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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

8
Feb
2015
¿Objeto sexual o sujeto sexuado?
3 comentarios

Según la lectura psicoanalítica que Marie Balmary hace de los primeros capítulos del Génesis (cf. Jean Michel Maldamé, El pecado original. Fe cristiana, mito y metafísica, editorial San Esteban, 2014, pág. 334), el relato deja lugar al inacabamiento del ser humano: “Dios solo ha creado la posibilidad del hombre y de la mujer”. El texto bíblico confirmaría esta hipótesis cuando dice que “macho y hembra los creo”. Solo después aparecen el hombre y la mujer. Macho y hembra son términos que también convienen a los animales. Al decir que el humano fue creado macho y hembra se está insinuando que el humano debe participar en su propio nacimiento, debe acabarse a sí mismo, y terminar siendo hombre y mujer.

Los humanos hemos sido creados como personas sociales. La sociabilidad es constitutiva de nuestro ser. Como dice el Vaticano II “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. La relación nos constituye. Por eso, el humano sólo se siente acabado y colmado cuando se encuentra con el otro, con el Otro divino, y con los otros iguales que son sus congéneres. El Génesis, con un lenguaje simbólico, estaría diciendo que lo primero, en cada humano, es buscar al otro. De ahí esta conclusión de M. Balmary: “Donde Freud cree que el hombre busca en primer lugar el objeto sexual (la madre y luego la mujer, que no hace más que recordar a la madre), la tradición de Israel establece con fuerza que, ‘en el principio’, el deseo del ser que habla es el otro. No es el objeto sexual, es el sujeto sexuado”.

Resulta interesante esta distinción entre objeto sexual y sujeto sexuado. No es lo mismo relacionarse como macho y hembra o como hombre y mujer. Mi relación con el otro es personal. Lo sexual, cuando se da, cobra todo su sentido integrado en lo personal. Nuestras relaciones no están condicionadas por lo sexual, sino por “lo social”, (por el amor en definitiva) que es constitutivo de nuestra naturaleza. De ahí que lo social puede desplegarse en distintas direcciones y va mucho más allá de la relación entre un varón y una mujer, o de la relación familiar. La relación entre varón y mujer no es más que un prototipo biológico de una verdad de amplio alcance, a saber: que los seres humanos estamos estructurados de tal forma que siempre necesitamos de los demás, siempre necesitamos de otro que llene nuestros muchos vacíos. No sé si hace falta decir que esta necesidad del otro, el estar hechos para otro, implica que el otro sea, es decir, respetar su diferencia.

La fe nos dice que el Otro que puede colmar, sin ninguna fisura ni carencia, nuestro corazón inquieto es Dios. Pero mientras estamos en este mundo, a Dios le encontramos en la mediación de tantas personas que nos salen al encuentro y con las que estamos llamados a establecer relaciones de amistad, siguiendo la orientación que Jesús nos da: “os llamo amigos”, “permaneced en un amor como el mío”.

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3
Feb
2015
La fe como apertura a la cultura
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Hablando de la fe como apertura hay otro aspecto que no conviene olvidar. Me refiero a la apertura de la fe a la cultura. La fe en Dios es algo personal, pero no privado. La fe no puede esconderse, debe transmitirse. Hasta el punto de que quién no confiesa la fe, es porque no cree. La fe privada es una falsa fe, una incredulidad escondida. Ahora bien, si la fe debe confesarse, o sea, proclamarse y publicarse, debe hacerlo con un lenguaje inteligible. Porque si lo que proclama la fe no se entiende, es como si no se proclamase o como si se quedase en algo privado.

Hemos dicho que la confesión, la publicidad, no es algo optativo, sino esencial a la fe. Por tanto, para que la fe cumpla su pretensión debe proclamarse en el lenguaje que el mundo entiende. Para eso hay que servirse de la cultura, de los símbolos, de las imágenes de la gente a la que nos dirigimos. Si la fe está abierta a todos los seres humanos, entonces es importante preguntarnos por los métodos y lenguajes más adecuados para que pueda llegar a cada uno. Una precisión importante: para transmitir la fe no basta la buena voluntad del testigo. Y, desde luego, no cabe pretender que sea el oyente el que debe adaptarse a nuestra jerga eclesiástica. Al contrario: el que debe adaptarse al lenguaje del mundo es el testigo de la fe.

