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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

3
Ene
2015

La religión, asunto público y privado

3 comentarios

Muchas personas viven su religión como si solo tuviera incidencia en el momento de la muerte. En el fondo, a Dios le necesitamos para ir al cielo y nada más. La religión, para quienes así piensan, es un asunto privado y sus manifestaciones públicas se limitan a lo folklórico. ¿Podemos considerar la religión, en lo que tiene de más propio y esencial, un asunto meramente privado que sólo afecta a los individuos que la practican? Pero, por otra parte: ¿no habría que poner límites a las manifestaciones públicas de la religión, sobre todo cuando resultan polémicas, y no digamos, si promueven la intolerancia y producen divisiones sociales irreconciliables? En la propia casa uno puede expresarse como mejor le parezca, pero en los lugares públicos hay cosas que no deben decirse porque molestan a los demás.

En el terreno de lo privado, cuando se trata de mis pensamientos o de mis afectos, nadie tiene derecho a entrometerse. Y si alguien se entromete, solo aparentemente puede cambiarlos, porque en cuanto cesa la intromisión, o la presión, o la amenaza, mis sentimientos y pensamientos más bien se reafirman. Ahí la religión tendría derechos absolutos. Pero, si situamos la religión en el terreno de lo público, entonces los derechos de la religión terminan donde empiezan los derechos de los demás. Además en este terreno de lo público, las manifestaciones no son necesariamente la exacta reproducción de los profundos sentimientos del corazón: es posible encargar a un artista no creyente una obra religiosa; y es posible defender el dogma a base de gritos, sin amar al prójimo y, por tanto, sin amar a Dios.

En el terreno de lo público importan más los comportamientos que los sentimientos. Ahora bien, no cabe duda de que nuestras acciones y comportamientos, en la mayoría de los casos, están determinados por nuestras convicciones. En este sentido habría que decir que la religión tiene una incidencia pública. Cuando yo emito un voto de tipo político, este voto está determinado por mis convicciones. Por eso, un cristiano dice que no puede votar determinados programas que, a su juicio, son incompatibles con sus convicciones cristianas. Aunque aquí también hay que notar que no hay programas “puros” y que siempre hay que recurrir, a la hora de votar, al programa que me parece menos malo o que más se aproxima (porque seguro que no se identifica) con mis principales convicciones.

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Eston
4 de enero de 2015 a las 10:55

Además de lo expuesto en el artículo, hay un factor paradigmático que creo debería tenerse en cuenta, y es él de que el actual modelo social rechaza todo lo que “huela” a religión y aunque lo hace de modo machacón y peyorativo aludiendo razones del oscuro pasado de la Iglesia. En el fondo lo que se pretende relegando, eso si, de forma muy democrática, a la religión al ámbito de lo privado es el de continuar despojando al ser humano de sus señas de identidad. Así sin religión, o apartada al ámbito de lo privado la persona tiene menos “capacidad de acción y de ligar (unirse) fuertemente (con Dios)” que es el significado etimológico de la palabra religión. Por no hablar de la religión como organización institucionalizada que desde otras organizaciones contrarias a ella –que todos sabemos cuales son- es vista como un claro oponente..y, como se suele decir: el mejor ponente es el que no existe.

Antonio Saavedra
8 de enero de 2015 a las 23:12

Martín: perdóname la matización a tu frase inicial. En efecto, "muchas personas viven su religión como si solo tuviera incidencia en el momento de la muerte". Pero esa es la manera como se nos ha educado; en vez de sentirse en la presencia de Dios las 24 horas del día, en todo lo que se haga, se centra la relación en las oraciones sobre todo de la noche, al acostarse.
Y en cuanto a la idea final de votar al programa menos malo o que más se aproxima a las propias convicciones, yo pediría un esfuerzo, buscando a través de la reflexión personal el bien posible, que es algo diferente al mal menor. En relación con esto, creo que hay un ejemplo muy reciente con la suspensión por el Gobierno del trámite parlamentario del proyecto Gallardón; según una encuesta de El País, casi la mitad de los partícipes que se mostraron satisfechos con la suspensión se confesaron católicos practicantes.

Antonio López Sernández
10 de enero de 2015 a las 11:44

Todos tenemos el derecho y el deber de contribuir al Bien Común desde nuestra formación, convicciones... siempre que no hieran a los demás. Un cristiano convencido, practicante, no puede separar su comportamiento, tanto privado como público, de sus convicciones. Una de las principales es servir a los demás, amar siempre, especialmente a los más necesitados, perdonar siempre, respetar la libertad de los demás... ¿Esto es algo sólo privado o es fundamental para la convivencia? Este es el mensaje evangélico. Yo no sé eso de que sólo nos han formado para morir bien, con los sacramentos "de última hora". A mí, por lo menos, eso no me ha sucedido. Cierto que las manifestaciones sensibles religiosas (procesiones, cofradías...) tienen bastante importancia. PERO ESO NO ES LA EXCLUSIVA VIVENCIA RELIGIOSA, ni la más importante. A muchos les ayuda a acercarse al Señor. Por lo menos a mí desde niño siempre me han ofrecido el verdadero rostro de Jesús. Sin duda la Pastoral debe revisar cómo ofrecer el verdadero rostro del Señor. Se puede ser un cristiano coherente, valiente, sin ofender las convicciones de los demás, con respeto exquisito. Eso es caridad.

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