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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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24
Nov
2022
Demasiadas intervenciones
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intervenciones

Las intervenciones o auditorias, o como se quiera llamar, manifiestan que algo no acaba de ir del todo bien. No necesariamente por culpa de los responsables de la institución, aunque la ausencia de culpa no quita que los responsables no hayan sabido gestionar o controlar adecuadamente lo que se les ha encomendado. El Papa, en distintas ocasiones, ha nombrado delegados suyos, a veces solos y a veces acompañados de una pequeña comisión, para revisar el funcionamiento de algunas instituciones eclesiales. El último caso ha sido la intervención de Caritas Internacional. Al parecer no se trata de investigar abusos, sino de mejorar la gestión para que sirva al Papa y a los obispos en el ejercicio de su ministerio con los más pobres y necesitados. Sea lo que sea, algo no acaba de ir bien. Cuando se manejan o administran dineros ajenos, aparecen tentaciones, se requieren controles y la transparencia es necesaria.

Otra intervención conocida es el nombramiento de dos Obispos uruguayos para que visiten los seminarios españoles. Tampoco aquí se trata de buscar abusos, sino de ayudar a que los seminarios cumplan mejor su función de formar a los futuros sacerdotes. El problema concreto es que muchos seminarios tienen tan pocos seminaristas que corren el riesgo de ser un grupo de amigos en vez de un espacio de formación. Cuando hay pocos formandos se corre el riesgo de consentirlo todo, puesto que si uno se pone serio, se tiene miedo a que la diócesis se quede sin vocaciones. Un seminario requiere tener un buen equipo de formación (director y, al menos, uno o dos ayudantes, prefecto de estudios, confesores, director espiritual, encargado del curso propedéutico), y no es normal ni formativo que el número de formadores sea superior al número de seminaristas.

Esto del curso propedéutico, por si alguno no lo sabe, es un curso introductorio, en el que no se cursan estudios reglados en una Facultad o Centro teológico. El objetivo de este curso es formarse espiritualmente, conocer bien la diócesis y sus necesidades, y adquirir una serie de conocimientos elementales sobre biblia, liturgia y documentos eclesiales que, normalmente, los que entran en el seminario desconocen. Por ejemplo, lo que dice el Concilio Vaticano II. A veces los nuevos seminaristas entran con ideas preconcebidas sobre el Concilio. Y es bueno que tengan ideas justas.

Algunas asociaciones y congregaciones religiosas también han sido intervenidas, sobre todo algunas de reciente fundación. Ya sé que no es cuestión de nombres y apariencias, pero los nombres (Heraldos, Cruzados) y las vestimentas suelen ser orientativas de una determinada manera de vivir y de pensar. Al respecto es bueno recordar lo que dice el Código de derecho canónico (nº 304,2) sobre los nombres que, sin duda, por analogía, se aplica también a las vestimentas: “Escogerán un título o nombre que responda a la mentalidad del tiempo y del lugar”.

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22
Nov
2022
El ser humano no tiene precio porque tiene dignidad
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dignidad

Todo ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Este es un dato irrenunciable para la antropología teológica. Pero precisamente porque la imagen es constitutiva de la persona, se sea o no consciente de ello, es necesario encontrar una huella, un correlato en la realidad humana de este dato teológico, sin necesidad de referirse al origen y motivo de esta imagen. Si la imagen es creatural, entonces está ahí, más allá de quién sea el causante de tal imagen. ¿Cuál es la traducción antropológica, el correlato humano de la imagen de Dios en todo ser humano? La dignidad. El ser humano no tiene precio porque tiene dignidad.

La dignidad no es algo que se adquiere, es algo que se tiene, cada uno la recibe con el ser y la vida. Eso significa que cada ser humano vale por sí mismo, que no es intercambiable con nada ni con nadie, precisamente porque es único. Cada ser humano tiene un valor absoluto. Cada persona es algo nuevo; con cada nacimiento todo vuelve a empezar. Puesto que cada persona tiene valor por sí misma, nadie tiene derecho sobre otra persona. Más que derecho, lo que tenemos ante los otros es responsabilidad, la responsabilidad de tratarlos como seres con valor intrínseco, y responder de ello en caso de no hacerlo.

