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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

13
Mar
2025
En todo deseo late un deseo de Dios
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palacioepiscopalvalencia

El ser creados “para Dios”, del que hablábamos en el artículo anterior, es una consecuencia directa e indisociable del ser creados “por Dios”. Dado que el “por Dios” es constitutivo de lo humano y no desaparece nunca, es posible encontrar en el humano una serie de deseos e insatisfacciones, que son una huella de este deseo de Dios que anida en toda persona, aunque no sea consciente de que se trata de un deseo de Dios. Tomás de Aquino afirmó que todo deseo es un deseo de Dios. Lo que todos buscamos y deseamos es ser felices, buscamos lo que consideramos bueno para nosotros. Cuando hacemos el mal también buscamos lo bueno, aunque nuestra vista se equivoque en la determinación de lo bueno. Buscamos el bien que vemos o imaginamos ver en el mal que hacemos.

En este mundo nunca encontramos plenamente el bien y la felicidad. Siempre nos falta algo: algo de belleza, algo de salud, algo de fuerza, algo de saber, mucho de amor. Siempre estamos incompletos y buscamos más. En ningún terreno el hombre se contenta con metas parciales e incompletas. Feliz solo sería el que estuviera plenamente colmado en todas las dimensiones y aspectos de la vida. Se comprende así esta afirmación de Tomás de Aquino: “el hombre no es perfectamente bienaventurado mientras le quede algo que desear y buscar”. ¿Quién podrá colmar al ser humano? ¿Quién llena de bienes los anhelos humanos? Detrás de todas las búsquedas, late siempre un deseo de Dios. Dice Tomás de Aquino: “todos, en cuanto apetecen sus propias perfecciones, apetecen al mismo Dios”. Planteado así el asunto, resulta claro que todo deseo, es un deseo de Dios.

Incluso desde posiciones ateas es posible ver el deseo de Dios en toda vida humana. Cuando Jean Paul Sartre dice que el hombre es “una pasión inútil”, su afirmación presupone que el hombre es una pasión de divinidad. Según el filósofo francés el hombre pretende, ni más ni menos, que ser dios. Pero como Dios no existe, el hombre es una pasión inútil. Hay, pues, según este autor, un anhelo, un deseo de Dios en el ser humano, que es imposible satisfacer. Este anhelo de Dios, que se manifiesta incluso cuando el ser humano niega a Dios o se aleja de él, es una vieja historia que aparece desde los inicios de la humanidad. El libro del Génesis narra que una serpiente astuta se dirigió a la primera mujer y le dijo: si desobedecéis a Dios no moriréis, seréis como dioses (Gen 3,1-5). La serpiente promete aquello que el ser humano más anhela: el anhelo de ser como dioses y el deseo de inmortalidad. La serpiente miente, porque indica un mal camino, pero lo que ella promete es lo que los humanos más deseaban.

Según Unamuno el amor busca siempre la plenitud y por eso nos revela lo eterno. Ocurre que, en este mundo, cada vez que el amor ve realizado su anhelo, se da cuenta de que en realidad buscaba mucho más: “la satisfacción de todo anhelo, dice este autor, no es más que semilla de un anhelo más grande y más imperioso”. Si el amor busca siempre más y, por eso, tiende a lo eterno, no es extraño que Unamuno acabe afirmando: “el amor es un contrasentido si no hay Dios”.

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9
Mar
2025
Creados por Dios y para Dios
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La primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica está dedicada a explicar la profesión de fe cristiana. La fe es la acogida del Dios que sale al encuentro del ser humano. Se comprende así que el Catecismo comience por plantear si el ser humano está en disposición de encontrar a Dios. Porque el encuentro entre dos seres personales supone que, por parte de ambos, hay deseo de realizar este encuentro. Es lógico, pues, que el Catecismo comience afirmando que “el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre”. Y eso es así, lo sepa o no lo sepa, porque este deseo es propio de la criatura humana, es algo con lo que se nace. No es un deseo que aparezca después de nuestro nacimiento. Viene ya como marca de origen.

