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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

10
Dic
2024
Año jubilar bajo el signo de la esperanza
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añojubilar2025

El año jubilar, convocado por el Papa Francisco, se abrirá oficialmente en Roma el 24 de diciembre y el domingo, 29 de diciembre, en las demás diócesis del mundo. Hace falta valor para convocar un año jubilar bajo el signo de la esperanza. Valor, porque este signo contrasta con la situación de desesperanza en la que vive gran parte de nuestra sociedad.

¿Qué esperanza puede haber para los pobres y desheredados de este mundo, para todas esas personas que se encuentran en situaciones sin salida porque la guerra, la pobreza, la política de sus gobiernos corruptos, o la ambición de los poderosos, les ha dejado sin nada? El capítulo primero de la encíclica Fratelli tutti lleva como título “las sombras de un mundo cerrado”. Por tanto, si está cerrado no tiene futuro. En este capítulo el Papa pasa revista a las heridas y atropellos que están maltratando la sociedad de nuestro tiempo que, más que a la esperanza, conducen a la desesperación: maltrato de la tierra, pobreza, xenofobia, mala acogida a los emigrantes, personas descartadas.

También en nuestro mundo capitalista y consumista estamos faltos de esperanza. “La palabra esperanza, dice Byung-Chul Han, no pertenece al vocabulario capitalista”. Y añade: “los consumidores no esperan. Tan solo tienen deseos y necesidades que hay que satisfacer. Tampoco necesitan un futuro. Viven en el presente del consumo”. Los que tienen de todo, o mejor, los que tenemos de todo y nada nos falta, ya no esperamos nada. Solo buscamos disfrutar el momento presente. Y lo que pretendemos no es un futuro distinto, sino conservar lo que tenemos. Somos conservadores. Y el conservador no tiene futuro. Solo pretende conservar lo que hay.

Lo que, sin duda, puede generar esperanza en nuestra sociedad es una cultura de la inclusión, de la compasión, de la atención a los más débiles. Una cultura cuyo lema podría ser: si quieres cuidar de ti, cuida de los demás. Cultura que debe ser asimilada por cada uno para así contagiarla a los demás. Precisamente, la gran esperanza, la esperanza en ese Reino de Dios en el que no habrá llanto, ni lágrimas, ni dolor, porque Dios será la realidad que todo lo determine, es un motivo más para ocuparnos de tantas necesidades con las que nos encontramos mientras vamos peregrinando hacia el Reino. Un motivo más para ofrecer esperanza concreta en lo inmediato, en el aquí y el ahora.

La bula del Papa recuerda que la peregrinación es un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es algo así como buscar el sentido de la vida. Y en estos tiempos en donde aviones y trenes de alta velocidad facilitan los desplazamientos, el Papa habla de “la peregrinación a pie”. Está claro que ninguno vamos a ir a Roma a pie. Pero este recordatorio de la buena peregrinación es una llamada a la austeridad para no gastar más de lo necesario y así tener reservas para compartirlas con los demás, para ayudar, para demostrarnos a nosotros mismos que consideramos a los necesitados como hermanos y como presencia de Cristo entre nosotros.

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6
Dic
2024
El Corazón de María
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En la reciente encíclica del Papa sobre la devoción al Corazón de Jesús hay dos referencias al Corazón de María. No cabe duda de que la madre y el hijo estuvieron muy unidos. Lo que de verdad une como no se puede unir más es el amor. Si el corazón es el mejor símbolo del amor, entonces el corazón de María estuvo muy unido al de Jesús.

La primera referencia es para afirmar que María miraba en profundidad, sin quedarse en la superficie de las cosas, porque escuchaba con el corazón, o sea, con mucha atención. Y lo que de entrada no comprendía lo guardaba en su corazón y allí lo meditaba con cuidado y amor. Vale la pena copiar el propio texto de Francisco: “María miraba con el corazón. Ella era capaz de dialogar con las experiencias atesoradas ponderándolas en el corazón, dándoles tiempo: simbolizando y guardando dentro para recordar”. El Papa recuerda eso que dice el tercer evangelio: “María atesoraba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón”. María dialogaba interiormente y guardaba cuidadosamente (eso es atesorar), conservando “no sólo la escena que veía, sino también lo que no entendía todavía y aun así permanecía presente y vivo en la espera de unirlo todo en el corazón”.

