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Jul2015De la tolerancia a la libertad religiosa
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Jul
Buscando una co-existencia y una vecindad que evite enfrentamientos entre culturas y religiones hay quienes apelan a la tolerancia. Pero, a la larga, la tolerancia es insuficiente. Debemos dar un paso más hacia la libertad religiosa. La tolerancia es el paso mínimo que debería unirnos a todos, pero el paso bueno es la libertad religiosa. La tolerancia parte del supuesto de que las ideas, acciones o personas que son objeto de la misma, son cargadas, a partir de nuestras convicciones de un cierto grado de disvalor, ya que se supone que tales ideas, actos o personas lesionan, en mayor o menor medida, nuestras posiciones y creencias. La tolerancia nos lleva a soportar y aceptar al otro como un mal menor. La libertad religiosa nos invita a convivir con otro, que tiene buenas razones para profesar su religión, como yo tengo las mías. Nos reconocemos mutuamente nuestras razones y nuestros derechos.
Bien lo dijo Juan Pablo II: “La tolerancia religiosa existe en numerosos países, pero no implica mucho, pues queda limitada en su campo de acción. Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa. Este paso no es una puerta abierta al relativismo, como algunos sostienen. Y tampoco una medida que abre una fisura en el creer, sino una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios”. La libertad religiosa es un modo de considerar la relación del ser humano con Dios; hace patente que nuestra relación con Dios es la adecuada. En efecto, no hay relación con Dios sin libertad. La fe disminuye o desaparece en la misma medida en que disminuye o desaparece la libertad. La libertad es condición previa de la fe, de la fe cristiana al menos; en realidad de toda fe auténtica, siempre que la fe se refiera a una relación de amor con Dios. Si no es así, si no hay amor, tampoco hay fe, porque sin amor no hay confianza.
Cierto, no todos los representantes de las religiones valoran a las demás de forma positiva. Es comprensible entonces que algunos cristianos se quejen de que no hay reciprocidad en el trato, porque mientras la Sede de Roma valora de forma positiva al judaísmo y al islamismo, no siempre las autoridades islámicas valoran positivamente al cristianismo. ¿Pero es esto motivo para que los cristianos dejemos de actuar y pensar como creemos que debemos hacerlo? Si yo estoy a favor de la libertad religiosa para cristianos y no cristianos, no voy a dejar de estarlo porque algunos no cristianos no estén a favor. Al contrario, debo mantener mi posición para que este mantenimiento sea un permanente interrogante y una invitación al cambio para aquellos que no la comparten. Aunque otros no estén a favor de mi libertad religiosa, yo estoy a favor de la suya, precisamente porque quiero lograr libertad religiosa para todos. En esta línea, la Iglesia, en su solemne plegaria del viernes santo pide por “la libertad religiosa de todos los seres humanos”.
Karl Marx hablaba de la religión como “opio del pueblo”. En una de mis lecturas me encontré con la expresión “eutanasia del cristianismo”, para referirse al uso que, en ocasiones, se hace de la religión y, más en concreto, del cristianismo, como falso consuelo frente a la desgracia. Decir, por ejemplo, que los sufrimientos son “una prueba que Dios nos envía”, quizás resulte consolador en algún caso. Pero en muchos otros puede conducir a la rebeldía contra un Dios que se complace en el sufrimiento. Cosa distinta es que a Dios se le pueda encontrar en las pruebas. Pero Dios no se da a conocer mediante las pruebas. Cierto, el sufrimiento es consustancial a nuestra finitud. No somos dioses. Somos seres limitados. El reconocimiento de que no somos dioses, puede ayudar a fijar nuestra mirada en el Dios verdadero.
Santa Bárbara, una mártir representada blandiendo una espada. Una contradicción, a no ser que se trate de la espada de la fe, que es la Palabra de Dios. Pero sospecho que no es eso lo que la mayoría de las personas entienden cuando ven una imagen de santa Bárbara. ¿Por qué la asociamos con los truenos, cómo ha llegado a ser la patrona de la artillería, de esas armas preparadas para la guerra? ¿Y si, al menos parte de las respuestas estuvieran en Cuba?
El Papa Francisco, en su reciente encíclica, advierte contra los dualismos que han desvirtuado la fe cristiana y han conducido a un desprecio del cuerpo y de las cosas de este mundo. Estos dualismos, denuncia el Papa, llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos y desfiguraron el Evangelio.
Con toda brillantez ha defendido Antonio Praena su tesis doctoral. Tesis llena de contenido, con mucho trabajo previo, y con algunas perlas. Por ejemplo esta: Tomás de Aquino reconoce en quién dice “Dios” una cierta, aunque remota experiencia de Dios. Conclusión inmediata: el ateo, si habla de Dios para negarle, ya le está nombrando, está hablando de Dios, aunque sea para decir que no existe. Luego tiene alguna experiencia de Dios. ¿Cuál puede ser esta experiencia? Para empezar, muchos ateos tienen la experiencia de lo que Dios “no es”. Y en este sentido se acercan a una experiencia propia de los místicos cristianos, expresada de este modo por la teología de santo Tomás: de Dios sabemos mejor “lo que no es” que lo que es. Lo que es lo sabemos muy imperfectamente.
La encíclica del Papa Francisco termina con un canto a la esperanza. El Papa confía en el ser humano y en su capacidad de conversión y de mejora, pues “no hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos”.
“Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones”. Es difícil sintetizar en pocas palabras la encíclica del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”, que es esta hermosa tierra que Dios nos ha regalado. Las que acabo de citar sirven para darse cuenta de cuál es su orientación. Se trata de un grito de alarma, de una llamada profética que, como todas las buenas profecías no busca destruir sino construir, no busca condenar sino convertir, no busca alarmar sino mejorar.
El predicador hablaba de san José. Y lo hacía bien. Decía que una de las cosas más admirables en José era la conjunción entre duda y amor; explicaba cómo la fe le ayudó primero a vivir con la duda y luego a superarla. José, al ver el embarazo de María se tuvo que hacer muchas preguntas, pero el gran amor que le profesaba le invitó a no hacerle daño; por eso pensaba “despedirla en secreto”, sin armar escándalo, sin señalarla. Añadió el predicador: menos mal que el ángel del Señor acudió en su ayuda y le reveló el secreto del embarazo. Una vez conocido el secreto, José se mantiene al lado de María. Entonces el predicador dijo algo que me hizo pensar: “me pregunto por qué el ángel no se apareció antes a José, por ejemplo en el momento de la Anunciación”. Así, pensaba el predicador, se hubieran evitado todas las dudas, pues la cosa hubiera quedado clara desde el principio.
Jesús, “dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaúm a orillas del lago” (Mt 4,13). A partir de este momento, Jesús comenzó a proclamar la cercanía del Reino de Dios (Mt 4,17). En Cafarnaúm estaba la casa de Pedro donde, al parecer, vivía Jesús, junto con algunos de sus discípulos. No es su familia carnal, pero es donde lo recibieron, y donde la ciudad entera se reunía para que Jesús curase a los enfermos (Mc 4,33). Estas curaciones empezaron por la suegra de Pedro. Es bueno empezar por los de casa. A veces olvidamos, precisamente, a los que tenemos más cerca.