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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


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11
Jul
2020
Dios, Padre de todas las criaturas
7 comentarios

frondoso

De vez en cuando se encuentra uno con la pregunta de si todos los seres humanos somos hijos de Dios o sólo lo son los bautizados. Los no bautizados serían más bien “criaturas” de Dios, pero no “hijos”. Para aclarar esta confusión es bueno recordar que cuando llamamos a Dios Padre podemos hacerlo de muchas maneras. La palabra “padre” indica una relación. Ahora bien, son varias las relaciones en virtud de las cuales Dios es llamado Padre: Padre de su Hijo único, padre de todas sus criaturas, padre de los seres humanos, padre de los santos. Hay muchos modos de ser padre. Nosotros hablamos de padres naturales o de padres adoptivos. En la vida religiosa, por ejemplo, solemos llamar “padre” al fundador de una congregación. Los franciscanos y los dominicos hablamos de nuestros padres Francisco y Domingo. Los inventores o los libertadores políticos también son llamados padres: Marconi es el padre de la radio; Juan Manuel de Céspedes, el padre de Cuba.

La paternidad de Dios sólo se aplica plenamente cuando la referimos a su Hijo, “de la misma naturaleza del Padre”, que en Jesús se encarnó. Cuando la paternidad de Dios se aplica a las criaturas, entonces hay que considerar los distintos tipos de relación que mantienen con Dios. Tomás de Aquino (en Suma de Teología,I 33, 3) dice que Dios es Padre de todas las criaturas irracionales, dado que en todas ellas hay una huella o vestigio de su creador. Y añade: con más propiedad puede decirse que Dios es Padre de todos los seres humanos, porque todos son su “imagen”. Finalmente, hay algunos, cuyo Dios es Padre “por la semejanza de la gracia”, y a éstos se les llama “hijos adoptivos”. Esta filiación adoptiva presupone la filiación procurada por la creación, del mismo modo que la gracia presupone la naturaleza. Por eso, la filiación adoptiva puede llamarse “re-generación” o “re-creación”.

Debe quedar claro, pues, que el nombre de hijos de Dios no queda reservado a los bautizados, a los que viven la vida de la gracia. Hay una paternidad universal de Dios. Si Dios es Padre de todas sus creaturas, eso significa que toda la creación tiene un carácter profundamente filial. Ahora bien, entre las criaturas, las creadas a imagen de Dios, como son los seres humanos, son llamadas más propiamente hijos en virtud de su semejanza más estrecha con Dios, al que pueden conocer y amar. Y finalmente, en un nivel superior, la filiación consiste en la participación en la vida divina que confieren la gracia y más tarde la gloria, donde seremos plenamente conformes con el Hijo amado en virtud del don del Espíritu Santo.

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8
Jul
2020
La Iglesia en una sociedad secular
4 comentarios

ventanaliglesia

La Iglesia es una realidad de este mundo; vive en un mundo que tiene su propia autonomía y funciona independientemente de la religión. Más aún, actualmente la sociedad está secularizada, o sea, en ella han desaparecido signos, valores, comportamientos que se consideran propios de las confesiones religiosas.

En otras épocas vivíamos en un mundo donde lo religioso gozaba de apoyo social y político. Ese tiempo ha desaparecido, al menos en el occidente europeo. La sociedad está organizada sin referencias a lo religioso. Sin referencias no quiere decir “en contra”, sino “sin tenerlo en cuenta”. Eso, de entrada, no tiene por qué ser negativo. Pues, como reconoce el Vaticano II, “por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propia” (Gaudium et Spes, 36). El creyente, en esta verdad y bondad de lo creado descubre la huella de Dios. Los no creyentes se quedan en la inmediatez de los datos y hacen una lectura de la realidad prescindiendo de referencias a Dios (ya que, para ellos, no existe).