Además, la encíclica indica cuál es la relación adecuada entre la devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Y lo hace en la misma línea en que el Concilio Vaticano II explicó el sentido de la mediación de María. El Concilio indica que la única mediación de Cristo no excluye, sino suscita diversas formas de participación en esta mediación. Unidos a Cristo todos podemos ser mediadores de gracia para los demás. Y cuanto más unidos estemos a Cristo, mejores mediadores de gracia seremos. Ahí hay que situar la mediación de María, totalmente unida a Cristo: “En el seno de la Iglesia, la mediación de María, intercesora y madre, sólo se entiende como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo, el único Redentor, y la Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María”.

A esta luz el Papa sitúa la devoción al corazón de María: “La devoción al corazón de María no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo, sino estimularla: La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Gracias al inmenso manantial que mana del costado abierto de Cristo, la Iglesia, María y todos los creyentes, de diferentes maneras, se convierten en canales de agua viva. Así Cristo mismo despliega su gloria en nuestra pequeñez”.

La fiesta de la Inmaculada, que nos aprestamos a celebrar, nos recuerda la santidad de María, su limpieza de corazón, santidad y limpieza que tenían su fuente y su origen en una profunda unión con Cristo. Ella nos orienta a mirar al único Salvador y nos estimula a vivir con alegría esta bienaventuranza de Jesús: dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

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2
Dic
2024
¿Sanación intergeneracional? Pero, ¿de qué vamos?
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La Conferencia Episcopal Española acaba de publicar una oportuna nota sobre la así llamada “sanación intergeneracional”. La nota es oportuna, el hecho sobre el que la Conferencia se pronuncia es penoso. Uno se pregunta dónde han estudiado teología o en qué seminario han sido formados esos sacerdotes que la practican.

¿De qué se trata? De la atribución de ciertas enfermedades actuales al supuesto o real pecado de alguno de los antepasados del enfermo. Los defensores de esta práctica suponen que el pecado se transmite a los descendientes, y que ese pecado transmitido es la causa de alguna enfermedad psíquica o física. Para curar la enfermedad sería necesario romper el vínculo entre la persona enferma y el pecado de sus antepasados, por medio de oraciones o determinadas prácticas. Sin duda, es posible transmitir una enfermedad o algunas consecuencias de una enfermedad, pero lo que no es posible, de ningún modo, es transmitir un pecado. El pecado es responsabilidad de cada uno. Y no se transmite. El pecado siempre es personal y requiere una decisión libre de la voluntad. Nadie puede pecar por mi, de la misma forma que nadie puede creer por mi. Lo fundamental en la vida de cada uno es cosa suya, personal e intransferible.

El único pecado que se transmite de generación en generación es el pecado orginal, dice la nota de los Obispos, pero añaden algo muy importante: el pecado original “no tiene carácter de culpa personal”. Es un pecado de naturaleza, que no lo transmiten los padres; se adquiere por el hecho de nacer. Y por eso, como muy bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica, (n. 404) “al pecado original se le llama pecado de manera análoga”. O sea, no es pecado personal, aunque afecte a la persona. Y si se le llama pecado no es porque la persona haya cometido un acto contrario a la voluntad de Dios, sino porque se encuentra en una situación de ausencia de Dios, ya que todavía no se lo ha encontrado, pues el encuentro con Dios implica no sólo que Dios nos ame y venga hacia nosotros, sino que nosotros le amemos y vayamos hacia él. El pecado original no es algo malo que hemos hecho, es algo que nos falta y que nos vendría muy bien tener, a saber, la gracia de Dios.

