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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


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12
May
2012
El Señor es para el cuerpo
2 comentarios

En los escritos de San Pablo encontramos comparaciones y afirmaciones sorprendentes: del mismo modo que la comida es para el vientre y el vientre para la comida, “el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13-14). El motivo último de este ser el cuerpo para el Señor es porque “el cuerpo es santuario del Espíritu Santo” (1Co 6,19). Y por eso, porque el cuerpo es templo del Espíritu, del mismo modo que Dios resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante su poder (1Co 6,14). El poder de resurrección de nuestro cuerpo no le viene del “alma”, sino del Espíritu, verdadero germen de inmortalidad.

Si nuestro cuerpo es morada del Espíritu, se comprende bien que sea “para el Señor”. La recíproca también es verdad: “el Señor es para el cuerpo”. Muchas y muchos dirían espontáneamente: el Señor es para el alma. No es eso lo que dice san Pablo. Dice: para el cuerpo. Este recíproco destino de nuestro cuerpo y del Señor Jesús implica una recíproca pertenencia, que tiene connotaciones esponsales. ¿Quién sino mi marido o mi esposa es para mi cuerpo? Pues bien: en realidad quién de verdad es para el cuerpo es el Señor. El es el verdadero esposo de la Iglesia, el esposo de cada una y de cada uno de los cristianos. Y ama tanto nuestra carne, que desea apropiársela y desea ser apropiado por ella. Decir: “el Señor es para el cuerpo” implica cercanía, donación, contacto, encuentro. Y supone la bondad del cuerpo, todo entero y sexuado, bondad que queda reafirmada y reforzada por el encuentro del cuerpo con el Señor.

El sacramento esponsal, en el que Cristo se une con la Iglesia como el esposo con la esposa es la Eucaristía. En este sacramento encuentran su sentido más realista estas palabras: “el Señor es para el cuerpo”. Recibimos al Señor en nuestro cuerpo. El mismo se une a nuestro cuerpo para ser nuestro alimento, como el esposo une su cuerpo con el de la esposa, y en esta unión le entrega el germen de la vida. Así se comprende también que “quién come mi carne tiene vida eterna” (Jn 6,54).

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8
May
2012
Lo contrario del amor es el egoísmo
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Espontáneamente muchos dirían que lo contrario del amor es el odio. Pero bien pensado el odio es una forma de amor, un amor frustrado, un amor que se siente rechazado. Los odios más fuertes provienen de los más fuertes amores. El odio se parece mucho al amor porque requiere una referencia a “otro”. Para odiar y para amar se necesitan, al menos, dos. Por eso, lo realmente contrario al amor es el egoísmo. Para esto basta uno solo. El egoísmo, al contrario del odio, no requiere de un “otro”, solo piensa en sí mismo, ignora a todos los otros. Para el egoísta no hay otros, solo cuenta el propio yo.

Recordemos la parábola del samaritano misericordioso. Los clérigos que pasan de largo, sin atender al herido, no le odiaban, no tenían motivo para ello, ni siquiera le conocían. Lo que les impidió amarle fue el egoísmo, el pensar en sus cosas, el no tener tiempo para el otro. El samaritano, por el contrario, deja de pensar en sí mismo, en sus planes, su trabajo, sus ocupaciones. De pronto parece que no tiene otra cosa que hacer que atender al herido.

La tentación es muy sutil: más que decirnos lo poco importante que es el otro, nos dice con mucha fuerza lo importantes que somos nosotros. Ese es precisamente el problema del hombre moderno, individualista y solitario: se resiste a que nadie le diga lo que tiene que hacer, sólo quiere escucharse a sí mismo; no mira a los otros, sólo se mira a sí mismo, así descubre lo mucho que vale. Sólo importa él, por encima de todo lo demás y a costa de todo lo demás.

