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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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9
Oct
2017
Virgen del Pilar y de Monserrat
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virgendelpilar

En el año 1950 Juan de Orduña dirigió una película titulada “Agustina de Aragón”. En un momento dado aparece un militar arengando a la gente concentrada en la plaza, llamando a la resistencia contra las tropas invasoras. Y enseguida un cantante canta la famosa jota: “La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”. Tras los vítores de la multitud aparecen tres personajes en diálogo, un catalán y dos aragoneses. El primer aragonés se dirige al catalán y le dice: “que pequeñica es la Virgen del Pilar, pero que grande es”. El catalán replica: “si, pero no pierdas de vista a la moreneta de Monserrat, que tampoco es manca”. Entonces interviene un tercero que dice: “no seáis brutos, que las dos son la misma”.

Me parece una escena divertida e inteligente. Las dos son las misma, claro está. Pero no es menos cierto que este icono universal (al menos en el mundo católico y ortodoxo), que es la Virgen María, precisamente porque es universal, o sea de todos, cada uno la quiere hacer suya, y la particulariza, la pinta con los rasgos propios de su lugar y de su cultura. Así se explican las múltiples adjetivaciones que recibe María, la mayoría de ellas ligadas a lugares o culturas. Porque es de todos, es de cada uno. Pero porque es de todos, nadie se la puede apropiar, ni pretender que uno de los títulos es el más adecuado. Ella es lazo de unión, nunca de división. Las imágenes de la Virgen del Pilar y de la Virgen negra de Monserrat representan a la misma mujer sencilla y humilde, cuya vida estuvo totalmente al servicio de Dios y de sus hermanos, los seres humanos. Ella es la esclava del Señor y la servidora de los hombres.

Recuerdo con emoción la primera vez que, siendo niño, visité la basílica del Pilar. A mi hermano y a mi nos llevó allí mi padre. Todavía tengo en la memoria las palabras con las que nos invitó a rezar ante la imagen. Cada vez que he tenido ocasión de volver a Zaragoza suelo visitar la basílica del Pilar. Allí, en dos ocasiones, he predicado la novena del Pilar. Y una vez celebré una Misa en lengua francesa, para un grupo de religiosas catalanas y francesas. Por cierto, la Virgen del Pilar quiere ser francesa y no quiere ser capitana de ninguna tropa, porque a todos nos llama a ser hermanos. Y para ser hermanos sobran todas las armas. Bastan las manos abiertas y los cuerpos dispuestos a abrazarse.

Hablando de hermandad y pensando en los tiempos que corren, ¿cómo no se le ha ocurrido a nadie con autoridad eclesiástica montar una gran peregrinación de católicos catalanes al Pilar y de católicos del resto de España a Monserrat?

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5
Oct
2017
¿Qué significa que el Padre está en el cielo?
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cielo

En la oración que Jesús nos enseñó, lo primero que se dice de “nuestro Padre”, antes de pedirle nada, es que está en el cielo. Sin duda, esta imagen espacial indica que Dios está más allá de todos los esfuerzos humanos, de todas nuestras intuiciones, de todos nuestros deseos, de todos los productos de nuestro espíritu, por muy sublimes que sean. La realidad de Dios sobrepasa todo lo que el hombre puede alcanzar.

Y, sin embargo, este Dios que está en el cielo penetra los abismos. Comentando estas palabras referidas a María, “Dios ha mirado la humillación de su esclava”, Lutero dice: Dios nunca mira hacia arriba, porque no hay nada por encima de él; tampoco mira a su alrededor, porque nada le iguala. Necesariamente tiene que mirar hacia abajo, y cuanto más abajo está uno, mejor le ve Dios. Luego, Lutero se explaya hablando de la humilde María, a la que Dios mira con amor precisamente por su pequeñez.

Tomás de Aquino, comentando estas palabras del Padrenuestro, dice: “que estás en los cielos” indica la cercanía de Dios hacia nosotros, su prontitud para escuchar. E interpreta “estar en los cielos”, como “estar en los santos, en los cuales habita Dios”. Teniendo como referencia el salmo 118 (“los cielos proclaman la gloria de Dios”), Tomás de Aquino afirma que “los santos son denominados cielos”. En efecto, quienes proclaman la gloria de Dios son los santos.

