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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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17
Abr
2015
Cuando la religión multiplica la desgracia
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En una patera que desde las costas africanas ha llegado a Italia ha ocurrido una tragedia con tintes novedosos y espantosos, una más de las muchas tragedias que provocan la pobreza, el hambre y también la religión. Quince africanos, de confesión musulmana, lanzaron al agua a doce compañeros de travesía, por el hecho de ser cristianos, reconocidos como tales cuando se pusieron a rezar a su “Dios cristiano”. Musulmanes, pero sobre todo, una pobre gente. A ninguno se le ocurrió pensar que se dirigían a tierras de cristianos.

He escrito “Dios cristiano” entre comillas porque Dios no hay más que uno, que es el Creador de todos y a todos los humanos ama como a hijos. Las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, confiesan su fe en “un solo Dios”. Este solo y único Dios, al que esos fieles se refieren, debería unirles. Pero desgraciadamente, en muchos casos, no es así. Lo que hasta ahora no habíamos oído es que, en una desgracia compartida, cuando precisamente los humanos deberíamos olvidar cualquier otra diferencia para unirnos frente a la desgracia, otras cuestiones ideológicas tuvieran más peso que la tragedia que une, y estas cuestiones nos enfrentasen aumentando tragedia a tragedia. ¿Qué tendrán las religiones que producen tanto odio, tanto rechazo, tanta descalificación, tanto fanatismo y tanta locura?

Se diría que algunos prefieren el infierno con los de su grupo monolítico y monocorde, al cielo compartido. Precisamente eso es el infierno: uno mismo. Y cuando uno solo está con los que son como él, sigue siendo uno mismo. El cielo es todo lo contrario: es la comunión. Y la comunión supone la diferencia, que enriquece. La comunión permite que personas con lenguas, culturas, religiones, pensamientos, razas diferentes, podamos entendernos, encontrar puentes para compartir lo distinto y así formar un hermoso arco iris, que es el signo del amor de Dios a los humanos.

Cierto, no son las religiones las que separan, sino su mala comprensión y la mala manera de vivirlas. Pero aún así hay que reconocer que, si en las religiones está la fuente de la bondad suprema, también hay en ellas algo que puede corromper esa suprema bondad y convertirla en maldad suprema. Hay un refrán latino que dice algo así: cuando lo bueno se corrompe aparece lo peor. En este terreno los principales responsables (de la buena y mala comprensión) son los líderes religiosos y, a su modo, los “publicistas” y “escritores” de tema religioso; o sea, todos los que tienen alguna influencia para formar conciencias.

El Papa Francisco acaba de publicar un escrito sobre la misericordia como pilar fundamental de la fe cristiana. La misericordia es un modo concreto de amar, precisamente al hermano necesitado, al hermano que padece alguna miseria. Porque la verdadera pregunta frente a una persona que lo pasa mal, no es si es culpable o inocente. La verdadera cuestión es que sufre y Dios no quiere que sufra. Quiere que sea feliz.

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15
Abr
2015
Un Papa que dice estupideces
7 comentarios

El titular es una clara alusión a la irritación que al presidente de Turquía le ha producido el uso del término "genocidio" por el Papa, en una homilía pronunciada el pasado lunes en la Basílica de San Pedro, al conmemorar el centenario del martirio armenio por parte de turcos otomanos durante la Primera Guerra Mundial. En efecto, el presidente Erdogan ha dicho: "Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades, sino estupideces". Como el presidente turco es un político se le puede aplicar su propio diagnóstico, pues también él hace de historiador rebajando las cifras que otros dan de un millón y medio de armenios muertos. Por otra parte, los calificativos insultantes y las amenazas (“condeno al Papa y quiero advertirle” dijo también Erdogan) suelen ser el recurso del que no tiene argumentos.