El Catecismo indica inmediatamente que este deseo innato de Dios con el que todos nacemos se debe a que “el hombre ha sido creado por Dios y para Dios”. Por Dios: la razón, el motivo de nuestro ser, es que Dios nos ha querido y, por eso, nos ha dado la vida. El es nuestro autor. “El nos hizo y somos suyos”, dice el salmo 99. Nos hizo: pero no como hace el director de un laboratorio. Nos hizo por amor. No por necesidad. Y somos suyos: pero no como las cosas tienen un propietario, sino con una relación de filiación. Somos suyos porque somos sus hijos. Y todo padre deja en el hijo una marca de su propio ser. El hijo comparte la vida que el Padre le ha dado, tiene sus genes, y si se trata de un buen padre, como bueno es Dios, entonces no solo tiene sus genes, tiene todo su amor. El amor de Dios está inscrito en lo más profundo de nuestro ser.

Pero no solo hemos sido creados por Dios. Hemos sido creados “para Dios”, o sea, para tener con él una profunda relación de amor. El es nuestro destino, la meta de nuestra vida. Si estamos hechos para él, eso significa que hasta que no nos encontremos con él nuestra vida no se sentirá colmada, porque no habrá alcanzado aquello a lo que tiende, aquello que le es más propio. El “para” indica una finalidad. E indica también un camino. De modo que la meta no es algo que venga dado con el origen, sino que pide un proceso de acercamiento y de conocimiento. El conocimiento es causa del amor, porque solo se puede amar aquello que se conoce. Por tanto, haber sido hechos para Dios implica un proceso por parte del ser humano.

Porque hemos sido hechos para Dios, añade el Catecismo, “Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí”. Dios siempre va en busca del ser humano y siempre está dispuesto a acogerle. Pero para que haya encuentro es necesario que el humano vaya en busca de Dios. Para eso es necesario que “reconozca explícitamente ese amor de Dios y se entregue a su Creador”, añade el Catecismo, citando al Concilio Vaticano II. En ese lugar del Concilio citado por el Catecismo se reconoce que muchos de nuestros contemporáneos no perciben esta necesidad de encontrarnos con Dios o la rechazan explícitamente. O sea, el ateísmo es una posibilidad que está implicada en el hecho mismo de ser creados “para Dios”. Porque el “para Dios” implica necesariamente la libertad humana y la conciencia de la bondad divina (Continuará).

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7
Mar
2025
Jesús tentado comprende a los que son tentados
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Jesustentado2025

Cuando el primer domingo de cuaresma se lee el evangelio de las tentaciones de Jesús, la tendencia de bastantes predicadores es interpretar que el relato tiene una función pedagógica: es un estímulo para que los creyentes no nos dejemos llevar por la tentación, pero en realidad el relato no dice nada sobre Jesús, porque a él la tentación no le afectó. Como Jesús no podía pecar, porque era Dios, la tentación necesariamente tiene un carácter ejemplar; Jesús fue tentado para darnos ejemplo. Pero si Jesús no fue realmente tentado, si la tentación no tuvo en él ninguna influencia, si no era «pecable» (otra cosa es que fuera pecador), entonces, mas que ante un buen ejemplo, estamos ante una buena comedia. Lo ejemplar en este relato es que Jesús fue realmente tentado, pero fue capaz de vencer la tentación. La tentación no es algo que necesariamente conduzca al pecado, pues es posible, desde nuestra condición humana, vencer la tentación siempre que nos apoyemos en Dios.

La tentación es lo propio de los seres humanos. Todos, en muchos momentos de la vida, nos preguntamos qué camino debemos tomar. Algunos caminos son muy seductores. Pero alguno de esos caminos no nos conviene, porque nos hace daño, aunque de entrada parezca atractivo e interesante. Eso es la tentación: sentirse atraído por lo malo que toma apariencia de bien. Como Jesús fue verdadero hombre, nada queda fuera de su humanidad. Su solidaridad con nosotros implica que también tuvo que exponerse a los peligros y amenazas de ser humano. El no pasa de puntillas por nuestra historia, por nuestra condición, sino que entra hasta el fondo y camina por los barros que tantas veces nos enfangan a todos. Así Jesús puede comprender a los que son tentados.

Detrás de las tres tentaciones que tuvo Jesús subyace una misma pregunta: ¿qué es lo verdaderamente importante para la vida humana? ¿El afán de riquezas o el compartir?, ¿el poder o ayudar a los débiles y necesitados?, ¿el prestigio y la ostentación o la solidaridad? La tentación busca que nos apartemos de Dios, seduciéndonos con algo que parece más urgente e importante, más atractivo. La tentación no invita directamente a hacer el mal. Eso sería muy descarado, muy burdo; prácticamente nadie caería entonces en la tentación. La tentación finge mostrar algo mejor que la fe y la confianza en Dios, algo más concreto: el pan o el dinero, la fama o el prestigio, y el poder, esa delicia entre todas las delicias.

“Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierte en pan”. El tentador es hábil. Ni siquiera pone en duda que Jesús es Hijo de Dios. Lo que hace es señalar un camino, aparentemente muy eficaz, para ser Hijo de Dios: reparte pan para todos y te aclamarán como su gran benefactor. “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo (desde el alero del templo), porque está escrito que los ángeles cuidarán de ti”. El tentador indica que el camino del prestigio y de la ostentación piadosa es un mejor camino para demostrar su filiación divina que la mansedumbre y la pobreza. También hoy hay quién necesita una religión-espectáculo: apariciones milagrosas, sangre que sale de determinadas imágenes, una espectacular semana santa.

En la otra tentación que relata el evangelista Lucas, se promete a Jesús el poder y la gloria de todos los reinos de la tierra porque el tentador afirma que son suyos y él se los da a quién quiere. Cuidadito, cuidadito: el poder es del diablo y lo reparte entre sus amigos. Por suerte el poder que seducía a Jesús era el poder del amor. Y el amor, de entrada, parece débil, aunque al final resulta ser lo único valioso.

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3
Mar
2025
Miércoles de ceniza: Misa estacional en Santa Sabina
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lucernariobasilica

La Iglesia abre la cuaresma con el acto de la bendición e imposición de la ceniza que es, a la vez, un recordatorio de nuestra condición frágil y mortal, y una llamada a la conversión. El miércoles de ceniza empiezan cuarenta días de renovación a modo de “retiro espiritual”, para disponernos a celebrar el gran misterio de la Redención. En los primeros siglos de la Iglesia la cuaresma era, para los catecúmenos, el tiempo de preparación al bautismo, que se administraba en la noche del sábado santo.

Según una antigua tradición, durante la cuaresma, en Roma, se celebraban misas estacionales. Statio en latín significa guardia. Se trataba, pues, de reuniones, en las que se montaba una guardia espiritual, que solía estar presidida por el Papa, que entraba en la Iglesia procesionalmente. Todavía hoy se sigue conservando la tradición de la primera Misa estacional de cuaresma, o sea, la del miércoles de ceniza. Este año, dado su delicado estado de salud, el Papa no podrá presidir esta Misa, que se celebrará en la Basílica de Santa Sabina. Esta basílica y su complejo, siendo todavía residencia papal, Honorio III la regaló a Santo Domingo, en los albores de su Orden. Las 24 columnas corintias del templo proceden de los templos de Juno y de Diana. No hay que buscar ahí ningún sincretismo, ninguna mezcla religiosa. En todo caso, puestos a hacer una lectura moderna, podríamos ver una llamada universal al encuentro con Cristo.

En Santa Sabina todavía puede venerarse la celda de Santo Domingo. Por allí han pasado santo Tomás de Aquino, san Raimundo de Peñafort y san Alberto Magno, y allí pasaba días de recogimiento el papa San Pío V. En este lugar, con tanta historia, comienza la primera estación de la cuaresma. Seguramente, casi todos, por no decir todos los lectores de este pobre artículo, no podrán participar en las ceremonias del miércoles de ceniza en Santa Sabina, mártir del siglo II. Pero sí podrán participar en la Misa que se celebre en sus respectivas parroquias o en otros lugares de culto. He querido recordar esta misa estacional romana, como un signo de comunión de toda la Iglesia, en torno a la figura del Papa, que es símbolo de unidad.

Los cuarenta días de Cuaresma ya están aquí. Estos días recuerdan los 40 días de ayuno de Moisés y Elías antes de acercarse a la Divinidad. O los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel antes de entrar en la tierra prometida. Cristo mismo se retiró cuarenta días en el desierto antes de inaugurar su vida pública. Para los cristianos de hoy la cuaresma es una llamada a la conversión, a preparar nuestra vida para encontrarnos con un Cristo vivo que busca nuestro amor. Y si se repite todos los años, es porque siempre necesitamos renovarnos espiritualmente. El amor siempre se repite, precisamente porque nunca se acaba. El buen amante, todos los días dice al amado: “te amo”.