Si la fuerza creadora de Dios es el amor, la fuerza destructora del misterio de la iniquidad es el egoísmo. Cristo desenmascara nuestros egoísmos, pone al descubierto los planes del mal. Cristo siempre, en su palabra y en su actuación, invita a desprenderse de uno mismo, pero no para perderse, sino para encontrarse en el otro. En la acogida del niño, del pobre, del hambriento, en la limpieza de corazón que permite mirar al otro con compasión y reconocimiento, en esas actitudes que nos sacan de nosotros mismos, ahí se ensancha nuestro corazón y encuentra sitio para los demás. Cuando solo nos miramos a nosotros, nuestro corazón se encoge y no tiene sitio para los otros.

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6
May
2012
La nueva familia de María
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Ya que estamos en un mes tradicionalmente dedicado a honrar a la Virgen María, puede resultar oportuno ofrecer una reflexión significativa para los creyentes de hoy, que vaya más allá de las exclamaciones y efusiones habituales, o de alabanzas superficiales. Ya el Concilio Vaticano II se refirió a María como “peregrina de la fe”, o sea, como aquella que encuentra su mejor sitio en el seguimiento de Cristo. Y por eso a ella se aplica la bienaventuranza de la fe: felices, sí, verdaderamente felices los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan, como ella lo hacía fielmente. Todo lo demás, comparado con esto, es secundario. Por este motivo Jesús corrige el elogio que una mujer quiere hacerle piropeando a su madre, como todavía hacemos nosotros al decir “viva la madre que te parió”. Jesús replica: no se trata de los pechos que me amamantaron ni del vientre que me llevó, sino de acoger la Palabra de Dios. Y ahí, en la acogida de la Palabra, todos tenemos las mismas oportunidades.

Es interesante notar que Benedicto XVI, cuando habla de María, se sitúa en esta línea. De modo que, contemplando su vida, totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. Pues todo cristiano que cree concibe, en cierto sentido, y engendra al Verbo de Dios en sí mismo. Pero como la entrada en el misterio de la fe no es algo automático, sino que requiere un cambio, una conversión, también María está llamada a convertirse, a dejar a un lado los lazos de la carne para poder así entrar en la nueva familia que el Hijo ha venido a fundar, una familia fundamentada, no en los vínculos de sangre, sino en la fe y el amor fraterno. Así se explica que María, cuando comenzó la actividad pública de Jesús, debió quedarse a un lado para que creciera la nueva familia que El había venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lc 11,27 s.). Tras la resurrección de Cristo ella se unió de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe.

María no es la que sabe o comprende, sino la que se fía. La fe es la cuestión fundamental tanto de la vida de María como de la de todos los seguidores de Jesús: ¿me fío o no me fío de Dios? Hasta el punto de que sólo así puede cumplirse la última bienaventuranza de Jesús: “dichosos los que creen, sin haber visto”.

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2
May
2012
Los cristianos, alma del mundo
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En el Discurso a Diogneto, un escrito cristiano del siglo II, podemos leer: “lo que el alma es al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo… La carne aborrece y combate el alma, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian”. “Los cristianos son el alma del mundo” es una metáfora que resultaba significativa en el siglo II y que también puede serlo ahora. Con ella no se indica solamente que los cristianos tienen un destino salvífico (como pudiera deducirse de un concepto de alma “inmortal”, contrapuesto al cuerpo “mortal”). Se dice mucho más: la presencia de los cristianos es un gran bien para el mundo, aunque el mundo no sea consciente, hasta el punto de que sin ellos el mundo iría a la deriva, del mismo modo que un cuerpo sin alma pierde la vida y se corrompe.