Las palabras de los políticos acostumbran a ser “políticamente correctas”, que es un modo de utilizar circunloquios para decir una cosa queriendo decir otra. El presidente turco hubiera podido predicar con el ejemplo y utilizar el lenguaje “políticamente correcto” que le hubiera gustado que utilizase el Papa. Hubiera podido responder, por ejemplo, que el asunto del que habla el Papa es antiguo, tan antiguo que no vive ninguno de los que entonces participaron o fueron testigos. Y que al tratarse de un asunto antiguo lo más conveniente es olvidarlo. Claro que los que quieren olvidar la historia, muchas veces la repiten. De ahí el interés de la memoria, precisamente como acicate para no repetir determinadas historias. Hay recuerdos que resultan peligrosos. Si lo ocurrido con los armenios no fuera una historia peligrosa, no habría motivo para irritarse cuando alguien la recuerda.

Cada gran cultura, cada pueblo, cada religión tienen sus mártires. Desgraciadamente sigue habiendo mártires. ¿Es oportuno, es conveniente recordarlos? Sí, siempre que no se trate de un recuerdo reivindicativo, sino de un recuerdo que busca la paz y la reconciliación entre las personas y los pueblos. Si se cuentan historias de mártires es precisamente para no repetirlas. Me parece que este fue el contexto y la intención de las palabras del Papa sobre lo ocurrido con los armenios. La homilía papal empezó así: “Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos–, o bien obligados a abandonar su tierra”.

Ese es el problema: todavía hoy. Si calificar al pasado de otra manera sirve para que hoy deje de oírse el grito angustiado y desamparado de tantos indefensos, bien venidos sean los calificativos “de otra manera”. Pero si calificamos “de otra manera” sin preocuparnos del “todavía hoy”, entonces la guerra de calificativos es una burda manera de despreocuparnos de lo verdaderamente importante: el “todavía hoy”.

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13
Abr
2015
Salvación universal, posibilidad real
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“Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,3-4). Esta proclamación del Nuevo Testamento tiene que tener bastantes posibilidades reales de realizarse, para no ser una pura declaración retórica. Ahora bien, la salvación cristiana se logra al acoger el amor que Dios ofrece a todo ser humano. El amor se acoge dando amor. En el amor, no basta con que uno ame, es necesario que amen los dos. Por tanto, la salvación depende (al menos hasta un cierto punto) también del ser humano. No hay amor a la fuerza. En el amor se requiere que los dos libremente se acojan.

Pero pudiera darse el caso de que el amante amase con más fuerza y con más conocimiento que el amado. Es posible que el amado no sepa hasta qué punto es amado. Incluso pudiera ocurrir que el amado no supiese que es amado. O lo supiera muy vagamente. En este caso, la libertad de respuesta estaría muy condicionada por el grado de percepción del amor del amante por parte del amado. Eso no impide que el amante siga amando igual, más aún, que el amante sufra al ver las dificultades del amado para conocer su amor.

Pudiera ser que el amado, debido a su limitación o a las dificultades de comprensión, interpretase erróneamente los gestos de amor del amante, y reaccionase en contra de este amor mal interpretado, o interpretado incluso como no amor. ¿Qué hará en este caso el amante? Si es un buen amante, solo puede sufrir y perdonar. El amante sabe bien que el amado “no sabe lo que hace”. Por eso, no solo perdona y mantiene con toda su fuerza el amor, sino que busca cualquier posibilidad, momento, oportunidad o resquicio para que el amado se entere de su amor.

Por otra parte, las reacciones que dependen de la libertad son muy complejas, a veces son desconcertantes. Puede darse el caso de una respuesta aparentemente negativa que, en realidad es positiva, o a la inversa. Es el caso del padre que tenía dos hijos y les mandó a trabajar en su viña. Uno dijo que no iba, pero fue; otro dijo que iba, pero no fue. Para conocer las reacciones del amado no basta una mirada superficial sobre el amado. Los “sies” y los “noes” pueden tener muchas caras, darse de muchas maneras y significar muchas cosas, incluso lo opuesto de lo que a primera vista parecen.

