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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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13
Sep
2012
Eclesiología lunar
9 comentarios

Las imágenes del sol y la luna han sido empleadas por teólogos y pintores para designar bien a Cristo y María, bien a Cristo y la Iglesia. Me quedo con la última comparación. Del mismo modo que la luna recibe toda su luz del sol y la irradia durante la noche, la misión de la Iglesia consiste en irradiar la luz de Cristo en la noche del mundo de los hombres, y así hacer posible la esperanza. La Iglesia no existe en función de sí misma, sino en función de Cristo, de la que recibe todo lo que es y tiene, y en función del mundo al que debe servir mediante el testimonio del Evangelio. En este sentido es bueno recordar que las palabras con las que comienza la constitución “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, no se refieren a la Iglesia, sino a Cristo: “Cristo es la luz de los pueblos”.

No es extraño, por tanto, que alguien de la categoría de Walter Kasper, haya hablado de la necesidad urgente de una “eclesiología lunar”, según la cual la Iglesia se contente con su papel de luna, sin pretender ser el sol. Según esto la Iglesia solo es digna de fe, no cuando habla de sí misma, no cuando defiende sus intereses, sino cuando habla del Dios revelado en Jesucristo y defiende los intereses de este Dios con modos que sean coherentes con el modo como Dios actuaba en Cristo: “cuando le insultaban no devolvía el insulto, en su pasión no profería amenazas, al contrario, respondía con una bendición”.

Resulta pertinente la pregunta de si nuestros contemporáneos perciben así a la Iglesia o, si más bien, ven en ella a una institución demasiado preocupada por sí misma. Cuando hoy se dice que la Iglesia está en crisis, se piensa en problemas intraeclesiales, demasiado frecuentes en los últimos tiempos, en luchas de poder o en la conservación de supuestos o reales privilegios. Pero el verdadero desafío con el que hoy debemos enfrentarnos los cristianos no son esos problemas domésticos, sino la búsqueda de una mejor vida evangélica y anunciar al Dios de Jesús de forma inteligible.

Soy bien consciente de que el dilema “Jesús sí – Iglesia no” es un falso dilema (no sé si superado). Pero la falsedad del dilema no es la verdadera cuestión; lo que a mí me preocupa es que se haya podido llegar a formular un dilema como este, porque es un síntoma de lo que algunos (muchos o pocos, eso es lo de menos) han visto y han sentido.

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9
Sep
2012
El virus maligno de las religiones
4 comentarios

Las religiones han sacado lo mejor de muchas personas. Desgraciadamente también han producido fanáticos. Las noticias que frecuentemente nos llegan sobre ataques a edificios de culto, en los que se rezaba pacíficamente, por parte de grupos que también apelan a Dios, son una buena muestra de ello. Sin llegar a tales extremos, en boca o pluma de algunas personas aparecen, en ocasiones y a propósito de temas religiosos, descalificaciones personales y hasta enfrentamientos verbales poco ejemplares. ¿Cómo se puede llegar ahí en nombre de la religión? ¿No se descalifica a sí misma toda convicción religiosa defendida violentamente? En este sentido, el ecumenismo, que tanto molesta a algunos descalificadores, señala el camino válido para defender la propia religión, a saber, el diálogo que no busca imponer nada y trata de comprender mucho. Porque una religión que no crea puentes de encuentro con toda persona, ya que ellas son la mejor imagen de Dios, se aleja de lo divino en nombre de una falsa concepción de la divinidad.

¿Será que las religiones contienen un virus necesario para que pueda darse la santidad, pero que puede producir efectos no deseados que conducen a la intransigencia? Así como la condición para llegar a ser es la finitud (si Dios crea no puede crear otro dios, debe crear seres finitos e imperfectos con relación a él), pero la finitud limita y termina conduciendo a la muerte, tras hacernos pasar por el sufrimiento; o del mismo modo que la sexualidad es condición para que la especie se reproduzca, e integrada en el amor es humanizadora, pero puede vivirse de forma desordenada y conducir en ocasiones a la muerte; así la religión es necesaria para que el ser humano se encuentre conscientemente con Dios, pero puede también ser fuente de separación y, lo que es peor, de odio. La religión, bien vivida y entendida, produce un gran entusiasmo. Pero el entusiasmo (en el caso del forofismo deportivo es claro), sin el control de la razón, conduce al exclusivismo, con el peligro que conlleva de no ver nada bueno en el otro o de desear su mal. Las patologías de lo religioso (que preocupan a un teólogo como Joseph Ratzinger) aparecen cuando se expulsa a la razón de la fe.