Ahora bien, si el lenguaje de la fe debe abrirse a la cultura de los destinatarios, no es menos cierto que la fe también pretende renovar la cultura. La fe busca un intercambio con la cultura, una mutua apertura. Si la fe debe abrirse a la cultura para poder llegar a los destinatarios, también la cultura es invitada abrirse a la fe. En todas las culturas hay elementos positivos, pero también los hay negativos. El ser humano se encuentra ante múltiples solicitaciones, y no todas son buenas. Y, a veces, se deja arrastrar por las malas solicitaciones. Ante una cultura como la nuestra, en dónde parece que todo gira alrededor del dinero, que produce corrupción y mentira en todos los sectores de la sociedad, la fe cristiana tiene una palabra crítica que decir. La fe cristiana, aceptando y potenciando lo mejor de cada sociedad y de cada cultura, también busca renovar la cultura y llevarla a cotas más altas de humanidad, que es lo mismo que llevarla a cotas más cercanas a lo divino.

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31
Ene
2015
La fe como apertura a Dios
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Cuando se habla de fe es posible entender muchas cosas. Hay una fe humana, la confianza que depositamos en las personas. Y hay una fe religiosa, la confianza que depositamos en Dios. En ambos casos, la fe es una apertura al otro. Y, en la mayoría de los casos una apertura mutua. Porque fiarse de otro suele presuponer que el otro se fía de ti. Desde este punto de vista, la fe en Dios va mucho más allá de un mero creer una serie de verdades, dogmas o proposiciones. La fe en Dios es, ante todo, una relación personal. Hay fe cuando me implico, cuando me comprometo existencialmente con el otro, cuando soy capaz de ponerme en las manos del otro, porque estoy convencido de que no me fallará. Y no me fallará porque me ama. Porque también él está comprometido conmigo y también se pone en mis manos. La fe es una mutua dependencia. Pero no una dependencia que esclaviza, sino una dependencia que exalta, porque brota del amor.

En el Nuevo Testamento el término fe tiene muchos sentidos; la carta de Santiago llega a hablar de una fe muerta, de un mero creer que Dios existe, pero sin que esta fe transforme la existencia. Si en este tipo de fe hay apertura, es una apertura al odio. Por su parte, la carta a los Hebreos define la fe como garantía de lo que se espera y prueba de realidades que no se ven. Lo que se espera y lo que no se ve es la vida eterna, o sea, la felicidad absoluta que Dios tiene preparada para todos los que le aman. Y como no hay mejor felicidad que saberse amado y poder amar, la vida eterna es Dios mismo que nos ama. Pues bien, por la fe, el bien supremo que es Dios está firmemente garantizado; y, además está bien probado, bien fundamentado, bien asegurado. De este modo, el creyente, puede caminar confiado en medio de dificultades y oscuridades. Porque, por la fe, sabe que Dios le sostiene y no falla. De nuevo, según esta definición de la carta a los Hebreos, la fe es una apertura, una confianza sin límites en un Dios que garantiza el cumplimiento de nuestros mejores deseos.

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27
Ene
2015
Uso profano de lo religioso
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Religión es una palabra con muchas vertientes. Puede significar “relación con Dios”. Es religiosa la oración. Pero puede tener también el sentido de “modo de expresión”. Es religiosa una procesión. Entendida como modo de expresión, la religión no puede absolutizarse, porque los modos de expresión son múltiples y dependen de los gustos de cada uno. Pero los modos de expresión, las formas y maneras, pueden utilizarse con intenciones distintas, a veces contrarias: una procesión puede ser expresión de una vivencia religiosa seria que tiene que ver con mi relación con Dios. Pero una procesión puede caricaturizarse, convertirse en burla de quienes la realizan con el propósito de expresar su fe en Dios (la imagen que acompaña al post es una de las más pudorosas de una procesión atea realizada precisamente en Jueves Santo).