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27
Feb
2025
Ser digno y vivir indignamente
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aguasnegras

De la intrínseca dignidad de cada persona emanan unos derechos inalienables que cada cual ha de exigir que le sean respetados. Pero, a su vez, cada persona debe respetar los derechos de los demás. La dignidad, además de ser una cualidad intrínseca a toda persona, es también una llamada, una exigencia para que todas las actitudes fundamentales del ser humano estén marcadas por esta cualidad que le define: puesto que soy digno no debo comportarme indignamente, sino en coherencia con lo que soy. Se comprende así que la primera acepción que el diccionario da a la palabra dignidad sea la de seriedad y decoro en la manera de comportarse. En nuestro caso, la seriedad y el decoro son constitutivos de la persona humana.

Si queremos simplemente ser humanos es necesario que nos respetemos a nosotros mismos y nos respetemos unos a otros, por encima de cualquier diferencia. El ser humano debe esforzarse por vivir a la altura de su dignidad. Se comprende entonces en qué sentido el pecado puede herir y ensombrecer la dignidad humana. Porque, aunque la libertad sea un signo eminente de la imagen de Dios y pertenece intrínsecamente a la dignidad humana, puede usarse también en contra de esa misma dignidad. Por eso la libertad humana necesita a su vez ser liberada: «para la libertad nos ha liberado Cristo» (Gal 5, 1). Una libertad, no para servir a la carne, sino para servirnos unos a otros por el amor (Gal 5,13).

Incluso los seres más perversos conservan su dignidad. La dignidad es algo propio y constitutivo de cada persona y nadie puede perderla. Pero la persona puede comportarse indignamente. Cuando eso ocurre vive en contradicción consigo misma, en contradicción con lo que ella es. Por eso, necesita ser sanada y reorientada. Los humanos somos frágiles. Corremos el peligro de caer y de deshumanizarnos. Pero nuestra grandeza está en que somos capaces de levantarnos, de corregirnos, de volver al buen camino. La razón nos está llamando continuamente a ser razonables, la humanidad nos llama a ser humanos, la bondad que habita en el fondo de nuestro corazón nos llama continuamente a ser buenos y respetuosos con los demás. El Evangelio de Cristo refuerza todas esas tendencias humanas al bien y a la bondad y nos llama a comportarnos simplemente como lo que somos: seres hechos para la convivencia, el encuentro, la buena relación. Seres hechos para el amor.

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23
Feb
2025
"Grand piano", metáfora de una sociedad economicista
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pianodecola

Los pianos de cola tienen una tapa superior que se puede abrir, de manera que los sonidos producidos por las cuerdas salen al exterior sin barreras de ningún tipo. Podríamos decir que los pianos de cola tienen una especie de apéndice, unido a su cuerpo principal, como lo tienen también los vestidos de novia. Digo esto porque la manera inglesa de denominar al piano de cola podría ser una buena metáfora de uno de los paradigmas condicionantes de la moderna sociedad. En efecto, mientras en la mayoría de los idiomas (francés: piano à queue, italiano: picaforte a coda, portugués: piano de cauda, catalán: piano de cua, alemán: konzertflügel) este piano se califica como de cola, en inglés se llama “grand piano”.

A este respecto, Byung Chul Han ha notado que “los ingleses no perciben la bella forma arqueada del piano de cola sino solo su tamaño”. Para comentar a continuación: “en su esencia, este idioma es una lengua económica. Por eso en nuestro mundo, atravesado de arriba abajo por la economización, todos hablamos exclusivamente inglés. Ahora entenderán porque amo tanto el idioma alemán. No es una lengua económica, sino plenamente poética”. Evidentemente, las lenguas no son ni económicas ni poéticas, pero es posible atribuir determinados estereotipos a algunas lenguas: la filosofía al griego, la teología al latín y la economía al inglés. En nuestro mundo el inglés se ha convertido en la lengua franca porque es aquella en la que se hacen los grandes negocios y en la que se entienden todos los que manejan el dinero.

Aunque nuestro Papa Francisco también sabe utilizar buenas imágenes, cuando se refiere a las tendencias del mundo actual que obstaculizan seriamente el desarrollo de la fraternidad universal no se anda con rodeos. Según el Papa, todas estas tendencias contrarias a la fra­ternidad pueden resumirse en una palabra estrechamente relacionada con una ideología: individualismo, resultado de una mentalidad económica liberal, que conduce a pensar sólo en los propios intereses y utilizar a los demás en mi propio provecho. El individualismo “no nos hace mas libres, ni más iguales, ni más hermanos”, y es “el virus más difícil de vencer”.

