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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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13
Sep
2024
La cruz de Cristo, ¿castigo o amor?
5 comentarios

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El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la “exaltación de la santa cruz”, fiesta relacionada con la tradición que atribuye a Santa Elena, la madre del emperador Constantino, el haber encontrado en Jerusalén las primeras reliquias de la cruz en la que fue crucificado nuestro Señor Jesucristo. Sea lo que sea de esta leyenda, importa comprender bien el sentido de la celebración. Pues todavía se sigue entendiendo la cruz de Cristo como el pago de una deuda debida a Dios, como un modo de reparar el honor divino ofendido por el pecado del ser humano, como el castigo que Cristo ofrece en lugar de la humanidad para aplacar así la cólera divina por el pecado del hombre.

Pero un Dios tan preocupado por su honor que solo puede repararse al precio de la muerte violenta de su Hijo, parece difícilmente compatible con un Dios que es todo amor y sólo amor. En realidad, Dios no envió a su Hijo al mundo para que pagase nada, ni para aplacar sus deseos de castigo. Dios no quiere cobrar nada. No quiere castigar. Unicamente quiere dar y salvar. Si envió a su Hijo al mundo fue porque amaba mucho a los seres humanos y, por eso, quiso identificarse con nosotros y con nuestro destino, para que así nosotros pudiéramos identificarnos con él y con su destino. Dios envió a su Hijo para que tuviéramos vida abundante.

Hay que ir con cuidado cuando se habla de “exaltación” de la Cruz. O de la Cruz “gloriosa”. Sobre todo, si se entiende como algo querido por Dios, sin tener en cuenta que este “querer” divino significa tan sólo su enorme respeto por la libertad del ser humano. Dios no quiere la cruz. ¿Cómo iba a querer semejante desventura para su Hijo muy amado? Tampoco Jesús la quiso: “Padre mío, si es posible, que se alejé de mí este trago” (Mt 26,39).

La cruz, si la miramos desde nuestra perspectiva, es una consecuencia terrible del pecado. De nuestro pecado. Cristo murió a causa de nuestro rechazo. Lo crucificaron los hombres. No Dios. Los hombres no eran marionetas que Dios manejaba para que crucificaran a su Hijo, sino seres libres que rechazaban al Hijo. Vista desde la perspectiva de Cristo y de su Padre, la cruz es la manifestación de un amor llevado hasta las últimas consecuencias. Cuando los hombres le rechazan, Cristo les perdona. Y así se comprende que Dios, en lugar de destruirles, como este amo de la viña que manda matar a los viñadores homicidas de su propio hijo, conmovido por la manera como Jesús muere, respeta a los hombres (aunque no esté de acuerdo con ellos) y no les destruye, porque sigue amándolos en Cristo.

Jesús murió porque el hombre es malo, y no tolera la defensa del pobre, ni la denuncia de la injusticia, ni el perder sus privilegios sociales y religiosos. Jesús murió porque era bueno y se puso al lado de los menesterosos y oprimidos, sin retroceder ante las consecuencias; porque fue fiel a su misión, dándose sin reservas, sin reservarse ni siquiera lo más valioso, la propia vida. Jesús murió, finalmente, porque Dios no se arrepiente de haber creado al ser humano libre, y respeta esta libertad incluso cuando se utiliza contra Dios.

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9
Sep
2024
Dulce nombre de María
8 comentarios

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El 12 de septiembre se celebra la fiesta del dulce nombre de María. La fiesta desapareció del calendario litúrgico en 1969, porque se consideraba una repetición de la fiesta de la natividad de María, que se celebra cuatro días antes, el 8 de septiembre. A partir de 2002 ha vuelto a aparecer en el calendario litúrgico, aunque reducida a la categoría de “memoria libre” y son pocos los que la celebran.

