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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

5
Jun
2023
¿A qué Jesús rezamos?
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jesúsrezamos

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, todo lo puede? Y si no responde a nuestras peticiones es o bien porque no nos escucha o bien porque nos pone a prueba. ¿O rezamos a un Jesús solidario con nuestros sufrimientos?

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, puede solucionar todos los problemas de nuestro mundo, injusticias, hambres, guerras? Y lo convertimos, por una parte, en la criada de la casa, esperando pasivamente que él solucione nuestros problemas, olvidando que nuestros problemas, precisamente porque son nuestros, los tenemos que solucionar nosotros. Pedir a Jesús que, por ser Dios, puede solucionar todos nuestros problemas, es falsificar la oración. Por otra parte, esta oración resulta la mayor de las frustraciones, porque las guerras y el hambre siguen estando presentes. ¿O pedimos a Jesús que nos envíe su Espíritu para que nos haga sensibles ante las necesidades del prójimo y nos mueva a solucionarlas, a ser su mano, en la medida de nuestras posibilidades?

En la oración nos dirigimos a Dios, confiados en que él nos escucha y nos comprende. La respuesta de Dios a nuestra oración es el cambio que se produce en nosotros cuando oramos como conviene. La oración se dirige a Dios, pero nos conduce al prójimo. También aquí es verdad eso de que no es posible amar a Dios sin amar al prójimo. El amor a Dios nunca puede ser un pretexto para alejarnos de los hermanos. Si la persona no descubre el amor al prójimo en su vida contemplativa es porque no ha alcanzado de verdad a Dios, sino a una caricatura de Dios. Dios es Amor, como dice san Juan y, por eso, él da el amor.

Una oración que no conduce al prójimo no es una buena oración. En esta línea hay que interpretar todas estas peticiones que se encuentran incluso en los textos litúrgicos oficiales de la Iglesia, en las que se pide a Dios que “dé la libertad a los cautivos y la alegría a los pobres” (Vísperas del martes de la primera semana de adviento), o que “haga justicia a los pobres y desamparados” (Laudes del miércoles de la primera semana de adviento). Lo que en realidad estamos pidiendo es que nos mueva a nosotros a ser, para los pobres, promotores de alegría y actores de justicia. O sea, a ser su mano en todos aquellos lugares donde encontremos a un prójimo herido o necesitado.

Cosa distinta es si este tipo de fórmulas deberían cambiarse. En todo caso, se mantengan o se cambien, importa tener claro que, en la oración, más que pedir a Dios la solución de los problemas, lo que pedimos es dejarnos empujar por Dios para solucionar nosotros los problemas.

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2
Jun
2023
Modelo divino, trama de relaciones
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vidrieratrinidad

La más acabada definición de Dios que encontramos en el Nuevo Testamento nos la ofrece la primera carta de san Juan: Dios es amor. Amor, sólo amor y nada más que amor. Amor sin ningún asomo de no amor. No se trata solo de que Dios ame, porque el que ama, a veces no ama; o ama a unas personas y no ama a otras. Dios no tiene amor, es Amor. Y como es Amor sólo puede amar, porque si dejase de amar dejaría de ser Dios.

Todo eso viene a propósito del domingo de la santísima Trinidad, pues Dios, en cuanto Amor, aunque es uno y único, no es soledad, sino comunión, comunicación, encuentro, relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es don, y no hay don en la unidad o en la soledad, sino en la comunión. La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que esta comunión propia de Dios no se manifiesta solamente hacia fuera de él, sino que es propia de él. El misterio mismo de Dios es un misterio de comunión y relación y, por eso, porque él mismo es Amor y comunión, ama a sus criaturas. Lo que Dios hace de cara afuera, es un reflejo de lo que él es de cara adentro.

