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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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19
Jun
2023
El Padre crea por amor
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casaenrocademar

La primera afirmación del Credo de la fe cristiana es que Dios es “Padre, creador del cielo y de la tierra”, o sea, de todo lo que existe. La creación es un acto de ternura paternal. De nuestra nada original salimos extraídos por un hilo filial. Si la creación es una obra paternal, eso significa que en nuestro origen está el amor. La teología y el Magisterio han repetido que Dios crea “de la nada”. Me parece que la fórmula “de la nada”, debería ir precedida por esta otra: la creación procede del amor.

El motivo de la creación es el amor. Esto nos está indicando algo muy importante, a saber, que la creación no tendría sentido sin seres “humanos” (o sea, inteligentes y libres) capaces de amar y de responder al amor. Por amor no se hace una silla, ni se cuida un jardín, porque ni la silla ni el jardín tienen capacidad de respuesta. Y sin respuesta, no hay plenitud en el amor. Por amor se engendra un hijo que puede responder al amor paterno con un amor filial. El amor es encuentro, no va sólo en una dirección, es siempre recíproco, bidireccional. El universo ha sido creado no sólo para el hombre, sino para que exista el género humano. ¿Por qué existe algo más bien que nada?, se preguntaba Leibniz. Y la respuesta cristiana es: existe algo para que puedan existir seres humanos y así pueda automanifestarse el amor encerrado en la realidad interpersonal divina.

No es posible la reciprocidad en el amor si la respuesta del amado no es libre. Por tanto, el Creador, que busca una respuesta de amor, debe crear seres libres, lo que implica el contrapunto de que el hombre utilice mal la libertad y se niegue a responder con amor al amor divino. Dios debe tolerar el pecado. Hasta este punto el amor creador es liberador, porque deja libre a la creatura. Pero incluso cuando el ser humano se niega a responder con amor, el Amor creador divino permanece, es un amor inalterable e irrevocable. Se da entonces una aparente contradicción. Por medio de su respuesta de “no amor”, la criatura pretende desligarse del Creador, colocándose así es una situación imposible, porque es Dios mismo el que hace posible y sostiene la vida que se rebela y pretende buscar una falsa independencia “sin Dios”.

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15
Jun
2023
Mucha mies, pocos trabajadores, ¿doble trabajo?
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muchamies

Jesús, al recorrer Galilea anunciando el reino de Dios, al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Así comienza el evangelio del próximo domingo. Jesús se compadece, o sea, se le revuelven las entrañas (como se le revolvieron al padre del hijo pródigo al ver regresar a su hijo), porque se da cuenta de que la gente está cansada, desorientada, y no tienen buenos pastores que les consuelen y alivien. Las necesidades de la gente, en tiempos de Jesús y en los tiempos actuales, eran muchas. Jesús curo a muchos enfermos. También hoy hay enfermos a los que atender, hambrientos a los que dar pan, inmigrantes a los que acoger.

Pero sin olvidar cual es la necesidad principal que todos tenemos: encontrar sentido a la vida, llenarla no solo de pan, sino de amor, llenarla de Dios. Los pastores de los que habla Jesús deberían ocuparse de todas esas necesidades. Y pastores somos todos. Todos somos pastores los unos de los otros. Francisco de Asís, en su regla para los eremitorios, dice que los que quieran vivir como religiosos en los eremitorios sean tres o cuatro hermanos. Y ahí viene la sorpresa: esos hermanos deben turnarse en ser unas veces madres y otras hijos, para que se alternen en llevar unas veces la vida de Marta y otras la vida de María. El eremitorio es como una Iglesia en pequeño, un signo de lo que debe realizarse en toda comunidad cristiana. En ella debemos cuidar maternalmente los unos de los otros, porque todos somos hermanos. En la Iglesia no hay superiores y súbditos.

Jesús viendo a esas multitudes abandonadas, que no tienen pastores maternales que les cuiden, se dirige a sus discípulos con estas palabras: “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Aunque sean pocos, por lo menos hay algunos. Como las muchedumbres son una mies abundante, lo lógico sería recomendar a los pocos que trabajasen el doble. Pero lo que recomienda Jesús es rogar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Eso nos desconcierta: en lugar de animarnos a trabajar, Jesús nos invita a la oración.