Cosa distinta es que podamos rezar los unos por los otros. La comunión de los santos es un importante artículo de nuestra fe. Podemos interceder, mediante la oración, por los vivos y por los difuntos; y, por su parte, los santos del cielo pueden interceder por nosotros. En la oración siempre pedimos cosas positivas y buenas, y además en línea con lo que dice el Padrenuestro: “hágase tu voluntad”. Por eso, la oración no es magia. Cuando pedimos por una persona enferma, pedimos que el Señor le ayude a vivir con esperanza y paz, y, si es posible, que le alivie en sus dolores. También pedimos por los difuntos que están en estado de purificación, como muestra de solidaridad con ellos. Pero eso es algo totalmente distinto a romper una supuesta transmisión de los pecados de los antepasados a sus descendientes de hoy.

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28
Nov
2024
La triple venida del adviento
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El primer domingo de adviento abre el año litúrgico, y es siempre el que cae más cercano a la fiesta del apóstol san Andrés (30 de noviembre). El adviento es una preparación a la venida de nuestro Señor y nos hacer caer en la cuenta de que, si bien el Señor está viniendo continuamente a nuestras vidas, podemos distinguir una triple venida, que nos ayuda a comprender más adecuadamente nuestra fe: la primera venida tuvo lugar en Belén cuando el Verbo se hizo Hombre; hombre de verdad. Con todas las consecuencias: tenía hambre, frío, fue tentado como lo somos todos los humanos, tenía afectividad y necesidad de ser amado, como todos los humanos. Como era humano, el Verbo encarnado, desde su infancia, crecía en edad (con las dificultades y alegrías que comporta la adolescencia), en sabiduría (seguramente, en ocasiones, les costaría algún esfuerzo eso de aprender) y en gracia o experiencia de Dios, pues Jesús también creció espiritualmente, dice Francisco citando a Juan Pablo II (Christus vivit, 26).

La última venida acaecerá cuando vuelva como Juez, en la gloria de su majestad, el día postrero del mundo. El criterio de este juicio será, sin duda, la misericordia. Entre ambas está su venida silenciosa, como Santificador, por medio de su gracia. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). El adviento se ordena a disponer nuestras vidas para la triple venida. Si acogemos su segunda venida, esa que acaece en todos los momentos de nuestra vida, sin duda celebraremos bien la fiesta de su primera venida y ansiaremos, sin temor alguno, su última venida. Si no acogemos su segunda venida (que acontece sobre todo a través del sacramento del hermano), la celebración de su primera venida será una fiesta mundana, disimulada con adornos religiosos, y casi desearemos que su tercera venida no acontezca nunca, no sea que allí nos avergoncemos de lo mal que le hemos esperado.

Para ayudarnos a realizar el plan de preparación, la Iglesia nos señala tres modelos y guías: la Virgen María, el profeta Isaías y Juan el Bautista. Isaías, como portavoz del Antiguo Testamento, encarna a un tiempo la preparación de la acogida de Dios y los deseos de la humanidad doliente, que busca una paz que el mundo no puede dar; Juan, el precursor, nos enseña con sus palabras y su ejemplo, la santidad de vida que implica el reino de Dios en nosotros. Pero a quién vuelve principalmente los ojos la Iglesia es a María. El que ha de venir lo hace a través del seno virginal de María. Ella tuvo el privilegio de dar al mundo al Verbo de Dios. En este sentido puede ser calificada de “causa de nuestra alegría”. María es el vivo retrato del adviento, por su santidad y su vida de íntima unión con Dios.

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24
Nov
2024
Un mismo Espíritu, distintas místicas
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Mística es una palabra que tiene distintas connotaciones. En ocasiones se utiliza como equivalente de irracional o exaltado. Filosóficamente, el término puede designar una experiencia límite: “lo inexpresable, ciertamente existe. Si se muestra, es lo místico” (Wittgenstein). En realidad, el término místico tiene que ver con misterio, más aún, con el misterio profundo que nos habita y que no es otro que Dios. En la medida en que todo creyente es buscador del misterio de Dios, todo creyente es un místico.

A propósito de la mística, el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2014) hace una distinción interesante: “El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama mística, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos –los santos misterios– y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos”.

