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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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17
Mar
2014
Alegato por un San José sin tópicos
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San José es una figura muy querida en la Iglesia. Son pocos los datos que tenemos sobre él. Es lógico que la piedad popular haya querido suplir estos vacíos. Y así han aparecido algunos tópicos sin mucho fundamento, que se repiten como si fueran grandes verdades. Si ahora me muestro crítico con algunos de estos tópicos es precisamente para ensalzar la figura de San José, situándola más en consonancia con los datos bíblicos y con lo que se ajusta más al ambiente en el que vivió.

Primer tópico: la edad que tenía cuando se casó. A veces, lo han presentado como un anciano para asegurar mejor la falta de relaciones sexuales con su esposa y como figura necesaria para ocultar la concepción extramatrimonial de María. Puestos a conjeturar sobre la edad hay que sostener que José y María eran dos jóvenes hebreos, con la edad más adecuada para casarse.

Otro tópico: su oficio. Decir que era carpintero, y suponer que eso implicaba ser dueño de un pequeño negocio, no parece que responda a lo que dicen los Evangelios. La palabra griega tekton, utilizada por el evangelista Mateo, es más exacto traducirla por constructor. Algunos creen que José y Jesús pudieron haber trabajado en la reconstrucción de la ciudad de Séforis. Por otra parte, Jesús no habla de carpintería, pero sí habla de las piedras de los constructores, quizás porque sabía de eso por propia experiencia. José debía ser un obrero por cuenta ajena, un pobre entre los pobres. En aquella sociedad de campesinos, dueños o arrendatarios de pequeñas tierras, había gente más pobre que ni siquiera tenía un pedazo de tierra, en ocasiones porque se habían endeudado y habían tenido que venderla. Jesús conocía por experiencia familiar la realidad de la pobreza.

Finalmente, no parece muy acorde con el ambiente de la época decir que José, junto con su esposa, habría hecho voto de virginidad. En aquella sociedad religiosa esto resultaba inconcebible. Además, ¿cómo se entiende que dos jóvenes prometidos que, por tanto, pensaban casarse, hicieran voto de virginidad? Tampoco resulta muy coherente este voto con eso que dicen algunos escritores cristianos de los primeros tiempos: que los llamados hermanos de Jesús eran hijos de José.

Resultaría más coherente con el amor que se profesaban María y José, y con la acendrada piedad de estos dos jóvenes, que una vez constatado el embarazo de María, ambos hablasen largamente. El amor que José tenía por María facilitaría que creyese la explicación de que ella no había tenido relaciones con otro varón. Y su profundo sentido religioso haría que ambos se inclinasen ante el misterio y vieran, sin comprender, la mano de Dios en este acontecimiento. Ellos, como buenos israelitas, sabían que Dios habla por medio de la historia. Y a partir de este acontecimiento, acogido con fe y sobre la base de su mutuo amor, emprendieron la difícil aventura de vivir de cara a Dios, poniéndose incondicionalmente en sus manos.

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16
Mar
2014
El silencio de José
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Los textos evangélicos no reproducen una sola palabra de José, el esposo de María. Se diría que presentan la figura de un hombre silencioso. Hay muchos tipos de silencio. Está el silencio de los muertos o el del que no tiene nada que decir, porque su vida está vacía. Está el silencio lleno de tristeza del desamparado, que sufre, llora y ha perdido toda esperanza. Está el silencio tenso que se establece cuando dos personas que no se aman se ven obligadas a estar en un mismo lugar. Está el silencio respetuoso ante un enfermo o ante una desgracia; el silencio lleno de amor que trasluce la mirada de los que se quieren. Y está el silencio del que escucha atentamente lo que el amado tiene que decirle. Sin duda, este último silencio es el que mejor caracteriza a José de Nazaret. Los Evangelios lo presentan como un hombre siempre presto a escuchar la voz de Dios que habla a través de los acontecimientos de su vida y de la vida de aquellos que le han sido encomendados.

