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Sep2024La cruz de Cristo, ¿castigo o amor?
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Sep
El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la “exaltación de la santa cruz”, fiesta relacionada con la tradición que atribuye a Santa Elena, la madre del emperador Constantino, el haber encontrado en Jerusalén las primeras reliquias de la cruz en la que fue crucificado nuestro Señor Jesucristo. Sea lo que sea de esta leyenda, importa comprender bien el sentido de la celebración. Pues todavía se sigue entendiendo la cruz de Cristo como el pago de una deuda debida a Dios, como un modo de reparar el honor divino ofendido por el pecado del ser humano, como el castigo que Cristo ofrece en lugar de la humanidad para aplacar así la cólera divina por el pecado del hombre.
Pero un Dios tan preocupado por su honor que solo puede repararse al precio de la muerte violenta de su Hijo, parece difícilmente compatible con un Dios que es todo amor y sólo amor. En realidad, Dios no envió a su Hijo al mundo para que pagase nada, ni para aplacar sus deseos de castigo. Dios no quiere cobrar nada. No quiere castigar. Unicamente quiere dar y salvar. Si envió a su Hijo al mundo fue porque amaba mucho a los seres humanos y, por eso, quiso identificarse con nosotros y con nuestro destino, para que así nosotros pudiéramos identificarnos con él y con su destino. Dios envió a su Hijo para que tuviéramos vida abundante.
Hay que ir con cuidado cuando se habla de “exaltación” de la Cruz. O de la Cruz “gloriosa”. Sobre todo, si se entiende como algo querido por Dios, sin tener en cuenta que este “querer” divino significa tan sólo su enorme respeto por la libertad del ser humano. Dios no quiere la cruz. ¿Cómo iba a querer semejante desventura para su Hijo muy amado? Tampoco Jesús la quiso: “Padre mío, si es posible, que se alejé de mí este trago” (Mt 26,39).
La cruz, si la miramos desde nuestra perspectiva, es una consecuencia terrible del pecado. De nuestro pecado. Cristo murió a causa de nuestro rechazo. Lo crucificaron los hombres. No Dios. Los hombres no eran marionetas que Dios manejaba para que crucificaran a su Hijo, sino seres libres que rechazaban al Hijo. Vista desde la perspectiva de Cristo y de su Padre, la cruz es la manifestación de un amor llevado hasta las últimas consecuencias. Cuando los hombres le rechazan, Cristo les perdona. Y así se comprende que Dios, en lugar de destruirles, como este amo de la viña que manda matar a los viñadores homicidas de su propio hijo, conmovido por la manera como Jesús muere, respeta a los hombres (aunque no esté de acuerdo con ellos) y no les destruye, porque sigue amándolos en Cristo.
Jesús murió porque el hombre es malo, y no tolera la defensa del pobre, ni la denuncia de la injusticia, ni el perder sus privilegios sociales y religiosos. Jesús murió porque era bueno y se puso al lado de los menesterosos y oprimidos, sin retroceder ante las consecuencias; porque fue fiel a su misión, dándose sin reservas, sin reservarse ni siquiera lo más valioso, la propia vida. Jesús murió, finalmente, porque Dios no se arrepiente de haber creado al ser humano libre, y respeta esta libertad incluso cuando se utiliza contra Dios.