La verdad no se impone a base de descalificaciones, sino sólo por la fuerza de la misma verdad. Una verdad sin amor se corrompe. Y la razón es un elemento esencial de toda fe sana y auténtica. Pues el poder de convicción de una verdad no descansa tanto en la energía del defensor (como un publicista que, con su estrategia agresiva, sostiene la inutilidad de su producto) cuanto en el poder de la verdad.

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5
Sep
2012
El punto de vista de lo que será
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Concentrar la mirada en el presente, o en lo que aparentemente se ve, sin tener en cuenta que debajo de lo que aparece puede haber aspectos desconocidos que apuntan a algo mejor, conduce a condenas precipitadas que nos alejan de los demás. Esta reflexión me ha venido a la mente leyendo unos textos de Martín Lutero sobre cómo Dios se manifiesta: “bajo lo contrario” de lo que la razón espontáneamente piensa. Se revela en la cruz y no en la gloria, en la pobreza y no en la riqueza, en la debilidad y no en el poder. Añade Lutero que mientras los filósofos concentran la mirada en las cosas tal como se presentan, el Apóstol Pablo mira las cosas “desde el punto de vista de lo que ellas serán”, y por eso habla de “la espera de la creación”. De modo, dice Lutero, “que apenas se percata el ánimo de que la creación espera, no vuelve ya su interés a las realidades creadas mismas, sino a aquello que la creación espera, y sólo esto busca saber”.

Estas palabras, por una parte, nos recuerdan la importancia de la escatología, de lo que ahora no tenemos, pero esperamos tener. Pero no sólo lo esperamos, sino que en la fe ya lo poseemos de forma anticipada, hasta el punto de que este poseer anticipado es el que nos mantiene en pié en medio de las dificultades y decepciones del momento presente. El futuro que aguardamos, y que tenemos la certeza de alcanzar, nos permite relativizar tantas desgracias que hoy nos acosan. Si sólo nos fijamos en ellas, la vida se hace insoportable.

Esta mirada de la fe, tiene también repercusiones en el modo de juzgar a las personas. A veces sólo nos fijamos en lo malo que hay en ellas, en sus pecados, su heterodoxia, sus protestas, su malestar. ¿Qué hay debajo de todo ello? Sería bueno descubrirlo y encontrar así puentes para acercarnos a ellas con simpatía y, desde este acercamiento, ayudarles a ellas y ayudarnos a nosotros. Porque en la protesta, la heterodoxia y el malestar del otro, lo que muchas veces hay es la contrapartida de tanto bienestar, exageración, intransigencia, descalificación e incomprensión por parte nuestra.

Ver a las personas “desde el punto de vista de lo que ellas serán”, para emplear la expresión de Lutero, puede ser un camino para nuestra propia conversión y un modo de vivir el amor evangélico. Eso no significa ninguna aprobación de lo que no podemos aprobar, pero es un modo de no condenar demasiado fácilmente y de ver la realidad como amada por Dios, sea cual sea su apariencia.

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2
Sep
2012
Figura controvertida y necesaria
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No pretendo añadir ningún elogio a los muchos que se han vertido sobre la figura del Cardenal Martini, ni tampoco subrayar alguna de sus posiciones sobre temas controvertidos y sensibles en los ambientes católicos. No cabe duda de que Carlo María Martini ha sido una de las figuras más destacadas de la Iglesia en el último cuarto de siglo. Este es un dato objetivo. El propio Papa ha tenido palabras elogiosas con este querido hermano que ha servido fielmente al Evangelio y a la Iglesia. El Pueblo de Dios, con su sentido de la fe, ha reconocido la valía de este pastor bueno al desfilar devotamente ante la capilla ardiente.