Me parece profunda esta intuición de Santo Tomás: Dios está en los cielos, es decir, en aquellos que han hecho de su vida una vida conforme a la de Dios, una vida celestial. El todopoderoso, el que nada ni nadie puede retener, el Señor de la gloria, se hace presente en la persona justa. El cielo, más que un lugar, es una manera de ser, una actitud. ¿No dice el amante que su amada es un “cielo”? En los que se comportan divinamente, allí está Dios.

Así concluye Tomás de Aquino su interpretación de estas palabras del Padrenuestro: “como a causa de su excelsitud algunos han afirmado que Dios no se preocupa de las cosas de los hombres, conviene tener presente que es alguien cercano, íntimo; de él se dice que está en los cielos, es decir, en los santos, a los cuales se les llama cielos”.

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1
Oct
2017
Francisco de Asís: todo bien, sumo bien
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Sanfrancisco

Francisco de Asís es un extraño personaje que inquieta y atrae al mismo tiempo. Inquieta porque nos recuerda la gravedad y seriedad del evangelio. Y atrae porque vemos en él un ideal humano y cristiano que también quisiéramos realizar nosotros.

Lo que de verdad interesa de San Francisco viene expresado sintéticamente al comienzo de las Florecillas: “Primeramente es de advertir que el glorioso Padre San Francisco en todos los hechos de su vida fue conforme a Jesucristo”. Recordar a san Francisco es un estímulo para conformar nuestra vida a Jesucristo. Lo que Francisco recomienda a sus hermanos es seguir la doctrina y la vida de Nuestro Señor Jesucristo y guardar el Santo Evangelio del Señor Jesús. La vida y escritos de Francisco son una clara confesión de fe y una descripción de su itinerario ininterrumpido hacia Dios: “Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, Tú eres grande. Tú eres altísimo. Tú eres el bien, todo bien, sumo bien”, escribió en un papel que entregó a fray León. Si el Señor es el único bien, no hay tierras que sean sagradas, no hay negocios que sean intocables, no hay estandartes que se defienden a cualquier precio, no hay partidos que nunca se equivocan, no hay pasiones que siempre me dominan, no hay intereses que me hacen perder la cabeza.

En este contexto se entiende su amor a la pobreza. Ella no es un fin, sino un medio para vivir mejor el evangelio, para hacer verdadero el “Tú eres santo, tú el sumo bien”. Para Francisco la pobreza va unida al amor. Ella nos libera de nuestro egoísmo, de nuestro afán de posesión, de toda inquietud, confunde toda codicia, toda avaricia (Saludo a las virtudes), y nos permite estar pendientes del otro, atentos a su persona. Hay una hermosa leyenda que narra los desposorios de Francisco y sus hijos con la pobreza. Cuando la dama pobreza comprende que ha topado con sus más fieles servidores, abre su cofre y obsequia a los hermanos. Y entonces los hermanos “se hartaron de amor y de paz en aquella pobre mesa, llena de promesas de lealtad”. La pobreza es un camino de amor: nada puede interponerse entre el otro y yo. Ponte siempre en lugar del otro, dice Francisco a sus hermanos, sobre todo si tienes poder de mandar. Cuando recibía a un joven postulante, daba gracias a Dios, diciendo: “Gracias, Señor, por el amigo que me has dado”.

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27
Sep
2017
¿Cómo supo el apóstol que Dios es Amor?
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El autor de la primera carta de Juan dice que “Dios es Amor”. Aquí no se dice que en Dios hay amor, sino que Dios es amor. El amor es determinante de todo lo que es y hace Dios. Dios y el amor son inseparables y se califican el uno al otro. El ser de Dios es irrevocablemente definido como amor. Y de la misma forma que “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna” (1Jn 1,5), Dios es amor y en él no hay nada más que amor, sin ningún asomo de no amor.

