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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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27
Feb
2015
Fe y ciencia, más allá de la apariencia
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La fe tiene una pretensión realista, pero no se limita a la apariencia, a aquello que se puede ver y tocar. La fe busca la verdad más allá de la apariencia y descubre en lo real indicios que permiten abrirlo a posibilidades nuevas, que van más allá de lo que aparece. Por este motivo, los creyentes suelen ser objeto de burla por parte de aquellos que piensan que más allá de los datos empíricamente verificables no hay nada. Pero si lo pensamos bien, resulta que también las ciencias avanzan porque buscan más allá de la apariencia. En este sentido el proceder la ciencia no es muy distinto del de la fe.

La percepción sensorial e inmediata, por la que vemos cómo se pone y sale el sol, se mueven los automóviles, o distinguimos distintos colores, es acrítica. Sin duda, este tipo de experiencia es el punto de arranque de todo conocimiento pero, en sí mismo, es superficial e impreciso. Aquí radica también su peligro: en virtud de su certeza inmediata, puede impedir un conocimiento más profundo. “La impresión superficial de una percepción aparentemente inequívoca puede inducir a error cuando se afirma que esta impresión es el conocimiento último y definitivo”, escribió hace ya muchos años un joven teólogo llamado Joseph Ratzinger.

Dicho de otra forma: en el punto de partida de la ciencia se encuentra la idea de que es necesario ir más allá de las impresiones de los sentidos. Si los detractores de Galileo lo hubieran tenido en cuenta, seguramente no le hubieran condenado. Porque la apariencia es que quién se mueve alrededor de la tierra es el sol. Lo que decía Galileo contradecía algo que todo el mundo podía ver con sus propios ojos. Aunque, por otra parte, no es menos cierto que los cardenales que le condenaron no veían nada de tanto mirar al sol. La lección que podemos sacar del “asunto Galileo” es que hay una primacía de la inteligencia sobre la experiencia sensible.

Concluyo con unas palabras del teólogo ya citado: “No se limita al ámbito de la fe, sino que tiene validez general la tesis de que, aunque es cierto que la ‘experiencia empírica’ es el punto de partida necesario de todo conocimiento humano, esta experiencia llevaría a conclusiones falsas si no admitiera ser criticada desde el conocimiento, abriendo así la puerta a nuevas experiencias”. En otras palabras: no es solo la fe la que va más allá de lo sensorial; también la ciencia procede de la misma forma. Criticar la fe en nombre del empirismo es no entender el proceder general del espíritu humano cuando busca la verdad.

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23
Feb
2015
Pasemos a la otra orilla
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Si se leen con un poco de atención los capítulos centrales del evangelio de Mateo parece que Jesús está continuamente “pasando a la otra orilla” e invitando a sus discípulos a hacer lo mismo (Mt 8,18; 9,1; 14,22; 16,5). Esta invitación se encuentra también en los otros tres evangelios. Se diría que una vez que Jesús y sus discípulos han cambiado de orilla, necesitan pasar de nuevo a la otra orilla. Algo así como si estuvieran yendo de una orilla a otra. Esto nos invita a pensar que este paso no es geográfico, no se trata de volver al lugar del que se ha salido. Tiene que haber ahí algo más profundo, al menos una invitación a la no instalación. Ninguna orilla puede convertirse en lugar de queda, todas son lugares de paso.

Según los evangelistas, la necesidad de pasar a la otra orilla viene provocada porque la multitud hambrienta ha podido saciarse de pan, gracias a que Jesús les ha dado de comer multiplicando los pocos panes que llevaba un muchacho. En este contexto, según el evangelio de Juan (6,15), las gentes pretender proclamar rey a Jesús. Por su parte, en un momento dado, los apóstoles buscaban ser ministros del rey Jesús. El pan es un buen símbolo de la riqueza y la realeza un buen símbolo del poder. Esas son los orillas en las que quieren instalarse la gente y los discípulos. No nos engañemos: esas son también nuestras metas, el poder y el dinero que, en el fondo, son las dos caras de la misma moneda.