Si tenemos en cuenta que en el siglo II los cristianos eran una minoría, reunidos en insignificantes comunidades dentro de un vasto y poderoso Imperio, sin ninguna capacidad de influencia, uno se pregunta cómo puede afirmarse de ellos que son los que sostienen al mundo, los que hacen posible la vida del mundo. ¿Se trata de una afirmación arrogante o brota más bien de una convicción de fe? Cuando en una situación de guerra, odio, terror; cuando en una sociedad insolidaria y egoísta, donde lo que cuenta es el poder del dinero, un poder sin escrúpulos que produce hambre y miseria; en situaciones así, ¿quién hace posible la vida, dónde encontrar ese aliento que resiste a toda destrucción? ¿No se busca en aquellas poquísimas personas que hacen el bien discretamente, que ayudan a los necesitados aún a riesgo de su vida, que van a contracorriente? Sí, ellos son el alma de un mundo que odia el alma, ellos sostienen una sociedad que nunca será consciente de ello y que, por tanto, nunca lo agradecerá.

¿Somos conscientes del poder de la oración, de la fuerza del amor, de hasta dónde llega el trozo de pan que damos a un hambriento o la sonrisa que regalamos a un desesperado? ¿No hay en todos estos gestos algo que los sobrepasa? Sí, el pequeño rebaño de Cristo puede parecer frágil (cf. Lc 12,32), pero si vive con ilusión, coherencia, grandeza de espíritu, se convierte en el alma del mundo. Gracias a la bondad, mucho más poderosa que el pecado, gracias al bien mucho más influyente que el mal, hay esperanza para el mundo.

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29
Abr
2012
Si Santo Domingo levantara la cabeza
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Con la exclamación: “Si Santo Domingo levantara la cabeza no nos reconocería”, se busca descalificar determinadas formas actuales. Donde digo Santo Domingo póngase el nombre que se considere oportuno en función de la descalificación que se desee hacer. Si se me permite una nota de humor, este tipo de expresiones, que suelen venir de ámbitos más o menos tradicionales o conservadores, me recuerdan lo que el ingenio romano ha hecho con las letras de la matrícula de los coches del Estado Vaticano: SCV (Stato Città del Vaticano), al leer en ellas: Se Cristo Vedesse (Si Cristo lo Viera). Una y otra expresión (la que busca criticar el presente y la que hace broma con las letras de los coches) adolecen de la misma falta de visión: el carisma evoluciona con los tiempos y la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo para responder a los nuevos desafíos.

Naturalmente, si alguien como santo Domingo (con sus condicionantes culturales) apareciera hoy, tendría que hacer un esfuerzo muy grande para reconocer en el presente de la Orden, la necesaria actualización de su proyecto. Se encontraría totalmente desubicado. La inversa también es verdad: si un dominico de hoy, con sus experiencias y estudios, pudiera, por un imposible, viajar hacia el pasado, hasta el siglo XII, tampoco se reconocería en la figura de Domingo y sus frailes. Cada cosa tiene su momento y en su momento debe juzgarse. Los creyentes también tenemos nuestro tiempo. Como lo tuvo Jesús. Aunque ya el cuarto evangelio, el de la “alta cristología”, parece adivinar que el futuro de Cristo iba a ser muy distinto de su presente histórico. Por eso sitúa al Espíritu Santo como el que “interpretará” lo que vaya viniendo. De ahí la necesidad de distinguir entre arqueología y fidelidad a la tradición. La tradición es dinámica. Y la fidelidad se mantiene en la renovación. O dicho de otro modo: la auténtica fidelidad es creativa. Las repeticiones son la mayor de las infidelidades.

Expresiones como esta de “si santo Domingo levantara la cabeza”, son un juego de palabras que, examinadas de cerca, no dicen nada. Porque lo cierto es que, si santo Domingo tuviera que hacer hoy lo que hizo en su tiempo, haría otra cosa. ¿Parecida a la que es hoy su Orden? Seguramente. En todo caso, los responsables de hacer hoy lo que santo Domingo haría no son los frailes del pasado, no es ni siquiera Santo Domingo, sino las dominicas y dominicos de hoy.