¿A dónde quiero llegar con esas pobres reflexiones? Pues a decir que el amor de Dios es más fuerte de que todos nuestros desamores. Más aún, que muchos de nuestros desamores son sólo aparentes, o se deben a nuestra ignorancia o a nuestra mala comprensión del Evangelio. Dios quiere que todos se salven. Pero, de hecho, ¿se salvarán todos? No lo sabemos, pero la Iglesia debe confiar seriamente en ello cuando en la plegaria eucarística no deja a nadie fuera de su oración.

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10
Abr
2015
El amor siempre es nuevo
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Un varón y una mujer, el día de su boda, se prometen amor eterno. O, al menos, amor mientras vivan. Una religiosa o un religioso, el día de su profesión, prometen obediencia hasta la muerte. Es otro modo de prometer amor. ¿O no se dicen continuamente los amantes: “haré lo que tú digas”? Los religiosos que prometen obediencia a Dios, contraen un matrimonio. Prometen amor eterno, como el amante al amado. ¿Quiere esto decir que los casados o los religiosos tienen garantizado el cumplimiento de su promesa? De ningún modo. La experiencia lo demuestra cada día. Hay matrimonios que se separan y religiosos que dejan sus hábitos. Y contra los hechos, no hay teoría que valga. Las grandes promesas y las grandes decisiones hay que ratificarlas cada día. Si se quiere que el amor perdure hasta la muerte, hay que volver a empezar cada día con el amor.

“El amor no acaba nunca”, dice san Pablo (1Cor 13,8). Luego siempre permanece. Pero en el amor, permanecer no es la propiedad de lo inmóvil, sino una propiedad adquirida de nuevo en cada instante y que, una vez adquirida, se transforma al mismo tiempo en una intensa actividad. Nada más activo, más vivo, más dinámico que el amor. El amor permanece. Y siempre es nuevo. Porque siempre se renueva. Nunca termina, porque cada día comienza “de nuevo”. De este modo es eternamente joven. El amor, si se para, es porque nunca ha existido. Con el amor cada día avanzamos, sin que esto signifique que el día anterior estuviéramos más atrás.

El amor cada día es un descubrimiento. Por eso es una permanente novedad. Por eso no acaba nunca. Siempre es nuevo. Siempre tiende a renovarse, a rejuvenecerse. Los amantes dicen que se aman como el primer día. Es realidad es un modo de decir que el amor conserva su vigor, su dinamismo, su intensidad, su juventud. Pues lo cierto es que no se aman como el primer día. Si así fuera, significaría que su amor ha quedado no sólo en un estadio infantil y primitivo, sino que nunca nació. Porque el amor es como una planta que hay que regar cada día y cada día se desarrolla. Quedarse en los inicios, es matar la vida y no dejarla florecer. La vida siempre crece, como el amor.

El amor cada día es nuevo y cada día es mayor. Hoy más que ayer, pero menos que mañana. No en el sentido de que ayer fuera menos. También ayer era pleno, intenso. Pero hoy parece nuevo. Hoy se ha renovado. Hoy ha descubierto nuevos matices, facetas inéditas. Se ha maravillado de nuevo. El amor es un descubrimiento continuo del amado Por eso permanece. No acaba nunca. “Nunca te querré lo suficiente”, dice el auténtico amante, pero no porque antes no quisiera suficientemente.

(La persona autora de la foto que acompaña el post le puso como título: “el banco del amor”)

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6
Abr
2015
Violencia religiosa y anti-religiosa a un tiempo
3 comentarios

La persecución y asesinato de personas por el mero hecho de ser cristianas es totalmente inaceptable. El Papa está insistiendo en la necesidad de tomar medidas concretas para defender a los cristianos perseguidos. Lo que está ocurriendo en Siria, Libia, Kenia y un largo etcétera, es la conjunción de la violencia religiosa con la violencia anti-religiosa. Violencia religiosa porque apela al nombre de Dios. En realidad es una apelación blasfema a más no poder. Y violencia anti-religiosa, con el agravante de que se dirige precisamente a los creyentes de una religión que, en sus distintas confesiones, más trabajan por la paz y más claramente han pedido perdón por las injusticias cometidas en el pasado en nombre de Dios.

