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Ago2024Asunción: María y nosotros
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Ago
Aunque el dogma de la Asunción fue proclamado solemnemente por Pío XII en el año 1950, se trata de una de las fiestas marianas más antiguas. El dogma proclama que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma. O, dicho de otra manera: que María supero la muerte y fue recibida en el cielo con toda su realidad. Supongo que no hace falta aclarar que con el término cielo no nos referimos a un lugar concreto del universo. Cielo es una metáfora, una imagen de algo difícil de definir con nuestras limitadas palabras humanas. Con el término cielo, decía Benedicto XVI, “queremos afirmar que Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros”, para todo nuestro “yo” humano, con todo nuestro ser, con toda nuestra vida, sin que nada nos falte. En Dios hay también lugar para el cuerpo. Alguien me preguntó una vez si en el cielo se encontraría con un perro que apreciaba mucho. Yo le respondí: En el cielo nos acompañará todo lo que hemos amado. De una forma sorprendente e inesperada, pero muy real.
María superó la muerte y, habiendo superado la muerte, nos está diciendo que al final vence el amor. Por eso, la Asunción de María es un anuncio destinado a colmar de dicha y esperanza a todo ser humano. La Asunción habla de María y habla de cada uno de nosotros. Ella señala el destino al que todos estamos llamados. Por eso, como recuerda el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 68), “la madre de Jesús brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”. María es signo de segura esperanza y de consuelo para todos y cada uno de los que han conocido a Cristo y le confiesan como su Salvador. Hablando de María, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros; pues también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó a María.
Elevada al cielo, ¿está María alejada de nosotros? Del mismo modo que la liturgia nos recuerda que con su Ascensión, Jesús no se desentendió de nuestra pobreza y que una de sus tareas en el cielo es interceder por nosotros, también podemos decir eso de todos aquello que ya nos han dejado para vivir con el Señor y, en primer lugar, de María. La “comunión de los santos” que confesamos en el Credo significa no sólo la solidaridad a la que estamos llamados los cristianos en esta vida, sino también la comunión permanente entre la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial. Cuando estaba en la tierra, María solo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está más cerca de nosotros, participa de la cercanía de Dios con todos nosotros. Por eso conoce nuestro corazón y puede ayudarnos con su bondad materna. Desde el cielo, María intercede por nosotros ante el Señor. Ella no es solo “esperanza nuestra”, sino también “abogada nuestra” y “auxilio de los cristianos”.