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Oct2016Las palabras del amor
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Las palabras del amor son pocas: te amo, te quiero, estoy contigo, no me dejes nunca, soy tuyo… Porque son pocas se repiten mucho. Las palabras del amor siempre dicen lo mismo, pero siempre son distintas; diciendo lo mismo, lo dicen todo. Ninguna de las palabras de amor expresa plenamente el amor. Porque el amor, si es auténtico, siempre va más allá de las palabras. Eso vale tanto para el amor humano, como para el cristiano. El amor humano puede ser cristiano, aunque no lo sepamos: cuando damos de comer al hambriento estamos no solo haciendo un acto divino, sino que nos estamos encontrando con Dios. Pero sobre todo, el amor humano, en sus manifestaciones más personales y auténticas, es un pálido reflejo del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, y una pregustación de lo que un día será amar a Dios en el encuentro pleno del abrazo amoroso.
La oración es una palabra de amor. Se expresa en términos humanos. Para ello busca los vocablos más hermosos. Así se comprende que la Escritura haya utilizado imágenes del amor humano tanto para referirse al amor de Dios como al amor a Dios: como un padre siente ternura por sus hijos, como un novio apasionado por su novia, así, pero mucho más aún, es el amor de Dios y el amor que el hombre le quiere dar a Dios. El cantar de los cantares es un libro de poemas de amor. La Iglesia ha visto en estos poemas, que en ocasiones emplean imágenes que rayan el erotismo, una buena expresión de lo que es el amor de Cristo por su Iglesia y de la Iglesia por su esposo: “mejores son que el vino tus amores”. Los poetas cristianos se han inspirado en este libro para describir los amores de Dios con la persona: “Oh noche que juntaste amado con amada”. También es significativo que la Iglesia, en su oración oficial de las horas, haya introducido himnos de los mejores poetas y literatos.
Las mejores oraciones emplean pocas palabras. Por eso, algunas son repetitivas, como lo es el estribillo de algunos salmos: “porque es eterna su misericordia”. Fijémonos en la oración del rosario. Repetitiva como la vida misma, como los latidos del corazón, que son una serie rítmica de repeticiones. En este mes de octubre la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen del Rosario. La Virgen no es de nadie y es de todos; pero hablar de Virgen del Rosario es una manera de valorar esta oración, nacida en ambientes de la Orden de Predicadores, que luego toda la Iglesia ha hecho suya. El “Ave María” repetida continuamente es un modo de decir a la Señora: “te amo”. Pero que quede claro: te amo principalmente porque me muestras a Jesús y me llevas a él, al amado de mi alma, al amor de los amores, al bello entre los bellos, a la hermosura soberana. El Rosario de María nos invita a contemplar directamente los misterios de la vida de Jesús.
Buscando cuestionar el discurso del Papa sobre la misericordia hay quienes dicen: “misericordia, claro que sí, y mucha; pero no olvidemos la justicia”. “Dios es misericordioso, dicen, pero es también justo”. Este “pero”, como la mayoría de los “peros” es un intento sibilino de descalificar lo primero que se afirma, ya que no se atreven a negarlo de plano. Lo mismo valdría para la proposición inversa.
En otra ocasión dediqué un
“Sed de paz. Religión y culturas en dialogo”. Este es el lema del Encuentro Interreligioso que está teniendo lugar en Asís. Coincidiendo con este encuentro el Papa ha convocado para el martes, día 20, una Jornada de Oración por la Paz. La paz siempre ha sido el anhelo constante de la humanidad, aunque desgraciadamente nunca se ha logrado cumplir del todo. Las guerras, divisiones, rencillas, a todos los niveles, son tan antiguas como la historia y conviven con los deseos, llamadas y esfuerzos por la paz.
El sábado santo del presente año 2016, una monja de la Congregación de Jesús-María, que estaba como misionera en Haití, en una especie de pre-monición, redactó un “testamento espiritual”, que se ha encontrado después de su muerte. Entre otras cosas escribió: “Si leéis esto es porque se me acabaron los días en este mundo. No estéis tristes… Seguir a Jesús y su Evangelio ha sido lo más fascinante de mi vida y agradezco a mi congregación que me haya ayudado a ello. Si de alguien me enamoré localmente fue de Jesús. Por eso, estad alegres, estoy ya con Él”.
En la última película de Woody Allen, “Café Society”, el cineasta pone en boca de uno de sus personajes que los judíos no creen en la resurrección de los muertos. No entro en el fondo del asunto, que sin duda, requiere de muchas matizaciones. Pero aprovecho el dato para recordar algo que suele sorprender, a saber: de la fe en Dios no se sigue que deba darse ninguna resurrección de los muertos. Dicho de otra forma: la fe en Dios no es necesariamente utilitarista. Puede ser hasta gratuita: no te quiero por lo que me das, te quiero porque te quiero. El amor no entiende de intereses; a veces ni siquiera entiende de razones. Hay un soneto anónimo a Cristo crucificado, del siglo XVI, cuyo verso inicial reza así: “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido”.
La libertad, como el amor, se realiza en el bien. Porque la libertad busca siempre, como por instinto, lo que más conviene. El mal nunca conviene. Habrá, pues, que preguntarse cómo es posible elegir el mal, o dicho en vocabulario cristiano, cómo es posible elegir el pecado. Esta mala elección solo es posible por mala información o por engaño. Tengo una información parcial, y esta información parcial me dice que tal cosa es buena; por eso la hago. O alguien me miente de forma hábil y seductora (ese es el papel del tentador, según la Biblia: mentiroso y padre de la mentira) y yo me dejo seducir.
La teología anterior al Concilio Vaticano II (por poner una fecha significativa) calificaba la vida religiosa como “estado de perfección”, quizás teniendo como trasfondo esas palabras de Jesús, según el evangelista Mateo: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Las dos palabras, estado y perfección, tienen su interés. Estado quiere decir estabilidad, permanencia. Perfección se contraponía a ordinario. Se consideraba que había dos caminos para conseguir la meta a la que tiende todo cristiano, el de la mayoría, y uno reservado a la minoría, que al profesar los votos de castidad, pobreza y obediencia, encontraba un vía más segura para alcanzar el cielo.
Todos los años, cuando llega el mes de septiembre, y los niños y jóvenes regresan a los Colegios; y también muchos trabajadores, que han tenido la suerte de tener vacaciones en el mes de agosto, se reincorporan a sus trabajos, se oye hablar del síndrome postvacacional. Sin duda reemprender las tareas, tras un tiempo de ocio, supone una pequeña adaptación. Pero esta adaptación no tiene porque traducirse en depresión, angustia, tristeza, mal humor, y otros síntomas asociados al descontento o a la desilusión.
Siguiendo con la teología y la pastoral “temporales” del post anterior, hay en el documento del Papa sobre la familia unos números dedicados a la formación de los sacerdotes, y más en concreto, de los seminaristas, que convendría tener en cuenta y llevar cuanto antes a la práctica: “a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas de las familias” (número 202). Conclusión: si les falta formación, mejor que no los traten. Otra conclusión mirando al futuro: “los seminaristas deberían acceder a una formación interdisciplinaria más amplia sobre noviazgo y matrimonio y no sólo en cuanto a la doctrina” (n. 203). Conclusión: no es cuestión de aprender el catecismo, es cuestión de interdisciplinariedad y de conocimiento de la realidad concreta y “temporal”.