¿Qué hacer cuando uno es víctima de la violencia anti-religiosa? ¿No cabe otra salida que aceptar pasivamente el martirio? Juan Pablo II dijo que la compatibilidad del amor con la justicia pasa por el perdón, no por la venganza. Este gran principio vale una vez que se ha sufrido un atropello. Pero hay una cuestión previa: ¿tiene uno derecho a defenderse ante injustas agresiones? Pablo VI, en la Populorum Progressio, consideró que, en algunos casos, pudiera ser legítimo el uso de la violencia defensiva. Y es doctrina eclesial que los gobernantes tienen la obligación de defender a los ciudadanos ante injustas agresiones. ¿No cabría aplicar estos principios ante la actual violencia anti-cristiana?

La discusión, a mi entender, no está a nivel de principios, sino de medios. En este terreno siempre nos encontramos con las inevitables ambigüedades de lo humano, con el peligro de cometer excesos. Cuando el diálogo es imposible, ¿sería legítimo usar la fuerza siempre que el objetivo fuera precisamente el diálogo, aunque fuera sobre algunas ruinas? En situaciones de violencia y persecución, ¿cómo activar soluciones imaginativas inspiradas en el evangelio, que pasen por la no violencia? Gandhi en la India, Martín Luther King en Norteamérica, o los grupos de Solidarnosc en Polonia encontraron soluciones no violentas ante Gobiernos que, de una u otra forma, apelaban a la ley.

Pero los que asesinan a cristianos en Siria, Irak o Kenia, o los que queman Iglesias en Nigeria y Pakistán, son grupos ante los que cualquier respuesta no violenta carece de efecto. Lo único que cabe es presionar a las instancias internacionales o a los gobiernos árabes moderados para que tomen cartas en el asunto, evacuando a los que están en peligro, y dejando solos a los asesinos que, entonces, quizás terminarán asesinándose entre ellos. Cuando queremos proponer soluciones concretas, aparecen las dificultades. ¿Pero podemos quedarnos cruzados de brazos porque algunas ambigüedades empañen el resultado?

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2
Abr
2015
A sí mismo no, pero a otros salvó
2 comentarios

Antes de comenzar su ministerio, Jesús debe vencer una fuerte tentación, que expresada en forma de pregunta sonaría así: ¿cómo voy a realizar mi mesianismo, cómo voy a revelar al Padre, desde el deslumbramiento del poder y de lo prodigioso, o desde la humildad del amor que no se impone? El tentador le propone que convierta las piedras en pan o que se tire desde lo alto del templo. Sin duda estos gestos prodigiosos hubieran llamado la atención. Jesús escoge otro camino para revelar a Dios, un camino que terminó conduciéndole a la cruz. Una vez en la cruz, Jesús debe vencer la última tentación que, en el fondo, es similar a la primera. En efecto, delante la cruz los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse…, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mt 27,42).

Las autoridades judías reclaman un gesto espectacular para creer en Jesús: que baje de la cruz. Pero, al mismo tiempo que reclaman el milagro, muestran su incoherencia y su mala voluntad, pues ellos mismos reconocen que “a otros salvó”. Las autoridades aceptan que Jesús, a lo largo de su vida, ha realizado acciones extraordinarias a favor de “otros”. Pero esto no les parece suficiente. De hecho, cuando Jesús realizaba acciones sanadoras y expulsaba demonios, los que no estaban dispuestos a creer, tampoco dudaban de su acción curativa. Pero la descalificaban atribuyendo tales signos al poder de Satanás. Ahora, en la cruz, piden un nuevo signo extraordinario, que no sucede. Pero, aunque hubiera sucedido, tampoco hubieran creído. Su mala fe les impedía acoger la buena fe. Hubieran atribuido la bajada a una intervención diabólica. La fe siempre nace de la libertad. Por eso, los signos que Jesús ofrece nunca son impositivos. Porque el signo decisivo de la verdad de Dios es Jesús mismo. Si uno no se conmueve ante la figura del Crucificado, que ha vivido y ahora muere amando, no hay milagro que pueda convencer de la verdad de Dios.