El silencio de José no tiene nada de ingenuo, no es el silencio del que no se entera o no quiere complicarse la vida. Porque José sí se entera: se entera de que su esposa está embarazada; se entera de que el niño está en peligro y, por eso, se lo lleva a Egipto; se entera de que su hijo se ha perdido y, por eso, lo busca. Y como se entera, tiene miedo. No un miedo que paraliza, sino un miedo inquietante, que le impulsa a buscar soluciones respetuosas con su esposa y le mueve a tomar decisiones valientes, como la de emigrar en busca de un porvenir mejor. José se arriesga como resultado de una reflexión, hecha posible gracias a un silencio que escucha, valora y discierne.

En este mundo nuestro el silencio no abunda. Hay personas permanentemente pegadas a unos auriculares. No sabemos escuchar. El mundo está lleno de ruido y de furor. Sobran gritos sin sentido y palabras altisonantes. Necesitamos espacios de paz, silencios que no condenen y permitan el reencuentro. Cierto, ante muchas injusticias se necesita una palabra fuerte y profética. Pero otras veces las palabras descalificadoras aumentan la distancia entre pueblos y personas. Jesús, el hijo de José, en la cruz, guardaba silencio ante el insulto y no profería amenazas. A veces, políticos y eclesiásticos pierden una buena ocasión para callarse. Y en las relaciones interpersonales, el silencio ha sido, más de una vez, el comienzo de una reconciliación. Mi madre solía recordar el dicho de una amiga suya: “nunca me he arrepentido de haberme callado”.

La carta de Santiago recomienda ser diligentes para escuchar y tardos para hablar (1,19), puesto que la verdadera sabiduría no se demuestra a base de palabrería, sino con “obras hechas con dulzura” (3,13). En esto San José es todo un ejemplo. Su tarea de custodio de María y de Jesús es un modelo de humanidad que invita a todos a ser custodios unos de otros, a protegernos mutuamente.

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12
Mar
2014
He visto la aflicción de mi pueblo
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Cuenta el libro del Éxodo que Yahvé se apareció a Moisés y le dijo: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos”. Ante la situación de opresión que padece el pueblo, y de la que Dios es muy consciente, ¿cuál es la postura que adopta Dios? ¿Hará acaso una llamada a la resignación? ¿Pedirá a su pueblo que acepte el sufrimiento como penitencia por sus pecados? ¡De ninguna manera! La reacción de Yahvé se parece mucho a una protesta. Y tiene dos momentos. El primero, “bajar” para librar a los suyos de la mano de los egipcios que los esclavizan. Yahvé es el que visita a su pueblo, el solidario con su pueblo. El segundo momento, complementario del primero, es conducir a su pueblo “a una tierra buena y espaciosa”, una tierra que, según dice el libro del Éxodo, “mana leche y miel”. Es la tierra de Dios, que precisamente para seguir siendo de Dios, tiene que ser una tierra de fraternidad. Y allí donde hay fraternidad hay abundancia de bienes.

Esta historia, en la que Dios se muestra contrario a la opresión, encuentra su plenitud en Jesús de Nazaret. Sus milagros y curaciones son un signo de que el Dios que actúa por medio de él, es un Dios de vida y libertad. Se comprende así que el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando quiere resumir de forma lapidaria lo que fue la vida de Jesús, afirme que “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos, porque Dios estaba con él”. Jesús toma partido a favor del bien y en contra de toda opresión, precisamente porque Dios está con él. Si nosotros queremos ser unos buenos seguidores de Jesús, tenemos ahí una línea para nuestra actuación. La postura adecuada frente al mal y al sufrimiento no es la pasividad o la resignación. La postura correcta es la toma de partido que se traduce en lucha a favor del bien y en oposición a toda forma de mal.

Cierto, el mal y el sufrimiento son elementos constitutivos de este mundo. Somos seres limitados. Pero lo más doloroso no es el sufrimiento que provoca la limitación, sino el sufrimiento que nos provocamos unos a otros, a causa de nuestro egoísmo, y mal usando nuestra libertad. Por mucho que nos empeñemos nunca lograremos erradicar todo sufrimiento de esta tierra. El cristiano espera que llegará un día en que Dios desvelará su misterio de amor y nos sorprenderá con un “cielo nuevo y una tierra nueva” en donde habite la justicia, y donde el bien sea el componente de toda la realidad. Esta esperanza ha podido conducir, en ocasiones, a la resignación. Pero la esperanza cristiana no permite que nos desentendamos de la construcción de un mundo mejor, antes bien, es un acicate más para anticipar ya en este mundo el cielo que Dios prepara para todos.