Como ocurre con todas las grandes personalidades, las reacciones encontradas que suscitó en vida se han repetido con motivo de su muerte. Estas reacciones denotan, en primer lugar, el talante y la mentalidad del que se posiciona ante al Cardenal de una u otra forma. Pero son también prueba de que sus posiciones no dejaban a nadie indiferente. Posiciones que él siempre expresaba con elegancia y respeto, como suele ser propio de personas sabias e inteligentes. Personas así son muy necesarias, aunque sólo sea para dejar claro que la Iglesia no es una fortaleza monolítica, sino un espacio en el que el pensamiento es bien venido, y muy necesario; un espacio donde hay libertad de palabra y donde no se confunde la ortodoxia con la más rancia doctrina. En la Iglesia se puede estar en desacuerdo en muchas cosas, sin que eso suponga romper la comunión en la misma fe y en el mismo amor.

El Cardenal Martini era un soñador: “sueño con una Europa del espíritu”. Soñaba con una sociedad nueva. Para ello quería una Iglesia más evangélica, más pobre, cercana, dialogante, acogedora, capaz de ser impulso y motor del cambio. Espíritus como el de Carlo María Martini representan una buena línea de “ser Iglesia” y de ser cristiano. Por sus tomas de postura proféticas y sapienciales, por su amor a la Sagrada Escritura, por su capacidad de comprender y de dialogar con la cultura.

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30
Ago
2012
Nuevo curso
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En septiembre muchas cosas se reinician; o mejor, continúan: los cursos escolares en sus diferentes niveles, las actividades en parroquias y movimientos eclesiales, las programaciones de televisión y de otros espectáculos. ¿Se puede esperar algo nuevo? Seguramente tendremos más de lo mismo. Pero hay algunas realidades que, aunque parezcan repetitivas, se pueden vivir con un espíritu renovado. Y ahí es dónde empieza a tener interés lo del nuevo curso. San Pablo comparaba la vida cristiana con una carrera. Una carrera en la que todos pueden ganar, y en la que el premio es la meta misma: conocer a Cristo y el poder de su resurrección (Flp 3,10-16). En las carreras de larga distancia es necesario que haya etapas. Esta imagen, carrera con etapas, resulta oportuna ahora que comenzamos un nuevo curso.

La imagen de la carrera con etapas de algún modo indica que seguimos por un camino ya trazado. Cierto, algunos caminos más valdría que los dejásemos. Lo que nos espera a nivel social y económico no parece muy deseable. Los pronósticos de más paro, más restricciones, más impuestos, más recortes, aparte de injustos, no son necesarios. El euro no tiene problemas y no va a desaparecer; los que tienen problemas son las clases populares. Pero hay otros caminos que sí vale la pena continuar. Los caminos del evangelio, evidentemente: “desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos en la misma dirección” (Flp 3,16). Para los creyentes, la imagen de la carrera con etapas resulta alentadora. Si en algún momento el cansancio puede con nosotros, el camino sigue esperándonos y la carrera continúa.

Un nuevo curso no es, por sí mismo, garantía de nada. Es una fecha más en el calendario. Pero puede ser un buen momento para cobrar nuevos ánimos y reemprender las tareas con más bríos o con más calma. Cada uno sabrá dónde tiene que poner el acento. A lo mejor en las dos cosas. Brío tiene que ver con espíritu y con ganas. Calma con paz y tranquilidad. Para que las ganas no se conviertan en desgana ante la primera equivocación o desencanto, convendría combinar el brío con la calma, las ganas con la tranquilidad, el espíritu con la paz.

Aprovecho para recordar que, a nivel eclesial, en este nuevo curso, nos encontraremos con dos etapas, dos acontecimientos que no convendría que pasasen desapercibidos: las celebraciones del “año de la fe” y del cincuenta aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. Más adelante dedicaré algún post a estos acontecimientos.