Cuando eso de celebrar el santo estaba más en boga, las mujeres llamadas “María” celebraban su santo el 12 de septiembre, aunque la desaparición litúrgica de la fiesta del dulce nombre, hizo que esas mujeres lo celebraran el 1 de enero, fiesta de Santa María, madre de Dios. Son muchas las mujeres que llevan el nombre de María y más aún las que lo llevan en sus distintas variantes y adjetivaciones: Covadonga, Asunción, Concepción, Pilar, Montserrat, Amparo y muchas más. También hay bastantes varones que llevan el nombre de María como segundo nombre, sobre todo unido a José, pero no sólo. Conozco incluso alguno que lleva como primer nombre el de María con un segundo nombre ya más habitual en los varones. Por poner un ejemplo: el gran teólogo Marie-Dominique Chenu.

No son muchos los que celebran el santo. Se suele celebrar el cumpleaños. Y no está mal celebrar ese día en el que Dios nos dio la vida, pero no conviene olvidar que el nombre cristiano que se nos impone en el bautismo es un modo de invocar la protección del cielo, concretada en un determinado santo, sobre cada uno de nosotros. Celebrar a nuestra santa o a nuestro santo es una buena costumbre, que nos recuerda que otro, que ha llevado antes nuestro nombre, puede ser un buen punto de referencia para vivir cristianamente.

El nombre nos da una identidad. Los apellidos son indicativos de la familia de la que procedo. Y el nombre es indicativo de una elección que otros hicieron, por motivos a veces familiares, recordando el nombre del padre, del abuelo o de algún amigo o persona importante para la familia. En cierto modo, también el nombre remite a mi familia. Todos los nombres son importantes y respetables, y precisamente porque son nombres de santas y santos, lejos de separar, unen, porque solo estando en comunión puede ser uno santo.

María es un nombre de origen hebreo que significa “excelsa” o “elegida de Dios”. Otro de los significados del nombre de María es “estrella del mar”, que guía a los marineros a buen puerto y a todos los seres humanos a la salvación. Calificar este nombre de “dulce” es indicativo de bondad, de cuidado, de agrado. El nombre de María es dulce y, por extensión, es dulce el nombre de todas las madres. Celebrando el nombre de María podemos decir, con Juan del Encina: “Pues que tú, Reina del cielo, tanto vales, ¡da remedio a nuestros males!”; o con Gonzalo de Berceo: “entre tantos peligros, si no nos vales, madre, podémonos perder”. “En los peligros y en las tentaciones, en cualquier género de tribulación, dice san Bernardo, mira la estrella, invoca a María”.

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5
Sep
2024
¿El Señor pone fin a la guerra?
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Los que tenemos la buena costumbre de rezar con el breviario casi nos sabemos los salmos de memoria. Pero a veces hay alguna frase, petición, exclamación o invocación que, aunque la hayamos oído muchas veces, de pronto nos sorprende. Es lo que me ocurrió a mi hace unos días al rezar de este modo con el salmo 45: “Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos”. El texto no necesita ninguna actualización, porque es perfectamente aplicable a la actualidad.

El problema es que la guerra sigue estando muy presente en distintos puntos del orbe y que las lanzas de hoy, o sea, los fusiles, los tanques y los misiles, siguen funcionando para mal. En realidad, nunca han funcionado para bien, pero al menos si estuvieran parados no harían tanto daño como estando en manos de los guerreros de hoy. Esos guerreros que no van a la guerra, que no se ponen al frente de ningún ejército, sino que bien pertrechados en sus refugios mandan a otros a la guerra. En las guerras, la inmensa mayoría sufre las penosas consecuencias de las decisiones que toman unos pocos.

Que las guerras sigan no significa que el Señor no realice obras maravillosas. Significa que los seres humanos obstaculizamos la acción de Dios y no cumplimos su voluntad. Porque el Señor cuenta siempre con nuestra libertad. Y sus buenas obras y sus maravillas las realiza a través de la mediación de la bondad de las personas. Las constantes llamadas del Papa para que cesen las guerras, la ayuda que muchas personas ofrecen a los heridos y a los desamparados por causa de las guerras, y los buenos oficios diplomáticos de quienes buscan algún tipo de entendimiento entre los contendientes, son los modos por los que Dios muestra hoy su bondad.