Para que la dignidad sea reconocida y respetada es necesario que yo me reconozca en el otro, que lo vea como mi igual, alguien que tiene sentimientos y necesidades similares a las mías, alguien que es como yo, “otro yo”. Todos formamos parte de una humanidad única. Llegar a este reconocimiento no ha sido fácil. Nos ha costado superar eso de que hay razas superiores e inferiores, que hay un sexo fuerte y otro débil, que unos somos mejores que otros.

Sólo si reconozco al otro como otro, más allá de mis intereses, de mi forma de pensar, o de la utilidad que pueda reportarme, sólo entonces me sitúo en el camino adecuado para reconocer que el otro tiene derechos tan inalienables como los míos. Más aún, sólo entonces estoy en condiciones de reconocer que un atentado a sus derechos es una ofensa a mi propia dignidad, y de escandalizarme o sentirme interpelado ante aquellos actos que “claman al cielo”, porque dañan al más digno de los habitantes que habitan bajo el cielo. Sin ese reconocimiento del otro como otro, necesariamente lo considero un objeto. Entonces el otro no vale nada y es perfectamente prescindible. Ese es el problema que se plantea, por ejemplo, a la hora de hablar de la vida del no nacido: ¿lo miro como a una persona o como a un puñado de células?

La teología va más al fondo del reconocimiento del otro como igual a mí. Nos conduce a reconocer el fundamento divino de cada persona. Pero independientemente de tal descubrimiento, y aún cuando no se reconozca, todo ser humano posee unos derechos inalienables. Aquí la gracia y la naturaleza coinciden. Lo que para el cristiano es don incondicional de Dios, se convierte, desde la perspectiva secular, en algo propio. Pero explicitar la perspectiva teológica ofrece una nueva luz y un sentido a lo que ya por sí mismo tiene sentido.

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18
Nov
2022
Rey del amor clavado en la cruz
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reydelamorclavado

El año litúrgico acaba con la fiesta de Cristo rey. Jesús pasó la vida anunciando el reino de Dios y realizando signos liberadores y sanadores que indicaban lo que podía ser el reino de Dios. No es extraño que, después de haber hablado tanto de este reino, el gobernador de Roma, en un juicio en el que sus enemigos le acusaban de ser competidor del emperador de Roma, le preguntase si era rey. Jesús no negó que pudiera ser rey, pero dejó muy claro que su realeza no tenía nada que ver con el modo como los reyes y gobernadores de este mundo ejercían el poder. El de Jesús era el poder del amor y no el del dominio y la opresión.

Una vez en la cruz, los enemigos de Jesús, esos que piensan que con el poder se logra todo, se ceban con él, y le desafían a que baje de la cruz, ya que un rey, y más un rey con poderes divinos, lo menos que puede hacer es salvarse a sí mismo. Si no demuestra su poder no es digno de crédito. Y el poder se demuestra, según los criterios humanos, en los gestos espectaculares o en la capacidad de destruir y someter. Jesús, a lo largo de su vida ha roto con este modo de entender el poder y ha presentado un poder distinto que, lejos de destruir, construye; en vez de someter, levanta; en lugar de esclavizar, libera. En la cruz sigue manifestando este poder que, paradójicamente, resulta ser el único que puede salvar a las personas. Pues con el poder que oprime y somete quizás se puedan lograr algunas cosas, pero nunca se puede lograr lo único que importa.

Con Jesús había dos malhechores que sufrían su mismo castigo. Uno de ellos también increpa a Jesús, pidiendo la misma demostración de poder que reclamaban sus enemigos: “sálvate a ti mismo y a nosotros”. Sin duda la petición de este crucificado tiene un tono distinto al de los enemigos de Jesús, pues no es ni un desafío ni una burla, es una petición desesperada de auxilio. Y aunque sigue comprendiendo la salvación en términos de poder, su actitud, sin duda, era digna de comprensión. El otro ladrón comprende mejor la naturaleza del poder de Jesús: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Acuérdate de mi, o sea, tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el amigo que sostiene y apoya. En esta súplica y, sobre todo, en la respuesta de Jesús: “hoy estarás conmigo en el paraíso”, queda claro, para el evangelista Lucas, que Jesús es el verdadero salvador.

