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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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16
Ene
2015
La religión, asunto personal pero no intimista
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La religión es un asunto personal, pero no intimista. Tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida. Y como la persona es un ser social y se realiza en comunión con los demás, la religión tiene incidencias sociales y, en consecuencia, repercusiones políticas, económicas, laborales, artísticas. Nada escapa a la religión, porque ella está indisolublemente ligada con la vida. El Papa Francisco lo ha dicho con estas palabras: “Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos… Una auténtica fe, que nunca es cómoda ni individualista, siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra… Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.

Las religiones, y el cristianismo en particular, han sido creadoras de cultura, promotoras de belleza; han fomentado, creado y dirigido instituciones asistenciales y educativas, han sido también instancia crítica de aquellas políticas que atentaban contra la dignidad de la persona. Desgraciadamente, en ocasiones, las religiones, han pretendido ocupar todo el ámbito de lo público y no han respetado la legítima autonomía de la política, de la economía, de la ciencia y de la educación. En estos casos no han sabido situarse adecuadamente y han pagado las consecuencias, muchas veces en forma de oposición o ataque a lo religioso, cuando lo secular se ha desligado de lo religioso.

Ahora bien, las convicciones religiosas con incidencia social no se defienden religiosamente. Y si no se defienden religiosamente se arriesgan a ser discutidas y rechazadas. Se arriesgan a “perder” la partida en el campo legislativo, social y político. La cuestión entonces está en “no verme obligado a”, pero no en obligar a otros. Cuando las convicciones religiosas tienen consecuencias que van más allá de lo individual y afectan a otras personas (cuestiones matrimoniales y de ética sexual), no pueden defenderse, en nuestra sociedad, con argumentos religiosos ni apelando a motivos religiosos. Si la persona religiosa los defiende en campos ajenos a la religión es porque no son asuntos estricta y solamente religiosos.

Aunque la religión tenga repercusiones en todos los ámbitos de la vida, lo fundamental de la religión no son sus repercusiones públicas, sino la relación que permite establecer entre la persona y Dios. Sin esto la religión se queda sin alma y puede desaparecer con la misma facilidad con que apareció. Las religiones, y en concreto el cristianismo, son una invitación a vivir en comunión con Dios, una comunión que es fuente de esperanza y que estimula a vivir de otra manera.

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13
Ene
2015
El diálogo une
2 comentarios

¿Sería posible dar un paso más allá de la semana de oración por la unidad de los cristianos y hacer todos los años algo parecido a lo que hizo, por dos veces, Juan Pablo II en Asís, invitando a orar a los líderes de las distintas religiones, y que cada año se encargara de convocar un líder distinto? Evidentemente, se supone que a esta reunión anual también asistiría el Obispo de Roma, aunque no la convocase. Es lógico que en Asís, el Papa fuera el “centro” de la reunión. Pero si la reunión la convoca cada año un líder distinto, el centro lo ocupará el anfitrión que la convoque.

Las divisiones son cosa de este mundo. Quizás inevitables, pero de este mundo. ¿Por qué no hacer de los acontecimientos del cielo signos de unidad? Allí eso de la santidad no funciona como aquí. Por eso, sería bueno que nos intercambiásemos los modelos y, que unos y otros, considerásemos dignos de ser imitadas a las grandes figuras de las distintas confesiones y religiones. Proponer esto, si no de forma oficial, al menos de forma oficiosa, sería un signo rompedor, sin duda, pero significativo. No hay que pensar que cualquier reconocimiento de la bondad ajena es una descalificación de la propia bondad. Ponernos en camino es hacer gestos concretos. Hay algunos que, si se hicieran, resultarían tan sorprendentes que uno pensaría que hemos acelerado mucho el paso.

Una cosa más: hay que mantener el diálogo ecuménico e interreligioso a toda costa. Hay que utilizar palabras persuasivas y positivas, que comiencen por reconocer lo bueno que hay en el otro. Y hay que trabajar juntos a favor de la paz y en contra de la violencia; a favor de la dignidad humana y en contra de la pobreza. En ese trabajo podemos ir muy unidos. Cada uno debemos proponernos convencer de la necesidad de este trabajo conjunto a los fieles de otras religiones o confesiones que conozcamos. Muchos líderes musulmanes, en respuesta a los trágicos sucesos ocurridos recientemente en París, han hecho declaraciones públicas y claras contra el terrorismo cometido en nombre de Dios. Por su parte el Papa acaba de decir en Sri Lanka: “Nunca se debe permitir que las creencias religiosas sean utilizadas para justificar la violencia y la guerra”.