En nuestra cultura actual han aparecido modos de utilizar lo religioso de forma profana. Hay expresiones artísticas (o pseudo-artísticas) que utilizan lo religioso con intenciones poco religiosas o anti-religiosas. Se publican viñetas irónicas, que se quieren humorísticas, con tema religioso. Ese uso profano de lo religioso provoca, en algunos que se consideran muy religiosos, reacciones violentas. Pero la misma violencia de la reacción es la expresión más señalada de un mal uso de lo religioso. La religión, defendida violentamente, se degrada y se pervierte hasta el punto de dejar de ser religiosa. O en todo caso, esta defensa violenta hace de la religión una realidad diabólica u odiosa. El uso profano de la religión puede, en ocasiones, provocar un uso criminal de la religión. En cualquiera de los dos casos, la religión ha perdido su esencia. Con una diferencia: el uso criminal no puede, bajo ningún concepto, justificarse por el uso profano.

No es fácil ser un buen creyente. Pero la dificultad que proviene de la debilidad humana, encuentra en Dios comprensión y misericordia. Por eso, el creyente pide a Dios que no le tenga en cuenta sus pecados. Hay otras dificultades para ser un buen creyente que son consecuencia de ideologías fanatizantes, que dan lugar a fundamentalismos e intransigencias. Las intransigencias que terminan en violencia física no son las más frecuentes. También conviene estar atentos a la violencia verbal. Las palabras pueden herir. El que haya que tomar en serio la religión no tiene que conducir a posturas fundamentalistas. Cuando la afirmación de lo fundamental se convierte en fundamentalismo y la vivencia radical en radicalismo, entramos en una pendiente peligrosa que provoca descalificaciones, rechazos y divisiones.

¿Las religiones dividen? En cierto modo sí: no es lo mismo ser cristiano que ser budista. Por otra parte, las religiones unen: un buen cristiano es una persona que no pone límites al amor. Y en la base de toda buena religiosidad está la humanidad común y la fraternidad sin fronteras. Una religión que no llama a la hermandad es, por principio, falsa.

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22
Ene
2015
El potencial de la razón
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“¿No habrá peligro en contemplar la religión bajo una luz puramente humana? ¿Y por qué lo va a haber? ¿Teme nuestra religión a la luz? Una gran prueba de su origen celestial es que soporta el más severo y minucioso examen de la razón”. La frase es de Chateaubriand. Mucho antes, Tomás de Aquino, hablando de algo tan actual como el diálogo del cristianismo con el Islam, había dicho que en este diálogo sólo cabía apelar a la razón humana como medio de argumentación, que “todos se ven obligados a aceptar”. En línea similar se movían los discursos de Benedicto XVI a los “amigos” musulmanes, aunque ya antes de su elevación al pontificado la relación entre razón y fe era una de las claves de su pensamiento. El cardenal Ratzinger, en un famoso debate con el filósofo J. Habermas, se presentaba a sí mismo como “amigo de la razón” y decía: “En la religión existen patologías sumamente peligrosas, que hacen necesario contar con la luz de la razón como una especie de órgano de control encargado de depurar y ordenar una y otra vez la religión”.

“La razón y la religión se refuerzan mutuamente, porque la religión se purifica y estructura por la razón, y el pleno potencial de la razón se despliega por la revelación y la fe”. Estas palabras del anterior Papa están en plena consonancia con estas otras de Tomás de Aquino: lo que se opone a la razón, y no digamos lo que la destruye, nunca puede considerarse revelado por Dios, pues no hay verdad de fe “contraria al conocimiento natural”.

Las relaciones entre fe y razón se complican porque el alcance de una y otra no resulta evidente. No todos estamos de acuerdo en lo que es revelación (¿la Biblia o el Corán?), ni tampoco todos interpretamos del mismo modo la misma fe. Ni todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”. Las propias experiencias, la situación en la que uno se encuentra, los intereses, la capacidad de visión y de interpretación, y tantas cosas más hacen que el encuentro entre fe y razón, y entre unas razones y otras requiera de mucha escucha, paciencia, diálogo, comprensión. Pero al menos es importante encontrar un punto de partida en el que podamos estar de acuerdo y sobre el que podamos dialogar: la capacidad argumentativa de la razón humana.

En teoría está muy bien apelar a la razón. El problema comienza cuando alguien pretende apropiarse la razón para él solo y, en consecuencia, piensa que los discrepantes de su posición, no son razonables. ¿Habrá que empezar por ponerse de acuerdo en que no todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”? Al menos debería unirnos la búsqueda de lo razonable, aceptando que en algunas cuestiones el acuerdo no será posible y entonces habrá que buscar posiciones de consenso, ceder unos y otros, no en los principios que se consideran irrenunciables, sino en el alcance práctico de los mismos, en los que deberemos respetar la fe o la ideología de cada uno.