Este número del Catecismo habla de una vida mística (la unión con Cristo) a la que tiende todo cristiano llamado a la santidad y determinados dones o gracias particulares concedidos solo a algunas personas, como signo de la mística común o como don propio de su peculiar vocación en la Iglesia. En consecuencia, podemos y debemos distinguir entre una mística “ordinaria”, propia de la mayoría de los cristianos, que se expresa en una vida de fe, de esperanza y de amor; y algunas manifestaciones fuera de lo corriente que podrían (digo podrían, porque será necesario preguntarse por los criterios de credibilidad de tales manifestaciones) ser signos de la intensidad con la que algunas personas viven su unión con Cristo.

Podemos hacer otra precisión y hablar de un tercer tipo de “mística”. Un documento del Dicasterio de la Fe sobre “algunos aspectos de la oración cristiana”, habla de “gracias místicas conferidas a los fundadores de instituciones eclesiales en favor de toda su fundación”, que pueden ir unidos o no, y, por tanto, deben distinguirse de los dones extraordinarios “místicos”. Podemos, por tanto, hablar de una mística propia de los distintos movimientos eclesiales y de las Órdenes y Congregaciones religiosas. Cada uno de estos grupos tiene un estilo, un carisma, una gracia propia, heredada de su fundador o fundadora que le mueve a vivir el seguimiento de Cristo con un estilo peculiar.

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20
Nov
2024
¿Reino que no es de este mundo? ¡Depende!
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reino2024

Terminamos el año litúrgico con la fiesta de Cristo rey. En la liturgia de este próximo domingo leeremos una composición plagada de teología en forma de diálogo entre Pilato, el cruel y todopoderoso gobernador, y Jesús. El diálogo comienza con una pregunta de Pilato, que busca dejar claro quién es el que tiene el poder, porque el poder no acepta competidores. Por eso pregunta a Jesús: “¿eres tú el rey de los judíos?”. Jesús responde aclarando el sentido de su realeza: “mi reino no es de este mundo”. Su reino es incomparable con el de Pilato, está en otro nivel, en otra dimensión. No está fundamentado en el poder, sino en el servicio, el perdón y el amor.

Y, sin embargo, este reino que no es de este mundo, tiene mucho que ver con este mundo. Para empezar, es una instancia crítica con los modos como se ejerce el poder en este mundo. Los que gobiernan y reinan en las naciones, dice Jesús, las oprimen, y para colmo de ironía se hacen llamar bienhechores. En el reino de Jesús no han opresión. El que quiera ser el primero, dice Jesús, que se haga el servidor de todos. Los primeros en el reino de Jesús son los que sirven, no los que lucen presidencias inútiles. Si bien no hay ningún reino de la tierra comparable con el que Jesús anuncia, sí es posible en este mundo vivir según el programa del reino de Dios.

En segundo lugar, este reino que no es de este mundo es una llamada a hacer de este mundo una imagen del reino de Dios y a anticipar ya, en la vida y en la sociedad, aquellos rasgos que se parecen al reino que Dios prepara para todos los que le aman. En esta línea, resulta significativo el modo como comienzan las parábolas con las que Jesús explica lo que es el reino: “el reino de los cielos se parece a”. Cuando uno escucha las parábolas, conviene estar muy atento a lo que viene después del “se parece a”. Porque resulta que el reino se parece a situaciones que pueden hacerse realidad en nuestro mundo. Situaciones que, sin duda, rompen, con los modos habituales de actuar, pero son perfectamente posibles.

El Reino es semejante a un banquete en el que todas las personas, sobre todo los pobres, son acogidos; a un pastor que se ocupa y preocupa más de una oveja perdida de que noventa y nueve seguras; a un padre que acoge, sin pedir explicaciones, al hijo que ha malgastado su herencia; a un marginado que deja sus ocupaciones para ocuparse de un herido y pagar sus gastos de hospitalización; al propietario de un campo que ofrece generosamente un abundante sueldo a quién no se lo ha ganado. Lo interesante de tales parábolas es que no nos reenvían a un mundo distinto del presente, sino a una nueva posibilidad de vida en el aquí y el ahora. Una posibilidad real de ver y vivir la vida de un modo distinto al habitual.

Las parábolas del reino plantean directamente una pregunta a quién las escucha: ¿voy a entrar en este mundo nuevo -que no está en el más allá, sino en el más acá- que en ellas se descubre? ¿Voy a aceptar la lógica de la gracia y la misericordia, realizando en mi vida el cambio radical que proponen las parábolas o voy a retornar a mi vida de todos los días, ignorando ese reto? Si acepto la lógica de las parábolas y la reproduzco en mi vida, entonces Jesús es verdaderamente mi rey.