El milagro de la multiplicación de los panes provocó un terrible malentendido. La gente buscaba a Jesús porque se había saciado (Jn 6,26). Pero no era este el alimento que Jesús quería darles (Jn 6,27), porque la riqueza es un alimento perecedero. Y el que lo come vuelve a tener hambre. Peor aún: siempre tiene más hambre. El dinero nos hace entrar en un torbellino en que siempre queremos más y cada vez estamos más insatisfechos. Se comprende así la invitación de Jesús a pasar a la otra orilla, a dejar de lado las solicitaciones del tener, para buscar el camino del dar y compartir. El reparto de pan por parte de Jesús, en vez de entenderse como una llamada a compartir, se interpretó como un acto mágico. La gente pudo pensar que con Jesús se saciarían fácilmente los estómagos y, ya puestos, se llenarían los bolsillos.

Con Jesús estamos continuamente pasando a la otra orilla. Pasar al otro, no quedarse encerrado en uno mismo. Pasar al otro como paso necesario para pasar a Dios. El que se instala, se pierde. Tenemos que buscar siempre nuevos horizontes. Cualquier conquista obtenida gracias a Jesús es solo un preludio, el presagio de una conquista imperecedera, que solo se consigue dejando siempre de lado las conquistas parciales.

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19
Feb
2015
Tiempo fuerte de la comunidad cristiana
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La Cuaresma acaba de empezar. Pero la cuaresma, como toda la liturgia, sólo tiene sentido en función de la Pascua. Por eso, lo que hemos empezado, en realidad, es el gran tiempo pascual de la Iglesia. Cuarenta días de preparación para la fiesta de Pascua y, después, cincuenta días de celebración de la Resurrección del Señor y de la presencia salvadora de su Espíritu. Estamos en el tiempo fuerte de la comunidad cristiana.

La cuaresma del año 2015 tenemos que vivirla como nueva. Porque a fuerza de repetir cada año la cuaresma corremos el riesgo de que nos parezca algo banal, rutinario, algo ya conocido. Por otra parte, el ambiente social en el que nos movemos no favorece una buena vivencia de la Cuaresma. El mundo no tiene ganas de cuaresmas, sino de carnavales. La cuaresma nos invita a superar la superficialidad; el carnaval nos invita a vivir la frivolidad. La cuaresma nos llama a la autenticidad, el carnaval a la mediocridad. Una vez más, el cristiano tiene que hacerse violencia para vivir la fe.

La cuaresma nos invita a tomar conciencia de lo que significa vivir como cristianos en el mundo de hoy. El centro de nuestra vida es Jesucristo, su persona, su mensaje, el misterio de su muerte y de su resurrección. Vivimos momentos críticos: hay mucha gente sin trabajo; las vallas de Melilla y las pateras son una desgracia para los que nada tienen; los cristianos son perseguidos en Siria, Irak, Nigeria y otros lugares, donde la violencia y el terror campan a sus anchas. Nuestro momento histórico plantea muchas preguntas y produce sufrimiento. Los cristianos creemos que este mundo encuentra la luz verdadera en la vida y el mensaje de Jesús, en el misterio de su Pascua.

Mirando a Jesucristo descubrimos quienes somos nosotros. Jesucristo nos interpela y nos pregunta qué queremos hacer con nuestra vida, cómo queremos vivir: ¿pensando en nosotros mismos o siendo generosos y abriéndonos al sufrimiento de los demás?, ¿pensando en el placer inmediato o buscando un sentido para la vida? Decía en el post anterior que la palabra clave de la cuaresma es conversión. Se trata de volvernos hacia Dios, de moderar nuestra autosuficiencia, de compartir con los que no tienen. En suma, de mostrar en nuestra vida la inmensa bondad de Dios.

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15
Feb
2015
Convertirse, palabra cuaresmal
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Según el evangelio de Marcos, el primer verbo que Jesús emplea es “convertirse”. Y lo emplea en imperativo: “convertíos y creed en el Evangelio”. La razón de esta necesidad es que “el Reino de Dios está cerca”. Como está a punto de llegar hay que estar bien preparados para recibirlo. ¿Qué significa y qué implica convertirse? Convertirse es cambiar. Cambiar de actitudes y de pensamientos, porque lo que solemos pensar y lo que solemos hacer no favorece la llegada del Reino de Dios. Convertirse es darse la vuelta, dar la espalda a algo, dejar de mirar una cosa para mirar otra. Dejar de mirarse a uno mismo para mirar las necesidades del prójimo y preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre uno mismo y sobre los demás.