El amor no es una actividad más entre otras de Dios (Dios crea, juzga, gobierna, etc). Es la razón de ser, el motivo de todo lo que hace, lo que connota toda su actividad y todas sus relaciones. Todo su ser es ser amor. No es algo suyo, es Dios mismo, su substancia, de modo que es imposible que Dios no ame. Si en Dios, el amor fuera una actitud o realidad más entre otras, si fuera “algo de Dios”, entonces Dios no sería amor.

¿Cómo llegó el autor de la primera carta de Juan a esta conclusión? No especulando sobre la naturaleza divina, sino contemplando las manifestaciones de Dios a través de la historia, sobre todo en la persona y vida de Jesús: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único” (1Jn 4,9). Ya a lo largo del Antiguo Testamento, Dios se manifestó como la bondad misma, que socorre a los suyos en la aflicción y que perdona a cuántos se arrepienten. Pero en Jesús, el amor del Padre se manifestó con una generosidad inigualable: en Cristo, Dios ama a sus enemigos, llega a decir Rom 5,10.

Los escritos atribuidos al apóstol Juan descubren quién es Dios en función del misterio de Cristo, puesto que el Padre y el Hijo son una sola cosa (Jn 10,30), y viendo al Hijo se ve y se conoce al Padre (Jn 8,19; 14,7-9). Así, pues, “el discípulo que Jesús amaba”, habiendo comprendido todo el amor que existía en el corazón de Cristo (Jn 13,1), manifestado en su muerte (Jn 15,13), ha concluido que en Dios existía un amor idéntico al que él había descubierto en Jesús. Por eso afirma sin dudar: “Dios es Amor”.

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22
Sep
2017
Los buenos matices del Magisterio
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Los matices impiden radicalismos, posibilitan la creación de puentes, facilitan el encuentro. Cuando desaparecen los matices, el diálogo se hace difícil y las personas suelen terminar enfrentadas. Quisiera notar en este pequeño artículo que las posturas del Magisterio católico son más matizadas de lo que muchos piensan. Hay quién considera que una postura es tanto más ortodoxa cuanto más intransigente o anticuada es. Lo normal es lo contrario.

Pienso en algunos ejemplos poco conocidos en los que el Magisterio adopta posturas matizadas que no se suelen notar. El Concilio de Trento, cuando habla de la eucaristía dice que hay un término muy adecuado para expresar la conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. El Concilio dice literalmente que a esta conversión “la Iglesia católica aptísimamente la llama transustanciación”. O sea, el término “transustanciación” es muy adecuado, muy apto, pero no se dice que sea el único posible. Es un término muy conveniente, pero no necesario. ¿Sería posible encontrar explicaciones que prescindieran de este término, deudor de una determinada filosofía que, por supuesto, no puede entenderse desde modelos físicos?

Otro ejemplo: según el Concilio Vaticano II en “las comunidades eclesiales separadas” hay un “defecto” en el sacramento del orden y, por este motivo, no han conservado “la integridad” de la sustancia del misterio eucarístico. La Iglesia católica reconoce la separación. Pero en unos términos que pueden posibilitar el diálogo. Según piensa la Iglesia católica, el sacramento del orden en las iglesias reformadas tiene un “defecto”. No es lo mismo no tener mano, que tener una mano defectuosa. Si no hay mano, entonces habrá que concluir que no hay eucaristía. Si la mano es defectuosa, algo ocurre, quizás lo que ocurre no es del todo perfecto, pero puede servir como punto de partida para la búsqueda de caminos más íntegros.

No entro en el fondo de las cuestiones ecuménicas, que necesitan más estudio y profundización. Quería solamente hacer notar estos matices que permiten el diálogo y abren caminos para entenderse y encontrarse. Caminos que no descalifican, sino que invitan a seguir buscando.

Los sabios son conscientes de que las cosas suelen tener distintas vertientes, de que no se puede juzgar desde un sólo punto de vista. La verdad nunca suele ser blanca o negra, sino gris. Entre el blanco y el negro hay una amplia gama de grises, que facilitan el encuentro.

Cambiando de tema: ¿no sería bueno para los ciudadanos que nuestros políticos fueran capaces primero de situarse y luego de encontrarse en esta amplia gama de grises?

