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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


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9
Feb
2014
Vemos como somos
3 comentarios

La psicología nos ha enseñado que los sentidos no son canales pasivamente receptivos para que luego la mente construya sus elucubraciones, sino que ellos tienen un papel activo en esta elucubración. Los sentidos ven lo que quieren ver, oyen lo que quieren oír, gustan lo que quieren gustar. Los intereses condicionan nuestra mirada. O dicho de otra manera: el lugar en el que nos situamos facilita o impide que veamos determinadas cosas. Por eso no se predica de la misma forma cuando uno conoce, desde la cercanía y la experiencia, los problemas de aquellos a quienes se dirige, que cuando habla desde la distancia. La cercanía probablemente le conduzca a anunciar la misericordia y la comprensión, y quizás la distancia le conduzca a hacer consideraciones moralizantes.

Me parece que debemos profundizar aún más. Sin duda, los intereses y la perspectiva son condicionantes de nuestra visión y comprensión de la realidad. Pero estos intereses son expresión de nuestro propio ser. Por esto me hizo pensar una frase de Xavier Melloni: “no vemos la realidad tal como es, sino tal como somos”. ¡Vemos como somos! Consecuencia inmediata: lo que vemos en los otros nos retrata. Si solo veo lo malo de los otros, si solo tengo palabras criticas, negativas y descalificadoras, es que el negativo soy yo. Dios, como es Amor, solo tiene palabras de amor y de misericordia. Como el Hijo del Hombre solo ha venido para salvar, lo propio del diablo (el enemigo de Cristo) será hacer lo contrario, o sea condenar. Cuando condeno dejo claro quién es mi padre.

Segunda consecuencia de ver la realidad tal como somos: cuanto más me abra, en la oración, al Dios que habita lo profundo de mi ser y me constituye, más me divinizaré. En la medida en que me divinice, veré al mundo y a los otros con los ojos de Dios, los veré desde lo que soy, desde mi ser divinizado. Hay muchos niveles y estancias en nuestro corazón. La oración nos sitúa en aquellas instancias más constitutivas y nos permite juzgar con más acierto, con más responsabilidad y ternura. La intimidad con Dios, lejos de alejarnos de la realidad, nos abre a una mejor comprensión de lo real, hace que aumente nuestra capacidad de percibir lo mejor de cada persona y de cada situación. Y, al percibir lo mejor, percibimos al Dios que siempre constituye lo mejor. Cuanto más plena es la unión con Dios, más plena es nuestra unión con las otras cosas y personas.

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5
Feb
2014
Agradecimiento responsable
2 comentarios

La mayoría de los seres humanos funcionamos con mentalidad de propietarios. A personas con mentalidad así, les preguntaba provocativamente el apóstol Pablo: ¿qué tienes que no hayas recibido?” (1Co 4,7). Seamos o no creyentes, si lo pensamos bien, tenemos que reconocer que por encima de nuestras conquistas técnicas y culturales, nos ha sido dada previamente la vida y la naturaleza (la luz, el agua, el aire, la superficie terrestre). Estos dones fundamentales, vengan de donde vengan, son el presupuesto indispensable de toda nuestra actividad. El fundamento de todo lo que tenemos no ha sido fabricado por el hombre. Se nos ha entregado de antemano a cada uno de nosotros y al resto de los seres vivientes.

El creyente, además, entiende que Dios es el dador de todos estos bienes. ¿Cuál será, pues, la actitud que mejor se corresponde con la toma de conciencia de que todo lo que tenemos es un don? El agradecimiento responsable. Agradecer es el modo de reconocer el don y de responder al dador. Pero el agradecimiento implica cuidar, valorar y respetar el don. No valorar el don sería un desprecio al dador. La gratitud con el Creador debe agudizar, por tanto, un comportamiento respetuoso con la creación y con todos los seres vivos que la pueblan: las plantas y los animales. Evidentemente, cuanta mayor sea la grandeza y dignidad del poblador, mayor deberá ser nuestro cuidado con él. Estoy pensando en el terreno, tan cargado de graves consecuencias, de la intervención en la herencia genética humana.