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16
Nov
2024
Destinados para dar fruto
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fruto

Una vez muerto y resucitado Jesús, los discípulos recordaron, sin duda, esta palabra de Jesús: “os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). No conviene olvidar que los frutos que estamos llamados a dar los discípulos de Jesús no pueden medirse según los criterios del mundo. Cuando aplicamos los criterios del mundo para medir el resultado de la tarea evangelizadora, surgen preguntas en donde importan los números: ¿cuántos novicios tiene la congregación?, ¿cuántos jóvenes se han confirmado en la parroquia?, ¿cuántas parejas se han casado sacramentalmente?, ¿cuántas personas han participado en la peregrinación? Las anteriores preguntas no son malas, pero no son las importantes. Si queremos aplicar el criterio de los números habría que cambiar las preguntas: ¿cuántos pobres han sido atendidos por los servicios parroquiales?, ¿a cuantos inmigrantes hemos acogido?, ¿cuántas personas han muerto de frio o de hambre o tragadas por el mar, porque no hemos querido mirar allí donde miraba Jesús? Solo después de plantearnos estas segundas preguntas tendrá sentido echar una ojeada a las primeras.

Humanamente hablando los cristianos anunciamos una tontería para la gente inteligente y una locura para la gente religiosa (cf. 1 Cor 1,23). No debemos sorprendernos, si en vez de adhesiones provocamos grandes burlas. O si en vez de conversiones provocamos persecuciones. Burlas y persecuciones que no deben hacer tambalear la esperanza cristiana, pues como ha recordado Francisco, “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5), pues está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios. Pero la esperanza no es lo mismo que el optimismo, no es garantía de éxito. Es la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga. Por eso nos mantiene a flote a pesar de todo y es capaz de inspirar nuestras buenas acciones. La esperanza nos da fuerzas para vivir y para volver a intentar algo una y otra vez, aunque las condiciones sean desesperadas. Trabajamos por algo porque es bueno, y no solo porque tengamos un éxito garantizado.

Las discípulas y discípulos de Jesús estamos llamados a dar fruto. Para dar fruto hay que sembrar. Esa es nuestra tarea. El crecimiento ya no depende de nosotros. Como decimos en cada eucaristía el pan es fruto del trabajo de los hombres, pero antes es fruto de la tierra. Y es Dios quién hace fructificar la tierra. A veces lo sembrado crece lentamente, porque el tiempo de Dios no es el de los hombres. A lo mejor no vemos resultados, no vemos crecer. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37). Nosotros somos sembradores, Dios es el que conoce “el tiempo de la siega” (Mt 13,30). No sabemos cuándo aparecerá el fruto, cuánto tiempo necesitará la semilla para crecer. Lo importante no es el resultado, que además no depende de nosotros, sino de Dios. Lo nuestro es abrir caminos, empezar procesos (y ahí está la gran labor del Papa Francisco para la Iglesia de los próximos años). Por eso no importa si somos pocos. Importa que seamos fieles y auténticos. Los cristianos estamos llamados a vivir y anunciar el Evangelio con nuestras mejores disposiciones, sin cansarnos nunca de hacer el bien. Si así lo hacemos, seguro que daremos mucho fruto.

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12
Nov
2024
Alberto Magno, amor a la ciencia y a María
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Alberto2024

El dominico Alberto Magno, cuya fiesta se celebra el 15 de noviembre, como todos los grandes personajes de la historia, tiene muchas facetas. Me gustaría fijarme en una, pues Alberto es uno más de esa larga lista de mujeres y varones que han sabido integrar en su vida la pasión por la ciencia y la fe cristiana. Alberto es considerado el patrono de los científicos. Desde su juventud se interesó por la naturaleza, los árboles, las plantas, las piedras y los animales de todas las especies. Su deporte favorito fue la caza y, entre sus obras más importantes, se ha encontrado un tratado de halconería. Es considerado el descubridor del arsénico, que describe detalladamente.