Más aún, puesto que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, el conocimiento de Dios nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Al haber sido creados a su imagen, a imagen de un Dios Trinidad de personas, resulta que hay un reflejo trinitario en cada ser humano. Estamos hechos para el amor y sólo en el encuentro con el otro nos encontramos a nosotros mismos. El Vaticano II (GS, 24) dijo que la semejanza con Dios “muestra que el hombre, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino es en la entrega sincera de sí mismo”. “Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las crituras” (Francisco, Laudato si’, 240).

El reflejo trinitario no está sólo en cada ser humano sino en toda la realidad salida de las manos del Padre creador, del Hijo por quién todo ha sido hecho y del Espíritu santo que es dador de vida y mantiene la vida con su aliento invisible. Toda la realidad contiene en su seno una marca trinitaria. Dice Francisco (Laudato si’, 240): “El mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. La criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”.

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29
May
2023
Isabel y María, maravillosas maternidades
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Acabamos el mes de mayo, mes de María, con la fiesta de la visitación de María a su parienta Isabel. Los nombres de María y de Isabel nos hacen caer en la cuenta de lo maravillosa que es la maternidad y, al mismo tiempo, de su maternidad maravillosa. En efecto, en Isabel se encuentran unidas y conciliadas la esterilidad y la maternidad; y en María, la virginidad y la maternidad. Porque para Dios no hay nada imposible. Donde el humano piensa que no hay ninguna posibilidad de vida, Dios saca vida de los lugares, personas y momentos más inesperados.

La relación entre estas dos mujeres va más allá de su maravillosa maternidad. Las dos tienen la suficiente perspicacia para discernir donde está la verdadera voluntad de Dios. María, después de oír al mensajero divino y de responder con fe: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”, se puso en camino y entró en casa de Zacarías (Lc 1,39-40). En esta visita hay algo más que una pura cortesía o un hermoso deseo de ayudar. Zacarías significa “memoria, recuerdo”. María acude a la casa de la memoria. María acude a los sabios de Israel, a los ancianos, representados por Zacarías e Isabel.

En la casa de la sabiduría ocurren cosas sorprendentes. Allí, Isabel, cuyo nombre significa “Dios es plenitud” y, por eso, el evangelista dice que está “llena del Espíritu Santo”, saluda a María bendiciéndola a ella y bendiciendo, sobre todo, al fruto de su vientre. Y luego, Isabel aplica a María la primera bienaventuranza del evangelio: “Feliz la que ha creído”. Ahí está la verdadera felicidad de María, en saber escuchar la Palabra de Dios y responder con fe. San Agustín llegó a decir que la felicidad de María no estaba tanto en su maternidad biológica cuanto en su acogida de la Palabra. Eso es lo que la hace feliz a ella y a nosotros.

La reacción de María ante las palabras de Isabel es hablar bien de Dios con unos términos totalmente contraculturales. Porque chocan abiertamente con la cultura de este mundo, aunque están en total consonancia con el mensaje de Jesús. María, modelo de todo creyente, nos invita hoy a mirar a su Hijo, y a hacer como ella siempre hizo: referir a Dios las maravillas que en ella había hecho. Unas maravillas muy distintas de las que el mundo proclama y busca. El mundo busca poder; María proclama que Dios derriba a los poderosos. El mundo busca grandeza; María proclama que Dios enaltece a los humildes. El mundo busca riqueza. María proclama que Dios llena de bienes a los hambrientos. El mundo favorece la guerra; María proclama la misericordia y el perdón de Dios, en un mundo donde abunda el egoísmo y cada uno reclama sus derechos o lo que considera que son sus derechos, aún a costa de perjudicar a otros. Un buen ejemplo es que hoy se habla de derecho al aborto.

Isabel y María, dos mujeres bien feministas, modelos para toda mujer y todo varón. Dos mujeres que pusieron su vida al servicio de Dios. A eso estamos invitados todos. A proclamar con nuestra vida la grandeza del Señor.