Estas palabras que el evangelista pone en boca de Jesús las emplea la liturgia en el rito de la imposición de la ceniza. La cuaresma empieza recordando la invitación de Jesús a convertirnos. Porque convertirse es una tarea permanente. No es un gesto que se realiza una vez, algo así como si cuando uno se ha dado la vuelta y ha dejado de mirar hacia dónde no toca, ya tuviera resuelto su problema. Darse la vuelta, en nuestro caso, no es un movimiento físico, sino una tarea existencial, que hay que renovar en cada momento. Porque mientras vivimos en este mundo, Dios no es una evidencia. Lo evidente son los placeres y las seducciones del mundo que nos inclinan a buscarnos a nosotros mismos en detrimento de los demás. Por eso, el creyente está en permanente estado de conversión: siempre se está volviendo hacia Dios. La conversión no es sólo una decisión inicial, es un estilo de vida. Con el amor ocurre algo parecido: nunca acabamos de amar. Amar es crecer continuamente en el amor.

Para convertirse es necesario sentirse atraído por “otra realidad” o, al menos, intuir que la realidad en la que se está no es buena y que hay otra mejor. No es una llamada en abstracto o vacía. Es una invitación a entrar en un mundo nuevo, a creer en el Evangelio. Supone la presentación de Jesús. Mirándole a él, fijos los ojos en Jesús, podemos entender qué significa convertirse, lo que debemos dejar y lo que debemos acoger. La conversión se concreta en actitudes diferentes según la situación de cada uno. En cualquier caso es una invitación a liberarse de las costumbres, de las presiones sociales, de las opiniones públicas, para dejarse llevar por el soplo del Espíritu.

La conversión adquiere una forma concreta mirando y escuchando a Jesús: se trata del respeto a los pequeños y a los débiles, de la compasión por los que sufren, de practicar el perdón, de abandonar los caminos de la violencia, de entrar en el camino del amor y del servicio. En ocasiones, la conversión puede darse sin que uno sea consciente de ello: algunas personas que dedican su tiempo a obras sociales, quizás no se plantean su actitud en términos de conversión, pero lo que hacen es el correlato humano de lo que el evangelio califica de conversión.

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11
Feb
2015
Dificultades en la transmisión de la fe
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Transmitir la fe es una necesidad ineludible de todo creyente. Necesidad que brota de una experiencia, la experiencia del cambio de vida que acontece a todo el que se encuentra con Jesús. Sin esa experiencia previa no sólo no hay necesidad, sino ni siquiera posibilidad de transmitir la fe. Pues no se puede ofrecer lo que no se tiene.

Supuesta la experiencia del encuentro con Jesús, la transmisión de la fe topa con una serie de dificultades. Dificultades de siempre, aunque hoy se presentan moduladas por las características propias de nuestra cultura. Hoy, a las convicciones personales de los creyentes, les falta apoyo social. Hace falta hacerse violencia no tanto para mantener, cuanto para proclamar con fuerza la fe cristiana en situaciones adversas.

De todos modos, y aunque parezca sorprendente, el más radical motivo que dificulta la acogida del Evangelio es el Evangelio mismo. Es una buena noticia, sí. Pero también desborda toda expectativa. Va al encuentro de la experiencia humana, responde a los más profundos deseos del corazón humano, pero también corrige esta misma experiencia y es exigencia de conversión. Anuncia la resurrección y la vida, pero también proclama que la cruz es el camino de la resurrección.

A los ojos de este mundo la persona, la palabra y la obra de Jesús puede parecer necedad y escándalo (1 Cor 1,23) y, si es así, lo “normal” es rechazarle. Aunque también importa aclarar que hay dos tipos de escándalo y, por tanto, dos maneras de no entender el anuncio del Evangelio: el escándalo de la cruz, que nunca debe ser neutralizado; y el escándalo debido a nuestra incapacidad de comunicarlo. Hace ya tiempo que un teólogo llamado Joseph Ratzinger se refería a la tentación de muchos creyentes de confundir el escándalo de la cruz con otros escándalos ajenos a él y que derivan de la flaqueza de sus portadores.

Entre otros ejemplos este teólogo se refería al escándalo culpable del que so pretexto de defender los derechos de Dios, sólo defiende una determinada situación social y las posiciones de poder en ella conquistadas. O el que, so pretexto de proteger la invariabilidad de la fe, sólo defiende su propio transnochamiento. Cada uno puede añadir sus propias experiencias a los ejemplos que propone J. Ratzinger (El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona, 2005, 352).