Las religiones y las Iglesias, los creyentes, forman parte de esta sociedad secular. Y aceptan la autonomía de las realidades terrenas. Lo único que reclaman es el mismo derecho que tienen todos los ciudadanos a vivir según sus propias convicciones, siempre que esas convicciones no violen los derechos de los demás. La Iglesia, por tanto, no tiene como misión ofrecer soluciones concretas a los problemas socio-económico-políticos, su misión no es gestionar la ciudad ni ofrecer programas alternativos. Esto ha quedado claro durante el reciente estado de alarma: la Iglesia ha respetado y acatado las decisiones de las autoridades estatales; ha seguido las indicaciones de los científicos, adaptándose a la situación de crisis sanitaria, sin perder por ello la fidelidad a su función salvífica en el mundo.

Ahora bien, el mensaje de la Iglesia tiene incidencia en el modo de buscar soluciones y de gestionar los programas. Ella, desde la humildad y el diálogo, puede ofrecer luces y criterios. Así se comprenden las llamadas de nuestros Obispos para que los políticos actuasen con generosidad, evitando insultos y discusiones, que no favorecían el bien común. Además, en muchos casos, la Iglesia, a través de sus instituciones de caridad, colabora en la búsqueda de soluciones, precisamente en aquellos lugares y hacia aquellas personas que no suelen interesar a los políticos, como también ha hecho durante la pasada (y todavía actual) crisis sanitaria.

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5
Jul
2020
Cuando rezamos por todos, ¿qué significa "todos"?
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candela

Me ha llamado la atención, a propósito del funeral que la Conferencia Episcopal ha organizado en la Catedral de La Almudena en sufragio de todas las víctimas del covid-19, que la familia de una de las víctimas pida que expresamente se excluya a su familiar. Se comprenden los motivos de esta petición cuando se sabe que algún miembro de esta familia ha sufrido malos tratos por parte de los representantes de esa Iglesia que promueve el funeral. Pero parece difícil, como piden, “que se excluya expresamente su nombre”, cuando no se va a nombrar a nadie, porque la oración aludirá a un genérico “todos”. Y si se dice: “todos menos tal persona”, entonces se la nombra expresamente, cuando lo que se pretender evitar es que el nombre de esa persona se haga presente en el funeral.

Cuando se hacen oraciones públicas “por todos”, como ocurre por ejemplo en la plegaria eucarística cuando se ora por todos los difuntos, si se quiere orar especialmente por algunos es cuando se los nombra. Pero si no se nombra a nadie, este “todos” es tan genérico que nadie puede sentirse excluido, ni tampoco necesariamente incluido. De modo que pretender que uno es nombrado expresamente cuando se dice “todos” parece un poco exagerado.

Entiendo el dolor de muchas personas cuando no se ha hecho justicia a sus legítimas reclamaciones. Comprendo que muchas personas se sientan decepcionadas por la conducta de algunos cristianos. Pero parece muy difícil evitar determinados términos que, sin duda, son muy incluyentes (“los españoles, los valencianos, los leoneses”, o “los ciudadanos”, “los difuntos”, “los trabajadores”), pero en los que nadie que no quiera no tiene porque sentirse ni representado ni aludido.

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2
Jul
2020
Eunucos, ¿por y para qué?
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ermita

Según el libro del Deuteronomio (23,2) el eunuco no puede ser admitido en “la asamblea de Yahvé”. Jesús, buen conocedor de la tradición bíblica, debía estar al tanto de este sorprendente precepto de la ley de Dios. Esto hace tanto más llamativa y transgresora la palabra que los evangelistas ponen en boca de Jesús: “hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos” (Mt 19,12).

Las dos primeras razones del ser eunuco, que describe Jesús, contrastan con la tercera y la resaltan. Uno puede estar castrado porque nació así; pero hay todavía un modo más desgraciado de estarlo: cuando son otros los que provocan la castración. Cualquiera de los dos casos describe la situación de lo que ocurre en el mundo: hay desgracias naturales y hay desgracias provocadas por la maldad humana. Por eso resulta inconcebible que lo que parece una desagracia, sea provocado contra uno mismo, y encima por motivos religiosos. Cierto, el tercer modo de castración es metafórico, pero aún así, hay metáforas que es mejor evitar, porque parece que atentan contra la dignidad humana. Y, sin embargo, en esta metáfora Jesús dignifica lo que el mundo desprecia. Jesús relativiza las cosas, pero las aprecia.