Su espíritu no rechaza ninguna verdad, cualquiera que fuese su origen. El conjunto de sus escritos relativos a las ciencias naturales, es uno de los más importantes de la edad media. Las referencias a las cosas de la naturaleza son frecuentes en sus escritos teológicos. En su tiempo, Aristóteles comenzaba a ser conocido, aunque la Iglesia había condenado su doctrina. Eso no impidió que muchos valorasen el acopio de conocimientos nuevos que aportaba la lectura de las obras de Aristóteles. El mérito de Alberto Magno y de su discípulo Tomás de Aquino fue “cristianizar” este acopio de conocimientos y doctrinas. Supieron dialogar con la nueva cultura y valorar lo que de bueno tenía para explicar mejor la fe cristiana. Alberto y Tomás distinguieron netamente las ciencias de la teología. Alberto dejo claro que si se trataba de conocer bien las ciencias naturales era a Aristóteles a quién había que acudir y no a san Agustín. Pero si se trataba de explicar la fe el maestro no era Aristóteles, sino Agustín.

Por otra parte, este hombre ciencia era un gran amante de la Virgen María. Comentando el texto del evangelio de Lucas: “el nombre de la virgen era María”, esribe: “El nombre de la Virgen puede interpretarse de cuatro maneras distintas: como luz, estrella, amargura del mar y como Señora, que es lo que significa en la lengua siria. Luz porque nos ilumina en nuestras dudas; estrella polar porque nos guía en nuestras travesías; amargura del mar, porque ella combate los atractivos del mundo; Señora, porque nos protege en la adversidad. Ella es, pues, la que ilumina nuestras tinieblas, esclarece el flujo y reflujo de nuestras tentaciones como una estrella pacífica sobre este inmenso mar del mundo; como la amargura del mar, transforma en muy desagradables los deleites peligrosos; calma y suaviza nuestras adversidades, porque es nuestra Señora”.

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9
Nov
2024
Dana, flores y ratas
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danaokupas

Tres noticias relacionadas con la gota fría que ha asolado muchos pueblos de Valencia. La primera la escuché en un noticiario de televisión, que se abría con el grito desesperado de una mujer que decía que su pueblo se había convertido en una ciudad sin ley, porque los rateros (ratero quizás venga de rata) no sólo entraban en los comercios, sino en las casas particulares. Luego escuché otra noticia sobre el mismo tema: en este pueblo, grupos de ciudadanos se habían organizado para patrullar durante la noche y tratar de evitar esos incidentes. Finalmente, en un grupo de oración al que acudí, uno de los asistentes contó lo siguiente: una mujer mayor había salido de su domicilio, en uno de los pueblos inundados, para conseguir comida y agua. A la vuelta encontró su casa con okupas. Por lo que he sabido después, no es el único caso. Las desgracias sacan lo mejor y lo peor del ser humano.

Donde hay escombros y deshechos, además de ratas, también aparecen flores. Las flores, lo mejor en esta dana ha sido la inmensa solidaridad de mucha gente de Valencia y de fuera de Valencia, que han venido para ayudar o han enviado alimentos, bienes y dinero. En casi todos los colegios de Valencia, los colegiales se han reunido, bien para rezar, bien para realizar algún acto significativo en solidaridad con los afectados. En muchos lugares de la ciudad se encuentran puestos de recogida de alimentos, medicinas, ropa, pañales, y otros bienes. Aunque ahora las necesidades empiezan a ser otras: muebles y electrodomésticos (cocinas, frigoríficos, lavavajillas).  Las donaciones a Caritas han sido muchas. El arzobispo ha acudido a todos los lugares afectados que ha podido. La flor más bella, que merece mucho cuidado: esas personas que todo lo han perdido y, en su desesperanza, luchan por esperar contra toda esperanza. A pesar de su cansancio, sus nervios y sus crispaciones que, a estas alturas, empiezan a aparecer.