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27
Abr
2012
Acercarse a los alejados
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Se puede estar alejado de muchos modos. Mi hermano, que vive en Gran Canaria, está alejado geográficamente del resto de la familia, aunque puede estar muy cerca sentimentalmente. Y un vecino, con el que hace tiempo que he dejado de hablarme, está espiritualmente alejado de mi. Y ese inmigrante africano, que mal vive en mi misma ciudad, pero que prefiero ignorar, también está muy alejado. Y alejados, en varios sentidos, están esos millones de personas que se mueren de hambre en países de Asía, África e incluso de centro y sur América. Hay muchos tipos de alejamiento: geográfico, espiritual, psicológico (me resulta muy difícil entenderme con algunos), social, cultural, religioso, político, deportivo.

Las causas del alejamiento pueden ser muy variadas. De unos nos alejamos nosotros. Preferimos dejar de verlos y así estar más tranquilos. Pero hay tranquilidades que dejan a uno vacío. Cuando me alejo del hambriento, del que reclama mi ayuda, el mismo alejamiento me culpabiliza y me deja triste. ¡Ojalá esta tristeza sea el acicate que nos mueva a rehacer el camino! El acercamiento hace posible la ayuda, pero también hace posible mejorar las condiciones humanas y sociales para que la ayuda no se convierta en crónica. En otras palabras, para que una vez que hemos ayudado en la necesidad inmediata, ayudemos a los heridos a recuperar su dignidad, valiéndose por sí mismos; y así pasar del gesto paternalista y dependiente, a una relación fraterna e igualitaria. Desde la igualdad y la justicia es posible dar el paso a la gratuidad del amor.

Otros se alejan porque no les gustamos. Es posible que algunos se alejen de la Iglesia porque no les gusta lo que en ella ven. La tentación es decir: la culpa es del otro. Lo necesario es olvidarse de culpas y cubrir la distancia. Puede que nos toque dar el primer paso, perdonar, olvidar, comprender, callar, o decir las cosas de otra manera. Puede que tengamos que dar muchas explicaciones. En todo caso, desde la distancia no hay modo de hacerse oír, ni de entender los motivos del otro. Acercase a aquellos que se han alejado requiere tiempo, paciencia. ¿Por qué nos han dejado? La Iglesia debe acercarse al mundo para llevarle el Evangelio. Cierto, hay acercamientos que producen rechazos. Pero si rechazo hay, primero preguntémonos si la causa está en nuestro modo de presentarnos o en el propio Evangelio que anunciamos. Si está en el Evangelio, entonces debemos alegrarnos.

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24
Abr
2012
La ética de Jesús
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Cuando utilizamos espontáneamente el término “ética” pensamos en el buen comportamiento. De forma un poco más precisa podríamos decir que la ética es una parte de la filosofía que estudia qué es lo moral, o sea, las reglas o normas por las que se rige la conducta de un ser humano; la ética también busca justificar un sistema moral y aplicarlo a los distintos ámbitos de la vida personal y social. Desde esta perspectiva cabe decir que puede haber distintas éticas, en función de los valores en las que pretenden sustentarse, de las conductas que quieren promover y de las razones que tienen para justificar estas conductas. No todas las éticas sin iguales. ¿Es posible pensar en una ética universal o civil, que vendría a ser una ética de mínimos, aceptados por todos? En teoría sí, en la práctica es más complicado por la dificultad que implica obtener consensos universales.

Las religiones, por su parte, promueven una ética, inspirada en sus principios y creencias. En este sentido cabe decir que Jesús de Nazaret promovió una determinada ética. Pues sus palabras y obras orientan hacia un determinado proyecto de vida, válido para toda persona, que pretende estar en consonancia con la voluntad de Dios. Una voluntad que busca la salvación y la felicidad de todos y cada uno de los seres humanos. El valor fundamental que inspira toda la vida de Jesús y que él pretende inculcar a sus seguidores es el del amor. Un amor universal, sin fronteras ni discriminaciones, que alcanza incluso al enemigo. Un amor que busca superar las diferencias entre los seres humanos, pero que también es una instancia crítica para todas aquellas barreras que atentan contra la dignidad humana y contra su bienestar. Porque este amor es universal, tiene un cuidado especial por aquellos más abandonados y necesitados, por los más pobres y marginados. Y cuestiona toda actuación y todo sistema que produce pobres y sólo busca el bienestar de unos pocos a costa de la explotación de muchos.