Tal como la emplea Jesús, la metáfora es delicada y llena de radicalismo. Es una metáfora llena de tensión, que nos obliga a cambiar nuestra manera de observar la realidad. Jesús ofrece una imagen creativa para describir una situación posible por el Reino. Como dice José Luís Espinel, “el reino tiene un atractivo y una extraña energía fascinante que incapacita para el matrimonio a algunos discípulos”. Esta imagen violenta es todo un tirón para el espíritu. Es un modo de decir que el Reino vale más que lo más valioso de este mundo. Y que, por el Reino, es posible invertir toda la escala de valores mundanos.

Jesús, con esta metáfora, lleva el simbolismo del eunuco a metas insospechadas. El Reino tiene una fuerza de tal calibre que invierte todos los valores mundanos. Eso sí, para comprender esta fuerza del Reino se necesita otro modo de mirar, una conversión, una inversión de criterios y sentimientos, solo posible si uno se deja iluminar por la luz nueva del Espíritu santo.

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28
Jun
2020
La bondad nos hace divinos
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roseton

Distinguía en el post anterior entre ser bueno y hacer el bien. Lo que importa es ser buenos, porque la bondad nos hace divinos. Y el ser divinos nos salva, nos vivifica y nos renueva. Por esto, decía Unamuno, “no basta ser moral, hay que ser religioso; no basta hacer el bien, hay que ser bueno”.

De la misma manera que se puede hacer el bien sin ser bueno, también puede ocurrir que alguien que es bueno haga, en alguna ocasión, el mal. Pero si es bueno, se arrepentirá, rectificará, buscará el modo de reparar el mal que ha hecho. El bueno puede hacer el mal, porque bueno del todo solo es Dios. Los humanos podemos ser buenos, pero siempre somos frágiles, débiles y limitados. Por eso, alguna vez la persona buena, puede hacer el mal. Sin duda, el acto realizado es irreversible. Pero el fondo bueno, que está más allá de las apariencias, permanece, posibilita el arrepentimiento y mueve a la reparación del mal causado.

Por tanto, no es luchando contra los actos como uno se renueva, sino purificando la intención, el cora­zón. Eso sólo el Espíritu puede hacerlo, al derramar el amor en nuestro corazón. Sin duda, lo hecho, hecho está. Pero Dios, que sondea el corazón, hace posible el renacer y el arrepentimiento que, en ocasiones, toma la forma de penitencia.

Se trata, pues, de pasar de la persona que tal vez hace el bien, por prestigio, vani­dad, miedo o cobardía, para convertirnos en personas buenas. Hacer el bien, sin ser bueno, oculta el ser (el ser malo) y además amarga el alma. A este respecto, Unamuno cita el texto de 1 Jn 3,15: el que aborrece a su hermano (no el que le hace daño, sino “el que murmura o maldice en el secreto del corazón”) es homicida. Y el homicida no tiene vida eterna. Por el contrario, si la debilidad nos doblega al pecado, la bondad del ser hace posible el arrepentimiento y entonces el perdón de Dios nos regenera.

Ser bueno me parece una posible y adecuada traducción, en categorías antropológi­cas, del nacer de Espíritu del que habla el Evangelio. Ser bueno es un principio interior que confiere un nuevo modo de ser, y hace bueno todo lo que hacemos, transforma nuestro obrar. Eso es exactamente el Espíritu Santo, el amor de Dios que transforma el corazón de la per­sona. Esta transformación no se debe al cumplimiento de ninguna Ley, sino a la acción de Dios que comunica su amor a todo el que quiere acogerlo.

