Jul
Nada más delicioso que el prójimo
5 comentariosEl análisis que hacía en el post anterior es incompleto. En realidad el ser humano es una mezcla compleja de sentimientos y tendencias. Está sometido a múltiples solicitaciones, unas buenas y otras malas. Quizás es más fácil hacer caso de las malas. Pero cuando uno ha podido ver en sus padres o en sus maestros muestras de generosidad, se ha dado cuenta que tales actitudes enlazaban con sentimientos muy profundos de su ser. El egoísmo es una tendencia que nos acompaña siempre, pero hay otras tendencias que anidan en nosotros y contrarrestan los impulsos egoístas. La compasión también es un sentimiento natural. Cuando yo veo la desgracia del otro, siento que eso mismo podría ocurrirme a mí. Esta reflexión me ayuda a sentir la dolencia del otro como algo propio, a mirarle con simpatía.
El rostro sufriente nos interpela. Yo puedo negarme a responder ante este interpelación. Cuando un pobre, un enfermo o un emigrante, llama a mi puerta, yo puedo negarme a responder, o responder con un portazo, o mirar para otro lado. Pero puedo también dejar lo mío para atenderle. Eso es exactamente amor: dejar lo mío para atender lo ajeno. A veces pensamos que el amor es un sentimiento. Sin duda hay sentimiento en el amor. Pero si lo reducimos a sentimiento, entonces el amor es muy limitado: los que no me caen bien, no pueden ser objeto de mi amor. Cuando entendemos el amor como sentimiento, pensamos que amar es sencillo: basta encontrar alguien que me guste. Pero en realidad el amor es una aptitud y una actitud. Porque es una aptitud puedo concretarla en actitudes. Y porque es una aptitud puede cultivarla y mejorarla. Ya no se trata de encontrar a alguien que me guste, sino de decidirme a poner en práctica mi capacidad de amor.
Dejar lo mío para acoger al otro es amor. Y eso es humano y es divino. Toda persona debería plantearse esta pregunta: cuándo somos más humanos, ¿cuando amamos o cuando odiamos? El evangelio ilumina la actitud de amar con esta palabra: el que pierde su vida por el otro, ese la gana. En el dejar lo mío parece que hay una pérdida. En realidad, el evangelio nos descubre que ahí está la máxima ganancia. En el amor todos salimos ganando. Y cuando ganamos nos sentimos a gusto, estamos contentos. La ganancia del amor produce alegría y resulta deliciosa. Algo de eso insinuaba el salmista cuando afirmaba que vivir los hermanos unidos es una dulzura y una delicia.