Considerar la tierra como un don conduce a la gratitud. Esto significa que no podemos manipularla a nuestro antojo. Pero la gratitud comporta también otra consecuencia, a saber: que la tierra y sus dones son de todos. No pertenecen a un pueblo determinado ni a una generación concreta. De donde se deriva que cada persona, cada pueblo, cada generación solo debe consumir aquello que necesita y procurar que los bienes de este mundo lleguen a las otras personas, pueblos y generaciones futuras. La tierra es un don, pero un don del que no somos propietarios absolutos. En realidad somos administradores. Y debemos administrar en función de la voluntad del amo: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena”. Si el hombre sólo es un administrador, deberá rendir cuentas del modo de administrar. Cuentas ante los otros co-propietarios (el resto de los seres humanos y las generaciones venideras). Los creyentes saben que también deberán rendir cuentas antes el Amo absoluto, que por ser Amor absoluto quiere que los bienes lleguen a todos porque él los ha creado para todos.

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1
Feb
2014
Cristo ilumina el misterio de lo humano
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Para un cristiano el misterio no es un enunciado incomprensible, sino una realidad muy positiva, a saber, la presencia al mismo tiempo desbordante y totalmente cercana de un Dios trascendente. La característica fundamental del Dios de la Biblia no es su incomprensibilidad, sino su manifestación en Jesucristo, anunciada por la predicación de los apóstoles y por el testimonio de la Iglesia. Cierto, este Dios está fuera de nuestro alcance y siempre nos deja pensativos, pero no es menos cierto que nos llega y nos afecta en lo más profundo de nuestro ser. Nos concierne íntimamente y opera en nosotros, ya que su revelación viene a esclarecer nuestro propio ser.

“El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, dice el Vaticano II. Cuando Jesús nos revela el misterio de Dios como Padre, se nos descubre al mismo tiempo el misterio del ser humano, descubrimos nuevas maneras de ser humanos, descubrimos en definitiva que somos hijas e hijos de Dios y hermanos los unos de los otros, descubrimos la dimensión divina de nuestra vida, descubrimos que el fondo más auténtico de lo humano es Dios. A la luz de Cristo, nos entendemos mejor a nosotros mismos, conocemos mejor el sentido de la vida y de la muerte.

Así se explica el corazón inquieto del hombre, su insatisfacción permanente, su no estar nunca contento con lo que tiene, su deseo de más y siempre más, en suma, sus ansias nunca colmadas de felicidad y de vida. Este corazón inquieto, esta insatisfacción permanente, estos anhelos de verdad, justicia, vida y amor, son la huella de la presencia del misterio de Dios en la vida humana.

El misterio de Dios es un misterio que nos concierne porque ilumina nuestro propio misterio. No en el sentido de una clarificación puramente intelectual, sino como autocomunicación de amor que acontece definitivamente en Jesucristo. El misterio de Dios en Jesús es amor. Un amor que llena de sentido la vida humana y la abre a un desbordamiento de amor hacia todos los humanos.

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27
Ene
2014
Dios como misterio
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Todas las religiones entienden que Dios supera nuestra capacidad de comprensión y, por eso, dicen que es un misterio. Pero un Dios que fuera incomprensible del todo no sería un misterio, sino una realidad desconocida y, por tanto, no podría hablarse de ella. El cristianismo dice que Dios es un misterio. Pero se trata de un misterio que, al menos en parte, se ha desvelado, se ha dado a conocer. San Pablo se refiere a un misterio escondido para todas las generaciones anteriores que ahora en Cristo se ha manifestado. Esto no significa que, a propósito de Dios, ya lo tengamos todo claro, porque si así fuera, Dios se habría convertido en una realidad limitada, finita, mundana. La total claridad hace desaparecer el misterio. Y Dios, incluso cuando se da a conocer en Jesucristo, no es manipulable, sigue siendo inalcanzable.

El Dios que en Jesucristo se revela resulta paradójico: es un Dios revelado y velado al mismo tiempo. Le conocemos, pero sigue siendo un desconocido. Es luz, pero una luz inaccesible, una luz que ciega. ¿Qué puede significar eso? En la humanidad de Jesús de Nazaret, Dios se nos ha dado a conocer, pero al modo humano. Jesús es la traducción humana del modo de ser, de pensar y de actuar de Dios. Precisamente porque se trata de un conocimiento humano, que está a nuestro nivel, no agota el misterio inaccesible de Dios. Dios es más grande que todas sus manifestaciones, incluida su manifestación en Jesús de Nazaret. Dios siempre es mayor.