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25
May
2023
Espíritu de amor
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Tras las dos reflexiones precedentes sobre la relación del Espíritu con la libertad y con la verdad, ofrezco una última sobre la relación del Espíritu con el amor. Pues, el Espíritu derrama en nuestros corazones el amor de Dios (Rm 5,5). El amor es lo que da sentido a la libertad y a la verdad, y lo que prueba la calidad de ambas. Una libertad sin amor se pervierte y se convierte en egoísmo y opresión. Y la verdad sin amor también se pervierte y se transforma en idolatría y absolutismo.

La verdad no es un tener, es un ser. Cristo no dijo: tengo la verdad, sino: “yo soy la verdad” (Jn 14,6). Si la verdad no fuera un “ser” y no se convirtiera en amor, caeríamos en la ilusión de creer que la vida cristiana queda circunscrita cuando está cuidadosamente definida. Pero ya el Nuevo Testamento advierte que no son los que dicen “Señor, Señor”, los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que “os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Por este motivo san Pablo nunca separa la fe (que implica el conocimiento de la verdad) del amor. Y Santiago califica de diabólica una posesión de la verdad sin amor.

La gran prueba de la posesión del Espíritu termina siendo el amor. El amor que implica verdad y libertad. Pues el amor siempre conduce a la verdad, ya que respeta profundamente al otro y busca su bien. Y también conduce a la libertad: solo desde el amor la libertad germina. Sin amor no hay respeto del otro, ni compasión, ni comprensión, ni perdón. Solo el amor permite que el otro sea verdaderamente otro, es decir, que sea libre.

El ejemplo de Jesús resulta aleccionador: la verdad no se impone desde el poder. Por eso reprende a sus discípulos que pretenden que baje fuego del cielo sobre aquellos que no le reciben; por eso no pide que el Padre mande legiones de ángeles para que le defiendan. De ahí que su palabra tenía autoridad y no las tenían las palabras de los escribas, que eran los que detentaban el poder religioso y el poder armado. La verdad, para Jesús, sólo es tal cuando brota del amor, se proclama con amor y se acoge con amor. Más aún, sólo el amor termina imponiéndose, pues es la única fuerza que tiene valor de eternidad.

Si queremos que nuestra catequesis y nuestra predicación resulten creíbles, tienen que estar respaldadas por el amor, acompañadas de signos de amor. Muchas de nuestras verdades se descalifican de entrada por la manera como las ofrecemos, por ejemplo, en un tono amenazante o con palabras alejadas de la experiencia de nuestros oyentes. Muchos superiores sólo se soportan, pero no crean comunidad, porque su gobierno no está arraigado en el amor ni se ejercita en un clima de libertad. Si Dios ha hecho al hombre libre es porque tiene en él una confianza absoluta. Cuando nosotros no nos fiamos de los hermanos dejamos de actuar con el Espíritu de Dios.

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21
May
2023
Espíritu de verdad
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“El espíritu de la verdad guía hasta la verdad completa” (Jn 16,13). Ahora bien, nosotros, seres limitados, nunca percibimos del todo la verdad, siempre hay aspectos que se nos escapan. La verdad es algo que se va haciendo y descubriendo. Pues la Verdad, en definitiva, se identifica con Dios: él es la Verdad. Nosotros solo percibimos algunos destellos de su luz inaccesible. Somos peregrinos que caminamos hacia el misterio de Dios, que es la Verdad, pero precisamente por ser un misterio que nos sobrepasa, lo percibimos oscuramente y nunca acabamos de abarcarlo, lo que significa que el encuentro con la verdad se convierte en una tarea permanente y en una búsqueda que nunca se acaba.

El Espíritu guía hacia la verdad. Si necesitamos un guía es precisamente porque nosotros no somos maestros de la verdad, sino aprendices y mendigos. ¿Y como nos guía? No de forma automática ni haciendo magia, pues el Espíritu nunca anula la personalidad, sino que la potencia. Dios nunca actúa sin nosotros. Por eso el Espíritu nos guía hacia la verdad a través de nuestro esfuerzo y de nuestro pensamiento. Jesús, maestro en estas cosas del espíritu, indicaba la necesidad de investigar las Escrituras (Jn 5,39), o de discernir los signos de los tiempos para que cada uno pudiera juzgar por sí mismo lo que es justo (Lc 12,56-57). Esto quiere decir que el pensamiento forma parte de nuestra acepción de la revelación de Dios.