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8
Feb
2015
¿Objeto sexual o sujeto sexuado?
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Según la lectura psicoanalítica que Marie Balmary hace de los primeros capítulos del Génesis (cf. Jean Michel Maldamé, El pecado original. Fe cristiana, mito y metafísica, editorial San Esteban, 2014, pág. 334), el relato deja lugar al inacabamiento del ser humano: “Dios solo ha creado la posibilidad del hombre y de la mujer”. El texto bíblico confirmaría esta hipótesis cuando dice que “macho y hembra los creo”. Solo después aparecen el hombre y la mujer. Macho y hembra son términos que también convienen a los animales. Al decir que el humano fue creado macho y hembra se está insinuando que el humano debe participar en su propio nacimiento, debe acabarse a sí mismo, y terminar siendo hombre y mujer.

Los humanos hemos sido creados como personas sociales. La sociabilidad es constitutiva de nuestro ser. Como dice el Vaticano II “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. La relación nos constituye. Por eso, el humano sólo se siente acabado y colmado cuando se encuentra con el otro, con el Otro divino, y con los otros iguales que son sus congéneres. El Génesis, con un lenguaje simbólico, estaría diciendo que lo primero, en cada humano, es buscar al otro. De ahí esta conclusión de M. Balmary: “Donde Freud cree que el hombre busca en primer lugar el objeto sexual (la madre y luego la mujer, que no hace más que recordar a la madre), la tradición de Israel establece con fuerza que, ‘en el principio’, el deseo del ser que habla es el otro. No es el objeto sexual, es el sujeto sexuado”.

Resulta interesante esta distinción entre objeto sexual y sujeto sexuado. No es lo mismo relacionarse como macho y hembra o como hombre y mujer. Mi relación con el otro es personal. Lo sexual, cuando se da, cobra todo su sentido integrado en lo personal. Nuestras relaciones no están condicionadas por lo sexual, sino por “lo social”, (por el amor en definitiva) que es constitutivo de nuestra naturaleza. De ahí que lo social puede desplegarse en distintas direcciones y va mucho más allá de la relación entre un varón y una mujer, o de la relación familiar. La relación entre varón y mujer no es más que un prototipo biológico de una verdad de amplio alcance, a saber: que los seres humanos estamos estructurados de tal forma que siempre necesitamos de los demás, siempre necesitamos de otro que llene nuestros muchos vacíos. No sé si hace falta decir que esta necesidad del otro, el estar hechos para otro, implica que el otro sea, es decir, respetar su diferencia.

La fe nos dice que el Otro que puede colmar, sin ninguna fisura ni carencia, nuestro corazón inquieto es Dios. Pero mientras estamos en este mundo, a Dios le encontramos en la mediación de tantas personas que nos salen al encuentro y con las que estamos llamados a establecer relaciones de amistad, siguiendo la orientación que Jesús nos da: “os llamo amigos”, “permaneced en un amor como el mío”.

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3
Feb
2015
La fe como apertura a la cultura
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Hablando de la fe como apertura hay otro aspecto que no conviene olvidar. Me refiero a la apertura de la fe a la cultura. La fe en Dios es algo personal, pero no privado. La fe no puede esconderse, debe transmitirse. Hasta el punto de que quién no confiesa la fe, es porque no cree. La fe privada es una falsa fe, una incredulidad escondida. Ahora bien, si la fe debe confesarse, o sea, proclamarse y publicarse, debe hacerlo con un lenguaje inteligible. Porque si lo que proclama la fe no se entiende, es como si no se proclamase o como si se quedase en algo privado.

Hemos dicho que la confesión, la publicidad, no es algo optativo, sino esencial a la fe. Por tanto, para que la fe cumpla su pretensión debe proclamarse en el lenguaje que el mundo entiende. Para eso hay que servirse de la cultura, de los símbolos, de las imágenes de la gente a la que nos dirigimos. Si la fe está abierta a todos los seres humanos, entonces es importante preguntarnos por los métodos y lenguajes más adecuados para que pueda llegar a cada uno. Una precisión importante: para transmitir la fe no basta la buena voluntad del testigo. Y, desde luego, no cabe pretender que sea el oyente el que debe adaptarse a nuestra jerga eclesiástica. Al contrario: el que debe adaptarse al lenguaje del mundo es el testigo de la fe.