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9
Mar
2014
Si es monolítico no es eclesial
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Hace unos días, un amigo me manifestaba su alegría ante una noticia que acababa de leer, a saber, que el Cardenal Sandri puso como ejemplo de santidad a tres Obispos mártires por ser fieles a su opción preferencial por los pobres, el argentino Enrique Angelelli, el mexicano Juan Jesús Posadas y el salvadoreño Óscar Romero. En mi rápida respuesta le decía: Es una buena demostración de que la Iglesia es más plural de lo que algunos piensan y de que hay muchos modos de seguir a Cristo.

Decir que la Iglesia es plural y que hay muchos modos de seguir a Cristo va más allá de constatar que en la Iglesia hay distintos grupos, movimientos o congregaciones religiosas. El pluralismo significa que la misma concepción cristiana de la vida puede conducir a ofrecer respuestas divergentes a problemas que parecen iguales, debido al distinto contexto cultural en el que se viven y al distinto análisis de la situación que uno hace. La respuesta cristiana ante la pobreza no puede ser la misma en un contexto social rico y democrático o en contexto social pobre y, en muchas ocasiones, políticamente opresivo. Además, en el primer contexto, la crítica suele ser más o menos tolerada; en el segundo contexto la palabra profética puede conducir al martirio.

Más aún, repetir palabras muy ortodoxas no garantiza que sean entendidas correctamente. Dígase lo mismo de la santidad. Hay modos de ser santo que algunos pueden no entender. Si alguien quisiera vivir el Evangelio con moldes eclesiales medievales, sin duda podría ser santo; pero esta santidad corre el riesgo de no ser entendible ni significativa para muchas personas de hoy. Se puede ser santo y ser un mal testigo. Tiene su sabiduría ese dicho de que cada uno tiene el santo de su devoción. Porque no todos los estilos de santidad convienen a todas las personas.

Desgraciadamente algunos confunden ser cristiano y ser santo con modos de pensar políticamente conservadores, modos de vivir sin complicarse la vida, y discursos teológicos superados, por no decir integristas. Quienes así piensan merecen respeto, pero tienen dificultades en entender que la fe y la vida cristiana son más amplias que sus entendederas, sus comodidades y sus preferencias. En esta línea, el Papa Francisco se ha posicionado contra una doctrina monolítica, defendida por todos sin matices. Y ha recordado el principio de la jerarquía de verdades. No hay ahí ningún relativismo doctrinal. Lo que hay es capacidad para distinguir lo accesorio de lo esencial, y para entender la doctrina y el dogma no en función de sí mismos, sino a la luz del misterio central de Cristo.

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5
Mar
2014
Mujer, tema sensible
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Cada 8 de marzo se celebra el día internacional de la mujer, recordando que en 1857 un grupo de obreras salió por las calles de Nueva York a protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban. ¿Tiene sentido continuar celebrando el día de la mujer en pleno siglo XXI? No cabe duda de que los avances en el terreno de los derechos de la mujer han sido importantes en los últimos años. Cierto, todavía queda mucho por conseguir. Pero eso que queda por hacer resulta especialmente urgente y necesario en aquellos lugares donde no sólo la mujer, sino la mayoría de las personas, tienen carencias de todo tipo. Es claro que la mayoría de las mujeres africanas necesitan mucha ayuda, pero no solo ellas, también tantas personas que no tienen lo necesario para vivir y que se juegan la vida montándose en unas malas pateras, pensando que si pisan tierra española o europea habrán encontrado el paraíso.

