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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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16
Ago
2020
Justicia, herencia cultural y religiosa
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catarataconsol

Todos reclamamos justicia. Apelamos a ella no sólo cuando sentimos que se nos ha dañado, sino cuando pretendemos conseguir algo que nos beneficia, incluso sin merecerlo. Probablemente el condenado debe pensar: “lo justo es que me den una segunda oportunidad. Lo justo no es que pague por mi culpa, sino que me ofrezcan la oportunidad de actuar de otra manera”. Este concepto de justicia se parece bastante a la justicia de la que habla la Escritura: Dios es justo cuando perdona, porque su pretensión es nuestra salvación. Al perdonar, Dios realiza lo adecuado, lo justo, lo que él considera más conveniente para que se realice su designio de amor. La justicia humana podría aprender alguna cosa del concepto cristiano de justicia.

Hay dos aspectos de la reflexión cristiana que tienen que ver con la justicia, interpelan a toda cultura y muestran la capacidad humanizadora del evangelio a toda persona de buena voluntad. El primero encuentra su fundamento en la doctrina de la creación. Ante el reto de construir un mundo más humano y, por tanto, más justo, la Revelación cristiana nos recuerda que Dios ha entregado la tierra y cuanto ella contiene a “todos” los seres humanos y que, por tanto, allí donde los bienes no son accesibles a todos, no se cumple la voluntad de Dios. Se amplia así el concepto de justicia, que entiende que hay que dar a cada uno lo suyo, pero entiende este “suyo” en clave individualista. Por el contrario, la Revelación afirma la clave social y universal de lo que corresponde a cada uno.

El otro aspecto tiene su fundamento en lo más original de la predicación de Jesús: el mandamiento del amor. Pues una aplicación estricta de la justicia podría convertirse, como indicaba la máxima de Cicerón, en inhumana: “summum jus, summa injuria”. Jesús contesta esta actitud, puesta de manifiesto en las palabras: “ojo por ojo, diente por diente” (Mt 5,38). Tanto en sus tiempos como en los actuales, muchos modelos de justicia se inspiran ahí. De modo que en nombre de una presunta justicia (histórica o de clase, por ejemplo), tal vez se aniquila al prójimo, se le mata, se le priva de la libertad, se le despoja de los elementales derechos humanos.

La justicia sola, si no se deja impregnar por el amor, no es suficiente para el logro de una auténtica humanidad. Al abrir la vida humana al amor, el Evangelio eleva toda justicia y nos abre a la gratuidad y a la misericordia como auténtica dimensión de lo humano. Hay obligaciones que ningún código de justicia puede prescribir. Ningún código ha llegado a persuadir a un padre para que ame a sus hijos, ni a ningún marido para que muestre afecto hacia su mujer. Los tribunales de justicia pueden obligar a proporcionar el pan del cuerpo, pero no pueden obligar a nadie a dar el pan del amor. En este sentido, el samaritano misericordioso (Lc 10,29-37) representa la conciencia de la humanidad, porque va más allá de toda justicia, elevándola desde el amor.

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12
Ago
2020
¿Dónde encontrar un poco de esperanza?
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cruzyvela

En este mes de agosto están ocurriendo muchas cosas que no invitan al optimismo. Lo que ha contado el único superviviente de una patera que quería llegar a Canarias, a saber, que a medida que sus ocupantes se iban muriendo por falta de agua, los superviviendo tiraban los cadáveres al mar, es una muestra más de esta sociedad deshumanizada en la que nos toca vivir. Lo cierto es que las tragedias humanas, debidas no a nuestra limitación, sino a nuestra falta de solidaridad, son tan antiguas como la historia. Ocurre que ahora estamos más informados. La información nos inclina espontáneamente a pedir responsabilidades a quienes gobiernan.

Sin duda, en muchos casos una política un poco más sensata y previsora evitaría muchas tragedias. Un ejemplo reciente y claro es la explosión en Beirut de unos depósitos de nitrato de amonio, que han destrozado gran parte de la ciudad y provocado 170 muertos y más de seis mil heridos. ¿Dónde estaban esos depósitos con un producto tan letal? En plena ciudad. ¿Quién es el irresponsable que permite la ubicación de esos depósitos en tal lugar? Los ciudadanos nos sentimos impotentes. Y los ciudadanos de países que tiene menos libertad para manifestarse y protestar, más impotentes aún.

