18
Nov
2006Nov
Tensiones inevitables
4 comentariosLa celebración del día de la Iglesia diocesana invita a una pequeña reflexión eclesial. Hoy no es fácil pronunciarse sobre la Iglesia. Para unos, hacerlo en tono que no sea de crítica, es signo de ser un reaccionario. Por otra parte, abundan los que barruntan la destrucción de la Iglesia con sólo poner en tela de juicio cualquier declaración que sale de la boca papal o episcopal.
Si la Iglesia fuera un partido político de esos en los que sólo hay permiso para aplaudir y no para hablar (pues para hablar ya se basta el jefe ¡o la jefa!), entonces habríamos conseguido una versión modernizada y sacralizada de la “pax romana” (la que imponía el Imperio tras sojuzgar y aterrorizar a los pueblos conquistados). Ahora bien, si la Iglesia es una comunidad fraterna y en ella podemos vivir en libertad y expresarnos sin temor, entonces surgirán inevitablemente tensiones buenas y fructíferas, que contribuyen a buscar la verdad, a ver los diferentes aspectos de la misma, a enriquecer el punto de vista propio con el punto de vista ajeno. En la Iglesia las diferencias no separan ni son motivo de condenación. Son signos de riqueza.
No hay que confundir la tensión con la discordia que degenera en banderías, como las que había en la Iglesia de Corinto: unos de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro (cf. 1 Cor 1,11-12). La tensión mantiene la unidad. Unido a Pedro estaba Pablo, aunque no siempre le aplaudiera: “me enfrenté con Pedro porque era censurable” (Gal 2,11). Hay una crítica fraterna, en la prolongación de las actitudes proféticas, que puede crear tensión, pero que no debe faltar nunca en la Iglesia. Porque si faltase sería un síntoma de conformismo enfermizo y de desinterés por lo verdadero y lo justo.
Si la Iglesia fuera un partido político de esos en los que sólo hay permiso para aplaudir y no para hablar (pues para hablar ya se basta el jefe ¡o la jefa!), entonces habríamos conseguido una versión modernizada y sacralizada de la “pax romana” (la que imponía el Imperio tras sojuzgar y aterrorizar a los pueblos conquistados). Ahora bien, si la Iglesia es una comunidad fraterna y en ella podemos vivir en libertad y expresarnos sin temor, entonces surgirán inevitablemente tensiones buenas y fructíferas, que contribuyen a buscar la verdad, a ver los diferentes aspectos de la misma, a enriquecer el punto de vista propio con el punto de vista ajeno. En la Iglesia las diferencias no separan ni son motivo de condenación. Son signos de riqueza.
No hay que confundir la tensión con la discordia que degenera en banderías, como las que había en la Iglesia de Corinto: unos de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro (cf. 1 Cor 1,11-12). La tensión mantiene la unidad. Unido a Pedro estaba Pablo, aunque no siempre le aplaudiera: “me enfrenté con Pedro porque era censurable” (Gal 2,11). Hay una crítica fraterna, en la prolongación de las actitudes proféticas, que puede crear tensión, pero que no debe faltar nunca en la Iglesia. Porque si faltase sería un síntoma de conformismo enfermizo y de desinterés por lo verdadero y lo justo.