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19
Sep
2017
Política, fe y fanatismo
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Este pasado domingo, en la última página de “El País”, se publicaba una columna titulada “Razón y fe”. Estoy convencido de que la mayoría de los filósofos y teólogos difícilmente podrán aceptar los conceptos de razón y fe que subyacen en este artículo. Aunque quizás muchos puedan estar de acuerdo con la reflexión final del autor, dirigida claramente a algunos políticos de nuestra tierra española “poseídos por pasiones pueblerinas, incapaces de someter sus problemas políticos a la razón, estúpidos dispuestos a aniquilarse una vez más por un ideal imaginario de unidad o independencia de una patria hipotética, sin saber que esa montaña que la fe es capaz de mover, les puede caer encima”.

Pero para realizar esta crítica a políticos de uno y otro bando, no hace falta partir del dicho evangélico de que “la fe mueve montañas”, y deducir de él estas afirmaciones: la fe “es fácil de obtener, no necesita ser probada, no admite fisuras”; “a causa de la fe se mata y se muere”; la fe es “una reacción psicofisiológica ante lo real o lo imaginario, que nos convierte en visionarios y en fanáticos. De esa ciega pasión nacen las xenofobias, el odio o el miedo al otro, las banderas, las patrias y las fronteras”.

Me temo que el articulista ha confundido fe con fanatismo. Cierto, la fe puede desvirtuarse; y en demasiadas ocasiones se la ha confundido con el fanatismo y la intolerancia. Mientras el fanatismo desprecia la inteligencia, la buena fe es crítica, muestra su credibilidad, porque tiene buenas razones para creer. No cree sin motivos. Está sometida a controles, el control de la razón, de la historia, de la antropología y de la psicología. Por tener, la fe hasta tiene algo equiparable a la duda; por eso, la buena fe se plantea preguntas y está dispuesta a aceptar las críticas razonadas, porque busca siempre la verdad.

Si entramos en los terrenos de la fe cristiana, hay que decir que el amor, el perdón y la misericordia son sus criterios necesarios. Es imposible, si se entiende bien, que de la fe cristiana puedan nacer “xenofobias, odio, miedo al otro, banderas, patrias y fronteras”. Pues el cristiano no tiene más patria que la celestial (¡a ver si nos enteramos!). Cuando la fe cristiana ha prescindido del amor se ha convertido en intransigencia. Y cuando ha prescindido de la razón se ha convertido en fanatismo.

Juzgar a las religiones por sus desviaciones o sus distorsiones no es un buen criterio de juicio. Quizás es un motivo de crítica, pero no a la religión, sino a sus distorsionadores. A veces, esta crítica la hacen los de fuera (confundiendo a la religión con lo que dicen de ella algunos de sus peores representantes), cuando los primeros interesados en hacerla deberíamos ser los de dentro.

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17
Sep
2017
Mejor no hablar y así no pecamos
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La expresión “mejor no hablar y así no pecamos” suele emplearse, normalmente con delicadeza y caridad, para cortar una conversación que corre el riesgo de terminar siendo una crítica a determinas personas o situaciones.

Esta razón para no hablar da que pensar. Efectivamente, hay que ser prudentes a la hora de juzgar. Pero hay casos en los que es necesario hablar, precisamente para no pecar. Hay pecados de omisión, hay silencios que son resultado de la cobardía. A veces uno no habla porque tiene miedo. El miedo paraliza. A veces uno no habla porque no quiere complicarse la vida, o peor aún, porque no quiere enfrentarse a los poderosos. Este silencio es comprensible, pero cuando puede interpretarse como una aprobación de la injusticia, entonces es pecado. El no hablar podría ser complicidad con la injusticia.

Eso vale a todos los niveles (políticos, religiosos, sociales) donde se encuentra un grupo más o menos numeroso y organizado. No es menos cierto que hay silencios más elocuentes que las palabras. Si no se habla es porque, se diga lo que se diga, nadie quedará contento. O porque el asunto del que se trata es complejo y deben resolverlo otros. En algunos casos es mejor “no meterse” a redentor, porque como se dice vulgarmente, se puede acabar crucificado.