No se trata de no trabajar, no se trata de no dar pan al hambriento y palabras de vida y verdad a los que vagan sin sentido. Se trata de cobrar conciencia de que los discípulos no pueden hacer eso por propia iniciativa; deben hacerlo comisionados por el Señor porque, dice Jesús: “sin mi, nada podéis hacer”. Unidos a él, hay que poner todo nuestro empeño en cosechar esta abundante mies. El envío de los doce primeros apóstoles a las ovejas descarriadas de Israel, anticipa el envío que Jesús hace a la Iglesia de hoy, a cada uno de los creyentes, para que, unidos al dueño de la mies, y no dejando de orar, se pongan a trabajar con todo su empeño, con toda su imaginación, para decir palabras de consuelo y esperanza a los cansados y abandonados, y ofrecer pan y vestido a los hambrientos y desnudos.

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12
Jun
2023
Dios ama a sus enemigos
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Después de Pascua hemos vivido dos domingos de transición que, en cierto modo, eran una prolongación de la Pascua: el de la santísima Trinidad, en el que hemos aprendido que Jesús resucitado está profundamente unido al Padre, por eso vino del Padre y regresó al Padre; y desde allí nos envía su Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, la fuerza que la anima en su misión evangelizadora. Después hemos celebrado el domingo del “Corpus”: Cristo resucitado permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, siendo la eucaristía uno de los modos de su presencia entre nosotros. El próximo domingo la liturgia recupera el ritmo del tiempo ordinario y enlazamos con el XI domingo del tiempo ordinario.

En el próximo post hablaré del evangelio que escucharemos este próximo domingo. En este quiero detenerme en la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos (5,6-11). En ella san Pablo recuerda la grandeza e inmensidad del amor de Dios, un amor que no tiene límites, precisamente porque es de Dios. Como nosotros somos limitados nos resulta difícil entender lo que puede ser un amor sin límites. San Pablo ofrece unas imágenes que pueden ayudar, aunque sea pobremente, a entender ese amor sin límites de Dios. El apóstol compara lo que, aunque sea rara y difícilmente, es posible que ocurra con una persona de bien, a saber, que alguien se sacrifique por ella y hasta se juegue la vida por ella, con un Dios que demuestra su amor dando su vida, no por los justos, sino por los pecadores. Y añade que Dios nos reconcilió consigo cuando éramos sus enemigos.

O sea, Dios nos ama no cuando somos justos, no cuando empezamos a serlo, no cuando nos proponemos serlo; Dios nos ama siendo nosotros pecadores. Porque Dios ama a sus enemigos. La sorprendente prueba de que los ama es que los reconcilia consigo. Según nuestros criterios humanos, lo lógico sería pensar que somos nosotros, pobres pecadores, los que necesitamos reconciliarnos con Dios. Pero lo que el apóstol dice es que es Dios el que se reconcilia con nosotros, el que toma la iniciativa, el que perdona antes de que se le pida perdón, y mantiene su perdón en toda circunstancia, aunque nosotros sigamos siendo pecadores.

Un Dios que ama a sus enemigos y da la vida por ellos es algo inaudito y sorprendente, que va más allá de toda imaginación. Sólo a esta luz se comprende que Jesús invite a sus seguidores a amar a sus enemigos si quieren ser hijos de este Dios. Porque los hijos se parecen a sus padres en su modo de actuar, en su talante, en su modo de ser.

¿Cómo es posible que Dios ame de este modo? Porque Dios es Amor. Y como es amor sólo puede amar. Si dejase de amar, dejaría de ser Dios. Otra cosa es si Dios quiere que seamos pecadores. No lo quiere. Ama a los pecadores, y porque los ama, los llama a conversión, los llama a aceptar su iniciativa de reconciliación. Pero si no se convierten los sigue amando, en ningún momento deja de amarlos, porque no deja de ser Dios.

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8
Jun
2023
Cuerpo del Resucitado en la Eucaristía y los pobres
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Los cincuenta días que siguen al domingo de Pascua debemos considerarlos “el gran domingo”, la gran fiesta con la que la Iglesia celebra la victoria de su Señor sobre la muerte. La fiesta del “santísimo cuerpo y sangre de Cristo”, más conocida como “el Corpus”, nos recuerda que esta victoria del Señor no es un acontecimiento del pasado, sino un acontecimiento siempre presente, tal como él mismo prometió poco antes de subir al cielo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Pablo VI, en su encíclica Mysterium fidei (nº 4) afirma “que por el misterio eucarístico se representa de manera admirable el sacrificio de la Cruz consumado de una vez para siempre en el Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el perdón de los pecados”. El verbo “representar” no tiene sentido imitativo, sino el sentido fuerte de presentar de nuevo, hacer presente otra vez, por medio de la celebración, el misterio de la Pascua. El sacrificio de la Cruz se realizó una sola vez, pero el sacramento lo actualiza cada vez. Gracias al sacramento de la eucaristía, la Pascua de Cristo se nos hace presente. En esta línea hay que interpretar estas palabras de San Pablo en 1 Cor 11,26: “cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”.