Pero hay más. Pues precisamente porque a otros salvó y no bajó de la cruz, porque Jesús nunca piensa en su propio beneficio, sino en el bien de los demás, porque Jesús no utiliza a Dios en provecho propio, su muerte se convierte en el signo decisivo de la verdad de su mensaje de resurrección y salvación definitiva. La bajada de la cruz hubiera sido un rechazo de la cruz, lo que hubiera imposibilitado que Jesús se solidarizase con todos los crucificados de la tierra. El Dios que en esta bajada se hubiera revelado hubiera sido el de los poderosos y no el Dios de los pobres, de los mansos, de los que lloran, de los que buscan la paz y la justicia. Más aún: la no bajada de la cruz era la condición ineludible de la resurrección. Sin cruz no hay resurrección. Ese es el secreto del mesianismo de Jesús. La no bajada de la cruz es el signo decisivo de un Dios capaz de vencer a la muerte, un Dios que, en Jesús, abre las puertas del futuro a lo que, aparentemente y según los criterios de este mundo, no tiene futuro.

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29
Mar
2015
Tomad mi cuerpo
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Una noche alguien dijo a sus mejores amigos: “tomad, esto es mi cuerpo”. No dijo: mi espíritu; no dijo: mi alma. Dijo: mi cuerpo. Años después vinieron los ritos, las ceremonias, las procesiones, las adoraciones. Vinieron también las profanaciones y las reparaciones. Vino la poesía: “que la lengua humana cante este misterio” (Tomás de Aquino); “¡Oh cosa maravillosa! Convite y quien convida es una cosa” (Cervantes); “amor de ti nos quema, blanco cuerpo” (Unamuno). Vino la teología. Y alguna muy buena y muy profunda, como la de Tomás de Aquino: “No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales”.

Pero, ¿antes? Para que algo tan serio como “tomad, esto es mi cuerpo”, pueda decirse y entenderse, es necesario que haya un “antes”. Si lo que uno quiere darme es su amor, entonces lo mejor que puede darme es su cuerpo, su vida toda entera. Darse a sí mismo. El que dijo “tomad mi cuerpo”, estuvo dando su cuerpo a lo largo de toda su vida: al acercarse a leprosos, prostitutas, malqueridos, pobres y marginados. Y al final, entregó su cuerpo a sus enemigos, en un supremo acto de amor: “Padres, perdónales”.

¿Cómo nos da hoy su cuerpo? En tantos sin nombre que no pueden entrar en nuestro mundo rico, porque hay vallas, policías y fronteras que impiden el paso; en los enfermos de sida o de ébola; en los olvidados, marginados y despreciados. Pero también nos da su cuerpo en los hermanos y en los amigos, porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos. Allí donde alguien da amor, allí recibe el cuerpo del amor.

¡Dame tu cuerpo, Señor! Porque no soy un ángel. Y porque estoy hambriento y necesitado de amor. Pero dámelo para que lo cuide y lo respete. Que comprenda, Señor, que hay más amor en el dar que en el recibir. Porque dando es como recibo, cuidando es como me cuido, respetando es como me respeto. Amando recibo amor, pues amor saca amor (Teresa de Jesús).

Sólo el antes da sentido al después. Pero hay que tener cuidado para no equivocarse con “el después”. Sólo si “el después” nos lleva al “antes” y nos hace actualizar el “antes”, sólo entonces “el después” dejará de ser bagatela rechazable para convertirse en luz que ilumina.

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25
Mar
2015
Odiado sin motivo
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Según el cuarto evangelio Jesús se encontraba con sus discípulos en un huerto cuando unos guardias armados fueron a prenderle. Los discípulos intentaron defenderle. Pedro llevaba una espada, la sacó e hirió a uno de los que iban a prenderle. Entonces Jesús reaccionó de forma tajante y dijo a Pedro: “vuelve la espada a la vaina”. Por otra parte, Jesús se dirigió a los que iban a prenderle y les dijo: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”.

