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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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5
Jun
2020
Santísima Trinidad, nuestra fiesta
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trinidad3

La fiesta de la Santísima Trinidad es también nuestra fiesta, la fiesta de los cristianos. Se puede ir más allá y decir que es la fiesta de todos los seres humanos. Desgraciadamente no todos se enteran de que es verdad tanta belleza. Digo que es la fiesta de todos los seres humanos, porque todos hemos sido creados a imagen de la Trinidad, a imagen de Dios. Y Dios es relación subsistente de Amor, comunión de personas. Al crear al ser humano, lo creo a su imagen. Por eso, todos los humanos estamos llamados a vivir en el amor y realizar, a nuestro nivel, esta relación de Amor que se encuentra en el seno de Dios. Además, en cada uno de nosotros hay una huella de cada persona divina. La inteligencia humana es un reflejo del “Logos”, del Verbo divino; el impulso que todos tenemos hacia el Amor es un reflejo del Espíritu de Amor por el que se aman el Padre y el Hijo. Y la vida es un reflejo del Padre, Principio sin principio, del que procede toda Vida.

Los bautizados, además de reflejar la imagen de Dios, como cualquier otro ser humano, son conscientes de esta presencia. Pues el acto creador, como tal, no establece la reciprocidad. Para que dos personas estén presentes una a la otra, no basta con que estén físicamente juntas. Es necesario que cada una esté espiritualmente presente en la otra, y esto sólo puede hacerse por el conocimiento y el amor. Así se comprende que los cristianos tienen una relación personal y personalizada con cada una de las personas del único Dios: son hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos, sagrarios o amigos (porque el amigo es el que están en mi corazón) del Espíritu Santo.

Esta relación personalizada les hace hijos adoptivos de Dios, establece una amistad profunda con Dios. Somos amigos de Dios. ¡Parece una cosa increíble, pero es así! Increíble, porque lo que espontáneamente nos nace es decir que Dios es “Señor” y que, como todo señor, quiere súbditos sumisos. No es así en el caso del Dios revelado en Jesucristo, como Padre amante y amoroso. Nuestra relación con él no se sitúa en el terreno del deber, de la ley, de la sumisión, sino de la libertad, de la gracia y del amor.

En todo caso, debe quedar claro que nosotros no nos relacionamos con las personas divinas por separado, pues cada una reenvía nuestra mirada y nuestro corazón a las otras dos: el Padre al Hijo, el Hijo al Padre, El Padre y el Hijo al Espíritu, el Espíritu al Padre y al Hijo. Aunque no es menos cierto que en este intercambio perfecto cada una es amada y conocida en lo que es propiamente suyo: el Padre como fuente de vida, el Hijo como luz que ilumina nuestra vida, el Espíritu como amor que nos llena de Dios.

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1
Jun
2020
Sumo y eterno sacerdote
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sacerdote

Una vez acabado el tiempo pascual, la liturgia sitúa una serie de fiestas que nos recuerdan distintos aspectos fundamentales de la fe cristiana. La primera es la celebración de “Jesucristo, sumo y eterno sacerdote”. Es una manera de decir que Jesucristo es el que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios. Pues lo propio del sacerdote es ser mediador, tender puentes entre Dios y los seres humanos. Ahora bien, el sacerdocio humano no puede ser una mediación perfecta, porque sólo participa plenamente de una de las dos partes que hay que unir. Jesús, al participar de las dos partes, la humana y la divina, puede unirlas perfectamente porque las comprende plenamente a las dos. Por eso el Nuevo Testamento le califica de “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2,5).

Jesucristo es el único que puede mediar porque participa de los dos extremos de aquello que une, al ser verdadero Dios y verdadero hombre. Jesús no es un mediador que se encuentra en una posición intermedia entre dos polos, Dios y el ser humano. Es mediador omnicomprensivo, su mediación es englobante, con una posición que se extiende de un extremo al otro, es decir, del último grado de humillación humana al más alto grado de la gloria divina.