Es posible que los esfuerzos diplomáticos den algún resultado si los contendientes ven en ese resultado algún beneficio. El conflicto se terminará cuando los contendientes vean que continuarlo les perjudica mas que proseguirlo. Les perjudica más a ellos, a esos guerreros que no dan la cara, a esos que están bien protegidos en sus fortalezas. Porque a los que envían a la guerra les perjudica siempre. Los guerreros son egoístas y malos por naturaleza. Desgraciadamente, el malvado tiende a parar el mal cuando ve que el mal empieza a perjudicarle a él. Ahí está la habilidad de los diplomáticos: en saber ofrecer razones egoístas que contenten al malvado o le hagan ver que el mal que provoca corre el riesgo de destruirlo a él. Por eso la paz siempre es frágil. Y es una tarea constante.

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2
Sep
2024
¿La autoridad viene de Dios? ¡O del diablo!
3 comentarios

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Un amable lector, comentando mi ultimo post, ha indicado acertadamente que aún siendo cierto que Dios habla a través de los acontecimientos y de la libertad de las personas, “no siempre es la voz de Dios la que exponen los humanos. Hay intereses propios que no buscan el bien común ni pertenecen al cielo”. ¡Por supuesto! Dios actúa y habla por medio de causas segundas, pero somos nosotros los que interpretamos esas causas, esos acontecimientos, esas palabras. Y cuando alguien pretende que su propia autoridad o poder proviene del cielo, tenemos ahí un serio criterio para desconfiar de esas apelaciones a la divinidad para justificar el poder.

A veces se apela a Rm 13,1 para decir que la autoridad viene de Dios, texto que por cierto no se refiere a la autoridad religiosa, sino a la civil. Pero esta apelación olvida las más elementales reglas de la exégesis, pues descontextualiza el texto. Los cristianos del siglo I estaban muy interesados en dejar claro a las autoridades romanas que ellos no representaban un peligro para el Imperio, sino que eran buenos ciudadanos dispuestos a obedecer las normas y reglas por las que debe regirse toda sociedad. No conviene olvidar que en la Escritura hay otros textos que dicen lo contrario, por ejemplo, Lc 4,6: allí el diablo le confiesa a Jesús que el poder de los reinos de este mundo le ha sido entregado a él y que él lo reparte entre sus amigos. En Ap 13,2.4 se dice, ni más ni menos, que quien da el poder a la Bestia, o sea, al Imperio, es el Dragón, o sea, el Diablo. Cuando las cosas empiezan a ir mal para los cristianos, y ya es inútil manifestar lealtad a la autoridad civil, el autor del libro del apocalipsis deja claro que determinadas actuaciones de esa autoridad son diabólicas.

Recuerdo una historia un poco antigua. Mordejai Vanunu, técnico nuclear de convicciones pacifistas, que se confesaba cristiano, pasó 18 años en las cárceles israelitas (fue liberado en abril de 2004) por desvelar el programa de fabricación de armamentos nucleares, que conocía de primera mano en razón de su trabajo. Este hombre valiente y laudable dijo ante sus jueces: «Una acción como la mía enseña a los demás que el propio razonamiento, el de todo individuo, no es menos importante que el de los jefes. Éstos se sirven de la fuerza y sacrifican a millares de personas en el altar de su megalomanía. No les sigáis a ciegas». Mordejai Vanunu y muchos otros -en los estados laicos y en los estados religiosos, de unas y otras culturas- han desobedecido a las autoridades políticas y religiosas en nombre de una autoridad más imperiosa y, lo que es más importante, más sana y más humana: la autoridad de la propia conciencia (o de la propia razón).

No hace falta aclarar que estas reflexiones solo son aplicables a casos extremos. Pero sirven para dejar claro que todo poder es susceptible de ser mal utilizado. Por eso las sociedades democráticas tienen previstos medios para controlar el poder y evitar sus corruptelas, aunque, desgraciadamente, no siempre lo logran del todo.

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29
Ago
2024
Mediaciones y acción inmediata divina
3 comentarios

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En mi anterior aportación escribí que Dios, para darse a conocer, siempre se sirve de mediaciones humanas. En efecto, lo que los creyentes recibimos como palabra de Dios, ha sido directamente escrito por unos autores humanos que utilizaban de todas sus facultades y talentos y, por eso, deben considerarse “verdaderos autores” de la Sagrada Escritura (según dice el Vaticano II). La palabra de Dios llega a través de la palabra de los autores del Antiguo y Nuevo testamento.