Nosotros, desde el contacto mutuo, que casi obliga a reconocer al otro que no somos peligrosos y que hasta podemos ser amigos, tenemos que proponer acciones positivas que favorezcan la convivencia. La unidad se construye a base de pequeños gestos. Conscientes de que en este mundo la unidad siempre será imperfecta. Se perfeccionará en la Patria.

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9
Ene
2015
Unidad que quiere ser sin ser
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Los gestos del Papa Francisco, sucesor del apóstol Pedro, con el Patriarca de Constantinopla, sucesor del apóstol Andrés, en su viaje a Turquía del pasado mes de noviembre, fueron significativos. Además de los gestos hubo palabras de cercanía y simpatía mutuas. Más aún, palabras que han reconocido lo mucho que une a las Iglesias católica y ortodoxa. Nos une lo fundamental: tenemos la misma Palabra de Dios, el mismo Credo, los mismos sacramentos. Y sin embargo, a pesar del reconocimiento por parte católica del ministerio y los sacramentos de la parte ortodoxa, cuando el Obispo de Roma participó en el culto divino celebrado por el Patriarca de Constantinopla, no recibió la comunión eucarística, aunque allí hubo verdadera eucaristía. La participación en el culto y la no comunión eucarística es el signo más claro de una unidad que quiere ser, pero que todavía no es.

El punto de separación, a mi entender, está en la distinta concepción por unos y otros del ministerio petrino. Decir que el Papa es un “primus inter pares”, el primero entre iguales (como dice la ortodoxia) probablemente es demasiado poco. Pero el modo de ejercer el ministerio petrino, tal como se hace hoy en la Iglesia católica, no es el único posible y probablemente es mejorable. Esto lo reconoció Juan Pablo II cuando solicitó ayuda para ejercer de forma más adecuada y ecuménica, de forma menos separadora, su ministerio. Francisco ha recordado esta petición de su predecesor y la ha hecho suya.

Llevamos tantos años hablando de ecumenismo y de diálogo interreligioso que uno se pregunta si podemos dar pasos nuevos. Desde hace muchísimos años, en enero, hay una semana dedicada a la oración por la unidad de los cristianos, semana impulsada por distintas Iglesias cristianas. La oración es la traducción de la esperanza: el que espera pide, y en función de lo que pide se sabe lo que desea y espera. Pero cuando las peticiones no se logran, uno se cansa de pedir. Cierto, Jesús recomienda que oremos sin desfallecer, pero también es cierto que a uno le gustaría ver algún resultado concreto. Si concebimos la unidad como una “vuelta a Roma” por parte de los que se fueron, me parece que lo tenemos muy difícil. Pero si unidad significa ponernos en camino, sin prejuicios, para ver a dónde llegamos, podemos seguir pidiendo la unidad.

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4
Ene
2015
Cardenales no curiales
15 comentarios

Los nombres de los nuevos cardenales han sorprendido. Casi nadie esperaba una lista así. De los quince nuevos cardenales con derecho a voto sólo uno trabaja en la curia romana (el Prefecto de la Signatura Apostólica, una especie de “tribunal supremo” para resolver los conflictos jurídicos que se dan en la Iglesia). El resto son Obispos en ejercicio, algunos en pequeñas diócesis de África, Asía y América. Españoles sólo hay uno, Monseñor Ricardo Blázquez, buen Obispo y mejor persona, al que probablemente nadie le ha hecho la campaña. La lista en sí misma es un signo del desplazamiento del centro de gravedad del catolicismo. La fuerza de la Iglesia no está en la Curia, sino en el pueblo. Que entre los nuevos cardenales predominen los Obispos que están en contacto con la gente, y con gente más bien humilde y sencilla, es un signo de que algo está cambiando con este Papa, y probablemente, cambiando para bien.