Uno piensa, en ocasiones, que, para conservar la tranquilidad del ánimo, es mejor cerrar los ojos y taparse los oídos. Pero eso es imposible y no sólo no soluciona los problemas, sino que los empeora, y de paso manifiesta el egoísmo y la indiferencia del que no quiere ver ni oír. La esperanza no se alimenta con la pasividad. Se mantiene y se reaviva con solidaridad. Cada uno desde sus posibilidades. Es bueno estimular y animar a los demás, pero siempre que el estimulo y el ánimo empiecen por uno mismo. El Obispo Pere Casaldáliga ha sido un ejemplo de solidaridad. De esa solidaridad con la que todos estamos de acuerdo en teoría, aunque, a veces, nos molesten determinados ejemplos.

Ante el mal que nos acosa, la única postura digna del ser humano es tender la mano a los heridos que están a nuestro alcance. Y, si uno es creyente, siempre cabe confiar en el Señor de la historia que, aunque parezca callado, está muy atento. A pesar de todo, el creyente cree que Dios no nos abandona. Un himno, que se encuentra en libro del profeta Habacuc, lo dice de esta manera:

Aunque la higuera no florezca,
    ni haya frutos en las vides;
aunque falle la cosecha del olivo,
    y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas,
    ni ganado alguno en los establos;
aun así, yo me regocijaré en el Señor,
    ¡me alegraré en Dios, mi libertador!

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9
Ago
2020
Agosto con mucho descontrol
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remolino

El de agosto es un mes eminentemente vacacional. Cierto, hay quién no tiene vacaciones, no precisamente por exceso de trabajo, sino por falta de dinero. Pero también es cierto que las vacaciones se han convertido en un derecho y en una necesidad. Los que en este mes disponen de más tiempo libre, se habrán visto saturados de noticias, malas la mayoría. La peor, a mi entender, es la segunda oleada del covid-19 que, por suerte, parece menos agresiva que la primera. En algunos casos, la culpa de la propagación del virus ha sido la irresponsabilidad de personas en fiestas descontroladas. La fiesta es maravillosa, la vida lo es más. Y la fiesta descontrolada, como todo lo descontrolado, no aumenta la fiesta, sino que la estropea. Pequeña lección para todos: la moderación da vida; el descontrol tiene consecuencias negativas para uno mismo y los demás.

Hablando de descontrol, hay otra noticia que debería hacernos pensar, a saber, la salida de España del rey emérito. Sin duda, a D. Juan Carlos hay que reconocerle muchos y buenos servicios al Estado y su contribución a la consolidación de la democracia. Pero eso no quita que la falta de control en asuntos quizás privados, haya sido motivo de descrédito y esperemos que no sea motivo de nada más. El dinero puede hacernos perder la cabeza. Y el dinero opaco, como todo lo que se quiere ocultar (también pienso en lo que se quiere ocultar so capa de religión o de “secretos de gobierno”), muestra su indecencia cuando sale a la luz.

Otro descontrol agosteño de trágicas consecuencias pasadas y presentes: hace exactamente 75 años, el 6 y el 9 de agosto de 1945, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron atacadas con armas nucleares. Desde entonces no han dejado de fabricarse bombas atómicas, que están en manos de gobernantes que dan miedo y se dan mutuamente miedo. El mutuo miedo hace que nadie se atreva a disparar. Pero el peligro está ahí. Y no lo va a controlar el miedo. Solo puede hacerlo la mutua confianza. Las armas impiden la mutua confianza. Estamos en un mundo peligroso y desconfiado.

La violencia, que aflora un poco por todas partes, producto del egoísmo y de la injusticia, es la cara visible del odio que a todos nos acecha y que debemos rechazar con todas nuestras fuerzas. Dice el salmo 11, con una formulación paradójica: “Yahvé odia a quién ama la violencia”. Yahvé odia la guerra y ama la paz. Por eso Jesús proclama dichosos a los que trabajan por la paz. Paz es armonía, entendimiento y amor. Todo lo contrario del descontrol.

