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May2015Subir al cielo a lomos de un caballo
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May
Uno de estos autores que ataca polémicamente a la religión, considerándola irracional, el neurocientífico Sam Harris (autor de “El fin de la fe”), ofrece este argumento: las afirmaciones de las religiones presentan un contenido que repugna directamente a la razón, como por ejemplo decir que Mahoma ascendió al cielo a lomos de un caballo alado. Ya puestos, podía haber recordado que el profeta Elías, según el Antiguo Testamento, subió al cielo sobre un carro de fuego con caballos de fuego. Traigo a colación el ejemplo aducido por S. Harris porque no sería serio que los cristianos descalificásemos esta creencia del Islam, mientras aceptamos como algo muy normal una representación literalista de Jesús subiendo al cielo en presencia de sus discípulos.
Ante argumentos de este tipo los cristianos, al menos, no tenemos que polemizar, sino más bien aceptar que algunas afirmaciones de la fe resultan “una tontería para la razón” como dice san Pablo. Hay afirmaciones de fe que sólo aceptan los creyentes. Los no creyentes no pueden aceptarlas, porque si las aceptasen serían creyentes. Estas afirmaciones, por ejemplo, la Ascensión de Jesús, no pueden probarse, pero sí pueden y deben explicarse de forma que resulten significativas y creíbles. La Ascensión, para seguir con el ejemplo, es significativa porque llena de esperanza a los creyentes, que ven realizada en este misterio la vocación de todo ser humano de entrar en Dios. Y es creíble cuando la explicamos despojándola de literalismos que distraen, y hasta alejan, del núcleo de la fe. Subir al cielo o estar a la derecha del Padre son metáforas. Ningún pastor, teólogo o exégeta serio las mantiene en su literalidad. Estas metáforas quieren indicar que Cristo resucitado ya no está ahí, ya no es de este mundo, sino que pertenece para siempre al mundo de Dios.
Por lo demás, el diálogo entre religión y cultura o entre fe y razón no se sitúa tanto al nivel de los misterios propios de la fe, sino a niveles previos, a saber, los de la existencia de Dios y su relación con el mundo. La pregunta clave de este diálogo entre fe y ciencia es la de saber si la hipótesis de un mundo dependiente de Dios es razonable. Más aún, la de saber qué explicación resulta más convincente, la atea de un mundo autónomo y autosuficiente o la teísta, que mantiene que la finitud del mundo requiere una causa última, y la creaturidad un Creador. Este diálogo de la religión con la ciencia no es posible desde posiciones dogmáticas, sino desde posiciones críticas. Situados en esta perspectiva hay que decir: la existencia de Dios no puede probarse apodícticamente, pero sí justificarse, puesto que cuenta con argumentos que la hacen verosímil.
Una pareja concierta con el párroco los detalles de su boda. En un momento dado el párroco pregunta: ¿quieren ustedes la boda con mendigo o sin mendigo? Ante la sorpresa de los novios, el párroco explica que el mendigo que habitualmente pide en la puerta de la Iglesia, si hay una boda deja de acudir previo pago de 50 euros. Ya nadie se sorprende de ver a los mendigos en las puertas de la Iglesia. Algunos feligreses les conocen y les saludan con simpatía. Esos mendigos no aceptan comida, solo quieren dinero. Los que buscan comida van a buscarla a las puertas de los conventos. Es posible hacer muchas valoraciones de este fenómeno. Cierto, hay mucha necesidad en esta sociedad nuestra y casi todas esas personas que piden en las puertas de las Iglesias han encontrado un medio de vida, en el que se gana bastante dinero que no hay que declarar al fisco.
El Papa acaba de publicar una bula convocando para el año 2016 a un jubileo extraordinario de la misericordia. Precisamente ahí, en el anuncio de la misericordia de Dios y en la vivencia de las obras de misericordia, se juega la Iglesia su credibilidad, o sea, el ser escuchada y respetada. Pues la misericordia es “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. En la misericordia, y no en la ley o en la justicia, está la clave para entender el Evangelio de Jesús. Lo que movía a Jesús, en todas las circunstancias, era la misericordia. En ella se refleja el modo de obrar del Padre y ella es criterio para saber quienes son realmente sus hijos.
Distinguimos entre sagrado y profano. Dentro del templo está lo sagrado, Dios y las realidades que se relacionan con Dios. Fuera del templo está lo profano, identificado muchas veces no sólo como lo que no es sagrado, sino como lo que se opone a lo sagrado. Curiosamente, la última página de la Biblia afirma que en la Jerusalén celeste, o sea, en el cielo, “no se ve ningún templo” (Ap 21,22). Si fuera cierto que dentro del templo está Dios, y fuera del templo no está, este texto del Apocalipsis nos llevaría a la absurda conclusión de que en el cielo, ese lugar dónde Dios todo lo determina, porque es “todo en todas las cosas”, no hay lugar para Él porque no hay templo.
“Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,3-4). Esta proclamación del Nuevo Testamento tiene que tener bastantes posibilidades reales de realizarse, para no ser una pura declaración retórica. Ahora bien, la salvación cristiana se logra al acoger el amor que Dios ofrece a todo ser humano. El amor se acoge dando amor. En el amor, no basta con que uno ame, es necesario que amen los dos. Por tanto, la salvación depende (al menos hasta un cierto punto) también del ser humano. No hay amor a la fuerza. En el amor se requiere que los dos libremente se acojan.