Desconozco la edad de los actuales Cardenales electores. No sé cuántos cumplirán 80 años en los próximos dos años. Tampoco me interesa averiguarlo. Pero sospecho que si en los próximos dos o tres años el Papa tiene ocasión de convocar otros tantos consistorios, utilizando criterios similares a los de los últimos nombramientos, el próximo Cónclave puede resultar tan sorprendente como el que condujo a elegir a Francisco. Lo primero que hizo el actual Papa fue dejar de vivir en los palacios vaticanos. ¿Y si su sucesor dejase Santa Marta para ir a vivir más cerca aún de la gente corriente? En la Iglesia los cambios son muy lentos. Hay muchas inercias. Pero no cabe duda de que los cambios son reales. Cierto, los cambios ni nos hacen mejores personas, ni mejores cristianos. Pero ayudan a vivir con un poco más de alegría y hacen más respirable el aire eclesial. No es lo mismo poner el acento en lo que Dios exige del ser humano que en lo que Dios prepara para el ser humano. Hay modos de anunciar y vivir la fe que hacen más difícil la esperanza o que la sostienen mejor.

El Papa Francisco comenzó haciendo gestos. De los gestos se ha pasado a palabras que señalan con precisión lo que no conviene hacer y hacia dónde es bueno caminar. Y de las palabras estamos pasando a los hechos. Nuevos Cardenales, nuevos modos de preparar los Sínodos, nuevos modos de plantear los problemas, nuevas maneras de preguntar, nueva valoración de la vida religiosa y, sobre todo, nuevas orientaciones para acoger, y nuevos acentos que acercan al Evangelio. Cierto, desde algunos sectores, que consideran más importantes las palabras que las personas, el Papa recibe críticas más o menos abiertas. Lo mismo sucedió con Juan XXIII. Y lo mismo ha ocurrido con todas aquellas santas y santos que han buscado un acercamiento al Evangelio más apropiado a nuevas necesidades. El refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”, podría prolongarse así: mira quién te critica para saber si vas por el buen camino.

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3
Ene
2015
La religión, asunto público y privado
3 comentarios

Muchas personas viven su religión como si solo tuviera incidencia en el momento de la muerte. En el fondo, a Dios le necesitamos para ir al cielo y nada más. La religión, para quienes así piensan, es un asunto privado y sus manifestaciones públicas se limitan a lo folklórico. ¿Podemos considerar la religión, en lo que tiene de más propio y esencial, un asunto meramente privado que sólo afecta a los individuos que la practican? Pero, por otra parte: ¿no habría que poner límites a las manifestaciones públicas de la religión, sobre todo cuando resultan polémicas, y no digamos, si promueven la intolerancia y producen divisiones sociales irreconciliables? En la propia casa uno puede expresarse como mejor le parezca, pero en los lugares públicos hay cosas que no deben decirse porque molestan a los demás.

En el terreno de lo privado, cuando se trata de mis pensamientos o de mis afectos, nadie tiene derecho a entrometerse. Y si alguien se entromete, solo aparentemente puede cambiarlos, porque en cuanto cesa la intromisión, o la presión, o la amenaza, mis sentimientos y pensamientos más bien se reafirman. Ahí la religión tendría derechos absolutos. Pero, si situamos la religión en el terreno de lo público, entonces los derechos de la religión terminan donde empiezan los derechos de los demás. Además en este terreno de lo público, las manifestaciones no son necesariamente la exacta reproducción de los profundos sentimientos del corazón: es posible encargar a un artista no creyente una obra religiosa; y es posible defender el dogma a base de gritos, sin amar al prójimo y, por tanto, sin amar a Dios.

En el terreno de lo público importan más los comportamientos que los sentimientos. Ahora bien, no cabe duda de que nuestras acciones y comportamientos, en la mayoría de los casos, están determinados por nuestras convicciones. En este sentido habría que decir que la religión tiene una incidencia pública. Cuando yo emito un voto de tipo político, este voto está determinado por mis convicciones. Por eso, un cristiano dice que no puede votar determinados programas que, a su juicio, son incompatibles con sus convicciones cristianas. Aunque aquí también hay que notar que no hay programas “puros” y que siempre hay que recurrir, a la hora de votar, al programa que me parece menos malo o que más se aproxima (porque seguro que no se identifica) con mis principales convicciones.

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