El único sacerdocio de Cristo es participado, de distintas maneras, tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel. Al ser bautizados nos hicimos partícipes del sacerdocio de Cristo, se nos destinó a vivir en amistad con Dios y a actuar según su espíritu. Los ministros sagrados participan de ese mismo sacerdocio de Cristo para realizar funciones santificadoras, que unen a Dios con los hombres. También los cónyuges, en el amor que se profesan públicamente, ejercen su sacerdocio común, puesto que este amor es un vínculo sagrado, con el que hacen históricamente visible y presente en el mundo el amor de Cristo por su Iglesia.

¿Qué significa “participar” en el sacerdocio de Cristo? Significa que, al acoger el amor de Dios en nuestras vidas, entramos en una nueva relación con Dios. Y esta relación nos mueve a realizar acciones sacerdotales, o sea, a unir nuestra vida con Dios, buscando actuar en consonancia con su voluntad; y a trabajar (con nuestro testimonio, nuestras buenas palabras y nuestras buenas obras) para que aquellos con los que vivimos y nos encontramos se sientan movidos a unir su vida con Dios y a cumplir su voluntad. En este sentido, la vida de un cristiano es sacerdotal, mediadora de gracia, es ocasión para que el amor de Dios se difunda sobre aquellos que le rodean.

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28
May
2020
Espíritu creador
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pajarosobre

Uno de los himnos más conocidos sobre el Espíritu Santo se titula “Ven Espíritu Creador”. Este himno alude directamente a los primeros versículos de la Biblia. Allí se dice que, por encima del caos y de la confusión, aleteaba el Espíritu de Dios. El mundo en que vivimos no existe por sí mismo; es obra del Espíritu creador, que pone orden y armonía en el mundo. Después, gracias también a su “soplo” vivificante, el barro que Dios había modelado se convierte en un ser viviente. Aparece el hombre, varón y mujer. Cuando se trata de la creación del mundo, el espíritu está sobre las aguas. Cuando se trata del ser humano, el espíritu entra dentro de él: “insufló en sus narices aliento de vida” (Gen 2,7). El humano recibe el espíritu más intensamente, más íntimamente. Porque es una criatura única, distinta. Es imagen de Dios.

Pentecostés no es sólo celebrar el origen de la Iglesia, es también celebrar el origen de la vida. El Espíritu nunca abandona su obra, sigue estando presente en la creación y gracias a su presencia permanente las cosas se mantienen en el ser. Un himno de la liturgia de la Iglesia se hace eco de esta presencia de Dios que acompaña y sustenta su obra, al calificarlo de “vigor de los sonoros ríos de la vida”, y al cantar que “no hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro”. El Dios cristiano no es solamente el Otro que está frente a nosotros, el Otro distinto, sino también el que está dentro de nosotros, en nosotros y con nosotros. Dios, sin mezclarse con lo creado ni reducirse a lo creado, sostiene desde dentro lo creado y allí se hace presente. Es necesario pensar la relación de Dios con el ser humano, no como la de Alguien que está frente a mi, sino como mi constitutivo más profundo.

La acción creadora del Espíritu se manifiesta especialmente en dos momentos importantes de la historia de la salvación. Para que pudiera entrar en este mundo el Hombre perfecto, la nueva humanidad, el Espíritu irrumpe sobre la carne de María. Casi podríamos decir que el anuncio que el ángel hace a María es el primer Pentecostés en sentido pleno: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti”.

Finalmente, el Espíritu lleva a cabo la definitiva creación, dando vida a nuestros cuerpos mortales (Rm 8,11). Gracias al espíritu, el ser humano puede no sólo vivir, sino vivir eternamente. Al ser la comunicación de la vida divina, el Espíritu hace posible que el hombre goce de lo más característico del Ser divino, que es la inmortalidad, la vida en plenitud.

El Espíritu siempre da vida (Jn 6,63; 2 Co 3,6). Por tanto, dónde hay vida está el Espíritu. Los que son movidos por el Espíritu realizan obras de vida. Podemos, pues, reconocer la presencia invisible del Espíritu gracias a la evidente presencia de la vida. Tenemos ahí una clave para conocer la presencia o la ausencia del Espíritu.