Esto que vale para la Palabra de Dios vale para toda actuación divina. Tomás de Aquino hacía notar que Dios es la causa primera que actúa través de las causas segundas. Lo que nosotros podemos analizar son las causas segundas, o sea, la libertad humana y la acción de la naturaleza. En esta línea se expresa el Catecismo de la Iglesia católica: “Dios es la causa primera que opera en y por las causas segundas... Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio”. Si Dios actuase directamente dejaría de ser trascendente y se convertiría en una causa mundana. Dios no es un objeto más al lado de otros objetos, es un principio de luz y de fuerza que determina toda la realidad.

Un comentarista de mi post anterior quiso subrayar el adverbio de tiempo de mi frase: “Dios siempre se sirve de mediaciones humanas”. Quisiera notar la importancia de la palabra “siempre”, decía. Y añadía: lo subrayo porque parece que todavía hay cristianos que piensan y dicen que Dios “en ocasiones” actúa y se manifiesta a través de mediaciones. Lo cual implica que en otras ocasiones la relación puede ser “sin mediación” y por tanto directa, inmediata. Estoy plenamente de acuerdo con el comentarista. Incluso cuando Dios habla en el sagrario inviolable de la conciencia o cuando inspira un mensaje a una persona, esta acción se da a través de la mediación de la conciencia o de la visión o inspiración que haya podido tener esa persona.

Y, sin embargo, hay dos momentos en la historia de la salvación en los que debemos afirmar que se ha dado una actuación directa de Dios. Son la excepción que confirma la regla. Pero son dos momentos que están en “otro nivel”, fuera de las actuaciones normales de Dios a través de la naturaleza y de las personas; son directamente “divinos” y, por eso, allí no hay mediación humana alguna. Son dos momentos ligados indisolublemente a la vida de Jesús, a saber, la concepción y la resurrección. En ellos se ha inaugurado una nueva creación, como muy bien ha sabido notar Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, siguiendo al teólogo suizo Karl Barht: “hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro”.

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25
Ago
2024
Mala práctica litúrgica e ignorancia teológica
6 comentarios

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En los libros litúrgicos o en los rituales para los sacramentos a veces se ofrece un modelo de monición del rito que va a seguir. En estos casos se puede leer literalmente la monición sugerida por el libro litúrgico o decir otras palabras similares que, al ser más espontáneas, pueden incluso resultar más sugerentes.

Cosa distinta es cambiar la fórmula litúrgica creyendo que, de esta forma, uno se acerca mejor a la experiencia de los fieles. En la mayoría de los casos ocurre que la formulación propia es bastante peor que la oficial y, a veces, resulta hasta ridícula. El ejemplo más grosero que me han contado es el del sacerdote que, cuando llega el momento de pronunciar las palabras de la institución de la eucaristía, dice: “sangre derramada por muchas y por muchos”. Para la gente normal no hace falta explicar que el “muchos” de la fórmula oficial es inclusivo. Solo una persona muy ideologizada puede pretender que no lo es. Hay ejemplos menos llamativos, pero quizás más ridículos. Es el del presidente de la celebración que, en el saludo ritual dice: “el Señor está con nosotros”. Cuando la gente responde: “y con tu espíritu”, está ofreciendo una respuesta inútil puesto que, si ya está con nosotros, en este nosotros está incluido el que lo dice. La fórmula: “el Señor esté con vosotros”, hace que la respuesta: “y con tu espíritu”, tenga sentido.

Ejemplo de ignorancia teológica es la del lector que termina la lectura bíblica diciendo: “esto es” Palabra de Dios. Ignorancia teológica porque “esto” que acaba de leer es palabra de un autor humano (Mateo, Lucas o Pablo), que se ha debido nombrar al comienzo de la lectura: “según san Mateo”, o “carta de san Pablo” a una determinada comunidad. Lo que hay que hacer al final de la lectura es una pausa, guardar un momento de silencio, y luego decir: “Palabra de Dios”, sin añadidos ni colorantes. Al hacerlo así se está diciendo: en los oídos y corazones de los presentes, que han acogido con fe el texto que acaba de proclamarse, acaba de resonar la Palabra de Dios en la mediación de una palabra humana.