Con todo, lo más característico de la ética de Jesús es la gratuidad. Pues va más allá de lo que razonablemente se puede esperar. Desborda la justicia (dar a cada uno lo suyo) para entrar en el terreno del perdón y de la misericordia. ¿El motivo? Dios es así: ama a sus enemigos, da al que no lo merece, devuelve bien por mal. El cristiano está llamado a imitar a Dios. Así superamos toda ética de mínimos y pasamos a una ética de máximos: “si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y fariseos…”

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22
Abr
2012
La crisis mata de verdad
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Mientras unos se dedican a la caza mayor y otros a la caza menor porque tienen recursos sobrados para ello, hay otras personas sin recursos que, en vez de matar animales, se matan a sí mismos, como última escapatoria del sufrimiento que les provoca el agobio de las deudas o el quedarse sin trabajo. Acabo de leer que en Italia ya se reconoce pública y hasta oficialmente (por parte del primer ministro) que cada día se quitan la vida dos personas (de promedio) debido a los efectos de la crisis económica. En Grecia parece que el promedio supera esa cifra. En España las cifras son parecidas a las de Italia.

Yo conozco a muchas personas cercanas que han visto disminuido su sueldo. Se adaptan. Conozco a otros a los que les han reducido drásticamente su salario después de estar trabajando casi 40 años en la misma empresa. Resisten, sobre todo gracias al apoyo de su familia. Sé de otros que se han quedado sin trabajo. Y en algún caso han sido despedidos por pequeños empresarios con una empresa familiar y se han visto obligados a dejar sin trabajo a parientes cercanos o a trabajadores que eran sus amigos. Todavía no sé de nadie conocido que se haya suicidado. Espero que eso no “les” llegue. Desgraciadamente a otros les ha llegado.

La desesperación aumenta por le lentitud de la burocracia y, sobre todo, por el mal trato de los bancos o de la administración del estado. ¿Por qué tienen que echar de sus casas a personas que no pueden pagar, si esa casa, una vez vacía, tampoco resulta rentable para el banco, porque no hay compradores? ¿No se podría llegar a soluciones sociales, que disminuyeran algo la desesperación, sacarles, por ejemplo, sólo si aparece un comprador? ¿No tendría ahí algo que decir la Iglesia, ofrecer alguna orientación, presionar a sus contactos empresariales y gubernamentales, realizar alguna acción conjunta con las organizaciones que se preocupan por paliar las consecuencias de estos hechos?

Hay personas que se están suicidando porque se han quedado sin las migajas del maldito dinero. Otros cuentan con el apoyo afectivo y efectivo de familiares o de personas cercanas. Hay parroquias y comunidades cristianas que, sin hacer ruido, ayudan a algunos de sus miembros a sobrevivir. Es laudable. Pero me parece que, a la vista de la noticia de los suicidios, es hora de empezar a levantar la voz, empezando por aquellos que tienen o tenemos más capacidad de hacernos oír.

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20
Abr
2012
El amor, referencia de la sexualidad
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La sexualidad humana es buena y bendecida por Dios. Ella está orientada al amor. La diferencia sexual es la fundamental expresión de la posibilidad de relacionarnos. Podemos relacionarnos porque somos parecidos, pero no iguales, porque somos a la vez semejantes y diferentes. Si sólo fuéramos iguales la soledad no quedaría suprimida, pues no habría un verdadero otro con el que poder contrastarse. Si solo fuéramos diferentes tampoco quedaría suprimida la soledad; el otro no podría convertirse en compañero. Esto encuentra su primera expresión, su prototipo biológico, en la entrega recíproca del varón y la mujer. Esta entrega encuentra todo su sentido en el contexto del amor. Hasta el punto de que el amor humaniza la sexualidad.