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26
Ago
2012
Juicios teológicos
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Hay dos modos de hacer teología. Uno, espontáneo, que todos hacemos cuando nos preguntamos qué pretende decir la Palabra de Dios que escuchamos en la liturgia, o cómo juzgar cristianamente un determinado acontecimiento. La fe plantea preguntas, pide acogida y se vive en circunstancias concretas. En este sentido todos los creyentes que preguntamos, acogemos y vivimos la fe, hacemos teología. Hay otro modo de hacer teología, más sistemático, más científico, con método, propio de los estudiosos, de aquellos que buscan los nexos recíprocos entre los diferentes aspectos de la fe, y el significado de los mismos. Esta tarea de los teólogos sirve para que la Iglesia y los fieles profundicen en la fe y la comprendan mejor; sirve para responder inteligentemente ante las dificultades que a la fe le presenta la cultura ambiental y, por tanto, para exponer con mayor pureza el mensaje cristiano.

Ocurre, a veces, que la tarea teológica, absolutamente necesaria en la Iglesia, utiliza un instrumental que no todos pueden comprender. Y suele ser grande la tentación de rechazar o de menospreciar aquello que no se comprende o no se conoce. Este rechazo aparece en frases de este estilo: “yo no necesito leer a este autor para saber que es un hereje”. Evidentemente, para ser un buen cristiano no se necesita leer a un determinado teólogo, pero para juzgar su teología sí. Ahora bien, un buen acercamiento a una determinada teología no puede consistir en rastrear errores o buscar herejías. Como muy bien dijo recientemente un conocido teólogo en la introducción de su cristología “cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial sin la cual no hay comprensión posible”.

Dicho de otro modo: para acercarse a una determinada propuesta teológica se requiere, en primer lugar, comprender lo que dice el autor. Y luego hacerlo desde una empatía crítica. Empatía para acercase sin prejuicios, comprender los diagnósticos que el autor hace, así como la propuesta teológica que formula y los matices que enfatiza; y todo ello con el sano propósito de enriquecer el propio pensamiento. Pero esta empatía debe ser también crítica. Esto significa capacidad de evaluar por sí mismo la validez de lo propuesto. Nadie debe juzgar lo que no comprende. Muchas veces comprender requiere tiempo, paciencia, esfuerzo, ascesis. No sería bueno que la teología se convirtiera en entretenimiento o en religión-espectáculo.

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23
Ago
2012
Violaciones ¿legítimas?
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En el contexto de la campaña electoral norteamericana, ha hecho mucho ruido una expresión del candidato a senador Todd Akin, miembro del Tea Party: “violaciones legítimas”. No me interesan las repercusiones políticas de las declaraciones de Todd Akin, ni tampoco las disculpas posteriores, sino el trasfondo ideológico (desgraciadamente frecuente y plagado de hipocresía) que parecen implicar. Estas han sido sus palabras: “Es muy infrecuente que una violación acabe en embarazo, porque si se trata de una violación legítima, el cuerpo de la mujer tiene maneras de cerrarse”.
 

Esta declaración, en una primera lectura, no acaba de entenderse bien. Cobra sentido si se entiende de este modo: hay violaciones forzadas y hay relaciones sexuales consentidas (que el congresista llama “violación legítima”). En las primeras, es difícil que se produzca un embarazo; en las segundas (las consentidas o “legítimas”) hay muchos modos de evitarlo. Si interpreto bien, resulta que aquí lo que menos importa es la violación o las relaciones consentidas (por cierto, me pregunto cómo esos señores del Tea Party, que se las suelen dar de muy cristianos, dan como “legítima” una relación así); aquí lo que importa es utilizar un caso extremo (uso del sexo sin intención de procrear, pero teniendo como resultado un embarazo) para manifestar la oposición al aborto. Pero, ¿no quedaría mejor justificada esta oposición dejando primero claro que una violación debe ser perseguida y penada? Para que se dé una violación (y toda violación es forzada y no querida por parte de la mujer) alguien utiliza la fuerza bruta (en sus distintas variantes). Hay, por tanto, un culpable y una víctima. ¿Por qué el candidato a senador no pone el acento en esto, en el culpable que merece ser castigado y en la víctima que merece ser protegida?
 