Es importante caer en la cuenta de que el adverbio: “cada vez”, que san Pablo utiliza para indicar la presencia del Señor en la eucaristía, es el mismo adverbio que Jesús utiliza para afirmar su presencia en los hermanos más pequeños y necesitados: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El mismo cuerpo del Resucitado presente en la eucaristía vive en la Iglesia, siendo los pobres la expresión privilegiada de su presencia.

La relación entre estas dos presencias san Pablo la pone de manifiesto en la segunda parte del capítulo 11 de su primera carta a los corintios. En aquella comunidad había divisiones y conflictos porque los bienes no estaban bien repartidos y así, mientras los pobres pasaban hambre, los ricos tenían de sobra. Y, sin embargo, participaban en la misma eucaristía. San Pablo denuncia, con palabras fuertes, esta incoherencia: no es posible reconocer a Cristo presente en su cuerpo eucarístico si no se le reconoce presente en su cuerpo eclesial, siendo los pobres la expresión privilegiada de este cuerpo eclesial.

La comunión eucarística y la comunión eclesial son indisociables. En su exhortación sacramentum caritatis (n. 82), Benedicto XVI dijo que “en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros”. En efecto, si la eucaristía nos une con Cristo, necesariamente nos une con todo su cuerpo, que es la Iglesia. Y en el cuerpo “los miembros más débiles” deben ser tratados con mayor honor (1 Cor 12,22-23).

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5
Jun
2023
¿A qué Jesús rezamos?
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jesúsrezamos

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, todo lo puede? Y si no responde a nuestras peticiones es o bien porque no nos escucha o bien porque nos pone a prueba. ¿O rezamos a un Jesús solidario con nuestros sufrimientos?

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, puede solucionar todos los problemas de nuestro mundo, injusticias, hambres, guerras? Y lo convertimos, por una parte, en la criada de la casa, esperando pasivamente que él solucione nuestros problemas, olvidando que nuestros problemas, precisamente porque son nuestros, los tenemos que solucionar nosotros. Pedir a Jesús que, por ser Dios, puede solucionar todos nuestros problemas, es falsificar la oración. Por otra parte, esta oración resulta la mayor de las frustraciones, porque las guerras y el hambre siguen estando presentes. ¿O pedimos a Jesús que nos envíe su Espíritu para que nos haga sensibles ante las necesidades del prójimo y nos mueva a solucionarlas, a ser su mano, en la medida de nuestras posibilidades?

En la oración nos dirigimos a Dios, confiados en que él nos escucha y nos comprende. La respuesta de Dios a nuestra oración es el cambio que se produce en nosotros cuando oramos como conviene. La oración se dirige a Dios, pero nos conduce al prójimo. También aquí es verdad eso de que no es posible amar a Dios sin amar al prójimo. El amor a Dios nunca puede ser un pretexto para alejarnos de los hermanos. Si la persona no descubre el amor al prójimo en su vida contemplativa es porque no ha alcanzado de verdad a Dios, sino a una caricatura de Dios. Dios es Amor, como dice san Juan y, por eso, él da el amor.

Una oración que no conduce al prójimo no es una buena oración. En esta línea hay que interpretar todas estas peticiones que se encuentran incluso en los textos litúrgicos oficiales de la Iglesia, en las que se pide a Dios que “dé la libertad a los cautivos y la alegría a los pobres” (Vísperas del martes de la primera semana de adviento), o que “haga justicia a los pobres y desamparados” (Laudes del miércoles de la primera semana de adviento). Lo que en realidad estamos pidiendo es que nos mueva a nosotros a ser, para los pobres, promotores de alegría y actores de justicia. O sea, a ser su mano en todos aquellos lugares donde encontremos a un prójimo herido o necesitado.

Cosa distinta es si este tipo de fórmulas deberían cambiarse. En todo caso, se mantengan o se cambien, importa tener claro que, en la oración, más que pedir a Dios la solución de los problemas, lo que pedimos es dejarnos empujar por Dios para solucionar nosotros los problemas.