Cuando Dios se revela en Jesús resulta sorprendente. Entendemos lo que allí se nos dice, pero esto que entendemos nos maravilla, nos sorprende, nos obliga a pensar, a plantearnos las cosas de otra manera. El encuentro con el misterio de Dios manifestado en Jesús nos obliga a cambiar, nos abre a dimensiones inesperadas, a maravillas siempre nuevas. Allí descubrimos una tierra virgen e inexplorada que nunca hubiéramos imaginado sin este encuentro con Jesús.

Lo que en Jesús se manifiesta es un misterio de misericordia, amor y gratuidad. Que siempre va más allá de nuestra manera de entender y vivir el amor y la misericordia. Por ejemplo, en la parábola del samaritano misericordioso se revela no sólo la bondad y la compasión, sino un extraño modo de amar y de compadecerse. Porque el samaritano hace cosas inesperadas: no sólo atiende al herido, sino que lo monta en su propio coche, lo conduce al hospital, se queda para cuidar de él, paga los gastos de hospitalización y anuncia que pagará todo lo necesario para curarle. El samaritano se pasó de bueno, va más allá no sólo de lo que se puede exigir, sino también de lo que se puede esperar. Allí se revela un misterio de amor que supera todos los criterios humanos, se manifiesta hasta dónde puede llegar el amor.

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23
Ene
2014
El infierno es uno mismo
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“El infierno son los otros”, dijo Sartre. Más acertado me parece T. S. Eliot cuando escribe: “¿Qué es el infierno? Es uno mismo, y es solitario”. Efectivamente, el ser humano ha sido creado a imagen de Dios, un Dios que es Amor, Comunión de tres personas. Esto significa que estamos estructurados para la comunión, y sólo cuando realizamos la comunión en el amor encontramos nuestro auténtico ser de persona. Donde no hay amor, la vida se convierte en un infierno, en algo insoportable. Vivir sin amor es vivir en contradicción con uno mismo. Por eso he comenzado diciendo que no me parece acertada la expresión de J.P. Sartre. Más que describir el infierno, lo que dice Sartre describe el cielo: el cielo son los otros. El cielo es vivir en comunión, en comunión con Dios y en comunión con los hermanos. Eso que decimos en el Credo, “creemos en la comunión de los santos”, es otra forma de describir el cielo.

En la Escritura hay distintas imágenes para describir lo que la teología llama infierno. Pero las imágenes del fuego no me parecen las mejores. Más adecuadas son esas que hablan de “llanto y crujir de dientes”. Esta imagen evoca la soledad, la imposibilidad de comunicación, el sonido inarticulado, el desencuentro. Además, ahí, en el no amor, en la soledad total, es donde está el verdadero dolor, el auténtico daño. Lo que ocurre es que como no entendemos de amores, nos cuesta comprender lo que puede ser el no amor. “¿No es suficiente infortunio el hecho de no amarte?”, se preguntaba San Agustín. Por tanto, la auténtica pena del infierno no hay que verla en los atroces castigos físicos que sugieren las imágenes del fuego. La gravedad del infierno está en la pérdida de Dios y, como consecuencia ineludible, en la pérdida de los hermanos. Si esto impresiona poco es porque en este mundo es imposible encontrar una comparación adecuada a este supremo mal.

Con lo anterior no estoy entrando en la cuestión de si el infierno está estrenado o no. Ni tampoco en la cuestión de si serán muchos o pocos o ninguno los que se condenarán. La esperanza cristiana nos mueve a pedir a Dios por la salvación de todos y cada uno de los seres humanos. Una salvación que nunca puede darse en solitario. Porque la salvación es vivir en el amor. Necesitamos a los demás para ser nosotros mismos. Si contrastamos la salvación con su contrario, entonces hay que decir: el infierno no son los demás, soy yo mismo separado de los demás, rehusando deliberadamente relacionarme, negando de este modo a Dios y quedándome yo solo con mi vacío.

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19
Ene
2014
Aprender unos de otros
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Estamos en plena semana de oración por la unidad de los cristianos. En distintas ciudades se organizan actos ecuménicos. El Papa Francisco ha subrayado con gestos y palabras la importancia del diálogo ecuménico. La división entre los cristianos es un obstáculo importante para la credibilidad del cristianismo. El Papa ha recordado que, en este terreno del ecumenismo, es muy importante el principio de la jerarquía de verdades. Este principio nos invita a concentrarnos en lo fundamental y en las convicciones que nos unen. Así, dice el Papa, “podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio”.

