4
May2020El otro virus que nos espera
6 comentarios
May
Ahora que parece vislumbrase un final del confinamiento, aunque sea gradual, es oportuno preguntarse qué pasará después. Costará un poco volver a la normalidad. Una cosa parece segura: lo que inmediatamente nos espera es una gran crisis económica, consecuencia de la crisis sanitaria. Por tanto, habrá más pobreza, más paro, más personas en situación de necesidad. Ahí es donde la Iglesia (y sus instituciones) tendrá mucho que decir y mucho que hacer. Quizás el virus sea controlado, pero lo que va a seguir sin control son las necesidades ajenas.
Estas necesidades nos recuerdan que hay un virus que nunca desaparece, por desgracia, el virus que fomenta el poder y la corrupción, el virus del ansia de riqueza, el virus de la sexualidad descontrolada. Ese virus se ha manifestado durante la crisis sanitaria, en la que ha aumentado el consumo de pornografía y de drogas, el poder mal gestionado, y multitud de estafas e intentos de robo, algunos utilizando el nombre de “Caritas”. Si después de la crisis sanitaria viene una crisis económica, este virus al que acabo de referirme, se desatará con toda su fuerza maléfica.
Los cristianos conocemos el antivirus: el compartir, la compasión, el amor, el desprendimiento, la generosidad, las palabras positivas, en fin, el amor evangélico. ¿Seremos capaces de repartir ese antivirus, siempre necesario y siempre escaso? Lo que parece que ha ocurrido con algunos ancianos, que no han sido debidamente atendidos, es una seria llamada de atención. La vida vale por sí misma y valen todas las vidas. Y, si alguna debe ser especialmente cuidada y atendida, es la vida frágil o la que nadie quiere.
Además de la crisis económica que nos espera, es posible que haya intentos de aprovechar la coyuntura para restringir nuestras libertades: ¿podremos seguir reuniéndonos, llenar iglesias o locales, viajar libremente, deberemos utilizar siempre o casi siempre mascarilla, estaremos más controlados, incluso a través del teléfono móvil, tendremos que ofrecer explicaciones de a dónde vamos y de con quién estamos, la entrada de inmigrantes será todavía más restrictiva? Me temo que más de un político pretenderá, en nombre de la real o supuesta seguridad, que paguemos el alto precio de la libertad. También ahí, nuestras comunidades eclesiales podrán jugar un papel profético.
Una cosa más. Es posible que, una vez que se levanten las restricciones, tengamos que adoptar algunas medidas en nuestras liturgias, como darnos la paz sin tocarnos o abrazarnos, o comulgar en la mano y, en aquellos grupos en que se comulga bajo las dos especies, hacerlo por intinción. Si así ocurre, habrá que ir con mucho cuidado con los fundamentalismos baratos que seguramente van a aflorar. Para algunos el modo de comulgar parece más importante que la propia comunión.