A veces los malos comportamientos son resultado de alguna necesidad. Pero es necesario que aprendamos a solicitar ayuda sin perjudicar a los demás. Lo mejor y lo peor de lo humano es consecuencia directa de lo más maravilloso que tiene: la libertad. He ahí el mejor reflejo de la imagen de Dios y la mejor manifestación de nuestra dignidad inalienable. Somos libres, dueños de nosotros mismos. Pero libres no para el mal, sino para el bien. La libertad se realiza en el bien, aunque puede utilizarse mal. Por eso, la libertad conlleva responsabilidad. Debemos responder de nuestros actos. Las respuestas nos retratan como personas dignas o como personas contradictorias, que no responden a su dignidad inalienable. Cierto, ni siquiera el asesino pierde su dignidad innata, pero quienes se comportan indignamente viven en la contradicción, no pueden ser felices porque la incoherencia les acompaña.

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6
Nov
2024
Documento sinodal: Iglesia más participativa
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documentosinodal

Los que esperaban que el Sínodo propusiera algunas cuestiones novedosas y delicadas, por ejemplo, el sacerdocio de la mujer, la ordenación de varones casados o la bendición de parejas del mismo sexo, se habrán sentido un poco decepcionados. Aunque el Sínodo ha dicho que el tema del diaconado femenino es una cuestión abierta y ha indicado que es necesario que las mujeres ocupen más puestos de liderazgo en la Iglesia.

El Sínodo ha hecho algo mejor que entrar en cuestiones concretas que podrían haber causado división en el mundo católico. Hay un elemento transversal que recorre todo el documento final: la necesidad de poner a toda la Iglesia, diócesis y parroquias, en estado de sinodalidad, o sea, de escucha, diálogo, fraternidad y encuentro. Pues la sinodalidad es también una forma de gobierno eclesial. Cierto, ya hay muchas instancias sinodales: consejos episcopales, presbiterales, de pastoral y económicos. El Sínodo apuesta claramente por reforzar, y transformar si es necesario, estas instancias ya existentes y por crear otras nuevas. No para cargarnos con más, sino para que la sinodalidad funcione. Hasta el punto de que pide que se amplíe la representatividad de estas instancias y no sean puramente consultivas, sino que puedan ser decisorias, al menos en algunos puntos.

El documento final abre la sinodalidad más allá de las fronteras eclesiales, sugiriendo que en las instancias sinodales participen representantes de otras Iglesias cristianas, de otras religiones e incluso personas ajenas a la Iglesia; y también personas en los márgenes de la Iglesia. Y llega a pedir la realización de un sínodo ecuménico. Es bueno dialogar con todos, escuchar a todos, tener en cuenta a todos. Porque el diálogo es una forma de encuentro y de unión, en el terreno ecuménico, interreligioso y con las personas de buena voluntad.

Sin olvidar que el ejercicio de la sinodalidad no prescinde del ministerio del Obispo de Roma, ni del ministerio episcopal. Sinodalidad es unir, escuchar a todos, conjugar todas las instancias necesarias y propias de la Iglesia, de modo que la sinodalidad articula de manera sinfónica las dimensiones comunitarias (“todos”), colegial (“algunos”) y personal (“uno”) de cada una de las Iglesias y de la Iglesia toda. Esta articulación entre todos, algunos y uno, debería encontrar formas concretas de realización en el Sínodo de los Obispos, que debería convocarse con más frecuencia y contar con participación de laicos.

Practicado con humildad, el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo de hoy, plagado de desigualdades, formas de gobierno autocráticas y dictatoriales, con un modelo de mercado que no tiene en cuenta la vulnerabilidad de las personas y el cuidado de la creación. Un mundo en el que prima el individualismo y no la solidaridad.

En el documento aparecen muchos asuntos que necesitan renovación, que habrá que hacer vida, y abordar con espíritu sinodal: formación de catequistas y de aspirantes al sacerdocio (y en esa formación es necesaria la presencia femenina), ecumenismo, los pobres, abusos de autoridad sobre personas vulnerables, una liturgia mas participada, acompañamiento en África a matrimonios polígamos, la familia como ejercicio de sinodalidad, unidad en la diversidad, conversación en el Espíritu, vida consagrada, nuncios y oficiales de la curia romana (muchos son Obispos sin diócesis, pero ¿es necesario que sean Obispos?).

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