Jesús evita radicalmente todo conflicto entre sus discípulos y los soldados que van a detenerle. Por una parte, no quiere ningún tipo de defensa violenta. Porque una defensa así, hubiera provocado una reacción si cabe más violenta, desencadenándose una espiral de violencia. La violencia solo se para cuando uno se niega a responder violentamente. Jesús no acepta represalias. Por otra parte, Jesús evita el conflicto entre sus discípulos y sus enemigos dejándose prender y facilitando, de esta forma, que sus discípulos puedan marcharse.

Antes, en la cena de despedida con sus discípulos, Jesús había proclamado: “me han odiado sin motivo”. Jesús siempre ha buscado el bien de todas y de cada una de las personas con las que se encontraba, sin discriminar a nadie, haciendo el bien a judíos y paganos, a enfermos y sanos, a pobres y ricos, en definitiva, a todo tipo de personas. Su vida siempre estuvo guiada por el amor. En el momento en que van a prenderle, el amor sigue siendo el objetivo de su vida. Al evitar cualquier respuesta violenta por parte de los suyos, Jesús ratifica el “sin motivo” del odio que le profesan sus enemigos. El ama a sus enemigos. Son sus enemigos los que no aman a Jesús. Pero no tienen ningún motivo para no amarle. Más bien, tienen muchos motivos para amarle. Así el odio pierde toda razón. Se convierte en un desvarío incomprensible y en un absurdo total.

Jesús, entrega su vida, precisamente para evitar todo conflicto entre unos y otros. De este modo, Jesús entrega la vida “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Por todos: muere por sus enemigos, evitando que sus discípulos puedan matarles en legítima defensa; y muere por sus amigos, evitando también que ellos puedan morir al defenderle. Es el colmo del amor. Es el amor sin medida. Es el amor hasta el extremo. Solo un amor así puede salvar. Salvar a los unos y a los otros, a los amigos y a los enemigos.

En este mundo hay mucha violencia. Y, desgraciadamente, hay violencia que pretende justificarse en nombre de Dios. Pero en nombre de Dios no cabe ninguna violencia ni ninguna represalia. Hay que buscar modos de resolver los conflictos y desavenencias sin armas en la mano. Viendo como ama Jesús, queda claro que eso de amar como él ama no es nada sencillo. Pero es el único camino que procura la paz.

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20
Mar
2015
Preámbulos de la pasión
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Según el evangelio de Marcos, en la cena previa al prendimiento de Jesús, en donde el Maestro se despide de sus discípulos, el tema de conversación es el anuncio de la traición: “yo os aseguro que uno de vosotros que está comiendo conmigo, me entregará” (Mc 14,18). Jesús estaba hablando de Judas Iscariote, al que los sumos sacerdotes “prometieron darle dinero” (Mc 14,11) si entregaba a Jesús. Según Lucas, el tema de conversación durante la cena fue “quién de entre los discípulos parecía ser el mayor” (Lc 22,24). En Marcos el preámbulo de la pasión es el dinero; en Lucas es el poder. Se trata de las dos caras de la misma moneda, de los dos grandes dioses que seducen a los seres humanos. Por dinero, uno vende hasta a su madre. Por conseguir el poder, uno mata hasta a su padre.

En cada página de los evangelios el dinero y el poder aparecen como los grandes peligros que amenazan a los seguidores y seguidoras de Jesús y que éstos deben evitar. El sexo tiene sus problemas, no cabe duda, pero no aparece como contrario al Reino. Supongo que no hace falta aclarar que una cosa es el sexo, bien entendido, y otra los abusos sexuales, que son un atentado contra el prójimo y un delito. También se podría decir que el poder y el dinero tienen algún aspecto aprovechable, pero sus seducciones y peligros son tan grandes y tan directamente contrarios al Reino, que casi es mejor no hablar de lo aprovechable para que nadie encuentre ahí una buena excusa para glorificarlos.