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24
Jun
2020
Ser bueno y hacer el bien
6 comentarios

candalabro03

Miguel de Unamuno distingue entre ser bueno y hacer el bien. No es lo mismo ser bueno que hacer el bien, aunque tampoco es incompatible. Los buenos siempre quieren hacer el bien y casi siempre lo hacen. Dios, el absolutamente bueno, siempre hace el bien. No puede hacer otra cosa. En la medida en que nos asemejamos a Dios, también actuaremos como él actúa, haciendo el bien.

Hay malos que, en ocasiones, hacen el bien. Hay que alegrarse del bien que hacen los malos, pero su maldad les impide hacer el bien de forma firme, constante y segura. Por eso, además de alegrarnos por el bien que puede hacer la persona mala, hay que desear firmemente que se convierta y sea buena.

La distinción entre ser bueno y hacer el bien equivale a la distinción entre las actitudes arraigadas en nuestro ser, y los actos puntuales que hacemos en cada ocasión. A los ojos del mundo, en la moral de las obras, en donde solo importan resultados y apariencias, no importa que uno viva con sentimientos de odio; lo que importa es que no cometa delitos, que no haga el mal. Esta moral fomenta la hipocresía. Con esta moral muchos personajes de nuestro mundo hacen cosas buenas, entregan dinero para buenas obras o fomentan instituciones sociales, pero lo único que les interesa es la publicidad, el “salir en la foto”, o sea, que se hable de ellos, que se diga lo guapos y estupendos que son, aunque, en el fondo, la situación de las personas a las que teóricamente o fotográficamente entregan el donativo, no les interese.

Así se comprende que Jesús nos advierta contra el hacer buenas obras sólo para ser visto por los hombres: “Cuando hagas limosna no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,2-3).

Quizás el que anuncia con trompetas su limosna hace el bien, pero no es bueno. Y cuando no haya trompetas dejará de hacer el bien. La limosna del que la hace en secreto es la de una persona buena, que es solidaria en toda circunstancia. El primero hace el bien, pero no es bueno. Este bien que hace sirve para aumentar su orgullo y su vanidad. El segundo hace el bien porque es bueno. Este bien que hace es agradable a los ojos de Dios.

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20
Jun
2020
Iglesia encarnada
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concha

En su exhortación apostólica sobre la Amazonia, el Papa ha traducido en un lenguaje incisivo lo que el Vaticano II calificaba de ley de toda la evangelización: “La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse”.

Lo que dice el Papa sobre la Amazonia es perfectamente aplicable en todos los lugares donde la Iglesia está presente, cumpliendo su misión de evangelizar. Necesitamos una catequesis, una liturgia y una santidad con rostros locales. En cada diócesis y en parroquia habrá que buscar los modos concretos de implementar formas pastorales para corregir lo que no acaba de funcionar y alentar lo que funciona. Muchas veces esperamos que otros nos ofrezcan recetas y soluciones concretas. Pero en el terreno de la pastoral las recetas debemos buscarlas en función de las personas y del lugar en el que debemos evangelizar. La evangelización siempre es la misma, siempre anunciamos el nombre del Señor Jesús. Pero la pastoral, puede y debe cambiar. La evangelización siempre tiene el mismo buen olor de Cristo; la pastoral tiene el olor de las ovejas, que no siempre es el mismo.

Cierto, hay una serie de grandes líneas pastorales que pueden considerarse aplicables en todas partes y que se concretarán, como digo, en función de personas y lugares. Enumero algunas: fomentar espacios para compartir la fe comunitariamente; favorecer la formación de los laicos; celebrar los sacramentos y, sobre todo, la Eucaristía de forma gozosa y festiva; diseñar una pastoral con jóvenes que les ayude a encontrarse con Jesucristo; sensibilizar a todos los miembros de la comunidad cristiana en su compromiso caritativo en favor de los más necesitados de la parroquia y de más allá de la parroquia; dejar clara la dimensión vocacional de toda vida cristiana, recordando que todos hemos sido llamados a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, sea cual sea nuestra “llamada”: al matrimonio, a la vida religiosa, al sacerdocio; y sea cual sea nuestra misión concreta en la Iglesia: catequistas, animadores de comunidades, misioneros, etc.