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16
Ene
2015
La religión, asunto personal pero no intimista
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La religión es un asunto personal, pero no intimista. Tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida. Y como la persona es un ser social y se realiza en comunión con los demás, la religión tiene incidencias sociales y, en consecuencia, repercusiones políticas, económicas, laborales, artísticas. Nada escapa a la religión, porque ella está indisolublemente ligada con la vida. El Papa Francisco lo ha dicho con estas palabras: “Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos… Una auténtica fe, que nunca es cómoda ni individualista, siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra… Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.

Las religiones, y el cristianismo en particular, han sido creadoras de cultura, promotoras de belleza; han fomentado, creado y dirigido instituciones asistenciales y educativas, han sido también instancia crítica de aquellas políticas que atentaban contra la dignidad de la persona. Desgraciadamente, en ocasiones, las religiones, han pretendido ocupar todo el ámbito de lo público y no han respetado la legítima autonomía de la política, de la economía, de la ciencia y de la educación. En estos casos no han sabido situarse adecuadamente y han pagado las consecuencias, muchas veces en forma de oposición o ataque a lo religioso, cuando lo secular se ha desligado de lo religioso.

Ahora bien, las convicciones religiosas con incidencia social no se defienden religiosamente. Y si no se defienden religiosamente se arriesgan a ser discutidas y rechazadas. Se arriesgan a “perder” la partida en el campo legislativo, social y político. La cuestión entonces está en “no verme obligado a”, pero no en obligar a otros. Cuando las convicciones religiosas tienen consecuencias que van más allá de lo individual y afectan a otras personas (cuestiones matrimoniales y de ética sexual), no pueden defenderse, en nuestra sociedad, con argumentos religiosos ni apelando a motivos religiosos. Si la persona religiosa los defiende en campos ajenos a la religión es porque no son asuntos estricta y solamente religiosos.

Aunque la religión tenga repercusiones en todos los ámbitos de la vida, lo fundamental de la religión no son sus repercusiones públicas, sino la relación que permite establecer entre la persona y Dios. Sin esto la religión se queda sin alma y puede desaparecer con la misma facilidad con que apareció. Las religiones, y en concreto el cristianismo, son una invitación a vivir en comunión con Dios, una comunión que es fuente de esperanza y que estimula a vivir de otra manera.

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13
Ene
2015
El diálogo une
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¿Sería posible dar un paso más allá de la semana de oración por la unidad de los cristianos y hacer todos los años algo parecido a lo que hizo, por dos veces, Juan Pablo II en Asís, invitando a orar a los líderes de las distintas religiones, y que cada año se encargara de convocar un líder distinto? Evidentemente, se supone que a esta reunión anual también asistiría el Obispo de Roma, aunque no la convocase. Es lógico que en Asís, el Papa fuera el “centro” de la reunión. Pero si la reunión la convoca cada año un líder distinto, el centro lo ocupará el anfitrión que la convoque.

Las divisiones son cosa de este mundo. Quizás inevitables, pero de este mundo. ¿Por qué no hacer de los acontecimientos del cielo signos de unidad? Allí eso de la santidad no funciona como aquí. Por eso, sería bueno que nos intercambiásemos los modelos y, que unos y otros, considerásemos dignos de ser imitadas a las grandes figuras de las distintas confesiones y religiones. Proponer esto, si no de forma oficial, al menos de forma oficiosa, sería un signo rompedor, sin duda, pero significativo. No hay que pensar que cualquier reconocimiento de la bondad ajena es una descalificación de la propia bondad. Ponernos en camino es hacer gestos concretos. Hay algunos que, si se hicieran, resultarían tan sorprendentes que uno pensaría que hemos acelerado mucho el paso.