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26
May
2020
Oración en familia
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virgenorando

En una carta reciente, con motivo del mes de María, el Papa Francisco invitaba a los cristianos a descubrir la belleza de rezar el Rosario en casa. Allí decía: “las restricciones de la pandemia nos han obligado a valorizar esta dimensión doméstica (del rezo del Rosario), también desde el punto de vista espiritual”. ¿Qué está diciendo el Papa? Por una parte, está valorando el Rosario. Pero está diciendo algo más, a saber, que la oración en familia es fundamental, ya que la familia creyente es el lugar más original donde se realiza la Iglesia, comunión de bautizados e hijos de Dios. La familia es una “iglesia doméstica”. Y lo propio de la Iglesia es rezar. El rosario fue en otro tiempo una oración familiar, y puede seguir siéndolo ahora.

El Rosario merece mucho respeto. Pero más importante aún es cobrar conciencia de la necesidad de orar, sea como sea, y con los medios que sea. También para la oración vale eso de que el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. La oración ha sido hecha para nosotros, para hacernos bien, para que nos sintamos a gusto y cómodos. Por eso, la mejor oración es la que suscita devoción y ayuda a cumplir en la vida la voluntad de Dios.

El Papa, en su carta, ofrece dos oraciones que él ha compuesto. Les invito a leerlas, pinchando en este enlace. Y puestos a entretenernos un poco con una de esas oraciones, se podría pensar en un juego familiar, o en un juego para la clase de religión. Leer la segunda de las oraciones del Papa, y que cada oyente destaque cuál es la petición concreta que le ha parecido más necesaria. Pongo un ejemplo de estas peticiones del Papa: “Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares (a la del coronavirus)”.

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24
May
2020
Demasiada alegría: futbol y playa
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alegría

Mucho me gustaría que el anuncio hecho por el presidente del Gobierno de España, de reanudar la liga de futbol a partir del ocho de junio, acompañada de la invitación a preparar las vacaciones, no sea una maniobra de distracción, para que nos olvidemos de sus pactos con partidos herederos del terrorismo vasco. En este asunto de la pandemia es más necesario que nunca que todos actuemos con seriedad y serenidad. Aquí no se trata de conservar el poder. Tampoco se trata de derrocar al gobierno, para que vengan otros que, posiblemente, hubieran gestionado esta crisis de forma parecida. Se trata, por una vez, de que nuestros políticos trabajen unidos por el bien de los ciudadanos. Por una vez, porque nos estamos literalmente jugando la vida.

A partir de ahora habrá que confiar en la responsabilidad individual. Es de esperar que la euforia de los primeros días de desescalada, en la que bastantes personas se han relajado, no provoque un aumento de infecciones. A este respecto, la postura del gobierno autonómico de la comunidad valenciana, de retrasar una semana la superación de la fase uno, me ha parecido prudente y creíble. Si aumentan los casos, aunque sea mínimamente, los que gobiernan deben advertir y actuar. La mayoría de las personas suelen ser bastante sensatas y responsables. Siempre hay minorías que estropean las cosas. ¿Cómo hacerles cobrar conciencia de que no sólo se perjudican a sí mismos, sino que perjudican a otros, para empezar a las personas más cercanas a ellos?

Programar diez días de luto oficial está muy bien. Claro que los lutos no curan a los enfermos ni dan de comer a los hambrientos. Y los lutos “oficiales” tampoco sirven para aliviar tristezas. Los buenos lutos serán los que habrá hecho cada uno por sus seres queridos y, para los creyentes, los buenos consuelos les llegarán cuando puedan rezar juntos y abrazar al resto de sus familiares. Yo no sé que es un “funeral de estado”. Pero sí espero que cada diócesis organice un funeral por los creyentes fallecidos. En las Iglesias la puerta está abierta, y si entra un no creyente y quiere solidarizarse, en silencio respetuoso, con la oración de los creyentes, siempre será bien venido.