La verdad no es algo que se nos da hecho, sino algo que hay que acoger y asimilar. Pensar, argumentar, estudiar o incluso estar en desacuerdo pueden ser caminos que nos conducen a la verdad. Pues el argumentar o estar en desacuerdo estimulan el pensamiento en su acercamiento a la verdad. Tenemos el gran ejemplo de Tomás de Aquino, este gran maestro del pensamiento, que comenzaba siempre sus búsquedas y reflexiones con las objeciones de los que no pensaban como él, objeciones que tomaba muy en serio. No tanto para hacerles ver que estaban equivocados, cuanto para acoger la parte de verdad que tenían. Pues él estaba convencido de que “toda verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo”.

Ya san Pablo había recomendado: “no extingáis el espíritu”; y para ello: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tim 5,19.21). Para que el Espíritu no se extinga no hay que temer a los que no piensan como nosotros; hay que escucharles con atención. Ellos también pueden conducirnos hacia la verdad. ¡Con cuanta más razón, en esta búsqueda de la verdad, tendremos que escuchar a nuestros hermanos en la fe! Todos han recibido el Espíritu Santo, que les hace capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso (Heb 5,14; Fil 1,9-10). La docilidad al Espíritu se manifiesta en la escucha de nuestros hermanos y en la atención que les prestamos.

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17
May
2023
Donde está el Espíritu, allí está la libertad
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“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3,17). Esta libertad que da el Espíritu no es la libertad tal como la entiende el mundo. No se trata de que cada uno puede hacer lo primero que se le ocurra, actuando sin control alguno, haciendo incluso lo que es malo para él o para los demás. Tampoco se trata de la libertad tal como la entienden algunos políticos, que se dedican a hacer leyes para que las personas estén liberadas de lo que ellos consideran opresiones religiosas o sociales: libertad para abortar, libertad para matarse (eutanasia), libertad para ocupar propiedades ajenas. En fin, libertad para hacer el mal. San Pablo conocía esa libertad para hacer el mal, pero dejaba claro que esa no era la libertad que nos traía Cristo. A los cristianos gálatas les dice: “hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes, al contrario, servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13). Cristo nos libera del pecado para el amor. Es una libertad “de” y una libertad “para”; siempre es una libertad cualificada. Y su objetivo es el amor.

Una de las insistencias del Nuevo Testamento es la libertad del creyente frente a la ley. No se trata de la ley de Dios, sino de las leyes de los hombres, o mejor, de las leyes religiosas interpretadas por los hombres. En este sentido tiene una cierta similitud con las leyes de la carne. Pero va más allá. Pues es una libertad que tiene que ver directamente con el modo de vivir y entender la religión, o sea, la relación con Dios. La libertad que da el Espíritu se opone al servilismo de la letra de la ley, no a su intención profunda. Pues la intención de la ley es la búsqueda del bien, la búsqueda de la justicia. Este es el principio que debe guiar todas nuestras acciones, tal como se desprende de la enseñanza de Jesús. Pero cuando esta intención del bien y de la justicia se traduce en una legislación concreta, pudiera suceder que en algunas ocasiones quedarse en la letra no fuera suficiente o incluso contradijera el principio que ha inspirado la letra. Y entonces la ley se convierte en esclavizante.