La economía, que rige la política del mundo moderno, está fundamentada en esta ideología individualista: todo se orienta al propio provecho, solo importan las ganancias. Todo tiene un precio, el precio es el baremo de lo que vale y de lo que no vale. También las personas tienen un precio. Por eso hay personas “descartadas, inútiles”, porque no valen nada, ya no sirven, no son productivas, son un estorbo para la economía. Y eso hasta el punto de que como resulta menos gravoso económicamente matar a algunos enfermos que cuidarlos y mantenerlos en vida, hay legislaciones que favorecen la muerte de esos enfermos costosos y nada rentables. La salud tiene un precio muy alto. Y el suicidio uno muy bajo. He leído que el coste de las drogas necesarias para practicar una eutanasia o suicidio asistido a un paciente es el orden de los 35-40 dólares, mientras que el coste promedio de los cuidados paliativos hasta el final de la vida se sitúa entre los 35.000-40.000 dólares.

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20
Feb
2025
El Altísimo es bueno con los malvados
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amaneceenelbosque

“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. No dice: como ellos os tratan, sino como deseas que ellos te traten. No es fácil vivirlo, pero es el fundamento de una convivencia pacífica. Y una clave para romper con esas espirales interminables que provoca la violencia. En Jesús, este principio, “como queréis que ellos os traten”, encuentra una aplicación inesperada: “amad a vuestros enemigos”. ¿Qué te gustaría que hiciera tu enemigo?, ¿no te gustaría que dejara de serlo?, ¿no te encantaría que te tratase bien? Pues eso debes hacer tú: lo que te gustaría que él te hiciera, pero no te hace. No te lo hace, porque es tu enemigo. Pero tú no puedes ser enemigo suyo. Un cristiano no puede ser enemigo de nadie. Jesús no era enemigo de nadie, pero tenía unos enemigos tales que le llevaron a la cruz.

Pero hay más. Pues en el amor al enemigo no se trata sólo ni principalmente de romper una espiral violenta que nunca acaba, en la que a cada réplica sucede una contrarréplica peor. Se trata de algo todavía más profundo: de ser hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. ¿Por qué? Porque Dios es así, Amor, sólo Amor y nada más que Amor. Por eso en él no cabe ningún asomo de no amor, ningún odio. Los discípulos de Jesús están llamados a aspirar a esa filiación, a parecerse a ese Padre que sólo sabe de amores. A vivir un amor gratuito, como el del Padre. Un amor a fondo perdido, que no ama porque espera recompensa o respuesta, sino que ama por la grandeza desbordante de su corazón amante.

Para los oyentes de Jesús los enemigos eran personajes muy concretos y muy crueles: los soldados romanos, los soldados de Herodes y los soldados del templo, que les oprimían, les obligaban a pagar altos impuestos incluso con lo poco que tenían para comer. Los enemigos les mataban literalmente de hambre. No se trataba, pues, de vulgares rencillas vecinales. Eso hace todavía más desconcertante la palabra de Jesús. ¿Cómo amar a alguien así? ¿Cómo amar a quien me roba el pan de mis hijos o incluso a quien los mata? No conviene que espiritualicemos las palabras sobre el amor al enemigo, so pena de no entenderlas.

¿Cómo amar entonces a mi enemigo? En primer lugar, no poniéndome a su nivel, o sea, no devolviendo mal por mal. En segundo lugar, no deseándole mal; deseándole, por el contrario, lo que me gustaría que él me desease a mi. En tercer lugar, deseándole bien; esto es fundamental en todo amor: el que ama desea el bien del amado. Y es fundamental para entender lo que Jesús dice. Pues Jesús no dice: tienes que estar de acuerdo con tu enemigo; o tienes que aplaudir lo que él hace. Tampoco dice: tienes que tener intimidad con él. No. Dice: tienes que amarle. Y amarle es ante todo desearle bien. Y desearle bien puede ser desear que cambie de actitud, que actúe de otra manera, que deje de hacer el mal, que se convierta, en definitiva.

Las otras exhortaciones que encontramos en el evangelio de este domingo séptimo van en línea similar: al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. Son indicaciones igual de desconcertantes que la del amor al enemigo. Porque rompen con todos los cánones del honor: presentar la otra mejilla. Y dejan a uno totalmente desprotegido y literalmente desnudo: la túnica es el vestido que hay debajo de la capa; debajo de la túnica sólo queda el cuerpo desnudo. Se trata, de nuevo, de vivir un amor gratuito, sin condiciones.