El modo de morir de Jesús muestra cuál es su realeza. En el fondo, la única realeza que, lo sepa o no lo sepa, necesita el ser humano. Una realeza, fundamentada en el amor, que ofrece perdón y misericordia. Este rey crucificado no ofrece la conquista de ningún imperio ni la de ningún tesoro, sino la salvación de la propia vida, más allá de cualquier deseo o expectativa.

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14
Nov
2022
¿Y si el universo existe desde siempre?
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circuloazulsobretierra

La ciencia nos asegura que este universo tuvo un comienzo. Hace unos 13.800 millones de años se produjo una gran explosión de la que ha resultado todo lo existente. A la pregunta instintiva sobre la causa de esta explosión o sobre lo que hubo antes del hidrógeno, la teoría de la relatividad no responde, porque “todo comenzó entonces”; por tanto “no hubo antes”. Ahora bien, para evitar que esta pregunta por el “antes” termine postulando la existencia de Dios, algunas teorías físicas sugieren que el universo existe desde siempre.

Esta es una vieja cuestión que no tiene que alarmar a la teología. Aristóteles parecía cuestionar la verdad de la creación del mundo por Dios con su concepción del movimiento continuo, y su afirmación de que la materia, aquello de lo que está hecho el mundo, es eterna e imperecedera, y existe desde siempre. Por su parte, la Biblia presenta la creación como el primer dato a tener presente sobre la realidad del mundo. La interpretación espontánea de esta página bíblica asocia la idea de creación con un comienzo cronológico: este mundo tiene un principio temporal, comienza “el primer día”. Pero de lo que tratan estos primeros capítulos del Génesis no es del comienzo temporal del mundo y, aunque así fuera, ese comienzo temporal sería el ropaje cultural que transmite lo que de ellos se deduce, a saber, la dependencia de Dios de todo lo real.

Tomás de Aquino tomó en serio la tesis filosófica de la posible eternidad del mundo. Su solución sigue siendo válida para situarnos hoy, desde la fe, ante las teorías que afirman que el universo existe desde siempre. Tomás de Aquino sostiene que la temporalidad del mundo es un dato de fe, que no puede ser demostrado con rigor. Por tanto, “que el mundo empezara a existir es creíble, pero no demostrable o cognoscible”. Por eso sostendrá que afirmar que el mundo existe desde siempre no es contradictorio con la afirmación de un Dios creador del mundo, pues sería posible concebir que Dios ha creado al mundo desde siempre, y así el mundo sería creado, dependiente de Dios y co-existiendo con Dios desde toda la eternidad.

No hay contradicción intrínseca en decir que un efecto creado puede existir desde la eternidad, porque puede existir simultáneamente con la causa. Por tanto, el universo podría haber existido desde siempre, si Dios así lo hubiese querido. La referencia del mundo y de toda criatura a Dios hay que situarla a niveles ontológicos más que temporales. Se puede depender totalmente de Dios, tener en él la causa del ser, y existir desde siempre. Ser creado es depender totalmente de Dios; lo propio de lo creado es la dependencia, no el tiempo, ni una fecha. Lo que santo Tomas pone de relieve, y lo que debemos mantener como dato de fe, es la dependencia absoluta del mundo con Dios.

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10
Nov
2022
No es lo mismo origen que comienzo del universo
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puestadesolsobremar

Según la ciencia, el ser humano es el resultado de una evolución, que estamos en condiciones de datar. Comenzó hace 13.800 millones de años con la aparición de la energía y de la materia, y culminó con la aparición de la vida hace unos cinco mil millones de años. A partir de esta aparición, pasando por los anímales mamíferos superiores, llegamos hace cuatro millones de años a unos primeros homínidos, y más recientemente a los humanos.