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6
Ago
2020
Ser predicador de la gracia
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domingodeguzman

En los conventos de frailes dominicos, normalmente después del rezo de Vísperas, se reza una oración al Fundador de la Orden. En ella se le califica de “luz de la Iglesia, doctor de la verdad, predicador de la gracia”. Quisiera, en este artículo escrito con motivo de la próxima fiesta de Santo Domingo de Guzmán, ofrecer una breve reflexión sobre lo que, a mi entender, significa ser predicador de la gracia.

En primer lugar, se trata de presentar el Evangelio como lo que es, una Buena noticia. Por tanto, la predicación debe resultar estimulante y sus contenidos ser enormemente positivos. Pues hay modos de presentar la fe que destruyen la esperanza. Hay verdades que por su modo de presentarse parecen temibles y se hacen odiosas. Así ocurre cuando se acentúa el temor a la condenación y la dificultad de la salvación. O cuando el acento se pone en lo que Dios exige del ser humano y no en lo que Dios prepara para el hombre. A Santo Domingo se le califica de “predicador de la gracia”. La positividad, o lo que podríamos llamar “cultura de la gracia”, es configurativa de la predicación dominicana.

Predicar la gracia es anunciar que Dios ama al ser humano. La predicación no puede convertirse en un discurso moralizante y el evangelio presentarse como un deber, en vez de como una posibilidad de vida nueva. Sin duda, el anuncio de la gracia tiene consecuencias vitales y morales. Pero estas consecuencias deben aparecen como lo que son: consecuencias de una conversión, de un encuentro con el Señor. Lo fundamental es el encuentro. No se trata de minusvalorar la moral en la vida cristiana. Pero sí se trata de notar que hay modos de presentarla más o menos coherentes con la predicación de la gracia.

Predicar la gracia es ir a lo esencial del mensaje, destacar lo central, lo que ilumina todo lo demás, aquello sin lo cual lo demás no tiene sentido. Lo central es “responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” (Evangelii Gaudium, 39). Desgraciadamente, en ocasiones, la predicación se convierte en un discurso piadoso sobre ángeles, santos, vírgenes y milagros; o en un discurso mágico sobre poderes de velas, rosarios y sacrificios; o en un discurso sobre moral sexual; y la Palabra de Dios, o el nombre de Jesucristo, no aparecen o aparecen muy marginalmente.

Relacionado con la predicación de la gracia hay un aspecto muy importante referido al anuncio del Evangelio en la sociedad secular, esa sociedad en la que Dios parece que ya no juega ningún papel y que, a veces, se muestra beligerante contra la religión y lo religioso. Lo fácil es condenar al mundo moderno. Lo difícil, pero necesario, es dialogar con él. Y para ello habrá que comenzar por reconocer los aspectos positivos que también hay en la cultura, en la mentalidad y en los modos modernos de vivir y organizarse.

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3
Ago
2020
Purgatorio, antesala del cielo
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purgatorio

A veces se ha dicho y entendido que el purgatorio es un infierno temporal. Pero puestos a comparar el purgatorio con otras estados o situaciones del más allá, la buena comparación no es con el infierno, sino con el cielo. El purgatorio es la antesala del cielo. Y por eso hay que concebirlo, ante todo, en categorías de esperanza. Porque el que está en la antesala, sabe que le queda muy poco para entrar en la sala; más aún, sabe que la entrada en la sala es segura. Y cuanto más segura es la esperanza, más fuerte es la alegría. El purgatorio no es un lugar de pena, sino de alegría por el bien cercano.

Con todo, es mejor concebir el purgatorio no en términos de lugar (antesala), sino en términos de “estado”. Y en vez de hablar de lugar de purgación, hablar de estado de purificación. Visto desde la perspectiva del encuentro con Dios, habría que decir que el encuentro con el inmensamente Puro requiere una situación adecuada y acorde de pureza. Para encontrarse con el Santo es necesaria la santidad, para que el abrazo con el Amor de los amores sea auténtico se necesita un amor purificado. Visto desde la bondad de Dios, habría que decir que no somos nosotros los que nos purificamos, porque no sabemos ni somos capaces de conseguir la pureza que Dios requiere, sino que es Dios quién nos purifica. Eso sí, nos purifica y hace que nosotros nos purifiquemos.