Cierto, algunas acciones no queridas tienen repercusiones que pueden obligar a asumir responsabilidades no buscadas. Es el caso de la mujer embarazada por una violación. Si queremos dejar claro que de pronto ella se ha convertido en responsable de una vida ajena que tiene unos derechos, el primero el derecho a la vida, tenemos que solidarizarnos con la persona que se ha encontrado con una responsabilidad no deseada. Estar a favor de la vida no es solo decir que se está en contra del aborto, resultado de una violación legítima o ilegítima (para emplear las desacertadas palabras del congresista), sino decir antes que se van a proponer soluciones políticas en una doble línea: hacer cada vez más difícil el delito de violación y favorecer medios para que toda la sociedad comparta la responsabilidad con la que se ha encontrado la víctima del delito.

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21
Ago
2012
Dios habla en los acontecimientos históricos
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En un post anterior dijimos que el libro de la naturaleza es “Palabra de Dios”. A propósito de este libro de la naturaleza se plantea un problema similar al que se plantea con el libro de la Sagrada Escritura. Ambos son Palabra de Dios, pero ambos requieren exégesis, interpretación. El libro de la naturaleza puede decir una cosa y su contraria. Algo similar podríamos decir a propósito no de un tercer libro, pero sí de un lugar en el que Dios también manifiesta su voluntad y está diciendo algo a los seres humanos. De este lugar habló el Concilio Vaticano II: en los acontecimientos históricos, en los signos de los tiempos, leídos a la luz del Evangelio, el creyente está llamado a discernir la voluntad de Dios. De forma espontánea, en algunas prácticas pastorales, se suele decir a niveles individuales: pregúntate que quiere decirte Dios en este acontecimiento.
 

Lo que vale a nivel individual, vale también a nivel colectivo y eclesial. A nivel individual, cuando hablamos de signos de los tiempos, podemos pensar en aquellos acontecimientos concretos y puntuales que resultan decisivos para la propia vida. Pero en lo que se refiere al conjunto de la comunidad eclesial, debemos valorar como signos de los tiempos aquellos acontecimientos históricos que logran alcanzar un consenso universal y que, tanto al creyente como al no creyente, le plantean una pregunta. Estos acontecimientos manifiestan unas líneas de fondo y suscitan unos anhelos colectivos. En esta línea parece que se mueve el Vaticano II. Las ansias de libertad o de justicia, la mayor conciencia de la dignidad de la persona, la valorización de la conciencia individual, en todas estas experiencias es posible ver la mano de Dios.
 

Estos signos y anhelos (abolición de toda discriminación, deseo de más democracia en asuntos que conciernen a todos, promoción de la mujer), plantean preguntas a la Iglesia. A pesar de la persistencia de algunas respuestas, hay preguntas que vuelven a plantearse una y otra vez. ¿Qué significa esto? ¿Qué la respuesta no convence por muy repetida que esté, o que los oyentes tenemos mala voluntad y malas entendederas? Cuando se trata de aplicaciones comunitarias o eclesiales, la interpretación de los signos de los tiempos no puede hacerse de forma individual. No podemos, por tanto, pretender que nuestra lectura es la mejor o la que más se aproxima a la voluntad de Dios. Aquí, como en otras muchas cosas, el diálogo, la escucha y la acogida, ayudan a mejorar nuestra percepción de la acción del Espíritu en los acontecimientos de la historia.

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16
Ago
2012
Tomás de Aquino y asaltos a los supermercados
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Este caluroso agosto nos ha deparado la noticia de los asaltos a algunos supermercados de Andalucía, alentados por el alcalde de Marinaleda. Una consecuencia menor, pero significativa, ha sido la apelación que algunos han hecho a Tomás de Aquino, sino para justificar lo ocurrido, al menos para iluminarlo desde una buena moral. En efecto, Sto. Tomás se plantea la cuestión de si es lícito robar en caso de necesidad. Responde que robar nunca es lícito, pero que en caso de necesidad sí es lícito tomar lo que otro le sobra porque, en este caso, se han traspasado los límites del derecho de propiedad. Esta doctrina encuentra una buena ratificación en el Magisterio de la Iglesia: los bienes de la tierra están originariamente destinados a todos; por tanto, cuando estos bienes no llegan a todos, no se cumple la voluntad de Dios.
 