Dios siempre se sirve de mediaciones humanas. No se puede identificar la mediación humana con la palabra de Dios, pero la Palabra de Dios no puede llegar sin la imprescindible mediación humana. La carta de Pablo o el relato de Mateo transmiten la Palabra de Dios, pero lo que se oye materialmente es la palabra de Mateo o de Pablo. La palabra humana transmite la Palabra de Dios, pero precisamente por ser humana es susceptible de ser interpretada, comentada o explicada. Si directa y únicamente estuviéramos ante un “dictado” divino, la palabra sería intocable. Precisamente para ser entendido Dios utiliza mediaciones humanas.

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22
Ago
2024
Mala política aprovechando un asesinato
2 comentarios

plantasjardin

En Mocejón, un pequeño pueblo de Toledo, ha sido asesinado un niño de 11 años mientras jugaba con sus amigos. Sin motivo alguno. ¿El mal necesita motivos? El mal siempre es un sin motivo, pero hay casos en los que el sin motivo aparece meridianamente claro. En relación con este grave y triste suceso han ocurrido algunas cosas que son clara manifestación de la bondad y de la maldad del corazón humano. Manifestación de la bondad del ser humano ha sido la solidaridad de los vecinos del pueblo con la familia del niño y la repulsa generalizada del asesinato. Manifestación de la bondad del corazón humano ha sido la familia del niño asesinado, que ha pedido respeto para la familia del detenido, pues ellos quieren justicia, pero no venganza.

Y clara manifestación de la maldad humana y del uso perverso de la desgracia de los demás en beneficio propio, en beneficio de una mala política, han sido las especulaciones sobre el autor del apuñalamiento, su origen (“inmigrante ilegal”), su edad (“menor de edad”), su raza (“moro”). Estas especulaciones sin fundamento solo buscaban extender el discurso de odio racista y ofrecer el mensaje subliminal de que determinadas políticas evitarían hechos como el ocurrido. Incluso el portavoz de la familia, primo de la madre del niño, que tenía buena información, aunque no podía darla, fue acosado por haber afirmado desde el primer momento que el asesinato no tenía nada que ver con motivos racistas; y ha sido criticado por trabajar como periodista en un programa católico sobre misioneros y tener fotografías con niños africanos. Todo muy lamentable.

El racismo es un virus dañino que, por desgracia, tiene múltiples variantes. En la base del racismo está el rechazo del diferente. Pero este rechazo está basado en una mala percepción, porque si bien es cierto que cada uno es único, no es menos cierto que todos somos iguales, tenemos los mismos genes, la misma piel, la misma sangre. La única raza que hay es la humana. Por eso, cualquier otro ser humano es mi igual, todos somos hermanos, tenemos los mismos antepasados. El rechazo por motivos de raza es el rechazo entre hermanos, ese rechazo que aparece desde los inicios de la humanidad y es causa de todos los males: el que odia a su hermano es un homicida y ningún homicida tiene vida eterna.

¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?, preguntó el primer asesino de su hermano. En el error que contiene esta famosa y perversa pregunta se encuentra el antídoto contra el virus del racismo: cada uno es el guardián de su hermano, su pastor, su cuidador, su defensor. ¿Y quién es mi hermano? Todo ser humano, sin importar su edad, su sexo, su religión, su raza, su cultura, su nacionalidad.

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20
Ago
2024
Padres creyentes, hijos indiferentes
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paisajetierramar

Hay padres creyentes que han dado un buen testimonio de su fe ante sus hijos, con palabras y obras. En ocasiones los hijos no parece que, en este tema religioso, hagan mucho caso a sus padres. Posiblemente respetan a sus padres, pero no manifiestan interés por la religión, no practican, están alejados de la Iglesia. De padres creyentes salen hijos ateos, indiferentes o no religiosos. Cuando esto ocurre hay padres, con muy buena voluntad, que aman a sus hijos y rezan por ellos, que se preguntan cómo es posible que sus hijos no abracen la fe: ¿qué hemos hecho mal?, ¿dónde hemos fallado?