Es bueno avivar nuestra imaginación para encontrar estas expresiones comunes. Una expresión común de servicio sería la creación de instituciones ecuménicas que atendieran a pobres, enfermos, necesitados. ¿En qué puede consistir una expresión común de anuncio? Estos días, en templos de las distintas confesiones los fieles se reúnen para orar, para proclamar la Palabra de Dios, para escuchar la predicación. Se da el caso de que un predicador católico toma la palabra en una Iglesia protestante y un protestante predica y “parte” la Palabra en un templo católico. ¿Es posible ir más allá?

Tras notar que son muchas y valiosas las cosas que nos unen, el Papa exclama: “Si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros!". No se trata solo de recibir información. Se trata de un verdadero aprendizaje. El Papa pone un ejemplo importante: los católicos tenemos la posibilidad de aprender de los hermanos ortodoxos algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. Podrían añadirse otros ejemplos: ¿no podríamos aprender de los ortodoxos a comprender de forma más dúctil, y precisamente por ello, más profunda, el sentido de la indisolubilidad del matrimonio?

No busco abrir ningún debate sobre estas y otras cuestiones (los protestantes pueden enseñar alguna cosa sobre papel de la mujer en la Iglesia y los católicos sobre la necesidad de un magisterio de unidad y comunión). Pretendo hacer caer en la cuenta de que el ecumenismo no es cosa de unos días ni de unos pocos, sino que forma parte de la identidad católica y es un elemento necesario para la difusión del Evangelio. El ecumenismo puede ser también un signo fuerte de la paz y el entendimiento que Jesucristo vino a traernos y a los que aspiran, aún sin saberlo, todas las personas y pueblos.

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17
Ene
2014
Entrelazados
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Las teorías científicas desarrolladas en los últimos tiempos ofrecen la imagen de una naturaleza relacional. Desde que hace miles de millones de años aparecieron las primeras partículas de la física, una evolución cada vez más compleja y con una relacionalidad siempre creciente, ha conducido a la aparición primero de la vida y finalmente de organismos poseedores de conciencia. El cerebro humano, con sus millones de neuronas y de conexiones entre ellas, es la entidad más complejamente interrelacionada que los científicos hayan encontrado nunca en su exploración del universo. ¿Esta naturaleza así concebida refleja, aunque sea pálidamente, el carácter de su Creador? En esta línea parece ir el texto de Rm 1,20: la naturaleza invisible de Dios se percibe claramente a partir de las cosas creadas.

¿Cómo comprendemos mejor la realidad, dando la primacía a las cosas particulares, a las entidades, o al todo y a sus relaciones? La realidad se puede comprender desmontándola y considerando cada una de sus partes constitutivas; algo así como si la estructura y función de una máquina se comprendiera mejor considerando cada una de sus piezas, aunque luego haya que ensamblar las piezas. Pero hoy se tiende a pensar que la relación entre las partes hace que ellas sean lo que son y que el todo sea lo que es. Y sin esa relación no serían lo que parecen ser. Eminentes científicos sostienen que toda la realidad está insolublemente conectada y que la separación e independencia que observamos entre las entidades físicas es una percepción ilusoria.

Yendo más allá de lo físico, podemos decir que el amor es algo más que un estado emocional o una experiencia sentimental. El amor es una misteriosa fuerza relacional que regula y modifica el comportamiento personal y colectivo. Más aún, es el principio mismo de la existencia: estoy en relación, luego existo.

Surge entonces la pregunta de si esta relacionalidad constitutiva de lo real es reflejo de una relacionalidad más profunda, primigenia y originante. ¿La relacionalidad que hay en la Creación es un reflejo y una plasmación de la relacionalidad del Creador? Escribe John Zizioulas: “Nada que existe es concebible por sí mismo, como ‘individuo’, puesto que incluso Dios existe gracias a un acontecimiento de comunión… Es la comunión la que hace ‘ser’ a los seres: nada existe sin ella, ni siquiera Dios”. Dice además: “La expresión ‘Dios es amor’ (1 Jn 4,16) significa que Dios ‘subsiste’ como Trinidad, es decir, como persona y no como sustancia. El amor no es una emanación o ‘propiedad’ de la sustancia de Dios, sino que es constitutivo de su sustancia, es decir, es aquello que hace ser a Dios lo que es, el Dios uno. Así el amor deja de ser una propiedad calificativa –es decir, secundaria- del ser y se convierte en el predicado ontológico supremo”.