Esta respuesta que ofrece la ciencia, es susceptible de nuevas preguntas: este comienzo de la evolución, ¿a qué fue debido, por qué ocurrió, tuvo alguna causa?  Lo que relata la ciencia es un comienzo, parte de una fecha (más o menos aproximada, pero una fecha). Sin embargo, la gran pregunta no es solamente cuándo comenzó la evolución, sino por qué motivo comenzó y por qué motivo ha evolucionado así.

Estas dos preguntas: ¿cuándo comenzó la evolución?, y ¿por qué motivo comenzó?, nos orientan a una interesante distinción entre origen y comienzo. Los comienzos tienen una fecha, un primer momento. El origen no tiene fecha, es una causa más allá de toda fecha. Preguntar por el origen es preguntar por la razón última. El concepto teológico de creación está estrechamente relacionado con la pregunta por el origen y no tanto con la pregunta por el comienzo. El origen hace posible una realidad, pero no tiene porqué interferir en su desarrollo. Y no interfiere porque se sitúa a otro nivel. Eso es exactamente la creación: el don de un mundo en el que las cosas y nosotros podemos ser.

Por este motivo, el Creador no manipula la realidad. Lo que hace es sostener el ser y posibilitar su desarrollo. El acto creador no deja huellas o vestigios en las cosas, porque es la razón de toda realidad. Es un Misterio que, en cuanto tal, no puede ser descrito. Un Misterio que sólo podemos atisbar por sus efectos. La creación no hace que las cosas sean así o asa; hace que las cosas existan en vez de que no existan de ningún modo. La creación es la razón desconocida y misteriosa por la que hay algo en vez de nada. Por eso el acto creador deja que el mundo funcione según sus propias leyes científicas, que las cosas se comporten conforme a su naturaleza, y no según decretos arbitrarios o caprichosos de Dios.

Al distinguir entre origen y comienzo, comprendemos que la creación hay que vincularla al origen, al hecho mismo de que exista lo real. Dios es el origen de una naturaleza que, una vez aparecida en la existencia, tiene un comienzo y un desarrollo, tiene un tiempo que puede medirse. Dios es el dador de vida, pero de una vida que tiene su propia autonomía. Una autonomía auténtica. Dios no manipula su creación. Dios es la Razón que hace posible la existencia y que la mantiene en el ser.

En suma, podemos entender el mundo como una maravillosa creación de Dios, y también como resultado de millones de años de evolución. Creación es un término teológico para indicar que todo lo que existe tiene, en última instancia, su razón de ser en el designio amoroso de Dios. Evolución se refiere a nuestra forma actual de comprender cómo ha creado Dios la diversidad biológica. Ambas consideraciones son necesarias para hacer justicia a la fe y para hacer justicia a la ciencia.

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6
Nov
2022
Halloween, anuncio de Navidad
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colorluz

Después de la fiesta de las brujas, más conocida como Halloween, empieza la preparación de una fiesta llamada Navidad. ¿Qué fiesta es esa? Una fiesta llena de luz. Por este motivo muy pronto nuestras ciudades se llenarán de luces. Para celebrar una fiesta mágica, manantial de sueños y colores. La Navidad está en los detalles, en el aroma de las calles, en la búsqueda del regalo perfecto, la diversión, los sabores, la ilusión. Los colores de la próxima Navidad incluirán el plateado metálico y el dorado metálico, diferentes tonos de verde, asociados a la hierba y las hojas como elementos naturales.

Eso será todo lo que ustedes quieran menos una cosa: la celebración cristiana del misterio de la Encarnación. El acontecimiento, que los cristianos celebran el 25 de diciembre, ha sido aprovechado por el mundo de la diversión y del dinero para hacer juerga y negocio. Cierto, todavía hay personas que aprovechan los días de final de año para tener encuentros familiares. Eso está muy bien. Y hasta podría tener una relación con el misterio de la Encarnación, en la medida en que el Dios encarnado nos une como hermanos. Todo lo que sean encuentros de amor y de paz están, consciente o inconscientemente, relacionados con la voluntad de Dios.