Cierto, los relatos evangélicos ponen en boca de Jesús esta palabra: “no juzguéis” (Mt 7,1). Esto no significa perder el sentido de los valores, sino no transformar el amor en acusador. El juicio del que habla Jesús equivale a condenar. Y condenamos cuando solo vemos las cosas malas del prójimo, cuando somos incapaces de ver sus cosas buenas, cuando actuamos sin misericordia, cuando tenemos las decisiones tomadas antes de escuchar. Todas aquellas palabras que conducen a condenar al prójimo son “juicio”. En el fondo, las palabras de condena retratan al que las pronuncia: “Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas” (Mt 12,35).

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13
Sep
2017
La señal del cristiano es la santa cruz
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crucificado

El día 14 de septiembre muchos cristianos (no sólo católicos) conmemoran la “exaltación de la cruz”, ya que ese día es el aniversario de la consagración de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Es una buena ocasión para recordar que la señal del cristiano es la santa cruz. La señales tienen sus limitaciones. Y la cruz, como signo del cristiano, también las tiene. ¿No hubiera sido más apropiado decir que la señal del cristiano es el amor? Ese es el gran signo que Jesús recomendó a los suyos: “en eso, en que os amáis los unos a los otros, reconocerán que sois mis discípulos”.

Resulta oportuno hacer alguna reflexión sobre el signo de la cruz. En primer lugar para notar que el signo de la cruz es una manera de hacer presente el signo del amor, pues en la cruz en la que fue martirizado Jesús se manifestó el amor más grande, el amor de Dios a todos los humanos. Allí Jesús muere perdonando a sus enemigos y amando a sus amigos, manifestando así el amor universal de Dios, amor incondicional. Por eso, porque es incondicional, ama a sus enemigos.

La cruz es un instrumento de tortura. Algunos se preguntan qué hubiera ocurrido si Jesús en vez de ser crucificado hubiera sido colgado. ¿Hubiera sido la horca el signo del cristiano? ¿O se hubieran venerado sogas en las Iglesias? Hay preguntas que no tienen sentido, porque son tan hipotéticas e imaginativas que, se responda como se responda, siempre es mala la respuesta.

Cuando un cristiano respeta y venera la cruz no lo hace porque es un instrumento de tortura, sino porque ve en ella un signo que remite más allá de sí mismo: orienta hacia el Crucificado y hacia el amor que en el Crucificado se manifiesta. Un amor que hay que acoger y extender, para que nuestra vida sea una prolongación de la vida de Jesús. Extender el amor de Jesús implica estar precisamente en contra de todas las torturas y a favor de los crucificados de la tierra, de todos aquellos que son tratados injustamente.

La cruz no vale por sí misma. Vale en tanto que signo de amor, de entrega, de perdón, de reconciliación. Una cruz que remite a Jesús y que nos debe mover a nosotros a vivir como Jesús, con su espíritu, su talante, su entrega. Si no nos mueve a vivir así, entonces la cruz deja de ser signo del cristiano y se convierte en cualquier otra cosa. En un elemento decorativo, por ejemplo.

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9
Sep
2017
Enseñanza directa o provocada
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Es posible distinguir entre lo que Jesús enseña directamente y lo que enseña como respuesta a alguna pregunta que le formulan. Todo lo que Jesús dice es importante. Pero se diría que lo que uno enseña directamente, sin necesidad de que le provoquen, es más importante para él que aquellas enseñanzas provocadas por una pregunta concreta. Lo que uno enseña directamente es lo que le interesa transmitir, lo que quiere que los oyentes escuchen y retengan. La enseñanza provocada por una pregunta también es interesante, pero si no hubiera habido la pregunta, tal enseñanza se hubiera quedado sin expresar y, en algún caso, el pensamiento del maestro no hubiera quedado privado de nada esencial.