En un mundo en el que sólo importan los beneficios económicos, en el que todos nos movemos por intereses, en un mundo además violento, el mensaje de Jesús sobre la gratuidad del amor es más urgente que nunca. Porque, si lo pensamos bien, lo más valioso es lo más gratuito, como la vida, la sonrisa, la alegría o el amor. Lo más valioso y lo único que dura. Dura tanto, que dura para siempre.

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17
Feb
2025
Armas de guerra ¡para defender la paz!
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armasguerra

En estos últimos días los medios de comunicación han estado informado de las presiones, ejercidas sobre los gobiernos europeos, por el presidente de una poderosa nación, para que gasten más, mucho más dinero, en lo que irónicamente, califica de defensa, o sea, en armas. En la portada de un periódico de hoy se puede leer: “España prevé duplicar su gasto en defensa”. Las naciones fabrican armas de guerra con el falso propósito de defender la paz. Es el colmo de la ironía, es una descarada mentira. Porque la paz no se defiende con armas, sino con amor. ¿Cuál es el propósito último, qué se busca con la fabricación de armas? Pues, entre otras cosas, aumentar la cifra de negocios. Porque el negocio de armas es uno de los más suculentos. Sería interesante saber quiénes son los accionistas y los beneficiarios de este negocio. Si se fabrican armas es para utilizarlas y, con su uso, no se fomenta la paz, sino el caos, el desorden, la pobreza, la miseria. Eso sí, la miseria para muchos y la riqueza para unos pocos.

Si de verdad buscan la paz, lo que deberían hacer es dedicar ese dinero que gastan en armas en producir alimentos para que desaparezca el hambre en el mundo. O dedicar ese dinero para que los pueblos más pobres puedan progresar económicamente. Si así lo hicieran los habitantes de esos países pobres no tendrían que emigrar. Y así se evitarían los riesgos que comporta la emigración, además de los desarraigos que conlleva. Y de paso ahorraríamos gasto en policía de fronteras y evitaríamos represiones innecesarias.

Hace ya muchos años que Juan Pablo II escribió lo que luego han venido repitiendo sus sucesores: “Todos sabemos muy bien que las zonas de miseria y de hambre que existen en nuestro globo hubieran podido ser fertilizadas en breve tiempo, si las gigantescas inversiones de armamentos que sirven a la guerra y a la destrucción hubieran sido cambiadas en inversiones para el alimento que sirven a la vida” (Redemptor Hominis, 16). Por su parte, Francisco, en Fratelli tutti, propone la eliminación total de las armas nucleares y a que, con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.

Así que, por favor, señores gobernantes, no nos tomen por tontos. Porque eso de que las armas de guerra sirven para defender la paz es un insulto a la inteligencia. ¿Y quienes insultan a la inteligencia? Los listos y los buenos, desde luego, no.

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14
Feb
2025
¿En quién confiamos?
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En Jesús los cristianos hemos visto un Dios seguro, un Dios en el que se puede confiar. Toda la vida de Jesús es manifestación de un Dios así. En la resurrección de Cristo los cristianos tenemos el motivo fundamental de nuestra esperanza y de nuestra fe en un Dios que es fiel a su criatura hasta el final, hasta la muerte y más allá de la muerte. Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe no vale nada (segunda lectura del próximo domingo). Pero si Dios le ha resucitado de entre los muertos, entonces ese Dios se acredita como Dios de la vida que no puede estar sin sus hijos muy amados. La resurrección es un asunto de amor, un Dios que ama hasta tal punto que no quiere estar sin sus amados.

El Evangelio del sexto domingo del tiempo ordinario es también una llamada a la confianza en Dios. Las bienaventuranzas evangélicas no están ahí sólo ni principalmente para consolarnos frente a las injusticias y desgracias de este mundo. No son una llamada a la resignación. Las bienaventuranzas son una bendición, una ocasión para hablar bien de Dios que incluso en la aflicción se muestra poderoso, acompañando y sosteniendo a los suyos. En ellas Cristo nos declara felices y se congratula con nosotros porque él sabe muy bien como nos mira el Padre celestial. El motivo de la felicidad no es la pobreza, sino el lugar que ocupamos en el corazón del Padre.