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21
May
2020
Jesús, en el cielo, intercede por nosotros
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espirtalhacia

Jesús sube al cielo. Dos metáforas en una breve frase. Subir es movimiento espacial. Jesús, al dejar esta tierra para volver al Padre, del que procedía, no necesitaba de ningún movimiento. El término cielos orienta hacia el lugar al que tiende la subida. En realidad, “cielos” es una manera de decir “Dios”. La Ascensión de Jesús es un aspecto más del rico acontecimiento pascual, por el que Dios resucita a Jesús mostrando su poder sobre la muerte. Jesús va a ese lugar en el que ya no se muere más, porque los que allí están participan plenamente de la fuente de la vida permanente, que es Dios.

Importa caer en la cuenta de que quién asciende es el hombre Jesús o, dicho de otra manera, asciende una concreta naturaleza humana plenamente personalizada por el Verbo. Lo cual significa que, en el seguimiento de Cristo, todos los seres humanos pueden llegar a dónde él llegó. La liturgia lo dice de esta manera: Jesús “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”. Jesús nos muestra la meta a la que todos aspiramos y, al mostrarla como posible, da seguridad a nuestra esperanza.

Pero hay más, pues una vez que ha entrado para siempre en el santuario del cielo, no se queda tranquilo e inactivo (de nuevo es necesario expresarse con nuestras pobres palabras), no le basta habernos mostrado la meta, está ansioso de que nosotros lleguemos y se preocupa para que no nos equivoquemos en el camino. Por eso, una de sus principales ocupaciones es la de rezar por nosotros. “Ahora, dice la liturgia, intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu”.

Jesús intercede ante el Padre para que el Espíritu Santo nunca nos abandone. Los creyentes hemos recibido el Espíritu Santo precisamente para vivir unidos a Dios y cumplir su voluntad, que no es otra que vivir en el amor. Por eso, el Espíritu transforma nuestro corazón en un corazón amante de Dios y amoroso de los hermanos y nos mueve a hacer el bien y a vivir con la mirada puesta en Dios.

La principal tarea de Jesús en el cielo, su fundamental preocupación es orar por sus hermanos que se han quedado en la tierra. Sigue estando, por tanto, en una profunda comunión con cada uno de nosotros, preocupado personalmente por cada uno, alentando secretamente a cada uno y anhelando el momento en el que su humanidad podrá abrazar la nuestra en un abrazo eterno que nos llenará de gozo y felicidad.

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18
May
2020
Se abren las Iglesias
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vidrieraparis

Desde el 18 de mayo, prácticamente en toda España, abren de nuevo las Iglesias. El próximo domingo se podrá celebrar, con una cierta normalidad, la fiesta de la Ascensión. Las autoridades sanitarias, con algunas precauciones y restricciones, permiten de nuevo que haya culto con asistencia de fieles. La verdad es que, con puertas abiertas o cerradas, desde hace unos años, ha disminuido la asistencia a las celebraciones eucarísticas. Cada vez son menos los bautizados que cumplen con el así llamado precepto dominical. Pero una cosa es que los bautizados no acudan libremente a las Iglesias y otra que no puedan acudir porque la ley se lo impide. Una ley que tiene sus razones. Aunque siempre hay quien dice, con sus razones también, que se ha aprovechado la alarma sanitaria para impedir incluso celebraciones con pocas y separadas personas.

Lo importante es que empezamos a recuperar algo de normalidad ciudadana y “religiosa”. Porque lo de las Misas por internet ha estado muy bien, pero no es lo deseable. No es lo mismo presenciar una celebración por televisión, que sentir hasta físicamente que se forma parte de la celebración, con la presencia de otros cristianos, formando una asamblea, un pueblo que canta unido las alabanzas del Señor y le da gracias por sus beneficios. Habrá que estar precavidos, porque sigue habiendo peligro de contagio. Pero precavidos lo estamos siempre, por un motivo u otro. Ahora tenemos que tomar otras precauciones. Hay que verlo como algo normal. Y no hacer problema donde no lo hay. Estoy pensando, por ejemplo, en la cuestión del modo de comulgar. O en decir una vez todos juntos “amen” y no de forma individual al recibir la comunión, para evitar emitir gotas de saliva.

