmas y de verdades recogidas fundamentalmente en los catecismos. Pero hay otro modo, más apropiado de entender la fe: como encuentro personal del ser humano con el Dios que se revela en Jesucristo. Para saber el catecismo basta con estudiar un poco; encontrarse con Dios ya resulta más complicado, porque a Dios nunca le encontramos “cara a cara”, directamente, como nos encontramos con los amigos. También aquí podríamos decir: “yo me sé el catecismo, pero no conozco a Dios”.

Cuando el acento está puesto en el rezar como recitado, importan los ritos, el incienso, los vestidos bien puestos o los cirios bien colocados. Igualmente, cuando el acento está puesto en el creer como conocimiento de verdades, la fe se convierte en dogmatismo y se hace problema con las comas, los acentos, las palabras, las precisiones lingüísticas y la repetición de fórmulas pasadas. A algunos esto les deja satisfechos, pero es la satisfacción de los necios. Cuando de lo que se trata es de tener un coloquio amistoso con Dios, o de encontrarse con el Dios que en Jesús se revela y nos sale al encuentro por los caminos de la vida, las formas y las fórmulas importan poco. Sólo cuenta la persona. Entonces uno se da cuenta de lo difícil que es orar y creer. Pero esta dificultad, lejos de desanimarle, excita su deseo de un encuentro más pleno. Y en la dificultad misma se encuentra con aquel al que busca.

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15
Jul
2012
Pero, esta gente ¿qué quiere?
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Es posible que algunos recuerden algo que cantaba María del Mar Bonet: que volen aquesta gent, que truquen de matinada? (=¿qué quiere, qué pretende esta gente que llaman de madrugada?). La canción alude a un hecho real: allá por los años sesenta la policía fue a detener a un estudiante madrileño como enemigo del régimen y el joven acabo tirándose por la ventana (según la versión oficial, que a lo peor hasta es la buena, porque debieron ponerle en una situación desesperada). Pienso que esta pregunta: “¿pero qué pretende esta gente?”, podríamos hacérnosla a propósito de algún integrista católico que tiene capacidad de hacerse leer y oír. Lo malo de algunos de estos personajes es que dan miedo por su beligerancia, por sus obsesiones, por sus permanentes acusaciones, y porque buscan convertir a los superiores eclesiásticos de aquellos con los que no están de acuerdo en inquisidores que los castiguen y desautoricen públicamente. Sólo así parecen sentirse contentos.

Por desgracia, todavía quedan personas que, dentro y fuera, entienden que esa es la función de la autoridad en la Iglesia. Pero, según el Nuevo Testamento, la autoridad en las comunidades cristianas se entiende como un servicio fraterno. Y la Iglesia se autocalifica de madre y no de inquisidora. Y si tiene que decir una palabra de desacuerdo lo hace desde la comprensión, la acogida y el perdón. Las actitudes beligerantes no conducen más que a rupturas indeseables. La actitud adecuada en nuestras comunidades es la del diálogo fraterno, que no excluye el desacuerdo. El estar continuamente levantando el dedo acusador buscando defender una supuesta ortodoxia, no parece muy evangélico. La verdad sólo se defiende por la fuerza de la misma verdad, que penetra dulce y suavemente en las inteligencias y en los espíritus. Como dijo hace ya cincuenta años un gran Papa, se consigue más con la medicina de la misericordia que con el palo del castigo. Porque la verdad sin amor deja de ser verdad para convertirse en fanatismo. Dicho de otra forma: se logra más argumentando e iluminando las inteligencias que acusando, amenazando y rechazando.