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12
Ene
2014
Maestro, ¿quién te llena?
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Los traductores hacen una labor encomiable. Nos acercan a las riquezas de otras lenguas y culturas. Pero toda traducción tiene sus límites. Hay matices del texto original que se nos escapan. Y a veces esos matices son importantes, incluso pueden ser decisivos. Así ocurre con un texto como el de Jn 1,38. Se trata de la historia de los primeros discípulos que siguen a Jesús. De pronto le preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?”. Así suelen traducir prácticamente todas las Biblias. Es una buena traducción. Pero este verbo, que traducen por vivir o habitar (“menein”) es muy utilizado en el cuarto evangelio y, en casi todas las otras ocasiones que aparece, se suele traducir por “permanecer”: “el que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto”; “si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”; “permaneced en mi amor”.

Se trata de un verbo con un profundo sentido teológico. Por tanto, en esa historia de seguimiento lo que los discípulos preguntan no es exactamente dónde vive Jesús, dónde habita, dónde tiene su casa. Lo que preguntan no tiene un sentido local, sino existencial y vital: quién habita en él, quién le constituye, quién le da la vida, quién es el objeto de sus amores, quién le llena de alegría y de esperanza, cuál es el secreto de su existencia. Este verbo griego que se traduce por “permanecer” tiene un sentido ancho, profundo, inmenso. Indica una relación de intimidad y amor, una fidelidad mutua a toda prueba: el Padre permanece en el Hijo y el Hijo en el Padre; igualmente los discípulos están llamados a permanecer en el Hijo, como el Padre y el Hijo permanecen en los discípulos.

Comprendo que no es fácil traducir este “Maestro, ¿dónde vives?”. En este caso, como en muchos otros, una buena explicación ayuda a comprender toda la profundidad del texto. Nosotros, que tantas veces vamos perdidos, porque no sabemos dónde está nuestra verdadera morada, dónde está aquello que llena nuestro corazón de paz y alegría, dónde está el amor de los amores que puede colmarnos, nosotros preguntamos a Jesús: tú que tienes el secreto de la verdadera alegría y del auténtico amor, dinos dónde moras, dónde permaneces, dónde está el lugar en el que te nutres. Jesús mora en el Padre, permanece en su amor. Y ahí está la fuente de la vida, de toda vida.

Yendo con Jesús, en su seguimiento, nosotros también podemos encontrar nuestra morada, ese lugar en el que aquietar el corazón y encontrar sentido. Por eso, a la pregunta de los discípulos: ¿dónde moras?, Jesús responde: “venid y lo veréis”. De nuevo no se trata de un lugar, sino de una realidad profundamente teologal, a saber, de Dios mismo. Venid conmigo y encontraréis al Padre y os quedaréis con él. Hay amores, que una vez encontrados, uno ya no quiere ni puede dejarlos nunca, porque no entiende cómo podría ser su vida sin ellos.

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8
Ene
2014
El amor: praxis y fuerza unitiva
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En este mundo no hay amores puros y desinteresados. Estos amores son, en todo caso, escatológicos. Eso no quita que, en este mundo, podamos purificar cada día nuestros amores, a fin de hacerlos más desinteresados y generosos y, si somos cristianos, hacerlos cada día más parecidos al amor que en Jesús se manifiesta.

El amor es una fuerza unitiva. Une los cuerpos, las mentes, los espíritus y las voluntades; une a las personas y a las sociedades, no más allá de sus diferencias, sino precisamente con sus diferencias. El amor convierte la diferencia en riqueza. El amor también une a las personas con Dios. El amor llena de sentido la vida. Allí donde falta el amor, las personas se sienten vacías y se separan cada vez más unas de otras. Lo más grave es que allí donde falta el amor se corre un serio peligro de muerte. No sólo porque la soledad produce tristeza, sino porque la falta de amor conduce a la rivalidad, a la enemistad, al odio. El odio es una fuerza tan poderosa como el amor, pero en vez de engendrar perdón, reconciliación y unidad, conduce a la venganza y a la aniquilación del otro.