Una cosa más: hay que mantener el diálogo ecuménico e interreligioso a toda costa. Hay que utilizar palabras persuasivas y positivas, que comiencen por reconocer lo bueno que hay en el otro. Y hay que trabajar juntos a favor de la paz y en contra de la violencia; a favor de la dignidad humana y en contra de la pobreza. En ese trabajo podemos ir muy unidos. Cada uno debemos proponernos convencer de la necesidad de este trabajo conjunto a los fieles de otras religiones o confesiones que conozcamos. Muchos líderes musulmanes, en respuesta a los trágicos sucesos ocurridos recientemente en París, han hecho declaraciones públicas y claras contra el terrorismo cometido en nombre de Dios. Por su parte el Papa acaba de decir en Sri Lanka: “Nunca se debe permitir que las creencias religiosas sean utilizadas para justificar la violencia y la guerra”.

Nosotros, desde el contacto mutuo, que casi obliga a reconocer al otro que no somos peligrosos y que hasta podemos ser amigos, tenemos que proponer acciones positivas que favorezcan la convivencia. La unidad se construye a base de pequeños gestos. Conscientes de que en este mundo la unidad siempre será imperfecta. Se perfeccionará en la Patria.

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9
Ene
2015
Unidad que quiere ser sin ser
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Los gestos del Papa Francisco, sucesor del apóstol Pedro, con el Patriarca de Constantinopla, sucesor del apóstol Andrés, en su viaje a Turquía del pasado mes de noviembre, fueron significativos. Además de los gestos hubo palabras de cercanía y simpatía mutuas. Más aún, palabras que han reconocido lo mucho que une a las Iglesias católica y ortodoxa. Nos une lo fundamental: tenemos la misma Palabra de Dios, el mismo Credo, los mismos sacramentos. Y sin embargo, a pesar del reconocimiento por parte católica del ministerio y los sacramentos de la parte ortodoxa, cuando el Obispo de Roma participó en el culto divino celebrado por el Patriarca de Constantinopla, no recibió la comunión eucarística, aunque allí hubo verdadera eucaristía. La participación en el culto y la no comunión eucarística es el signo más claro de una unidad que quiere ser, pero que todavía no es.

El punto de separación, a mi entender, está en la distinta concepción por unos y otros del ministerio petrino. Decir que el Papa es un “primus inter pares”, el primero entre iguales (como dice la ortodoxia) probablemente es demasiado poco. Pero el modo de ejercer el ministerio petrino, tal como se hace hoy en la Iglesia católica, no es el único posible y probablemente es mejorable. Esto lo reconoció Juan Pablo II cuando solicitó ayuda para ejercer de forma más adecuada y ecuménica, de forma menos separadora, su ministerio. Francisco ha recordado esta petición de su predecesor y la ha hecho suya.

Llevamos tantos años hablando de ecumenismo y de diálogo interreligioso que uno se pregunta si podemos dar pasos nuevos. Desde hace muchísimos años, en enero, hay una semana dedicada a la oración por la unidad de los cristianos, semana impulsada por distintas Iglesias cristianas. La oración es la traducción de la esperanza: el que espera pide, y en función de lo que pide se sabe lo que desea y espera. Pero cuando las peticiones no se logran, uno se cansa de pedir. Cierto, Jesús recomienda que oremos sin desfallecer, pero también es cierto que a uno le gustaría ver algún resultado concreto. Si concebimos la unidad como una “vuelta a Roma” por parte de los que se fueron, me parece que lo tenemos muy difícil. Pero si unidad significa ponernos en camino, sin prejuicios, para ver a dónde llegamos, podemos seguir pidiendo la unidad.

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4
Ene
2015
Cardenales no curiales
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Los nombres de los nuevos cardenales han sorprendido. Casi nadie esperaba una lista así. De los quince nuevos cardenales con derecho a voto sólo uno trabaja en la curia romana (el Prefecto de la Signatura Apostólica, una especie de “tribunal supremo” para resolver los conflictos jurídicos que se dan en la Iglesia). El resto son Obispos en ejercicio, algunos en pequeñas diócesis de África, Asía y América. Españoles sólo hay uno, Monseñor Ricardo Blázquez, buen Obispo y mejor persona, al que probablemente nadie le ha hecho la campaña. La lista en sí misma es un signo del desplazamiento del centro de gravedad del catolicismo. La fuerza de la Iglesia no está en la Curia, sino en el pueblo. Que entre los nuevos cardenales predominen los Obispos que están en contacto con la gente, y con gente más bien humilde y sencilla, es un signo de que algo está cambiando con este Papa, y probablemente, cambiando para bien.