Hace tiempo hice una propuesta: que los cristianos tiremos a la papelera la palabra Navidad y la reemplacemos por Encarnación. La palabra navidad se la regalamos al mundo, aunque el mundo no sepa lo que significa. Y si alguno sabe que significa nacimiento, la cuestión es saber de qué nacimiento estamos hablando. Las luces y decoraciones pagadas con dinero público no orientan a ningún nacimiento y, mucho menos, al nacimiento de Jesús. Las ciudades se llenarán de luces, pero para ver una imagen del niño Jesús habrá que dejar la calle y entrar en las Iglesias. Encarnación es un término que indica hasta donde llega el amor de Dios y el Dios que es Amor: hasta el extremo de querer identificarse con sus amados hijos e hijas creados a su imagen. Porque el verdadero amor, el amor más grande, es el del que quiere ser como el amado.

A los cristianos no hace falta decirles que Navidad no comienza después de Hallowen. Pero quizás sea bueno recordar que prácticamente hasta la cuarta semana de adviento es mejor no hablar de Navidad. Porque el adviento, en su primera parte, tiene su propio sentido y su propia consistencia. Y este sentido no se refiere a ningún pasado, sino a un futuro, a un acontecimiento que está aún por venir, ese acontecimiento que se expresa con estas palabras del Credo: el Señor, “de nuevo vendrá” (de nuevo, porque ya vino una vez, pero ahora no se trata del pasado, sino de una nueva vez), “para juzgar a vivos y muertos”. Tendremos ocasión de hablar de ese juicio cuando llegue el adviento, o sea, el 27 de noviembre. Mientras tanto, dejemos al mundo que prepare su navidad, esa de la que más vale no saber nada.

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3
Nov
2022
¿La falta algo a la Pasión de Cristo?
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domingosegovia

Decir que hace falta completar lo que falta a la pasión o a las tribulaciones de Cristo puede parecer herético, puesto que nada falta al valor redentor de la Cruz. Y, sin embargo, esto es lo que se dice literalmente en la carta de san Pablo a los Colosenses (1,24): “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. Al respecto notaba Santo Tomás de Aquino: “estas palabras, superficialmente tomadas, pueden entenderse mal, en el sentido de que la pasión de Cristo no fue suficiente para la redención, sino que fue necesario para completarla añadirle las pasiones de los santos. Pero esto es herético, porque la sangre de Cristo es suficiente para la redención no de uno, sino de mil mundos”.

Nosotros no podemos añadir nada al sufrimiento redentor de Cristo. Y, sin embargo, este sufrimiento tiene repercusiones en la carne humana del creyente. Pues el cristiano, en quién Cristo vive por la fe, el bautismo y la eucaristía, debe conformarse, identificarse con la muerte de Cristo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo”. Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo, es necesario llevar “en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús” (2 Cor 4,10). Siempre falta algo en nuestra carne para que se realice esta conformidad perfecta con Jesús.

Comentando este texto de Col 1,24, recuerda Tomás de Aquino que la Iglesia, o sea todos los cristianos, son el Cuerpo de Cristo. Por eso, lo que falta a la pasión de Cristo se refiere a toda la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo. “Completo, esto es, añado mi granito de arena. Y esto en mi carne, es a saber, padeciendo yo mismo. O lo que resta de padecer a mi carne. Pues esto faltaba, que así como Cristo había padecido en su cuerpo, así padeciese en Pablo, miembro suyo, y de manera semejante en los demás miembros”.

¿Por qué este sufrimiento, qué utilidad pueden tener para el cristiano los dolores y tristezas? ¿Por qué debemos llevar en nosotros la muerte de Jesús? Porque la Cruz de Cristo debe ser proclamada en el mundo, no solo con palabras, sino también con obras. El cristiano es una predicación viviente del Señor crucificado y resucitado. Si como dice san Pablo, nosotros solo queremos “saber a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2,2), es necesario que vivamos esto en todo nuestro ser. No solamente en nuestro espíritu (a base de meditaciones sobre la pasión de Cristo), sino también en nuestro cuerpo, por los ultrajes, las persecuciones y las aflicciones vividas por el nombre de Cristo. Así Cristo nos asocia a su pasión, y los dolores que encontramos en nuestra vida cristiana nos convierten en testigos vivos y poderosos del Crucificado.

