Jun
Dios es inocente porque no existe (Saramago)
12 comentariosEn las novelas de José Saramago siempre aparece la cuestión de Dios relacionada con el mal. Puestos a pensar que Dios existe, dado que las religiones, lejos de aproximar a los hombres, les dividen y separan, y además han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables y monstruosas violencias físicas y espirituales, sólo cabe concluir o que Dios está ciego (Ensayo sobre la ceguera), o que está rematadamente loco (Caín). Porque pensar que es un Dios que se complace en tanta sangre (El evangelio según Jesucristo) termina haciéndole cómplice del mal. Pero si Dios no existe, entonces no cabe otra salida que declararle inocente. El problema no es un inexistente Dios, sino el “factor Dios”, que está presente no solo en los billetes de dólar, sino en todos los seres humanos, intoxicando el pensamiento y abriendo las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese “factor Dios” al que tantas y tantos apelan para justificar condenas, descalificaciones, guerras, desprecios y venganzas.
Las religiones, además de dividir y condenar, han sido factores de perdón, de comprensión, de entrega, de generosidad; han promovido los derechos humanos y la paz; y han sido para muchos caminos de encuentro con un Dios que ha llenado sus vidas de gozo y alegría. Pero eso no tiene que hacernos olvidar la parte de razón que tiene la crítica de Saramago, crítica que puede ayudar a purificar la fe y la religión, ya que plantea la pregunta de cómo es posible que la religión también conduzca a tanta intolerancia, tanta descalificación, tanta condenada. Quizás estos caminos negativos no se deban a la religión, sino a nuestra “corta” interpretación de la religión. Quizás sea posible decir que, a pesar de tanta deformación y mala aplicación que los hombres hemos hecho de ellos, los libros sagrados de las religiones siguen estando ahí como critica permanente del uso que de ellos hacemos.
En todo caso, un buen creyente debería saber que cuanto más se avanza en los caminos de la fe, más preguntas se acumulan, menos claro parece todo, y más odioso resulta el mal. Si en este rechazo del mal nos acompañan algunos ateos, buena compañía son. Como me acaba de escribir una persona cercana, lamentando la muerte de Saramago, “hay un ateísmo apofático, de compromiso con las victimas de la historia, que pronuncian su grito de verdad en el Silencio de Dios”. En este sentido puede seguir afirmando: “Saramago no creía en Dios. Pero Dios creía en él”.