Si aparcamos, aunque solo sea metodológicamente, estas situaciones extremas, que nunca debemos dejar de lado, y centramos nuestra mirada en las mujeres con las que convivimos en nuestros prósperos países europeos, ¿tenemos hoy algo que reclamar que concierna específicamente a las mujeres? Tenemos muchas cosas que reclamar todos juntos sin distinción alguna entre varón y mujer. Por ejemplo, una mayor limpieza en la política, un mejor empleo del dinero público, un reparto más equitativo del trabajo, y tantas otras cosas. Cierto, las estadísticas indican que, en algunas cosas, las mujeres resultan desfavorecidas con respeto a los varones. Por el mismo trabajo, cobran más ellos que ellas. En esta reclamación de un salario más justo para todas y todos, los varones de bien deberíamos ocupar la primera línea de la reclamación.

¿Hay motivos para pensar que en la Iglesia las mujeres tienen todavía derechos no atendidos? Sin duda. El problema se plantea a la hora de indicar esos derechos. El Papa, en la Evangelii Gaudium, tras reconocer el trabajo pastoral de las mujeres y sus aportes a la reflexión teológica, dice que es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia y, más en concreto, en aquellos lugares eclesiales dónde se toman las decisiones importantes. Se ha publicado que alguna mujer será nombrada para presidir algún Secretariado de la Santa Sede. Veremos. ¿Es posible encontrar otras mediaciones operativas para que la presencia de la mujer en la Iglesia sea de verdad efectiva? Este es un tema sensible, en el que las tomas de posición, no solo entre los varones, sino también entre las mujeres, están condicionadas por la experiencia y la mentalidad de cada uno. Tenemos ahí un largo camino por recorrer. Un camino que exige tiempo, paciencia, diálogo y mucha comprensión.

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26
Feb
2014
Enriquecernos con su pobreza
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El lema del mensaje cuaresmal del Papa está tomado de unas palabras de San Pablo: Cristo se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Estas palabras no son una descripción del modo como funciona el perverso sistema capitalista, en el que unos pocos se enriquecen a costa de la pobreza de muchos. Aquí no se dice que a Cristo le despojaron de unos bienes que se había ganado, para que otros se aprovechasen de su trabajo y de su sudor. Tampoco se dice que Cristo era una persona generosa que entregó parte de lo que tenía y se hizo un poco más pobre, para que otros pudieran hacerse un poco más ricos. Aquí no se trata de quitar a uno para que otros tengan. Así funciona el mundo. Pero la lógica de Dios, reflejada en Cristo, es totalmente distinta y, por eso, sorprende.

Lo que San Pablo dice es que Cristo, siendo rico, voluntariamente se hizo pobre por nosotros, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza. ¿De qué riqueza y de qué pobreza se trata? La riqueza de Cristo es su “ser de condición divina”. Pero en Cristo se revela que lo divino es el amor: Dios es Amor. Por eso, también dice San Pablo que Cristo era rico en misericordia. Así se explica que, siendo Amor lleno de misericordia, se despojase de su condición para igualarse al ser humano. Porque Dios ama a la criatura humana, su mejor obra, como no se puede amar más. El auténtico amante quiere ser como el amado. De ahí que el Dios amante, en Cristo, se despoja de todo lo que le separa de su amado humano para estar al lado del amado. Este es el sentido de su hacerse pobre. Y al hacerse pobre por amor, nos enriqueció con su amor, nos lleno de su amor. El amor es la mayor riqueza, lo que siempre permanece, lo que colma al que lo tiene.

Si no se hubiera hecho pobre, no hubiera podido llegar hasta nosotros. Su pobreza es nuestra riqueza. Su despojarse de la categoría de Dios es la posibilidad de que nosotros podamos hacernos divinos. Ser como Dios ha dejado de ser una misión imposible, una vez que, en Cristo, Dios ha querido ser como el hombre. En la Cruz aparece el mayor despojamiento, pero también el amor más grande. En la mayor pobreza aparece la mayor riqueza, en el total despojamiento se da la máxima ganancia. En esta cuaresma estamos invitados a contemplar este misterio de amor. A contemplarlo y a dejarnos interpelar por él, a cambiar como consecuencia de la contemplación. Un modo de comprobar si el cambio es efectivo es solidarizarnos con los pobres de este mundo, con aquellos con los que Cristo se identifica. El único modo de ser solidario con todos es haciéndose pobre. La pregunta es: ¿quiero yo identificarme con Cristo?