Ahora bien, si el lenguaje de la fe debe abrirse a la cultura de los destinatarios, no es menos cierto que la fe también pretende renovar la cultura. La fe busca un intercambio con la cultura, una mutua apertura. Si la fe debe abrirse a la cultura para poder llegar a los destinatarios, también la cultura es invitada abrirse a la fe. En todas las culturas hay elementos positivos, pero también los hay negativos. El ser humano se encuentra ante múltiples solicitaciones, y no todas son buenas. Y, a veces, se deja arrastrar por las malas solicitaciones. Ante una cultura como la nuestra, en dónde parece que todo gira alrededor del dinero, que produce corrupción y mentira en todos los sectores de la sociedad, la fe cristiana tiene una palabra crítica que decir. La fe cristiana, aceptando y potenciando lo mejor de cada sociedad y de cada cultura, también busca renovar la cultura y llevarla a cotas más altas de humanidad, que es lo mismo que llevarla a cotas más cercanas a lo divino.

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31
Ene
2015
La fe como apertura a Dios
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Cuando se habla de fe es posible entender muchas cosas. Hay una fe humana, la confianza que depositamos en las personas. Y hay una fe religiosa, la confianza que depositamos en Dios. En ambos casos, la fe es una apertura al otro. Y, en la mayoría de los casos una apertura mutua. Porque fiarse de otro suele presuponer que el otro se fía de ti. Desde este punto de vista, la fe en Dios va mucho más allá de un mero creer una serie de verdades, dogmas o proposiciones. La fe en Dios es, ante todo, una relación personal. Hay fe cuando me implico, cuando me comprometo existencialmente con el otro, cuando soy capaz de ponerme en las manos del otro, porque estoy convencido de que no me fallará. Y no me fallará porque me ama. Porque también él está comprometido conmigo y también se pone en mis manos. La fe es una mutua dependencia. Pero no una dependencia que esclaviza, sino una dependencia que exalta, porque brota del amor.

En el Nuevo Testamento el término fe tiene muchos sentidos; la carta de Santiago llega a hablar de una fe muerta, de un mero creer que Dios existe, pero sin que esta fe transforme la existencia. Si en este tipo de fe hay apertura, es una apertura al odio. Por su parte, la carta a los Hebreos define la fe como garantía de lo que se espera y prueba de realidades que no se ven. Lo que se espera y lo que no se ve es la vida eterna, o sea, la felicidad absoluta que Dios tiene preparada para todos los que le aman. Y como no hay mejor felicidad que saberse amado y poder amar, la vida eterna es Dios mismo que nos ama. Pues bien, por la fe, el bien supremo que es Dios está firmemente garantizado; y, además está bien probado, bien fundamentado, bien asegurado. De este modo, el creyente, puede caminar confiado en medio de dificultades y oscuridades. Porque, por la fe, sabe que Dios le sostiene y no falla. De nuevo, según esta definición de la carta a los Hebreos, la fe es una apertura, una confianza sin límites en un Dios que garantiza el cumplimiento de nuestros mejores deseos.

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27
Ene
2015
Uso profano de lo religioso
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Religión es una palabra con muchas vertientes. Puede significar “relación con Dios”. Es religiosa la oración. Pero puede tener también el sentido de “modo de expresión”. Es religiosa una procesión. Entendida como modo de expresión, la religión no puede absolutizarse, porque los modos de expresión son múltiples y dependen de los gustos de cada uno. Pero los modos de expresión, las formas y maneras, pueden utilizarse con intenciones distintas, a veces contrarias: una procesión puede ser expresión de una vivencia religiosa seria que tiene que ver con mi relación con Dios. Pero una procesión puede caricaturizarse, convertirse en burla de quienes la realizan con el propósito de expresar su fe en Dios (la imagen que acompaña al post es una de las más pudorosas de una procesión atea realizada precisamente en Jueves Santo).

En nuestra cultura actual han aparecido modos de utilizar lo religioso de forma profana. Hay expresiones artísticas (o pseudo-artísticas) que utilizan lo religioso con intenciones poco religiosas o anti-religiosas. Se publican viñetas irónicas, que se quieren humorísticas, con tema religioso. Ese uso profano de lo religioso provoca, en algunos que se consideran muy religiosos, reacciones violentas. Pero la misma violencia de la reacción es la expresión más señalada de un mal uso de lo religioso. La religión, defendida violentamente, se degrada y se pervierte hasta el punto de dejar de ser religiosa. O en todo caso, esta defensa violenta hace de la religión una realidad diabólica u odiosa. El uso profano de la religión puede, en ocasiones, provocar un uso criminal de la religión. En cualquiera de los dos casos, la religión ha perdido su esencia. Con una diferencia: el uso criminal no puede, bajo ningún concepto, justificarse por el uso profano.