Hay cosas que conviene explicar bien para que no sean mal entendidas, como la recomendación de no tocar papeles o folletos con textos bíblicos o cantos. Estos objetos son vectores de contagio. Si se reduce el intercambio de personas que los utilizan, se reduce el peligro de contagio. Y a propósito de algunas recomendaciones, yo pediría a las autoridades una cierta coherencia. No parece coherente que se insista en que las celebraciones duren el menor tiempo posible y, sin embargo, se permita estar sentado en las mesas del bar todo el tiempo que uno desee. Por cierto, esta comparación entre el bar y la Misa siempre puede servir para que pensemos donde están nuestras prioridades.

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16
May
2020
Aviso profético del Concilio Vaticano II
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arbolsolitario

En las actas del concilio Vaticano II hay una doctrina riquísima, probablemente desconocida, sobre Dios, la revelación, la Iglesia y el ser humano. Seguramente a muchos lectores, eso del Concilio les suena a algo pasado. Pero este pasado supuso un cambio importante en la vida de la Iglesia, del que hoy seguimos viviendo. Pese a quién pese, no es posible dar marcha atrás. Si eso fuera posible, la marcha atrás sería un mal paso. Los buenos pasos siempre se dan hacia adelante.

Dejo eso. Entre otras muchas “perlas” que se encuentran en el número 43 de la Gaudium et Spes, una parece profética: “sabe la Iglesia que hoy es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio. Dejando a un lado el juicio de la historia sobre estas deficiencias, debemos, sin embargo, tener conciencia de ellas y combatirlas con máxima energía para que no dañen a la difusión del Evangelio”.

Se me ocurren dos comentarios: hoy ya no es posible “dejar a un lado el juicio de la historia”. Ni el de la historia ni el de nuestros contemporáneos. Por eso cobra todo su valor la necesidad de combatir esas deficiencias (ya sé que “deficiencias” es un lenguaje suave), en primer lugar, porque, en ocasiones, hay personas afectadas y perjudicadas; y luego, porque en el caso de la Iglesia (al contrario de lo que ocurre en otras instituciones), las culpas individuales dañan a la institución; peor aún, dañan a la difusión del Evangelio.

No está mal empleada la palabra “difusión”. Las deficiencias duelen a los que ya han acogido el Evangelio, pero si lo han acogido bien, los pecados de la Iglesia y de los cristianos no son motivo para abandonarlo. En este sentido esos pecados también les dañan en forma de dolor. Pero el daño que se hace a quienes todavía no han acogido el Evangelio es de otro nivel, es un daño que se convierte en obstáculo para la acogida. ¿Cómo contrarrestar este daño a la difusión del Evangelio? Con el testimonio valiente, convencido, convincente de aquellos cristianos que han recibido y acogido el Evangelio. Testimonio que implica la ayuda de esos cristianos a los perjudicados y la condena de los delitos cometidos. Condena que no tiene que estar exenta de llamadas a la conversión y al arrepentimiento.

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12
May
2020
La culpa siempre es del otro
4 comentarios

culpadelotro

El famoso filósofo alemán Immanuel Kant dejó escrito que el “estado natural” entre los seres humanos no es la paz, sino el conflicto. Y añade: “aunque no siempre estalle entre ellos la hostilidad, viven, sin embargo, bajo esta permanente amenaza”.

Parecen unas palabras cargadas de realismo. No hace falta remontarse a las historias bíblicas de Adán y Eva (ni uno ni otro quieren responsabilizarse de su pecado, sino que culpan a otro: Adan a Eva y Eva a la serpiente), o las historias de hermanos enemistados (empezando por Caín y Abel). Basta recordar que la guerra ha sido una realidad constante en la historia de la humanidad. A los conflictos les acompaña siempre un mecanismo de acusación recíproca: el culpable es la otra parte; a su vez, la parte inculpada piensa que el responsable es su adversario. Desgraciadamente, este mecanismo de acusación recíproca ha contribuido a forjar las identidades de los pueblos que, apoyándose en la hostilidad hacia el otro, han definido su identidad a partir de “lo que no son”.