De entrada, esta pregunta está mal planteada. Seguramente no lo han hecho mal, han hecho lo que han podido, y lo que han hecho ha estado bien. ¿Entonces dónde está el problema? Una respuesta fácil es decir que el caso contrario también se da: de padres ateos o contrarios a la religión salen hijos religiosos. Aunque esta constatación sea cierta conviene ir al fondo del problema. Primero para tranquilizar a los padres que han hecho lo que han podido y después para comprender que para que nazca la fe no bastan las buenas palabras y los buenos ejemplos.

Para que nazca la fe se requieren dos cosas: una, el anuncio del evangelio. La fe no nace por generación espontánea, es el resultado de un anuncio, es la consecuencia de una buena presentación de Jesucristo. Para que el anuncio sea correcto se requiere una predicación elocuente y unos buenos signos de la fe. En el caso de los padres, la predicación consiste en educar en la fe a sus hijos y los signos en darles ejemplo de vida y práctica cristiana. Pero esto solo no basta para que nazca la fe.

Para que nazca la fe se requiere, además de una predicación y un testimonio elocuente, convencido y convincente, que este anuncio sea acogido por el destinatario, en nuestro caso por los hijos. El anuncio es responsabilidad de la Iglesia, de los padres. La acogida es libre y es responsabilidad del destinatario de la predicación, es responsabilidad de los hijos. En la acogida entra en juego la libertad del oyente. La libertad puede estar condicionada por muchas cosas, pero en definitiva quién tiene que dar el paso de la acogida es el propio receptor, aquel al que va destinada la predicación. Y ahí los padres creyentes ya no tienen ninguna responsabilidad. La acogida, si bien requiere de un buen anuncio y un buen testimonio, es un asunto entre Dios y cada uno.

Una cosa más: nunca sabemos cuando nuestras palabras y ejemplos darán fruto. A lo mejor no dan fruto tan aprisa como nos gustaría. Quizás lo den en el momento más inesperado. La labor de los buenos padres es educar a sus hijos en la fe. Ahí termina su labor. Quizás, al principio, estén un poco tristes o defraudados porque sus hijos no responden como a ellos les gustaría. Hay que seguir rezando, porque quizás, un día se lleven la sorpresa de ver como sus hijos se integran en la Iglesia. Y si no se llevan esta buena sorpresa, no tienen que culpabilizarse, sino amar a sus hijos tal como son, porque Dios les ama así.

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16
Ago
2024
Dos maneras de mirar
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La compasión y el egoísmo son dos características contradictorias de lo humano. La raíz de las mismas está en la diferente manera de comprender la propia identidad. El problema aparece cuando afirmamos nuestra identidad a costa de los demás. Nos afirmamos contra los otros. De ahí surge el egoísmo, el pensar sólo en mi mismo, e incluso el deseo de que desaparezca el otro; el otro es un estorbo, una molestia.

Hay momentos en la vida en los que cobramos una aguda conciencia de que somos seres necesitados de ayuda. Cuando contemplamos a personas con necesidades especiales, o el rostro desfigurado de una persona por un accidente de tráfico, estamos contemplando nuestra propia posibilidad. Por eso, la situación del necesitado nos da pena y suscita nuestra compasión, porque consciente o inconscientemente vemos allí nuestra propia posibilidad. En esta línea, Tomás de Aquino decía que, viendo el dolor de los demás, “los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados, por pensar que también ellos pueden padecer estos males” (Suma de Teología, II-II, 30,2).

Miguel de Unamuno decía que la compasión que sentimos por los demás y hasta por nosotros mismos no es sino la otra cara del amor: “el hombre ansia ser amado, o lo que es igual, ansia ser compadecido”. Y continúa diciendo: “amar en espíritu es compadecer, y quien más compadece más ama”. La compasión, añade este autor, es lo que nos diferencia de los animales: “La compasión es la esencia del amor espiritual humano, del amor que tiene conciencia de serlo, del amor que no es puramente animal, del amor, en fin, de una persona racional. El amor compadece, y compadece más, cuanto más ama”.