No es fácil ser un buen creyente. Pero la dificultad que proviene de la debilidad humana, encuentra en Dios comprensión y misericordia. Por eso, el creyente pide a Dios que no le tenga en cuenta sus pecados. Hay otras dificultades para ser un buen creyente que son consecuencia de ideologías fanatizantes, que dan lugar a fundamentalismos e intransigencias. Las intransigencias que terminan en violencia física no son las más frecuentes. También conviene estar atentos a la violencia verbal. Las palabras pueden herir. El que haya que tomar en serio la religión no tiene que conducir a posturas fundamentalistas. Cuando la afirmación de lo fundamental se convierte en fundamentalismo y la vivencia radical en radicalismo, entramos en una pendiente peligrosa que provoca descalificaciones, rechazos y divisiones.

¿Las religiones dividen? En cierto modo sí: no es lo mismo ser cristiano que ser budista. Por otra parte, las religiones unen: un buen cristiano es una persona que no pone límites al amor. Y en la base de toda buena religiosidad está la humanidad común y la fraternidad sin fronteras. Una religión que no llama a la hermandad es, por principio, falsa.

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22
Ene
2015
El potencial de la razón
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“¿No habrá peligro en contemplar la religión bajo una luz puramente humana? ¿Y por qué lo va a haber? ¿Teme nuestra religión a la luz? Una gran prueba de su origen celestial es que soporta el más severo y minucioso examen de la razón”. La frase es de Chateaubriand. Mucho antes, Tomás de Aquino, hablando de algo tan actual como el diálogo del cristianismo con el Islam, había dicho que en este diálogo sólo cabía apelar a la razón humana como medio de argumentación, que “todos se ven obligados a aceptar”. En línea similar se movían los discursos de Benedicto XVI a los “amigos” musulmanes, aunque ya antes de su elevación al pontificado la relación entre razón y fe era una de las claves de su pensamiento. El cardenal Ratzinger, en un famoso debate con el filósofo J. Habermas, se presentaba a sí mismo como “amigo de la razón” y decía: “En la religión existen patologías sumamente peligrosas, que hacen necesario contar con la luz de la razón como una especie de órgano de control encargado de depurar y ordenar una y otra vez la religión”.

“La razón y la religión se refuerzan mutuamente, porque la religión se purifica y estructura por la razón, y el pleno potencial de la razón se despliega por la revelación y la fe”. Estas palabras del anterior Papa están en plena consonancia con estas otras de Tomás de Aquino: lo que se opone a la razón, y no digamos lo que la destruye, nunca puede considerarse revelado por Dios, pues no hay verdad de fe “contraria al conocimiento natural”.

Las relaciones entre fe y razón se complican porque el alcance de una y otra no resulta evidente. No todos estamos de acuerdo en lo que es revelación (¿la Biblia o el Corán?), ni tampoco todos interpretamos del mismo modo la misma fe. Ni todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”. Las propias experiencias, la situación en la que uno se encuentra, los intereses, la capacidad de visión y de interpretación, y tantas cosas más hacen que el encuentro entre fe y razón, y entre unas razones y otras requiera de mucha escucha, paciencia, diálogo, comprensión. Pero al menos es importante encontrar un punto de partida en el que podamos estar de acuerdo y sobre el que podamos dialogar: la capacidad argumentativa de la razón humana.

En teoría está muy bien apelar a la razón. El problema comienza cuando alguien pretende apropiarse la razón para él solo y, en consecuencia, piensa que los discrepantes de su posición, no son razonables. ¿Habrá que empezar por ponerse de acuerdo en que no todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”? Al menos debería unirnos la búsqueda de lo razonable, aceptando que en algunas cuestiones el acuerdo no será posible y entonces habrá que buscar posiciones de consenso, ceder unos y otros, no en los principios que se consideran irrenunciables, sino en el alcance práctico de los mismos, en los que deberemos respetar la fe o la ideología de cada uno.

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