¿Y cómo nos purifica? ¿Castigándonos? No, abrazándonos. El purgatorio es el primer momento del abrazo amoroso del Dios que, desde siempre, nos ha estado esperando. En este momento primero del abrazo, nos daremos cuenta de lo que mucho que nos ama y de lo poco que nosotros le hemos amado. Y al darnos cuenta de ese gran amor y de nuestro poco amor, experimentaremos una sensación de “vergüenza”, una sensación de indignidad, que nos hará exclamar: “Señor, no soy digno de tu amor, no soy digno de entrar en tu casa”. Y él nos sonreirá y nos levantará. La experiencia de indignidad se convertirá en la experiencia de un gran amor. El amor es purificador, madurador y acrisolador, pero también es plenificador. El momento purificador dará paso enseguida al momento de la plenitud.

El dogma del purgatorio es el dogma del matiz. Ni somos tan buenos como nos imaginamos, ni tan malos como se imaginan nuestros enemigos. Somos frágiles, pero resulta que Dios ama lo débil, lo frágil; por eso enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos.

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30
Jul
2020
Origen del pecado en ángeles y humanos
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nubes

Dios, si se decide a crear, no puede crear otro Dios, porque “otro Dios” sólo sería la prolongación de Dios. Si se decide a crear, Dios sólo puede crear lo distinto de él. Y lo distinto de Dios, no es Dios. Por tanto, es una realidad finita y limitada. Eso sí, cuando se decide a crear una criatura a su imagen y semejanza, esta criatura lleva una huella de Dios en su propia estructura. Así se comprende que en esta criatura haya un irremediable anhelo de Dios.

Lo primero que hace una criatura es “afirmarse” a sí misma. Lo más fácil, la tendencia primera, es afirmarse “frente” al otro. La buena afirmación es afirmarse en el amor, en la relación, en la acogida. Pero el amor, siendo algo natural y propio de lo humano, no es la primera tendencia natural, porque no es fácil, porque el amor, en cierto modo, implica dejar de mirarse a uno mismo para fijarse en el otro.

Y ahí está la explicación del pecado original, en el afirmarse “contra” el Otro. Este es “el origen” de todo pecado. Este pecado, propio de los humanos, es una posibilidad y tendencia que se encuentra en toda criatura libre e inteligente. Y cuanto más perfecta sea esa criatura, más posibilidades tiene de cometer ese pecado. De ahí que el pecado original no es una posibilidad humana, sino una posibilidad de la criatura libre e inteligente. Así se comprende la doctrina eclesial sobre el pecado de esas criaturas inteligentes y tan próximas a Dios, como son los ángeles. Algunos de ellos, en su más fácil y cómoda tendencia, buscaron afirmarse frente a Dios. Otros se afirmaron con Dios. Esta es la doble posibilidad de toda inteligencia y libertad no divinas.

En el origen del pecado y, paradójicamente, en el origen de la gracia, está el afirmarse a sí mismo. En el pecado nos afirmamos contra el otro. En la gracia nos afirmamos con el otro, sea el hermano, sea Dios. Como afirmarse con el otro es también una afirmación mutua, resulta que ahí se encuentra la indestructible solidez del amor.

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26
Jul
2020
Matrimonio: mutua docilidad
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paralelas

En una entrega anterior me referí al Documento “¿Qué es el hombre?”. de la Pontificia Comisión Bíblica. A mi parecer es un documento que merece ser meditado en grupos cristianos de estudio y reflexión. La Biblia debe interpretarse teniendo en cuenta su contexto histórico y cultural. Dios, si quiere ser acogido, no tiene más remedio que hablar en un lenguaje humano, históricamente situado. Este lenguaje no debe ser absolutizado. Debe ser entendido e interpretado. Si así se hace, estamos ante el mejor remedio contra el fundamentalismo, producto de lecturas literalistas y descontextualizadas de la Escritura.

Pongo un ejemplo, sin ganas de polémica: el documento considera problemático, y en contraste con el modo de concebir hoy la relación esponsal, “deducir que como Cristo es cabeza de la Iglesia, así el esposo es cabeza de la esposa (Ef 5,23). Pablo trata así de fundar la potestad del marido sobre la mujer, acogiendo probablemente lo que en la cultura de su tiempo aparecía como algo natural, para garantizar el orden de la familia”. Pero entonces, la relación entre el esposo y la esposa resulta “asimétrica”, y “exige una específica forma de obediencia por parte del cónyuge sometido”.