La sexualidad está al servicio del amor porque el amor humano es un amor de seres corporales. Por medio de la corporalidad expresamos nuestros sentimientos, afectos y pensamientos. El cuerpo nos relaciona con los demás y con el mundo. Todo tiene una dimensión corporal, incluido el amor. “Gracias al amor, decía Unamuno, sentimos todo lo que de carne tiene el espíritu”. El amor no solo cuida de lo espiritual (los padres envían a sus hijos a la escuela para que estén bien instruidos), también se ocupa de las necesidades corporales (los padres se preocupan por alimentar bien a sus hijos y por cuidarles en su enfermedad). Por otra parte, el amor tiene una dimensión erótica. En este sentido hay que agradecer a Benedicto XVI haber dejado claro que el amor es, a la vez, “ágape” y “eros”, o sea, tiene un momento de oblación, generosidad y perdón, y al mismo tiempo, un momento de pasión, sensualidad y sensibilidad.

El amor humano encuentra su mejor referente en el amor de Dios que, según Benedicto XVI, es al mismo tiempo erótico y agápico. Con el término “eros” se indica que el amor de Dios es apasionado, brota de lo más profundo de sus entrañas y le impulsa, le mueve a salir de sí mismo, como si no pudiera estar sin el hombre; se diría que es un amor “que se impone”. Los profetas Oseas y Ezequiel han descrito esa pasión de Dios con imágenes eróticas audaces, la del noviazgo y la del matrimonio. Ahora bien, nota el Papa, si el amor de Dios es apasionado, no por eso es necesitado, es totalmente desinteresado, gratuito y, por este motivo es un amor que perdona. En suma, Dios es un amante con toda la pasión de un verdadero amor, y toda la generosidad del que sabe perderse y sacrificarse por el bien del otro.

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17
Abr
2012
El cuerpo sexuado, imagen de Dios
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Que el ser humano es imagen de Dios es un dato básico de toda antropología cristiana. Lo que no siempre ha estado claro es el sentido de la palabra “imagen”. Los pensadores cristianos se han preguntado donde estaba “exactamente” la imagen de Dios. Algunos decían que esta imagen no podía estar en el cuerpo, porque Dios no tiene cuerpo. La imagen estaba, según estos autores, en el alma, en la parte espiritual del ser humano. En el cuerpo, en todo caso, habría un vestigio, una huella de Dios, pero no su imagen. Otros, haciendo una mala lectura de algunos textos de San Pablo (por ejemplo de 1Cor 11,7-9), llegaron a decir que, al menos en algunos aspectos, el varón era mejor imagen de Dios que la mujer.

Hoy la teología tiene claras varias cosas: una, que el ser humano es imagen de Dios en toda la integridad de su naturaleza. Por tanto, el cuerpo también es imagen de Dios. El cuerpo humano refleja, mejor que ninguna otra criatura, mejor que el sol, mejor que las plantas y que los animales, lo propio de la divinidad, ya que en él habita el espíritu; más aún, lo espiritual en el hombre forma un todo indisoluble con lo corporal; el ser humano es un espíritu encarnado; por este motivo, los griegos representaban a los dioses en forma humana. Otra cosa que tiene clara la teología hoy es que, ambos, el varón y la mujer, son seres humanos en el mismo grado, con la misma dignidad e iguales derechos y deberes; ambos fueron creados a imagen de Dios.

Finalmente, la teología ha cobrado conciencia de que la imagen de Dios se sitúa también en la bisexualidad, con lo que ello implica de comunicación y complementariedad. La bisexualidad expresa algo fundamental de la vida humana y divina: la comunicación interpersonal. La distinción sexual es la base biológica de algo a lo que todos nos sentimos llamados: la necesidad de encontrar alguien que nos ame, alguien con el que poder vivir en comunión y unidad. La comunión entre las personas encuentra su primera expresión en el “ser dos en una sola carne”, que decía Jesús. Dios es Amor, unión inefable de tres personas distintas, que se relacionan en una comunión sin fisuras. Esto que es Dios encuentra su mejor imagen en la comunión entre las personas.

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