Hay en la enseñanza de Jesús una jerarquía de verdades. Aunque todas son importantes, no todas tienen la misma importancia. Algunas verdades (las que dice porque así le nacen sin necesidad de que le pregunten) parecen más fundamentales y centrales que las que ofrece como respuesta a un interés particular del que pregunta. Un ejemplo de estas últimas es lo relativo al matrimonio. Cuando Jesús habla del matrimonio siempre es respondiendo a una pregunta formulada por los oyentes. Se comprende que los oyentes de Jesús estén interesados en este tema, porque la mayoría debían estar casados y en los matrimonios suele haber problemas que requieren buenas orientaciones. Pero es significativo que esta enseñanza no sea la que brota “espontáneamente” de Jesús, ni la que parece interesarle más.

Un ejemplo de enseñanza que Jesús considera imprescindible y sin la cual su mensaje quedaría distorsionado es lo relativo al reino de Dios o a las bienaventuranzas. Jesús habla de estos temas sin necesidad de que le pregunten, porque son temas centrales, fundamentales. Sin ellos, el mensaje de Jesús quedaría vacío. También son temas fundamentales, de los que Jesús habla sin que le pregunten, los relativos a los pobres y al dios-dinero o al dios-poder como adversarios del Dios verdadero, del Dios amor, misericordia y perdón.

Esta distinción entre lo que Jesús dice directamente y lo que dice ocasionalmente, no puede tomarse rígidamente, (habría mucho que matizar, y lo que dice como respuesta a alguna pregunta tiene aspectos coincidentes con lo que dice sin que le pregunten), pero es un buen criterio para distinguir lo esencial en la vida cristiana y lo que debe ser esencial en la predicación de la Iglesia. La Iglesia debe responder a las preguntas planteadas por los fieles, pero si esas preguntas olvidan lo fundamental del Evangelio, hay que decir: eso que usted pregunta tiene su interés, pero siempre que no olvidemos lo fundamental, que es el bien de las personas, la solidaridad con los necesitados, la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. Así respondió Jesús cuando le preguntaron por los diezmos: “Ay de vosotros, hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto es lo que había que practicar sin descuidar aquello” (Mt 23,23).

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5
Sep
2017
Jesús asumió una carne de pecado: ¿verdadero o falso?
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Si en un examen de teología se preguntase si es verdadera o falsa esta proposición: “Jesús asumió una carne de pecado”, estoy convencido de que la mayoría de las respuestas dirían: “falsa”. Y, sin embargo, la respuesta correcta es: “verdadera”. Nos cuesta aceptar la verdadera humanidad de Jesús. Sobre todo, cuesta aceptarla cuando se sacan las últimas consecuencias de la verdad de la Encarnación.

Como los creyentes partimos del presupuesto de que “Jesús era Dios”, nos resulta difícil entender que pudiera ignorar cosas, por poner un ejemplo. Esta ignorancia de Jesús es afirmada en Mc 13,32: el Hijo ignora la hora de la parusía. Este versículo ha planteado muchas dificultades a los intérpretes cristianos. San Agustín, por ejemplo, no acepta esta ignorancia del Hijo e interpreta que el texto bíblico quiere decir que no podía revelarla. Pero afirmar que el saber de Jesús tiene sus límites no es negar la confesión de fe en su naturaleza divina, sino comprender que, al hacerse verdaderamente hombre, asume las limitaciones de lo humano.

Nos cuesta aceptar, por poner otro ejemplo, que Jesús fuera verdaderamente tentado. Pero la tentación es consustancial a lo humano. Una cosa es ser tentado y otra caer en la tentación. Precisamente, en las tentaciones de Jesús se manifiesta que, desde nuestra condición humana, si nos apoyamos en la Palabra de Dios, es posible vencer a la tentación. La tentación es inevitable, pero caer en ella es evitable.

Vuelvo a la pregunta que ha motivado esta reflexión: ¿Jesús asumió una carne de pecado? Es correcto decir que Jesús asumió una carne semejante a la del pecado. Eso afirma Rom 8,3. O sea, Jesús asume una humanidad real, no una humanidad ideal. Cuando Jn 1,14 dice que “la Palabra se hizo carne”, se trata de carne débil y pecadora. Otra cosa es que Jesús pecase. No pecó, pero su humanidad era débil como la nuestra. Por eso, pudo ser tentado de verdad. Puede verse también Gal 3,13: Jesús se hizo maldición por nosotros; y 2 Cor 5,21: “a quién no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros”.

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