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26
Feb
2014
¿Por qué es tan raro este discurso?
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Monseñor Santiago Agrelo, arzobispo de Tanger, conocido por su defensa de los derechos de los inmigrantes (a vivir dignamente, por citar uno) que pretenden saltar la vallas que les impiden el acceso a la rica Europa, ha estado en Valencia, dando una conferencia sobre teología de la caridad. Aprovechando esta circunstancia, el periódico “Levante” del miércoles, 26 de febrero, le realizó una interesante entrevista. En ella repitió una idea que ya había expuesto en su conferencia: si reducimos en Evangelio a lo doctrinal, miraremos la realidad desde esta perspectiva; pero si regulamos nuestra vida por el amor, entonces todo es posible y ninguna persona se ha de quedar en las puertas de mi casa. En este momento de la entrevista Monseñor Agrelo puso algunos ejemplos de personas que, en ocasiones, se quedan en nuestros márgenes (además de los inmigrantes): personas de otras religiones, ateos, homosexuales.

El periodista aprovechó para preguntar en dos ocasiones: ¿por qué no impera esta visión?, ¿por qué es tan raro encontrar este discurso en la jerarquía? El arzobispo de Tanger ofreció una idea que yo también he tenido ocasión de exponer: cuando no conoces a las personas y hablas desde la distancia haces un tipo de discurso; pero tu discurso cambia cuando conoces a la gente y hablas desde la cercanía. Agrelo recuerda que cuando era párroco de Astorga, en 2005, pensaba que la Guardia Civil hacía bien en rechazar a los inmigrantes. Pero luego llegó a Marruecos y se encontró con ellos. “Mi pensamiento ha cambiado, dice. Porque una cosa es hablar de la pobreza y otra cosa es encontrarte con el pobre. Ahora ya sé porque suben a la valla”. Eso mismo vale para otro tipo de marginaciones, que desgraciadamente suelen ir acompañadas de condenas. Agrelo se refiere explícitamente a dos casos sensibles: el de los homosexuales y el de los divorciados. Siguiendo un pensamiento expresado por el Papa, dice: “En la Iglesia nadie debe emitir juicios. Tu acoges, escuchas, acompañas, sigues. Eso es el Evangelio”.

Más allá de los ejemplos concretos, importa la lección de fondo: cuando escuchas y acoges, ves la realidad de una manera. Si no escuchas, la ves de otra manera. Eso no tiene nada que ver con la falta de criterios o la ausencia de principios. Pero sí tiene que ver con el modo de tratar a los demás. En cuestiones morales cada caso es un mundo distinto. No existe “el” matrimonio. Existe “mi” matrimonio. Por eso, antes de ofrecer soluciones generales y universales que valen para todo y por eso mismo, a veces, se alejan de la realidad, es necesario conocer cada situación personal. En este sentido, el sacramento de la confesión podría cobrar una gran relevancia. También ahí, con las debidas salvedades, valdría eso que se dice en medicina: no hay enfermedades, sino enfermos.

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22
Feb
2014
¿Por qué matamos, por qué amamos?
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Decía en el post anterior que la muerte es la recapitulación de todos los males. Ahora bien, quizás alguien puede pensar que lo verdaderamente odioso en la muerte es que te maten. Insisto: lo grave y preocupante no es que te maten, sino que te puedan matar. O sea, lo grave es el morir. Cierto, que te maten resulta un detalle odioso, pero menor en relación con el morir. A veces nos perdemos en los detalles y olvidamos las cuestiones de fondo. Con todo, concedamos un minuto de atención a la pregunta por el por qué matamos. Matamos porque somos pecadores, porque el ser humano, además de frágil y finito, está inclinado al mal. Está inclinado al mal por el mismo motivo que muere, porque no es Dios. Sólo Dios es la suma bondad. El humano es bueno, pero solo en parte. No es bueno del todo. Y en ocasiones, esta bondad limitada y frágil se oscurece hasta el punto de que parece desaparecer. En su lugar, aparece el odio, el rechazo del otro. El rechazo, llevado al extremo, es el deseo de que el otro desaparezca. Por eso le matamos.