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31
Oct
2022
¡Ay qué larga es esta vida!
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velasdiadifuntos

A la mayoría de nosotros, por mucho que dure la vida, siempre nos parece corta. Cuando lo pasamos mal no deseamos acortar la vida, deseamos acortar el sufrimiento. Incluso los que se suicidan no quieren quitarse la vida, lo que quieren es quitarse de encima lo insoportable de la vida. Y para eso no encuentran mejor método que quitarse la vida. Pero si a quienes van a quitarse la vida, les ofrecieran palabras de esperanza y alivio para sus penas, seguro que no lo harían. Eso vale también para esas leyes que posibilitan la eutanasia. Pues el remedio para las personas que sufren no es facilitarles la eutanasia, sino ofrecerles buenos cuidados paliativos, buen acompañamiento, cercanía y cariño.

Dejo esto porque ahora me interesa responder a la pregunta de quién puede decir, sinceramente, que la vida es larga. Solo puede decirlo aquel que espera una vida mejor y sabe que a esta vida mejor solo se accede saliendo de esta. En esta línea van estos versos de Teresa de Jesús: “¡Ay qué larga es esta vida!, / ¡qué duros estos destierros!, / ¡esta cárcel, estos hierros, / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida / me causa dolor tan fiero, / que muero porque no muero”. Y estos otros: “Aquella vida de arriba, / que es la vida verdadera, / hasta que esta vida muera, / no se goza estando viva”.

La fiesta de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos son una ocasión para recordar que la verdadera cuestión frente a la muerte, no es la muerte misma, sino el modo de vivir y la esperanza con la que morimos. Según como haya sido nuestro modo de vivir, así será nuestra esperanza. Por eso, lo problemático no es tanto la muerte, sino la manera de afrontarla. Para quienes viven “sin Dios y sin esperanza” (Ef 2,12), pues una cosa conlleva la otra, la muerte es algo no deseado y suele vivirse como un ataque desde el exterior, como algo angustioso y oscuro. En la medida en que nos aceramos a Dios y nos asemejamos a Cristo, tal angustia desaparece. Y así es posible experimentar la muerte como la realización no traumática de nuestra hambre de trascendencia, como paso hacia la plena divinización.

Si creemos de verdad, como dice la liturgia, que “la vida no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrena, se nos prepara en el cielo una mansión eterna”, entonces es posible pensar en “la hermana muerte” (Francisco de Asís), o exclamar: “muero porque no muero” (Teresa de Jesús), o decir, como San Pablo: “para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor” (Flp 1,21.23). Al respecto cabe también recordar esta palabra de Jesús: “Si me amaráis, os alegraríais de que me fuera al Padre” (Jn 14,28).

De estas cosas sólo puede hablarse con mucha seriedad y con mucha serenidad. La esperanza cristiana no es un antídoto contra la tristeza, sino contra la desesperación.

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28
Oct
2022
Oración en un mundo sin Dios
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roseton03

Escribo desde Salamanca. Los días 26 y 27 de octubre se han celebrado en la Universidad Pontificia unas Jornadas de Teología, sobre “la oración en mundo sin Dios”. A mi me han hecho el honor de solicitarme la primera de las conferencias. La he titulado: “El hombre como ser orante. Dimensiones antropológicas y teológicas de la oración”. Dado el sentido de las jornadas, he comenzado por preguntarme no tanto si era posible orar en un mundo en el que Dios parece ausente, sino si era posible una oración sin Dios. Esta es la propuesta de algunos filósofos y grupos contemporáneos, que afirman que la espiritualidad no es monopolio de los cristianos ni de las tradiciones religiosas. La espiritualidad, en cierto sentido, es un ejercicio de superación de los propios límites. Cultivar la espiritualidad es ejercitar el espíritu, sin miedo a enfrentarse con la realidad.

