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May2012El Señor es para el cuerpo
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May
En los escritos de San Pablo encontramos comparaciones y afirmaciones sorprendentes: del mismo modo que la comida es para el vientre y el vientre para la comida, “el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13-14). El motivo último de este ser el cuerpo para el Señor es porque “el cuerpo es santuario del Espíritu Santo” (1Co 6,19). Y por eso, porque el cuerpo es templo del Espíritu, del mismo modo que Dios resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante su poder (1Co 6,14). El poder de resurrección de nuestro cuerpo no le viene del “alma”, sino del Espíritu, verdadero germen de inmortalidad.
Si nuestro cuerpo es morada del Espíritu, se comprende bien que sea “para el Señor”. La recíproca también es verdad: “el Señor es para el cuerpo”. Muchas y muchos dirían espontáneamente: el Señor es para el alma. No es eso lo que dice san Pablo. Dice: para el cuerpo. Este recíproco destino de nuestro cuerpo y del Señor Jesús implica una recíproca pertenencia, que tiene connotaciones esponsales. ¿Quién sino mi marido o mi esposa es para mi cuerpo? Pues bien: en realidad quién de verdad es para el cuerpo es el Señor. El es el verdadero esposo de la Iglesia, el esposo de cada una y de cada uno de los cristianos. Y ama tanto nuestra carne, que desea apropiársela y desea ser apropiado por ella. Decir: “el Señor es para el cuerpo” implica cercanía, donación, contacto, encuentro. Y supone la bondad del cuerpo, todo entero y sexuado, bondad que queda reafirmada y reforzada por el encuentro del cuerpo con el Señor.
El sacramento esponsal, en el que Cristo se une con la Iglesia como el esposo con la esposa es la Eucaristía. En este sacramento encuentran su sentido más realista estas palabras: “el Señor es para el cuerpo”. Recibimos al Señor en nuestro cuerpo. El mismo se une a nuestro cuerpo para ser nuestro alimento, como el esposo une su cuerpo con el de la esposa, y en esta unión le entrega el germen de la vida. Así se comprende también que “quién come mi carne tiene vida eterna” (Jn 6,54).