Por su parte, los partidos políticos basan su estrategia en inculpar a los otros partidos. El gobierno es, para la oposición, el culpable de todos los males que afligen al país. Los partidos de la oposición son, para el gobierno, unos charlatanes que carecen de ideas y sólo saben obstaculizar la acción del gobierno. En las campañas electorales se practica el método de “blanco y negro”, una forma de ver las cosas que, cualquier observador neutral consideraría ridícula, pero que a los partidos les resulta sumamente eficaz.

A niveles más reducidos, en todos los grupos humanos, desde la escuela a la vida en comunidad, se buscan chivos expiatorios (un maestro, un alumno; un fraile, un superior) sobre los que descargar la culpa. Paradójicamente los chivos expiatorios logran, a veces, una ficticia unidad, que se rompe enseguida que desaparece el chivo. Me contaron de una comunidad en la que el superior era de una nacionalidad distinta a la de los otros hermanos. Pues bien, todos estaban unidos contra el superior, hasta que éste se hartó y se marchó. Entonces el resto empezó a pelearse entre ellos.

Vendría bien aquí recordar un aspecto de la doctrina del pecado original. Cada uno de los seres humanos tenemos nuestras limitaciones y debilidades. La culpa y la responsabilidad de lo que ocurre, antes de ser de los otros, es de cada uno. Cobrar conciencia de esta verdad nos ayudaría a comprender mejor a los otros y a ser autocríticos con nosotros mismos.

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8
May
2020
Mayo, mes de María con virus
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rosa02

Algunas fiestas cristianas han surgido con la buena intención de “cristianizar” un acontecimiento o celebración no cristiana. Algo de eso ha ocurrido con el mes de mayo, dedicado tradicionalmente a honrar a la Virgen María. ¿Cuál es la posible influencia no cristiana que hace de mayo el mes de María? En Grecia, el mes de mayo estaba dedicado a Artemisa, la diosa de la fecundidad. En la antigua Roma, el mes de mayo estaba dedicado a Flora, la diosa de la vegetación. En el hemisferio norte, mayo es el mes primaveral por excelencia. Referencias interesantes, pero lo interesante de verdad es la figura de María, pues en ella encontramos un modelo de fe y un aliento para nuestra esperanza.

El Concilio Vaticano II se refirió a María como “peregrina de la fe”, o sea, como aquella que encuentra su lugar en el seguimiento de Cristo. A María se aplica la bienaventuranza de la fe: felices, sí, verdaderamente felices los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan, como ella lo hacía fielmente. Todo lo demás, comparado con esto, es secundario. Por este motivo, Jesús corrige el elogio que una mujer quiere hacerle piropeando a su madre, como todavía hacemos nosotros al decir: “viva la madre que te parió”. Jesús replica: no se trata de los pechos que me amamantaron ni del vientre que me llevó, sino de acoger la Palabra de Dios. Y ahí, en la acogida de la Palabra, todos tenemos las mismas oportunidades. Para María y para cada cristiano la fe es la cuestión fundamental de su vida: ¿me fío o no me fío de Dios? Sólo así puede cumplirse la última bienaventuranza de Jesús: “dichosos los que creen, sin haber visto”.

Por otra parte, María es aliento para nuestra esperanza, tal como reza la Salve. En estos tiempos que corremos, la esperanza es más necesaria que nunca. Para todos. Pero sobre todo para aquellos que siguen todavía bajo el influjo del covid-19, bien porque lo están padeciendo, bien porque viven el duelo de no haber podido despedir a los suyos, bien porque la crisis sanitaria les impide trabajar y temen perder su medio de vida. Una persona afectada me ha dicho: “lo que necesito es un abrazo”. Sí, el virus es un mal bicho, pero el aislamiento y la soledad que produce aumentan el daño. Por eso es importante la labor que podemos hacer como cristianos, acompañando a esas personas, aunque sólo sea virtualmente. Un abrazo virtual no es un abrazo perfecto, pero puede ser un signo de cómo nos abraza ahora Dios y de cómo la dulce Virgen María nos ampara.

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