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Jul2022Un extraño en el camino
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Jul
El próximo domingo escucharemos, en la Eucaristía, la parábola del samaritano misericordioso. Ofrezco una síntesis del comentario del Papa a esta parábola en su encíclica Fratelli tutti, poniendo entre paréntesis los números de la encíclica a los que me refiero.
Francisco plantea una pregunta que nos interpela directamente: ¿con cuál de los personajes de la parábola te identificas, con los salteadores, con las personas religiosas, que se desentendieron del herido y pasan de largo, o con el que, sin conocerlo, lo consideró digno de dedicarle su tiempo? (64).
Subrayo algunas enseñanzas de la parábola directamente relacionadas con la fraternidad y la amistad social. En primer lugar, en un mundo de heridos y de personas excluidas o dejadas al borde del camino por motivos económicos, políticos, sociales y religiosos, solo hay dos opciones posibles, dos tipos de personas, más allá de la posición que ocupan o del disfraz con el que se visten, a saber: hacerse cargo del herido o pasar de largo (67 y 70). Los que pasan de largo son cómplices de los salteadores. De modo que en los momentos de crisis “todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombres a algún herido” (70).
En segundo lugar, todos podemos hacer algo. “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan” (77), ni dejarnos desanimar por su inoperancia o corrupción, o por instituciones “dirigidas al servicio de los intereses de unos pocos”. Si “otros piensan en la política o en la economía para sus juegos de poder”, las personas de buena voluntad estamos llamadas a alimentar lo bueno y ponernos al servicio del bien (77).
Estamos llamados a olvidarnos de localismos y particularismos, a traspasar los prejuicios históricos y culturales (83), llamados a ampliar nuestros círculos de pertenencia (81 y 83), para que resurja nuestra vocación de “ciudadanos del mundo entero” (66) y, como el samaritano, hacernos prójimos, cercanos al extraño (80). “Pero no lo hagamos solos, individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un 'nosotros', que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades” (78).
Destaco, finalmente, un “aviso”, suscitado por esas personas religiosas que pasan de largo ante el herido: “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás” (74). El aviso continúa, desde otra perspectiva, después de lamentar que a la Iglesia le haya costado tanto tiempo condenar la esclavitud y diversas formas de violencia: “todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes” (86).