Ahora bien, cuando pasamos del plano de los principios a las aplicaciones concretas, pueden darse circunstancias que dificultan la valoración moral. Que el asunto que motiva este post es poliédrico lo denota el que varios bancos de alimentos se han negado a aceptar la mercancía que les ofrecían. O que otras personas, sin ninguna necesidad, han sustraído alimentos de las tiendas acogiéndose al supuesto “derecho” de que gozan el alcalde o los sindicalistas. Todo eso no impide que un cristiano sea muy sensible ante algunas situaciones que indignan a muchos ciudadanos, aunque no todos reaccionen igual. Hay una impresión generalizada de que los más pobres son los que pagan las consecuencias de la penosa situación social y económica y de que los grandes culpables no han sido castigados. Y sobre todo, de que no han devuelto lo defraudado o robado. No parece muy elegante que haya dinero para rescatar a los bancos que han pretendido enriquecerse de forma poco ética y, sin embargo, no haya dinero para necesidades básicas como sanidad, educación y ayuda a personas necesitadas. Me pregunto a quién se rescata cuando se rescata a un banco.
 

Más aún, pedir que se entreguen alimentos a punto de caducar a instituciones asistenciales es un gesto que merece el apoyo de las personas de bien. Un gesto, eso exactamente. Los gestos arreglan poco, pero pueden decir mucho. A los políticos les toca hacer algo más que gestos, les toca tomar decisiones y dar pasos a favor de las personas. Como el anunciado pequeño paso de prolongar la ayuda de 400 euros a los parados que han agotado otras prestaciones.

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12
Ago
2012
Asunción: fiesta de la Virgen muerta
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Lo de la Virgen muerta es otra perspectiva. Más realista. Porque el único modo de subir al Padre es por medio de la muerte. Ocurrió con Jesús de Nazaret. Ocurrió con su madre. Ha ocurrido con los que nos ha precedido en el signo de la fe. Y ocurrirá con cada uno de nosotros. Al celebrar la asunción de la Virgen, resulta oportuno recordar lo que decía el Vaticano II: que María es el tipo y ejemplar más acabado de toda vida cristiana. La fiesta de la Asunción puede entenderse desde un doble enfoque: con ella ocurre algo único o con ella acontece aquello a lo que todos estamos destinados. Hay un verso de la liturgia castellana de las primeras vísperas de la fiesta que sintetiza el logro de nuestra esperanza, realizada en María: “¡Dichosa la muerte / que tal vida os causa! / ¡Dichosa la suerte / final de quien ama!”.
 

La muerte es el paso a la vida y para aquellos que viven unidos a Cristo (y viven unidos a Cristo, aunque no lo sepan, aquellos que aman) su suerte es dichosa, su destino es feliz, su meta es la vida que no acaba. La fiesta de la Asunción orienta hacia un aspecto fundamental de la escatología cristiana: la salvación integra todas las dimensiones de lo humano. Si no fuera así, si algo nos faltase, nuestra felicidad sería incompleta. Lo que acontece en María, estar unida a Cristo glorioso con toda su realidad, es el buen modo de estar al que todos estamos llamados. Este buen modo de estar en la gloria celestial implica necesariamente dejar esta morada terrena. Una morada en la que nos sentimos a gusto, pero que, debido a nuestra finitud y limitación, tiene un término, un final. Este final es la muerte. Pues bien, la esperanza cristiana, a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, afirma que hay un modo de vivir y de morir que no desemboca en el vacío, sino en la gloria del cielo.
 

La fiesta de la Asunción, que es también la fiesta de la virgen muerta (tal como recuerdan muchas representaciones iconográficas de los países mediterráneos), es la celebración de una muerte que, a la luz de Cristo, puede ser dichosa: “¡Dichosa la muerte, que tal vida os causa!”, Para los creyentes, hay una muerte que no es muerte: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrena, se nos prepara en el cielo una mansión eterna”, dice uno de los prefacios de la liturgia eucarística. Lo que afirmamos de María es lo que Dios prepara para todos. Nosotros nos alegramos, en la fiesta de la Asunción, de verlo realizado en una de nuestra raza.

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