Las palabras de Jesús a propósito del sábado resultan aleccionadoras: “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús quebranta la ley del sábado, pero realiza su intencionalidad profunda. El precepto del sábado busca el bien, la felicidad, el descanso del ser humano, y que el hombre recuerde que tal descanso y felicidad proceden de Dios. Por eso, Jesús no pretende quebrantar el culto a Dios que recuerda el precepto sabático, sino realizar el sentido que tiene tal culto: la búsqueda del bien del hombre enfermo, al que Jesús cura y devuelve la ilusión y la alegría. “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?” (Mc 3,3). Esta pregunta descoloca a los legistas, pues éstos entienden que es bueno lo que la ley manda y malo lo que la ley prohíbe, mientras que Jesús indica que es bueno lo que favorece al ser humano y malo lo que lo destruye.

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13
May
2023
Lo que se dice y lo que se quiere decir
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Muchas palabras tienen distintos sentidos según el contexto en el que se utilizan. Hoy muchos llaman al sexo amor. Hacer el amor es tener relaciones sexuales. Sin necesidad de llegar a este ejemplo extremo, el término amor tiene un sentido distinto si pensamos en el amor que tenemos a un recuerdo familiar, al perro de compañía o al hijo pequeño. Lo mismo ocurre con el término fe. Pero con la palabra “fe” resulta menos evidente que su sentido puede cambiar según el contexto, pues muchos funcionan con un modo único de entender la fe y, en función de este sentido, califican o descalifican otros usos del término, sin darse cuenta de que su calificación o descalificación lo único que demuestra es su supina ignorancia.

Si nos quedamos con el concepto de fe como conocimiento de verdades, entonces los demonios (como dice la carta de Santiago) también tiene fe, puesto que creen que Dios existe. Desgraciadamente concebir la fe como adhesión a una serie de verdades está bastante difundido en el mundo católico. Pero hay otro concepto de fe más bíblico y profundo: fe es un encuentro, una adhesión incondicional al misterio del Dios de Jesucristo, que compromete y cambia la vida entera. Este concepto de fe permite a San Pablo decir que la fe sola nos salva.

Al leer la Biblia, o un texto de teología, o al escuchar una catequesis, es importante distinguir (como hace la constitución “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II) entre lo que se dice y lo que se quiere decir. Si no hacemos esta distinción podemos entender muy mal algunos textos bíblicos. Y no sólo bíblicos. Si digo que alguien me pone entre la espada y la pared, y un francés pide que le traduzcan lo que digo, si se lo traducen literalmente puede entender que alguien me está amenazando de muerte. O quizás que le estoy gastando una broma.

Un ejemplo bíblico: la biblia, traduciendo literalmente del griego, pone en boca de Jesús esta palabra: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Si no se sabe que detrás de esta comparación entre muchos y pocos, está el modo de expresar en arameo (que era la lengua de Jesús) el comparativo de superioridad, entiende muy mal lo que Jesús quiere decir. En castellano el comparativo de superioridad se expresa así: “hay más llamados que escogidos”. Mil es más que 999. ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Qué serán muchos los que se condenen? No. Quiere decir que Dios llama a todos. Pero es posible que no todos respondan.

Un ejemplo más conocido: ¿Cuántas veces tengo que perdonar?, pregunta Pedro a Jesús. ¿Siete veces? No, dice Jesús, setenta veces siete. Jesús no dice que el límite del perdón está en 490 veces. Dice que hay que perdonar sin límite, siempre. En aquellas mentalidades los términos absolutos, como “siempre” o “nunca”, no eran conocidos. Para expresar el “siempre” de nuestras lenguas modernas empleaban este tipo de expresiones: setenta veces siete. Si las tomamos en su literalidad no entendemos nada. Si nos paramos a pensar un poco, veremos que son expresiones muy significativas y muy gráficas.

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9
May
2023
Verdades fundamentales sobre María
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Maríadeespaldas

Los dogmas fundamentales de la fe católica sobre María, la “madre del Señor” (Lc 1,43), son cuatro: su virginidad, su maternidad divina, su inmaculada concepción y su gloriosa asunción. Los dos primeros fueron proclamados en los primeros siglos del cristianismo; los dos últimos han sido definidos en la época moderna.