Desconozco la edad de los actuales Cardenales electores. No sé cuántos cumplirán 80 años en los próximos dos años. Tampoco me interesa averiguarlo. Pero sospecho que si en los próximos dos o tres años el Papa tiene ocasión de convocar otros tantos consistorios, utilizando criterios similares a los de los últimos nombramientos, el próximo Cónclave puede resultar tan sorprendente como el que condujo a elegir a Francisco. Lo primero que hizo el actual Papa fue dejar de vivir en los palacios vaticanos. ¿Y si su sucesor dejase Santa Marta para ir a vivir más cerca aún de la gente corriente? En la Iglesia los cambios son muy lentos. Hay muchas inercias. Pero no cabe duda de que los cambios son reales. Cierto, los cambios ni nos hacen mejores personas, ni mejores cristianos. Pero ayudan a vivir con un poco más de alegría y hacen más respirable el aire eclesial. No es lo mismo poner el acento en lo que Dios exige del ser humano que en lo que Dios prepara para el ser humano. Hay modos de anunciar y vivir la fe que hacen más difícil la esperanza o que la sostienen mejor.

El Papa Francisco comenzó haciendo gestos. De los gestos se ha pasado a palabras que señalan con precisión lo que no conviene hacer y hacia dónde es bueno caminar. Y de las palabras estamos pasando a los hechos. Nuevos Cardenales, nuevos modos de preparar los Sínodos, nuevos modos de plantear los problemas, nuevas maneras de preguntar, nueva valoración de la vida religiosa y, sobre todo, nuevas orientaciones para acoger, y nuevos acentos que acercan al Evangelio. Cierto, desde algunos sectores, que consideran más importantes las palabras que las personas, el Papa recibe críticas más o menos abiertas. Lo mismo sucedió con Juan XXIII. Y lo mismo ha ocurrido con todas aquellas santas y santos que han buscado un acercamiento al Evangelio más apropiado a nuevas necesidades. El refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”, podría prolongarse así: mira quién te critica para saber si vas por el buen camino.

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3
Ene
2015
La religión, asunto público y privado
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Muchas personas viven su religión como si solo tuviera incidencia en el momento de la muerte. En el fondo, a Dios le necesitamos para ir al cielo y nada más. La religión, para quienes así piensan, es un asunto privado y sus manifestaciones públicas se limitan a lo folklórico. ¿Podemos considerar la religión, en lo que tiene de más propio y esencial, un asunto meramente privado que sólo afecta a los individuos que la practican? Pero, por otra parte: ¿no habría que poner límites a las manifestaciones públicas de la religión, sobre todo cuando resultan polémicas, y no digamos, si promueven la intolerancia y producen divisiones sociales irreconciliables? En la propia casa uno puede expresarse como mejor le parezca, pero en los lugares públicos hay cosas que no deben decirse porque molestan a los demás.

En el terreno de lo privado, cuando se trata de mis pensamientos o de mis afectos, nadie tiene derecho a entrometerse. Y si alguien se entromete, solo aparentemente puede cambiarlos, porque en cuanto cesa la intromisión, o la presión, o la amenaza, mis sentimientos y pensamientos más bien se reafirman. Ahí la religión tendría derechos absolutos. Pero, si situamos la religión en el terreno de lo público, entonces los derechos de la religión terminan donde empiezan los derechos de los demás. Además en este terreno de lo público, las manifestaciones no son necesariamente la exacta reproducción de los profundos sentimientos del corazón: es posible encargar a un artista no creyente una obra religiosa; y es posible defender el dogma a base de gritos, sin amar al prójimo y, por tanto, sin amar a Dios.

En el terreno de lo público importan más los comportamientos que los sentimientos. Ahora bien, no cabe duda de que nuestras acciones y comportamientos, en la mayoría de los casos, están determinados por nuestras convicciones. En este sentido habría que decir que la religión tiene una incidencia pública. Cuando yo emito un voto de tipo político, este voto está determinado por mis convicciones. Por eso, un cristiano dice que no puede votar determinados programas que, a su juicio, son incompatibles con sus convicciones cristianas. Aunque aquí también hay que notar que no hay programas “puros” y que siempre hay que recurrir, a la hora de votar, al programa que me parece menos malo o que más se aproxima (porque seguro que no se identifica) con mis principales convicciones.

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