La compasión coexiste con otro elemento que es causa de mucho sufrimiento, y que parece estar en el origen de todos los males de la humanidad, a saber, el egoísmo. El egoísta todo lo centra en uno mismo, reduciendo a los demás a mera posesión e instrumento. El egoísmo se opone frontalmente al amor. Cuando uno solo se ama a sí mismo, los demás estorban. El egoísta sólo piensa en sí mismo. Por eso, ignora a los otros. Para el egoísta no hay otros, sólo cuenta el propio yo. Los otros son instrumentos útiles o inútiles en función del provecho que saco de ellos.

Compasión y egoísmo presuponen dos maneras de mirar, de prestar atención al otro. Recordemos la parábola del samaritano misericordioso. Los clérigos que pasan de largo, sin atender al herido, no le odiaban, no tenían ningún motivo para ello, ni siquiera le conocían. Lo que les impidió amarle fue el egoísmo, el pensar en sus cosas, el no tener tiempo para mirarle. El samaritano, por el contrario, se fijó en el herido, y lo que vio le hizo cambiar de planes. Dejó sus ocupaciones para atender al herido.

Cristo desenmascara nuestros egoísmos, nos invita a desprendernos de nosotros mismos, a dejar de mirarnos a nosotros mismos, pero no para perdernos, sino para encontrarnos en el verdadero amor, hecho de acogida y respeto, un amor que encuentra sitio para los demás. Con Cristo aprendemos que la compasión es la esencia del amor.

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13
Ago
2024
Asunción: María y nosotros
3 comentarios

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Aunque el dogma de la Asunción fue proclamado solemnemente por Pío XII en el año 1950, se trata de una de las fiestas marianas más antiguas. El dogma proclama que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma. O, dicho de otra manera: que María supero la muerte y fue recibida en el cielo con toda su realidad. Supongo que no hace falta aclarar que con el término cielo no nos referimos a un lugar concreto del universo. Cielo es una metáfora, una imagen de algo difícil de definir con nuestras limitadas palabras humanas. Con el término cielo, decía Benedicto XVI, “queremos afirmar que Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros”, para todo nuestro “yo” humano, con todo nuestro ser, con toda nuestra vida, sin que nada nos falte. En Dios hay también lugar para el cuerpo. Alguien me preguntó una vez si en el cielo se encontraría con un perro que apreciaba mucho. Yo le respondí: En el cielo nos acompañará todo lo que hemos amado. De una forma sorprendente e inesperada, pero muy real.

María superó la muerte y, habiendo superado la muerte, nos está diciendo que al final vence el amor. Por eso, la Asunción de María es un anuncio destinado a colmar de dicha y esperanza a todo ser humano. La Asunción habla de María y habla de cada uno de nosotros. Ella señala el destino al que todos estamos llamados. Por eso, como recuerda el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 68), “la madre de Jesús brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”. María es signo de segura esperanza y de consuelo para todos y cada uno de los que han conocido a Cristo y le confiesan como su Salvador. Hablando de María, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros; pues también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó a María.

Elevada al cielo, ¿está María alejada de nosotros? Del mismo modo que la liturgia nos recuerda que con su Ascensión, Jesús no se desentendió de nuestra pobreza y que una de sus tareas en el cielo es interceder por nosotros, también podemos decir eso de todos aquello que ya nos han dejado para vivir con el Señor y, en primer lugar, de María. La “comunión de los santos” que confesamos en el Credo significa no sólo la solidaridad a la que estamos llamados los cristianos en esta vida, sino también la comunión permanente entre la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial. Cuando estaba en la tierra, María solo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está más cerca de nosotros, participa de la cercanía de Dios con todos nosotros. Por eso conoce nuestro corazón y puede ayudarnos con su bondad materna. Desde el cielo, María intercede por nosotros ante el Señor. Ella no es solo “esperanza nuestra”, sino también “abogada nuestra” y “auxilio de los cristianos”.

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