Los dogmas de la virginidad y la maternidad divina son eminentemente cristológicos, pues sin ellos el misterio de Cristo queda despojado de su verdad fundamental, a saber, la doble naturaleza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Que María fuera, con todas las consecuencias, la madre biológica de Jesús es absolutamente necesario para afirmar la verdad de la encarnación: Jesús, nacido de mujer, es verdaderamente humano. La virginidad de María es necesaria para afirmar que este hijo nacido de ella sólo tiene por Padre a Dios. La única paternidad divina de Jesús excluye que en su concepción haya intervenido un padre humano. La ausencia de padre humano tiene como consecuencia la virginidad de la madre. La virginidad y la maternidad divina de María son condicionantes necesarios del dogma cristológico, que afirma que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.

Los dogmas de la inmaculada y de la asunción, aunque tienen una impronta cristológica, tienen también una dimensión antropológica, pues en ellos vemos realizado lo que Dios quiere para todo ser humano, a saber, que sea santo e inmaculado en su presencia por el amor (Ef 1,4) y que su salvación integre toda su realidad humana, cuerpo y alma. Para afirmar mejor la condición divina y la función salvífica de Cristo, resulta coherente afirmar que la Virgen Madre es “llena de gracia” (Lc 1,28). Esta plenitud de gracia de María ilumina el misterio del ser humano, llamado a vivir sin pecado, a ser santo e inmaculado. La dimensión cristológica del dogma tiene una perspectiva antropológica fundamental, tal como dice el Vaticano II:  en María “la Iglesia contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser” (SC, 103).

Bien entendido, este dogma puede tener un alcance ecuménico inesperado, hasta el punto de que, como le escuché a un eminente teólogo, en una conferencia pronunciada en Valencia, la inmaculada es el dogma más luterano de la fe católica, puesto que afirma la primacía absoluta de la gracia de Dios. En efecto, la primera bendición de Dios hacia todos y cada uno de los seres humanos es habernos elegido para ser “santos e inmaculados en su presencia por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos” (Ef 1,4-5). “Eligiéndonos de antemano”: Dios siempre está primero frente a cualquier pretensión humana; él ama primero y ama más. Otra cosa es la respuesta que podamos dar a su amor. En el caso de María, la respuesta fue totalmente positiva, sin ningún asomo de no amor.

Por otra parte, la Asunción de María muestra el destino final de toda criatura humana, a saber, el gozo de la bienaventuranza divina. También este destino apela a la responsabilidad de cada uno, que puede o no aceptar esta meta.

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5
May
2023
Papa en Hungría: culto alejado de la vida
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En su reciente viaje a Hungría, el Papa ha tenido ocasión de encontrarse con todo tipo de personas, especialmente con personas necesitadas. También se ha encontrado con autoridades políticas y les ha dejado bien clara su condena de la guerra y la importancia de que sean generosas en la acogida a refugiados e inmigrantes. Ha lanzado una pregunta que es toda una denuncia: “¿dónde están los esfuerzos creativos por la paz?”. Delante del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, cuya política no es precisamente facilitadora de la acogida de refugiados, ha pedido que las fronteras sean zonas de encuentro y no barreras que separan.

Quiero destacar una de estas frases acertadas de Francisco, porque dice, de forma quizás más provocativa, lo que ya había dicho el Vaticano II, a saber: que “el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”. Francisco lo ha dicho de esta manera en su encuentro con los pobres y refugiados en Budapest: la fe no puede ser “prisionera de un culto alejado de la vida, ni convertirse en presa de una especie de egoísmo espiritual, es decir, de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción. La fe verdadera, en cambio, es aquella que incomoda, que arriesga, que hace salir al encuentro de los pobres y capacita para hablar con la vida el lenguaje de la caridad”.

Para que la fe no sea prisionera de un culto alejado de la vida es necesario que esté imbuida de caridad y nos lleve hacia el hermano. Una fe que nos encierra en nosotros mismos es una falsa fe. La carta de Santiago lo decía con claridad meridiana. Para Santiago, como para san Pablo, lo que salva es la fe, pero una fe que se traduce en obras y gestos de caridad para con los necesitados. El tipo de relación que tenemos con el hermano prueba la calidad y verdad de nuestra fe. El amor a Dios pasa siempre por el amor al hermano.