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2
Jun
2023
Modelo divino, trama de relaciones
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vidrieratrinidad

La más acabada definición de Dios que encontramos en el Nuevo Testamento nos la ofrece la primera carta de san Juan: Dios es amor. Amor, sólo amor y nada más que amor. Amor sin ningún asomo de no amor. No se trata solo de que Dios ame, porque el que ama, a veces no ama; o ama a unas personas y no ama a otras. Dios no tiene amor, es Amor. Y como es Amor sólo puede amar, porque si dejase de amar dejaría de ser Dios.

Todo eso viene a propósito del domingo de la santísima Trinidad, pues Dios, en cuanto Amor, aunque es uno y único, no es soledad, sino comunión, comunicación, encuentro, relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es don, y no hay don en la unidad o en la soledad, sino en la comunión. La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que esta comunión propia de Dios no se manifiesta solamente hacia fuera de él, sino que es propia de él. El misterio mismo de Dios es un misterio de comunión y relación y, por eso, porque él mismo es Amor y comunión, ama a sus criaturas. Lo que Dios hace de cara afuera, es un reflejo de lo que él es de cara adentro.

Más aún, puesto que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, el conocimiento de Dios nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Al haber sido creados a su imagen, a imagen de un Dios Trinidad de personas, resulta que hay un reflejo trinitario en cada ser humano. Estamos hechos para el amor y sólo en el encuentro con el otro nos encontramos a nosotros mismos. El Vaticano II (GS, 24) dijo que la semejanza con Dios “muestra que el hombre, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino es en la entrega sincera de sí mismo”. “Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las crituras” (Francisco, Laudato si’, 240).

El reflejo trinitario no está sólo en cada ser humano sino en toda la realidad salida de las manos del Padre creador, del Hijo por quién todo ha sido hecho y del Espíritu santo que es dador de vida y mantiene la vida con su aliento invisible. Toda la realidad contiene en su seno una marca trinitaria. Dice Francisco (Laudato si’, 240): “El mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. La criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”.

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29
May
2023
Isabel y María, maravillosas maternidades
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Acabamos el mes de mayo, mes de María, con la fiesta de la visitación de María a su parienta Isabel. Los nombres de María y de Isabel nos hacen caer en la cuenta de lo maravillosa que es la maternidad y, al mismo tiempo, de su maternidad maravillosa. En efecto, en Isabel se encuentran unidas y conciliadas la esterilidad y la maternidad; y en María, la virginidad y la maternidad. Porque para Dios no hay nada imposible. Donde el humano piensa que no hay ninguna posibilidad de vida, Dios saca vida de los lugares, personas y momentos más inesperados.

La relación entre estas dos mujeres va más allá de su maravillosa maternidad. Las dos tienen la suficiente perspicacia para discernir donde está la verdadera voluntad de Dios. María, después de oír al mensajero divino y de responder con fe: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”, se puso en camino y entró en casa de Zacarías (Lc 1,39-40). En esta visita hay algo más que una pura cortesía o un hermoso deseo de ayudar. Zacarías significa “memoria, recuerdo”. María acude a la casa de la memoria. María acude a los sabios de Israel, a los ancianos, representados por Zacarías e Isabel.

En la casa de la sabiduría ocurren cosas sorprendentes. Allí, Isabel, cuyo nombre significa “Dios es plenitud” y, por eso, el evangelista dice que está “llena del Espíritu Santo”, saluda a María bendiciéndola a ella y bendiciendo, sobre todo, al fruto de su vientre. Y luego, Isabel aplica a María la primera bienaventuranza del evangelio: “Feliz la que ha creído”. Ahí está la verdadera felicidad de María, en saber escuchar la Palabra de Dios y responder con fe. San Agustín llegó a decir que la felicidad de María no estaba tanto en su maternidad biológica cuanto en su acogida de la Palabra. Eso es lo que la hace feliz a ella y a nosotros.

La reacción de María ante las palabras de Isabel es hablar bien de Dios con unos términos totalmente contraculturales. Porque chocan abiertamente con la cultura de este mundo, aunque están en total consonancia con el mensaje de Jesús. María, modelo de todo creyente, nos invita hoy a mirar a su Hijo, y a hacer como ella siempre hizo: referir a Dios las maravillas que en ella había hecho. Unas maravillas muy distintas de las que el mundo proclama y busca. El mundo busca poder; María proclama que Dios derriba a los poderosos. El mundo busca grandeza; María proclama que Dios enaltece a los humildes. El mundo busca riqueza. María proclama que Dios llena de bienes a los hambrientos. El mundo favorece la guerra; María proclama la misericordia y el perdón de Dios, en un mundo donde abunda el egoísmo y cada uno reclama sus derechos o lo que considera que son sus derechos, aún a costa de perjudicar a otros. Un buen ejemplo es que hoy se habla de derecho al aborto.