Estas grandes líneas se pueden realizar de muchas maneras. Si estamos convencidos del valor de nuestra fe, y la vivimos con ilusión; si este convencimiento nos mueve a buscar una mejor comprensión de la fe; si nos sensibiliza con los pobres y los inmigrantes; si nos mueve a compartir, si nos abre a la vida, si nos llena de alegría cuando una hija quiere ser religiosa o un hijo sacerdote, entonces las concreciones serán eficaces. Pero si vivimos una fe sociológica, si apenas nos llega para asistir a Misa los domingos, si nos despreocupamos de las necesidades ajenas, si educamos egoístamente a nuestros hijos, entonces no hay concreción que sirva. Y eso vale para todos los cristianos, empezando por los animadores de la comunidad, sacerdotes incluidos, claro, pero no los únicos.

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16
Jun
2020
¿Dónde pone Jesús su corazón?
4 comentarios

corazonjesús

La pregunta: ¿dónde pone Jesús su corazón?, pretende orientar nuestra mirada para saber dónde podemos encontrar hoy el corazón de Jesús. Una posible respuesta nos la dan las bienaventuranzas. Jesús pone su corazón, ama con todo su corazón, a los pobres, los hambrientos, los mansos, los misericordiosos, los constructores de la paz. Si vamos al encuentro de esas personas o, mejor aún, si tratamos de ser una de esas personas, entonces es seguro que nos encontraremos con el corazón de Jesús, bien en ellas, bien en nosotros mismos.

También es válida la pregunta: ¿dónde no pone Jesús su corazón? Es claro que no lo pone en aquellas personas y actitudes que son contrarias al espíritu de las bienaventuranzas. Donde hay guerra, conflictos, odios, enemistades, explotación de personas, seguro que ahí Jesús no pone su corazón, porque no se identifica con esas situaciones. Si acaso pone su corazón en las víctimas de la guerra, en los odiados injustamente, en las personas explotadas y maltratadas.

Más allá de las malas y sensibleras representaciones de esta advocación, hay un fondo de verdad en ella que debemos mantener. El corazón como expresión de amor, en nuestro caso como expresión del gran amor de Jesús a cada ser humano. Un amor tanto más intenso, si es que se puede hablar así, cuanto más necesitada de amor está la persona. No es que Dios ame más a unos que a otros, porque a todos ama con todo su amor, que es divino. Pero ocurre que, en algunos momentos de la vida, y en algunas situaciones desastrosas en las que, a veces, nos encontramos, la necesidad de sentirse amados se hace más perentoria y necesaria. En este sentido podemos decir que Dios ama más a los pobres o a los enfermos, porque ellos están más necesitados de su amor.

Resulta oportuno recordar esta palabra de Jesús: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Los cristianos estamos invitados a tener un corazón manso y humilde como el de Jesús. Manso, o sea, pacífico, no violento; como Jesús que, al ser insultado, no respondía con insultos. Humilde es el que se hace pequeño y no se considera superior a los demás. Como Jesús, que no retuvo su categoría de Dios, sino que se rebajó. Estamos llamados, como Jesús, a ser instrumentos de misericordia.

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12
Jun
2020
"Corpus": presencia y adoración
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corpus

Estas dos palabras, presencia y adoración, sintetizan todo el sentido de la fiesta del “Corpus”. Fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía. Adoración del sacramento que hace presente a Cristo. Los himnos latinos de la liturgia de la fiesta, compuestos por Santo Tomás de Aquino, son teología hecha poesía, que expresan la fe, invitan a la acción de gracias, despiertan la esperanza y avivan la piedad.

