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Dic2012Creencias e ideología
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En el dominio de la política y de la religión muchas personas creen fácilmente aquello que ratifica su ideología, aunque resulte poco verosímil; y consideran falso lo que parece ir en contra de su ideología, aunque tenga muchos visos de verosimilitud. Como además circulan por internet todo tipo de falsedades presentadas como grandes verdades para uso de los ya convencidos, resulta más fácil convencerse de lo que quiere uno convencerse. A este tipo de informaciones se las conoce como “hoaxes”. Durante un tiempo, distintas personas me enviaron un correo para que protestase contra la difusión de una película insultante sobre Jesucristo, titulada Corpus Christi que, supuestamente, siempre estaba a punto de ser estrenada, haciéndome notar que “con Mahoma no se atreverían a hacer una cosa así”. Esta película no existe, y hace ya dos años se lo indiqué a una amiga, que reconoció que otros también se lo habían dicho. Aún así, esta amiga (un tanto olvidadiza) me ha vuelto a enviar el panfleto para que proteste contra un insulto no existente.
Cuando salieron a la luz los casos de delitos de pederastia cometidos por clérigos, una persona muy católica, sorprendida por haber leído tales noticias en medios que le resultaban creíbles, me dijo que no debía ser cierto lo que se contaba y, mucho menos, si estos abusos se debían a Obispos. La cosa era tan seria que la consideraba falsa. Son ejemplos de cómo la ideología condiciona nuestra visión de la realidad. El deporte, la política y la religión son los lugares más propicios para este condicionamiento. En el deporte, la cosa puede no tener mayor importancia; no así en política o religión. En cuestiones religiosas, a veces, hasta que el asunto no resulta tan evidente que hasta el propio interesado se ve obligado a aceptarlo, los “devotos” del personaje sólo ven persecución de los enemigos de la Iglesia.
En estos días de Navidad, primero la prensa gallega y luego la nacional, ha contado el caso de unas monjas que, con la aprobación del párroco, imparten a los niños de un pueblo llamado Zas, unas catequesis cuando menos discutibles y, probablemente, rechazables, si la cosa es tal como la cuentan los niños. No sería bueno que los silencios o las tomas de partido sobre el caso tuvieran motivos ideológicos. Una investigación imparcial, limpia, clara, objetiva, sería lo mejor para todos. Cierto, los niños a veces exageran, pero en lo que cuentan que dicen me resulta difícil reconocer mi fe católica. La prudencia, sobre este y otros asuntos, debe ir unida al sentido crítico y a la buena información. Cuando hay una denuncia seria hay que ser cautos con las apariencias. Ni el vestido ni las palabras piadosas son garantía de verdad.