Isabel y María, dos mujeres bien feministas, modelos para toda mujer y todo varón. Dos mujeres que pusieron su vida al servicio de Dios. A eso estamos invitados todos. A proclamar con nuestra vida la grandeza del Señor.

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25
May
2023
Espíritu de amor
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cruzamor

Tras las dos reflexiones precedentes sobre la relación del Espíritu con la libertad y con la verdad, ofrezco una última sobre la relación del Espíritu con el amor. Pues, el Espíritu derrama en nuestros corazones el amor de Dios (Rm 5,5). El amor es lo que da sentido a la libertad y a la verdad, y lo que prueba la calidad de ambas. Una libertad sin amor se pervierte y se convierte en egoísmo y opresión. Y la verdad sin amor también se pervierte y se transforma en idolatría y absolutismo.

La verdad no es un tener, es un ser. Cristo no dijo: tengo la verdad, sino: “yo soy la verdad” (Jn 14,6). Si la verdad no fuera un “ser” y no se convirtiera en amor, caeríamos en la ilusión de creer que la vida cristiana queda circunscrita cuando está cuidadosamente definida. Pero ya el Nuevo Testamento advierte que no son los que dicen “Señor, Señor”, los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que “os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Por este motivo san Pablo nunca separa la fe (que implica el conocimiento de la verdad) del amor. Y Santiago califica de diabólica una posesión de la verdad sin amor.

La gran prueba de la posesión del Espíritu termina siendo el amor. El amor que implica verdad y libertad. Pues el amor siempre conduce a la verdad, ya que respeta profundamente al otro y busca su bien. Y también conduce a la libertad: solo desde el amor la libertad germina. Sin amor no hay respeto del otro, ni compasión, ni comprensión, ni perdón. Solo el amor permite que el otro sea verdaderamente otro, es decir, que sea libre.

El ejemplo de Jesús resulta aleccionador: la verdad no se impone desde el poder. Por eso reprende a sus discípulos que pretenden que baje fuego del cielo sobre aquellos que no le reciben; por eso no pide que el Padre mande legiones de ángeles para que le defiendan. De ahí que su palabra tenía autoridad y no las tenían las palabras de los escribas, que eran los que detentaban el poder religioso y el poder armado. La verdad, para Jesús, sólo es tal cuando brota del amor, se proclama con amor y se acoge con amor. Más aún, sólo el amor termina imponiéndose, pues es la única fuerza que tiene valor de eternidad.

Si queremos que nuestra catequesis y nuestra predicación resulten creíbles, tienen que estar respaldadas por el amor, acompañadas de signos de amor. Muchas de nuestras verdades se descalifican de entrada por la manera como las ofrecemos, por ejemplo, en un tono amenazante o con palabras alejadas de la experiencia de nuestros oyentes. Muchos superiores sólo se soportan, pero no crean comunidad, porque su gobierno no está arraigado en el amor ni se ejercita en un clima de libertad. Si Dios ha hecho al hombre libre es porque tiene en él una confianza absoluta. Cuando nosotros no nos fiamos de los hermanos dejamos de actuar con el Espíritu de Dios.

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21
May
2023
Espíritu de verdad
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espirtuverdad

“El espíritu de la verdad guía hasta la verdad completa” (Jn 16,13). Ahora bien, nosotros, seres limitados, nunca percibimos del todo la verdad, siempre hay aspectos que se nos escapan. La verdad es algo que se va haciendo y descubriendo. Pues la Verdad, en definitiva, se identifica con Dios: él es la Verdad. Nosotros solo percibimos algunos destellos de su luz inaccesible. Somos peregrinos que caminamos hacia el misterio de Dios, que es la Verdad, pero precisamente por ser un misterio que nos sobrepasa, lo percibimos oscuramente y nunca acabamos de abarcarlo, lo que significa que el encuentro con la verdad se convierte en una tarea permanente y en una búsqueda que nunca se acaba.