Una de las cosas que recalcan estos himnos, al contrario de lo que muchos desearían, es que no hay pruebas físicas de esta presencia, pues sólo la fe puede confesarla. Basten dos ejemplos. El famoso himno “pange lingua” dice que, aunque fallan los sentidos, sólo la fe es suficiente para que el corazón pueda aceptar firmemente la verdad. Por eso proclama que la fe reemplaza la incapacidad de los sentidos. El segundo ejemplo es de otro himno que comienza así: “te adoro con devoción, Dios escondido”. Y sigue diciendo: “al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta el oído para creer con firmeza”. Basta el oído, porque la fe, como dice san Pablo, viene por el oído, o sea, de la escucha de la Palabra de Dios.

Santo Tomás tenía muy claro que en las cosas de fe (por ejemplo, el misterio trinitario, el misterio de la encarnación o el de la eucaristía) no hay demostraciones que valgan. Y que pretender aducir pruebas es exponer la fe a la burla de los que no creen. Es posible mostrar el sentido de las verdades de fe, explicarlas por medio de comparaciones o analogías y, frente a los argumentos que se esgrimen contra la fe, es posible mostrar que tales argumentos no son más que razones probables que no se imponen necesariamente.

La adoración es el otro aspecto de la fiesta del “Corpus”. Después de haber comulgado con el cuerpo y la sangre de Cristo, lo lógico es tener un momento de acción de gracias. Por eso, la celebración litúrgica termina con una oración para “después de la comunión”, que técnicamente se denomina “post-comunión”. La adoración podría ser una prolongación de la post-comunión. Cuando la cena ha sido agradable, suele haber una sobremesa. La sobremesa, en muchas ocasiones, es tan importante como la cena. Pues bien, es lógico que los fieles que han gustado de la cena eucarística y han saboreado lo bueno que es el Señor, quieran continuar en una hermosa sobremesa, para darle gracias y seguir escuchándole. Tal sería, a mi entender, un posible sentido de la adoración eucarística.

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9
Jun
2020
En política y en todo: justicia y verdad
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justiciayverdad

La crisis sanitaria está provocando una crisis económica. Muchas personas han perdido sus medios de subsistencia. Cierto, el Gobierno de España ha tomado alguna medida destinada a paliar esta crisis económica, como ha sido la implantación de un ingreso mínimo vital. Hay que dar la bienvenida a estas medidas, pero sin olvidar que no pueden ser permanentes, porque entonces convertirían a muchas personas en “dependientes permanentes”, y estas dependencias suelen favorecer la aparición de gobiernos totalitarios. Lo que hay que hacer es crear puestos de trabajo. El trabajo es un derecho, que dignifica a la persona y procura estabilidad social.

La palabra de Dios nos recuerda que la justicia y la verdad son la obra de las manos de Dios (salmo 110), de un Dios que actúa y se hace presente a través de aquellos seres humanos que trabajan por la justicia y viven en la verdad. A veces uno tiene la impresión de que los políticos (salvo honrosas excepciones, que en todas partes las hay) no están muy interesados ni en la justicia ni en la verdad, sino que se mueven por otros criterios menos confesables, como la búsqueda de mantenerse en el poder o de alcanzarlo. La política necesita de un cierto poder, un poder controlado y contrapesado por otras instancias de poder (poder ejecutivo, legislativo y judicial), pero el criterio de la política no es el poder. El criterio es la búsqueda de justicia y bienestar para los ciudadanos. Si este fuera el criterio que guiase a nuestros políticos nos evitaríamos espectáculos vergonzosos, en forma de insultos y descalificaciones mutuas.

Es normal que haya distintos modos de gestionar lo económico y lo social. Pero si todos nos guiamos por el criterio superior del bien y de la verdad, entonces estos distintos modos no crean enemigos, sino colaboradores. Y donde no es posible la colaboración, siempre es posible el respeto mutuo. Si el criterio es la búsqueda del poder, entonces aparecen enemigos irreconciliables, porque el poder que tiene uno, impide que lo tenga el otro, que también ambiciona tenerlo.

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