Jesús fue martirizado porque sus hechos y palabras le enfrentaron a los dirigentes político-religiosos de aquella sociedad. También hoy la defensa de los pobres y de los humillados resulta molesta para los ricos y poderosos. Si una persona conocida en la Iglesia (mujer o varón, monja, clérigo o laico) habla, como católico, de las vallas de Melilla o de otras injusticias sociales, y sus palabras resuenan más allá de los muros del recinto en el que vive, eso puede acarrearle algunos inconvenientes, incluso con gentes de Iglesia. Identificarse hoy con Jesús es vivir y defender los valores que él vivió y defendió. Es tomar postura a favor de lo que construye el Reino, pero la toma de postura a favor, implica, en la mayoría de los casos, una explícita o implícita manifestación en contra de los valores que se oponen al Reino y que el cuarto evangelio estigmatiza como el mundo de la mentira, de las tinieblas, del odio y de la muerte. Esta toma de postura puede ser el preámbulo de una pasión. Con Jesús ocurrió. Con sus seguidores también ocurre.

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16
Mar
2015
Necesidad y actualidad de José
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El Hijo de Dios nació del linaje de David según la carne (Rm 1,3). Para nacer según la carne bastaba una mujer “entre todas las mujeres” (Lc 1,42). La elegida fue María. Pero para nacer del linaje de David no valía cualquier varón. Se necesitaba uno que fuera “del linaje y de la familia de David” (Lc 1,27; Mt 1,20)). Y este fue José. Gracias a José, Jesús se entronca en la larga lista de aquellos y aquellas que habían sido hitos importantes en la historia de la salvación; gracias a José, el mesianismo de Jesús, la promesa de que el trono de David duraría para siempre (Lc 1,32-33) quedaba garantizado.

Con José se cumple una importante profecía que había recorrido toda la historia de la salvación. Por eso los evangelistas tienen tanto interés en recalcar que José es de la familia de David. Gracias a José, Jesús entronca con el linaje de David. Y por eso José es el que pone nombre a Jesús (Mt 1,21), porque a él le corresponde la paternidad davídica. José es necesario, no solo como marido y padre custodio, sino como mediador que hace posible el cumplimiento de las profecías y, por tanto, hace posible un elemento fundamental del mesianismo de Jesús. La necesidad de José es teológica. Y si María hace posible el nacimiento de un ser humano que, aún viniendo del cielo, nace de la tierra, José hace posible que este ser humano se entronque en la gran historia salvífica de Israel.

Por otra parte, la figura de José podría tener una gran actualidad. Frente a aquellos que dan importancia a “la sangre” y creen que esos son los vínculos fundamentales, hoy se tiende a dar importancia a otros vínculos que estarían representados (no sólo ni principalmente, pero también) en la adopción. Más aún, José es figura de la paternidad que ensalza Jesús. Pues para Jesús lo importante no es la carne o la sangre, sino la acogida. Es padre el que acoge y recibe con amor a su hijo. Lo que une no es la sangre, lo que une es el amor. Esos son los lazos más fuertes, los más irrompibles. Cuando dos se aman, ¡qué importa la raza, el color, la edad o el sexo! José amaba a María y a Jesús. No porque llevaban su sangre, sino porque les acogió.

Hay otro aspecto muy moderno de José. Según las costumbres sociales de entonces y de ahora, quién da nombre a la mujer casada es el varón. El marido es el referente de la familia. Así, lo lógico sería que María fuera conocida como la esposa de José. Pero los datos ofrecidos por los evangelios dan a conocer a José como el esposo de María. El referente de esta familia es María. Eso, que tiene un sentido teológico, puede tener un sentido contracultural muy actual. Pues hoy muchos piensan que el referente de la familia no puede ser el macho, el jefe, el amo. Hoy se piensa la familia en plan más igualitario. Por eso algunos se cambian el orden de los apellidos, prefiriendo el materno al paterno. La situación de José, el esposo de María, podría decir mucho a los que buscan unas relaciones más igualitarias entre los esposos, unas relaciones en las que no hay dominio, sino reciprocidad. En las que sea verdad eso de “tanto monta, monta tanto” María como José.

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