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12
Jul
2012
En el primer puesto no estaba la mujer
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Es curioso: algunos piensan que Jesús llamó a un grupo de varones para que lo siguieran. Y no se sabe muy bien cómo, en la Iglesia posterior, los seguidores visibles y públicos de Jesús fueron mayoritariamente mujeres. En la vida religiosa y consagrada, que tiene las puertas abiertas para varones y mujeres, ellas siempre han sido mayoría; y, en sus comunidades, ejercen su propio autogobierno. En realidad, ellas estaban con Jesús desde el principio. Jesús llamó a mujeres lo mismo que a varones para seguirle. Y no está claro, por los datos evangélicos, quién tenía mayoría en el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús. Cuando el evangelista Lucas da números, en el capítulo 8, versículos 1 al 3 de su evangelio, dice que los varones eran doce, pero cuando se trata de decir cuantas eran las mujeres que “acompañaban” (o sea, convivían con él) a Jesús, tras dar algunos nombres, deja bien claro que había “otras muchas”. Puestos a ponerle humor al asunto, podríamos decir que había tantas que prefiere no dar los nombres para no dejar en mal lugar a los varones.

Si en el principio estaba la mujer, no siempre en la Iglesia las mujeres han ocupado los primeros puestos. Es sabido que los primeros puestos del Reino los ocuparán aquellos que en este mundo han ocupado los últimos lugares. A este lugar de servicio humilde estamos llamados todos los seguidores de Jesús, mujeres y varones. Cuando digo que no siempre en la Iglesia las mujeres han ocupado los primeros puestos, quiero decir que no siempre su relevancia eclesial se ha correspondido con la relevancia que les otorga Jesús de Nazaret. Hoy, gracias a la presión social y cultural, las cosas están cambiando. Pero todavía quedan muchos pasos que se pueden y se deben dar.

La presencia de “la parte femenina” en la vida de la Iglesia es necesaria para encontrar el equilibrio en aquellos lugares acechados por la tentación de escorarse hacia la fuerza y la autoridad. Y para que la Iglesia sea cada vez más eso que su nombre indica: asamblea, convocación, espacio de acogida, con puentes en lugar de barreras, lugar de diálogo y encuentro, casa en la que todos caben y son recibidos no según criterios legales, sino según criterios maternales.

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9
Jul
2012
En el principio estaba la mujer
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La mujer está en todos los principios importantes de la historia de la salvación. Está presente en la creación, hasta el punto de que, sólo cuando ella aparece, la obra creadora de Dios alcanza su perfección. Si la creación es obra de “la Palabra”, que desde el principio estaba en Dios, sólo cuando aparece un animal que habla puede decirse que la Palabra creadora ha logrado dejar su huella propia en la creación. Pero esta “criatura de la Palabra”, que es el ser humano, no puede ejercer su capacidad hablante mientras no encuentra un interlocutor que esté a su nivel. Por eso, un hombre sólo no es una buena creación, tal como reconoce el mismo Dios. Sólo la presencia de la mujer hace posible la palabra y con ella culmina la creación. Ante su presencia, el varón dice una palabra de admiración y agradecimiento. Esa es la primera palabra de la historia de la salvación: admiración y agradecimiento por la mujer.

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, la Palabra se hizo carne. Pero para que la Palabra que desde el principio estaba en Dios y por medio de la cual todo se hizo, pueda hacerse carne y entrar en el mundo de los humanos, se requiere de nuevo la presencia de la mujer que, íntimamente penetrada por la Palabra, puede acogerla y entregarla al mundo. Rechazada por el mundo, la Palabra es rehabilitada por Dios mismo. ¿Y quienes son las primeras que cobran conciencia de esta rehabilitación divina de la Palabra y anuncian al mundo tan buena nueva? Las mujeres. Ellas las primeras testigos de la resurrección de Jesucristo. A ellas se les aparece primero Jesús resucitado. Según Tomás de Aquino el motivo de esta primacía es porque ellas estaban mejor preparadas que los varones para entender la maravilla de la vida.

Este post tiene una continuación, pero por lo dicho ya queda clara una primera cosa: sin la mujer no hay historia de salvación. Sin el elemento femenino (elemento compartido por unas y por otros) no hay salvación para una historia en la que la fuerza, la competencia y el poder, hacen imposible la ternura, el compartir y el dialogar.

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