Después de valorar este tipo de propuestas he reflexionado sobre el sentido antropológico de la oración, pues la oración a Dios es una realización de la peculiar dimensión comunicativa del ser humano. Sin base antropológica, si la oración no designase un fenómeno predicable de todo hombre, al concepto cristiano de oración le faltaría el contacto con una experiencia accesible y perdería toda obligatoriedad. Cuando he tratado de las dimensiones teológicas de la oración, he comenzado por notar las dos dificultades que tenían, tanto los antiguos como los modernos, para explicar la necesidad de la oración: Dios no necesita informaciones y a Dios no le podemos cambiar. En realidad, he dicho, la oración no cambia a Dios, sino que nos cambia a nosotros.

Mis reflexiones han concluido con esta cita de Benedicto XVI: “Los cristianos hoy estamos llamados a ser testigos de oración, precisamente porque nuestro mundo está cerrado al horizonte divino y a la esperanza que lleva al encuentro con Dios. En la amistad profunda con Jesús y viviendo en él y con él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el cielo de Dios. Es más, al recorrer el camino de la oración, sin respeto humano, podemos ayudar a otros a recorrer ese camino. También para la oración cristiana es verdad que, caminando, se abren caminos”.

Está previsto publicar en un libro las conferencias de estas Jornadas. Esperemos que sea pronto y así puedan llegar a un público amplio.

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24
Oct
2022
¿Fe como creencia o fe como encuentro?
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sagrario

Muchas palabras importantes tienen distintos sentidos según cuál sea el contexto en el que se las utiliza. Hoy, por ejemplo, muchos llaman al sexo amor. Hacer el amor es tener relaciones sexuales. Sin necesidad de llegar a este ejemplo extremo el término amor tiene un sentido distinto si estoy pensando en el amor que le tengo a un recuerdo familiar, al perro de compañía o a mi hijo pequeño. Pues lo mismo ocurre con el término fe. Solo que con la palabra “fe” resulta menos evidente que su sentido puede cambiar radicalmente según el contexto, pues muchos funcionan con un modo único de entender la fe y, en función de este sentido con el que funcionan, califican o descalifican otros usos del término, sin darse cuenta de que su calificación o descalificación lo único que demuestra es su supina ignorancia.

Muchos entienden la fe como un conocimiento de verdades. Tener fe, entonces, es tener por verdadera una doctrina, la de que Dios existe por ejemplo. Y pongo este ejemplo, porque si nos quedamos con este concepto de fe, los demonios también tienen fe. Lo dice la carta de Santiago. Desgraciadamente este concebir la fe como una adhesión a una serie de verdades es el más difundido en el mundo católico. Pero hay otro concepto de fe más bíblico y más profundo: fe es un encuentro, una adhesión incondicional al misterio del Dios de Jesucristo, que compromete y cambia la vida entera. Este es el concepto de fe que permite a San Pablo decir que la fe sola nos salva.

Si desde la idea de fe como un tener por verdadero alguien se permite criticar la afirmación de que la fe sola nos salva, su crítica solo demuestra cortedad de miras y falta de buena teología. Evidentemente, con solo tener por verdadera una doctrina, uno puede estar alejado del Señor Jesús. Para que se entienda: con este concepto de fe uno puede estar en pecado mortal. Pero si la fe es entrega incondicional, encuentro personal con Dios, entonces el que está en pecado mortal pierde la fe.

Con el segundo concepto de fe yo puedo decir tranquilamente que sólo quién tiene fe puede acercarse a recibir al Señor en la eucaristía. Si alguien, entendiendo por fe un tener por verdadera una doctrina, me critica diciendo que con sólo la fe se puede estar en pecado mortal (y sigo empleando este ejemplo para que se entienda lo que quiero decir), es porque tienen un concepto de fe insuficiente. Mientras no nos aclaremos con lo que queremos decir con una determinada palabra no hay modo de entenderse. Y lo único que hacemos es crear conflictos innecesarios. En el terreno religioso, como en todos los asuntos serios, la formación es necesaria para dialogar y para valorar adecuadamente lo que el otro dice.

Y para referirme al título del artículo: la fe como creencia no comporta la fe como encuentro; la fe como encuentro comporta la fe como creencia. No son dos concepciones opuestas, pero es necesario distinguirlas.

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