Las bienaventuranzas no nos evaden de los problemas de este mundo. Al contrario, nos comprometen a trabajar por un mundo más justo y humano. Son muy realistas. En todo lugar y tiempo, en la Palestina de Jesús y en nuestro mundo, hay pobres, hambrientos y perseguidos. Un cristiano no vive el espíritu de estas bienaventuranzas si no se solidariza con ellos, imitando así al Padre celestial. Con una solidaridad real, efectiva y afectiva. Dios no quiere el sufrimiento, pero ama a los que sufren. Nosotros, hijos de Dios llamados a identificarnos con su Hijo Jesús, estamos invitados a tener esos sentimientos divinos.

En la versión de Lucas las bienaventuranzas van acompañadas de una serie de maldiciones. Se trata de una seria advertencia para aquellos que buscan la felicidad en el poder, el prestigio o la ambición. También ahí Jesús es muy realista y nos plantea a todos una pregunta decisiva: ¿en qué o en quién confías? ¿Dónde pones tu corazón? No se puede vivir con un corazón dividido. No se puede buscar el poder y a la vez querer ser solidario con el débil. No se puede confiar a la vez en Dios y en el dinero. No pueden construirse armas de guerra con el falso propósito de defender la paz.

El evangelio de hoy, con ese contrapunto tan desconcertante a las bienaventuranzas, rompe con esas pretensiones nuestras (a veces incluso inconscientes) de compatibilizar lo incompatible: el afán de dinero y la solidaridad, la búsqueda de poder y la cercanía a los hermanos, el ser cristiano y el miedo a proclamar que lo somos. En suma, no es posible vivir como un impío y gozarse en la ley del Señor (salmo responsorial) Ya lo dice la sabiduría popular: no se puede poner una vela a Dios y otra al diablo.

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11
Feb
2025
Agua amenazante y fecunda
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aguafecund

El fuego, para los hombres de la antigüedad, representaba una fuerza saludable, fuente de luz y de calor, pero también un poder de destrucción y de muerte. Igualmente, el agua presenta el doble aspecto de manantial de vida y ayuda para la sed, por un lado, y de algo amenazador y fatal por otro. Para darse cuenta del papel ambiguo que tiene el agua, basta recordar el contraste entre el potencial destructivo de las lluvias que cayeron en Valencia y en otros lugares de España a final de octubre y principio de noviembre, y las aguas pacíficas, saludables, motivo de diversión y alegría de muchos lugares vacacionales.

En la mayoría de las religiones, y en concreto en la religión judía y cristiana, el agua (al igual que el fuego) es lugar de las manifestaciones divinas, pero otras veces también es sede o vehículo de los poderes infernales. Así, por ejemplo, la Biblia comienza hablando de un espíritu divino que aleteaba por encima de las aguas (Gen 1,2), las aguas del caos y del desorden sobre las que el espíritu crea orden y belleza. En el Nuevo Testamento vemos a Jesús calmando las olas de un mar embravecido que amenazaba con tragarse a los atemorizados discípulos (Mt 8,23-27).

A esta agua, símbolo de muerte, se refiere San Pablo para explicar que el bautismo es un sumergirse con Cristo en las aguas de la muerte para resucitar a una vida nueva (Rm 6, 2 ss). Unidos a Cristo es posible vencer a todos los poderes de muerte y destrucción. El pecado, o sea, vivir alejados de la voluntad de Dios, es la síntesis de todos los males. Pero unidos a Cristo podemos vencer al pecado. Y esta victoria viene significada por el bautismo.

Pero el agua tiene también un carácter eminentemente positivo. Así Jesús habla de un agua viva que salta hasta la vida eterna, refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él (Jn 7,37-39). Este sentido positivo del agua también se encuentra en el simbolismo bautismal. El agua en la que se sumerge el catecúmeno no es tanto signo de limpieza, cuanto de fecundidad: unidos a Cristo, agua viva, nuestra tierra reseca puede dar frutos de vida eterna, se convierte en una vida fecunda.

Este doble simbolismo negativo y positivo del agua nos permite entender el bautismo como la transformación de un agua en otra, del agua mortal en agua fecundante. Dicho de otro modo, como un abandono del pecado, pasando por las aguas de la muerte, para vivir una vida nueva, vida que Cristo hace posible: bebiendo el agua que él nos da, jamás tendremos sed y además viviremos, ya en este mundo, la vida de Dios, la vida eterna (cf Jn 4,14). O sea, nuestra vida tendrá sentido y será fecunda en buenas obras.

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