El Papa, tras recordar que esa es la doctrina de la primera carta de Juan (4,20: quién dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso), lo que dicho con otra acertada frase: el Señor “casi nunca llega resolviendo nuestros problemas desde arriba, sino que se hace cercano con el abrazo de su ternura, inspirando la compasión de hermanos que se dan cuenta de ellos y no permanecen indiferentes”. Nosotros encontramos a Dios en el hermano pobre al que socorremos y el hermano pobre encuentra a Dios en la persona que le socorre. Somos el uno para el otro presencia y mediación sacramental de Dios.

Aunque también el Papa ha advertido: “¡no es suficiente dar el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de las personas! La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad”.

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1
May
2023
Laicos con voto en el Sínodo
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sinodolaicos

El anuncio del Papa de que en la próxima asamblea del Sínodo de los Obispos sobre una “Iglesia sinodal, comunión, participación y misión”, habrá un buen grupo de laicos, mujeres y varones, con derecho a voto, que tendrá tanto valor como el de los Obispos, ha sido una sorpresa que ha encantado a unos y a otros no tanto. El hecho en sí resulta coherente con lo que ha sido la preparación de este próximo Sínodo. Llevamos dos años de preparación, primero en las diócesis, luego a nivel nacional y finalmente a nivel continental. Ahora toca ya celebrar la fase final, que tendrá dos sesiones, en octubre de 2023 y en octubre de 2024.

En estas reuniones preparatorias los laicos han sido protagonistas, al mismo título que religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos. En la asamblea final de la fase nacional que se celebró en Madrid en junio de 2022, y en la que tuve ocasión de participar, se aprobó el texto que la conferencia episcopal española envió a la fase europea. Allí estuvieron presentes unas 600 personas, venidas de todas las diócesis españolas. Cincuenta y ocho eran obispos, el resto laicos, sacerdotes y representantes de la vida consagrada. Parece coherente con esta presencia de laicos en las fases preparatorias, que también se hagan presentes en la asamblea final.

El Papa ha dispuesto que, junto a los Obispos, dispongan de voz y voto algunos representantes de la vida consagrada y 70 laicos, la mitad mujeres y la mitad varones. El que dispongan de voz no resulta extraño, lo nuevo es que tengan voto. Si representantes de todos los estamentos del pueblo de Dios han participado en las primeras fases, tiene su lógica que participen en la última. Cierto, se trata de un Sínodo de Obispos, pero los laicos, a su lado, no sólo no les hacen sombra ni les quitan protagonismo, sino que enriquecen los puntos de vista y ofrecen perspectivas que se detectan mejor desde el estado laical. Todos somos Iglesia por el mismo título del bautismo. Por otra parte, no hay que olvidar que las votaciones de esta asamblea final son orientativas, pues la última palabra la tendrá el Papa que, en su exhortación apostólica post sinodal, recogerá aquellos aspectos que considere convenientes para la vida del pueblo de Dios.

Resulta interesante que la fase final tenga dos sesiones. Pues es posible que el Papa haga públicos los textos y resultados de lo votado en la primera sesión e invite a discutirlos de nuevo en las Iglesias locales. Eso ayudará a que se maduren aquellos aspectos más novedosos o delicados, y que se puedan presentar a la segunda y definitiva sesión tras haber sido asimilados por aquellos que tengan más dificultades en aceptarlos.

Esta presencia de los laicos en el Sínodo es un paso que abre nuevas perspectivas eclesiales. Mi impresión es que esta participación de los laicos, varones y mujeres, no tiene marcha atrás, se repetirá en futuros sínodos y tendrá consecuencias en las instancias de gobierno, de decisión y de reflexión en la Iglesia.

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