La pregunta por qué matamos resulta más lacerante e intrigante si la contrastamos con la pregunta de por qué amamos. Esa es otra de las grandes, misteriosas y enigmáticas cualidades del ser humano. Aunque podamos rechazar al otro, en realidad parece que estamos hechos para el otro, que necesitamos del otro, que sin el otro no somos, no estamos completos. El ser humano es una fuente de tensiones. Una de las básicas, que está en el origen de muchas de sus contradicciones, es la tensión entre el egoísmo, neurotizante en muchas ocasiones, y el amor. El amor se manifiesta de muchas maneras, pero todas indican un deseo y una necesidad del otro.

No hay respuestas concluyentes a estos por qué. Pero lo importante es que sea cual sea la respuesta que demos, tenga su lógica. De modo que si no es una respuesta racionalmente concluyente, que se imponga, al menos sea una respuesta racionalmente posible, una respuesta coherente que ofrezca alguna explicación. ¿Por qué matamos? Porque somos seres egoístas, curvados sobre nosotros mismos, ambicionando ser dioses sin serlo. ¿Por qué amamos? Por que estamos hechos a imagen de Dios, porque somos dioses en pequeño, porque somos capaces de Dios.

¿Por qué morimos? Morimos como consecuencia del egoísmo y del amor, características contradictorias de lo humano. Morimos porque somos limitados, porque ambicionamos lo que no podemos alcanzar, y este falso deseo engañoso nos pierde. Y morimos porque somos capaces de amar, somos seres divinizables. Y el Dios verdadero, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha hecho a su imagen. Y nos quiere llevar hasta él para que podemos alcanzar nuestros mejores deseos y nuestra plena humanización. Pero, dada nuestra limitación, sólo puede llevarnos a él sacándonos de la tierra madre todoparidora, que es la condición de nuestro ser, pero también nuestro límite. Dios, sacándonos de nuestro límite nos conduce paradójicamente a la plenitud de nuestro ser. No haciéndonos dioses, porque seguimos siendo limitados, pero sí haciéndonos participar de la naturaleza divina.

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18
Feb
2014
¿Por qué morimos?
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Las preguntas que pueden formularse a propósito del mal son incontables. He llegado a la conclusión de que todas se resumen en una: ¿por qué morimos? En efecto, la muerte no es solo algo no deseable, es el fracaso total de la existencia. Si la muerte es el final de todo, entonces todo está definitivamente perdido y la vida acaba por no valer nada. Esta es la gran cuestión que, de una u otra forma, todos nos planteamos, la cuestión del sentido de la vida. El mal nos resulta inaceptable porque queremos que la vida tenga sentido y sea buena y favorable. Pero, en definitiva, todos los males no son más que un presagio de la muerte y a ella conducen. La muerte los recapitula a todos. Por eso digo que todas las preguntas sobre el mal se resumen en una pregunta omniabarcante: ¿por qué morimos?

Se pueden dar muchas respuestas a la pregunta por la causa del morir: la muerte es el precio que hay que pagar para vivir, pero para vivir limitadamente y con muchas penurias. ¿Vale la pena? Solo viven los que pueden morir. Ser viviente es ser falleciente. En definitiva, la muerte es la expresión suprema de la finitud humana. No somos dioses. Precisamente ahí, en el ser criatura, está la necesidad de la muerte y, por ende, la posibilidad del mal. La creatura, siendo buena, no es perfecta. Sólo Dios es perfecto. Nuestro ser finito, creatural, es lo que nos distingue de Dios. Necesitamos de un cuerpo, de una materia para vivir. En la corporalidad está la diferencia, la alteridad respecto a Dios. Si sólo fuéramos “espirituales” seríamos divinos. Pero nuestro ser, nuestra identidad, exige ser “diferentes”. Solo en la diferencia somos nosotros.