El amor es también una praxis. Podemos discutir sobre lo que significa y supone el amor. Pero me parece que podemos estar de acuerdo en que el amor va más allá de los buenos sentimientos. Implica una actitud y un comportamiento. En este sentido los gestos del Papa Francisco, visitando los barrios pobres de Rio de Janeiro, haciéndose presente allí donde los inmigrantes africanos reclaman una entrada en Europa, respondiendo a personas concretas que solicitan su comprensión y su ayuda, teniendo palabras de consuelo y de misericordia con personas que se sienten heridas, incluso por la propia institución eclesiástica, son gestos que van en la buena dirección y marcan un camino.

Benedicto XVI dedicó la segunda parte de su encíclica Deus caritas est a la práctica del amor por parte de la Iglesia. Porque si todo se queda en discursos o hermosas exhortaciones estamos negando de hecho aquello mismo que pretendemos afirmar. La Iglesia, decía Benedicto XVI, es una comunidad de amor. De ahí la importancia de la actividad caritativa de la Iglesia. “La Iglesia, en cuanto comunidad, ha de poner en práctica el amor”. En esta praxis los cristianos no tenemos la exclusiva. Como tampoco tenemos la exclusiva, dicho sea de paso, en ninguna de las instituciones del amor, incluido el matrimonio. La marca cristiana del amor no está en la praxis, sino en la conciencia de la presencia de Dios en nuestros amores. El cristiano sabe que todo acto de amor tiene un alcance divino. Eso no cambia al acto, pero ofrece un sentido a la vida y debería llenarla de alegría.

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4
Ene
2014
Contemplar a Dios y atender al prójimo
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San Bernardo de Claraval, en su interpretación alegórica del Cantar de los Cantares, reconoce que la esposa siempre está dispuesta a disfrutar de las delicias de la contemplación, pero no puede negarse a ver las necesidades de su prójimo. Copio un texto significativo a este respecto: “Tras haber realizado una buena acción, se puede descansar con mayor seguridad en la contemplación, y cuanto más consciente es uno de no haber descuidado las obras de caridad por amor de la propia tranquilidad, con tanta mayor confianza se entregará a la contemplación de las cosas sublimes y se atreverá a estudiarlas”. Para Bernardo, en esta vida, todas las formas de amor son complementarias. No puede descuidarse el amor al prójimo en nombre del amor a Dios. Porque precisamente el amor al prójimo, la “buena acción”, proporciona “mayor seguridad en la contemplación”.

 

A la luz de este pensamiento de San Bernardo, parecen inadecuadas las contraposiciones o tensiones entre vida contemplativa y acción social; o entre vida monástica y compromiso político. Me pregunto qué hay detrás de afirmaciones de este tipo: una monja contemplativa debe dedicarse a la oración y dejar las obras sociales a otras religiosas llamadas de “vida activa”. En muchos conventos, desde hace tiempo, se reparte a los necesitados la comida que no encuentran en los servicios sociales de los ayuntamientos. Si eso se hace sin ruido, nadie hace problema. Pero en cuanto el reparto va un poco más allá de la comida y se convierte en denuncia profética, aparecen las voces discrepantes. Estas voces olvidan que oración y caridad, contemplación y acción, están estrechamente implicadas. La una sin la otra se desvanece. Marta y María que, a lo largo de la historia de la espiritualidad, han sido utilizadas como icono de la acción y de la contemplación, van siempre unidas. Separadas una de otra, dejan de ser la Marta y la María del evangelio, amigas de Jesús juntas e inseparables.

Cierto, en esta vida no todos lo podemos hacer todo; cada uno tiene su carisma y sus posibilidades. Pero un cristiano con un determinado carisma debe reconocer en el carisma de otro cristiano algo propio y, por eso, debe valorarlo y apoyarlo. Además, en la vida humana y en la cristiana, no podemos hacer separaciones tajantes. Por eso son admirables y respetables aquellos cristianos que tienen capacidad de integrar distintos carismas y tareas. Más que criticar o contraponer carismas y tareas, lo que hay que hacer es aplaudir la capacidad de síntesis que tienen algunos y explorar los nuevos caminos que ahí se abren.

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