El Espíritu guía hacia la verdad. Si necesitamos un guía es precisamente porque nosotros no somos maestros de la verdad, sino aprendices y mendigos. ¿Y como nos guía? No de forma automática ni haciendo magia, pues el Espíritu nunca anula la personalidad, sino que la potencia. Dios nunca actúa sin nosotros. Por eso el Espíritu nos guía hacia la verdad a través de nuestro esfuerzo y de nuestro pensamiento. Jesús, maestro en estas cosas del espíritu, indicaba la necesidad de investigar las Escrituras (Jn 5,39), o de discernir los signos de los tiempos para que cada uno pudiera juzgar por sí mismo lo que es justo (Lc 12,56-57). Esto quiere decir que el pensamiento forma parte de nuestra acepción de la revelación de Dios.

La verdad no es algo que se nos da hecho, sino algo que hay que acoger y asimilar. Pensar, argumentar, estudiar o incluso estar en desacuerdo pueden ser caminos que nos conducen a la verdad. Pues el argumentar o estar en desacuerdo estimulan el pensamiento en su acercamiento a la verdad. Tenemos el gran ejemplo de Tomás de Aquino, este gran maestro del pensamiento, que comenzaba siempre sus búsquedas y reflexiones con las objeciones de los que no pensaban como él, objeciones que tomaba muy en serio. No tanto para hacerles ver que estaban equivocados, cuanto para acoger la parte de verdad que tenían. Pues él estaba convencido de que “toda verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo”.

Ya san Pablo había recomendado: “no extingáis el espíritu”; y para ello: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tim 5,19.21). Para que el Espíritu no se extinga no hay que temer a los que no piensan como nosotros; hay que escucharles con atención. Ellos también pueden conducirnos hacia la verdad. ¡Con cuanta más razón, en esta búsqueda de la verdad, tendremos que escuchar a nuestros hermanos en la fe! Todos han recibido el Espíritu Santo, que les hace capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso (Heb 5,14; Fil 1,9-10). La docilidad al Espíritu se manifiesta en la escucha de nuestros hermanos y en la atención que les prestamos.

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17
May
2023
Donde está el Espíritu, allí está la libertad
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“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3,17). Esta libertad que da el Espíritu no es la libertad tal como la entiende el mundo. No se trata de que cada uno puede hacer lo primero que se le ocurra, actuando sin control alguno, haciendo incluso lo que es malo para él o para los demás. Tampoco se trata de la libertad tal como la entienden algunos políticos, que se dedican a hacer leyes para que las personas estén liberadas de lo que ellos consideran opresiones religiosas o sociales: libertad para abortar, libertad para matarse (eutanasia), libertad para ocupar propiedades ajenas. En fin, libertad para hacer el mal. San Pablo conocía esa libertad para hacer el mal, pero dejaba claro que esa no era la libertad que nos traía Cristo. A los cristianos gálatas les dice: “hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes, al contrario, servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13). Cristo nos libera del pecado para el amor. Es una libertad “de” y una libertad “para”; siempre es una libertad cualificada. Y su objetivo es el amor.

Una de las insistencias del Nuevo Testamento es la libertad del creyente frente a la ley. No se trata de la ley de Dios, sino de las leyes de los hombres, o mejor, de las leyes religiosas interpretadas por los hombres. En este sentido tiene una cierta similitud con las leyes de la carne. Pero va más allá. Pues es una libertad que tiene que ver directamente con el modo de vivir y entender la religión, o sea, la relación con Dios. La libertad que da el Espíritu se opone al servilismo de la letra de la ley, no a su intención profunda. Pues la intención de la ley es la búsqueda del bien, la búsqueda de la justicia. Este es el principio que debe guiar todas nuestras acciones, tal como se desprende de la enseñanza de Jesús. Pero cuando esta intención del bien y de la justicia se traduce en una legislación concreta, pudiera suceder que en algunas ocasiones quedarse en la letra no fuera suficiente o incluso contradijera el principio que ha inspirado la letra. Y entonces la ley se convierte en esclavizante.

Las palabras de Jesús a propósito del sábado resultan aleccionadoras: “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús quebranta la ley del sábado, pero realiza su intencionalidad profunda. El precepto del sábado busca el bien, la felicidad, el descanso del ser humano, y que el hombre recuerde que tal descanso y felicidad proceden de Dios. Por eso, Jesús no pretende quebrantar el culto a Dios que recuerda el precepto sabático, sino realizar el sentido que tiene tal culto: la búsqueda del bien del hombre enfermo, al que Jesús cura y devuelve la ilusión y la alegría. “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?” (Mc 3,3). Esta pregunta descoloca a los legistas, pues éstos entienden que es bueno lo que la ley manda y malo lo que la ley prohíbe, mientras que Jesús indica que es bueno lo que favorece al ser humano y malo lo que lo destruye.

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