En suma, sólo los dioses, si existen, son inmortales; los humanos somos mortales. Nos gustaría ser como dioses, pero es un deseo vano e inútil. Por eso, hubo quien dijo que el ser humano es una pasión inútil, porque quiere ser dios, y esto es imposible, porque Dios no existe. En vez de dar gracias por lo que somos, nos quejamos, no asumimos nuestra identidad. En nuestro ser “de Dios” está la raíz de nuestras ambiciones y la posibilidad de la rebeldía contra Dios. Queremos ser dioses autónomamente, pero solo podemos serlo por participación.

Ahora bien, si el mal solo fuera el paso a una vida mejor, si fuera el precio que hay que pagar para vivir bien y para que nunca más volviera a aparecer el mal, entonces lo pagaríamos gustosos o, al menos, lo aceptaríamos, del mismo modo que un enfermo acepta ciertas privaciones si sabe que le van a devolver la salud. En esta línea se han expresado algunos santos y santas, convencidos de que la muerte es un paso a una vida mejor y más auténtica y, de una u otra forma, han dicho con San Pablo: “quiero morirme, porque morir es con mucho lo mejor”. Es el único modo de “estar con Cristo”.

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13
Feb
2014
Religión: leer, elegir, ligar
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Cuando Tomás de Aquino aborda la cuestión de la religión, comienza notando las tres posibles etimologías del término. En primer lugar, religión es una palabra derivada de “re-leer”. La persona religiosa continuamente lee lo concerniente a Dios. Santo Tomás dice que “a estas materias hay que darles muchas vueltas en nuestro interior”, y cita el libro de los Proverbios: “en todos tus caminos piensa en Él”. Efectivamente, por mucho que busquemos y pensemos, nunca acabamos de entender la maravilla y la grandeza del misterio de Dios. Más aún, al que busca y ama al Dios que en Jesucristo se revela, le ocurre una extraña sensación: parece que cuanto más le conoce y más se acerca a él, más ganas siente de conocerle. Es un conocimiento que se retroalimenta y que cada vez tiene más hambre. Por este motivo, la persona religiosa nunca se cansa de leer; al contrario, cuanto más lee, más ganas tiene de seguir. ¿Qué es lo que lee? Lee su historia y la historia de la humanidad como conducida por la mano de Dios, en todo descubre la huella de lo divino, por todas partes encuentra signos de su presencia.

En segundo lugar, religión podría provenir de re-elegir. La persona religiosa continuamente está eligiendo a Dios. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de perderle. Son muchas las seducciones que quieren alejarnos de él. Por eso, la mujer y el varón religiosos están siempre optando por Dios. Al hacerlo, Dios se les presenta como una continua novedad, pues con él nunca se acaba. Y con él siempre hay nuevas cosas que descubrir. Por otra parte, optar por Dios supone estar muy atento a todo aquello que puede apartarnos de él. Para la persona religiosa Dios es la opción fundamental de vida, a la que se subordina cualquier otro deseo. Hacia Dios debe tender sin cesar nuestra elección porque él es la meta y el sentido de nuestra vida.

Finalmente, el de Aquino conoce una tercera etimología. Religión procede de re-ligar. Por medio de los actos religiosos nos unimos con Dios, lo temporal se une con el Eterno, lo criatura con su Creador. “Pues a Él es a quién principalmente debemos ligarnos como a principio indeficiente”, dice santo Tomás. Dicho de otra manera: unidos a Dios vivimos unidos a la fuente de la vida, a la suma felicidad, al amor más pleno, al que nunca falla y todo lo sostiene, pues es el origen, el fundamento y la plenitud de Dios lo que existe. Por eso, pretender desligarse de Él es pretender lo imposible, es vivir en la más absurda de las contradicciones. Lejos de Dios solo hay nada y vacío. Lejos de Dios no hay vida.

En suma, la religión, la unión con Dios, es una clave para leer la historia y los acontecimientos, para vivir adecuadamente, eligiendo lo mejor, y para conocer el sentido de todo lo que existe.

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