Ahora bien, “prescribir que las mujeres se sometan a sus maridos en todo (Ef 5,24) no parece un mandato adecuado para definir la relación entre los esposos, donde la perfección del amor debería manifestarse en el diálogo, o mejor, en el consentimiento de cada uno hacia la verdad expresada por el otro, de modo que ambos obedezcan lo que Dios quiere. La docilidad, por tanto, no se exige sólo a la mujer, sino también al marido. Y no sólo se le pide al esposo que ame dándose del todo, sino que también a la mujer se le pide la misma donación total, expresada por Cristo en su entrega amorosa a la Iglesia”.

De estas reflexiones, el documento saca dos consecuencias: la primera es que los pronunciamientos pastorales de Pablo que ponen a la mujer en posición de inferioridad, han de comprenderse en su contexto cultural. “La segunda consecuencia va, en cierto sentido, en dirección opuesta y se expresa como un interrogante al modelo paritario exigido por la mentalidad contemporánea sobre cuál es la adecuada relación entre marido y mujer”. Cuando hay disparidad de criterios entre los cónyuges, ¿cómo tomar decisiones que afectan a ambos y tal vez también a los hijos? ¿Cómo tutelar la concordia familiar si ninguno cede, si ninguno se somete al parecer del otro?

Responde con sabiduría la comisión bíblica: una estructura paritaria “exige a cada uno de los cónyuges una gran atención al bien común de la familia y una humilde disponibilidad para escuchar al otro, hasta someterse amorosamente a la verdad (es decir, a la voluntad de Dios) que se revela en el paciente diálogo del discernimiento. En caso contrario, uno de los dos prevalecerá sobre el otro de forma solapada, con inevitables consecuencias negativas para la duración del vínculo esponsal”.

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23
Jul
2020
Joaquín y Ana, abuelos de Jesús
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joaquinyana

Jesús de Nazaret, como todos los seres humanos, tuvo abuelos, tanto por parte materna como paterna. Algún dato del abuelo paterno lo podemos encontrar en los evangelios canónicos: según el evangelio de Mateo (1,16), Jacob sería el nombre del abuelo de Jesús, aunque según el evangelio de Lucas (3,23), el abuelo se llamaba Helí. Sobre los abuelos maternos no hay datos en los evangelios canónicos, aunque una tradición muy difundida (que tiene su origen en el evangelio apócrifo de Santiago), dice que los padres de María (la madre de Jesús) se llamaban Joaquín y Ana. Las Iglesias católica, ortodoxa y anglicana han dado este dato como bueno, hasta el punto de que el calendario litúrgico de la Iglesia católica celebra la fiesta de San Joaquín y Santa Ana el 26 de julio.

Lo interesante de estos datos es que reafirman la verdadera humanidad de Jesús. Como todos los humanos, Jesús tuvo una familia. Sin duda, el ambiente familiar influyó en la formación del niño. En su carácter se reflejarían, como en todos nosotros, rasgos de su familia. Si nos atenemos a la personalidad de Jesús, tenemos que afirmar que su familia tuvo en él una influencia positiva. Criaron a un niño lleno de valores, amante de Dios y de los hombres. La Iglesia hace bien en recordar a esos abuelos de Jesús, porque es también una manera de recordar que los abuelos son, con frecuencia, depositarios y testimonio de los valores fundamentales de la vida. Más aún, en esta sociedad secularizada, que es la nuestra y es la que hay, en muchas familias, ellos transmiten (a veces mejor que los propios padres) la fe y el amor de Dios a los nietos.

En nuestras sociedades, supuestamente avanzadas y desarrolladas, algunos abuelos son utilizados para cuidar de los nietos y, cuando se hacen muy mayores, son recluidos en residencias, alejados de la familia. No se puede generalizar, pero no siempre los ancianos son bien tratados por sus propios descendientes. Desgraciadamente, hay ocasiones en donde sólo importa la herencia y poco más. No conviene olvidar eso que dice la carta a los Efesios (6,2-4): “Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra”. Cuando los ancianos son cuidados en su propia casa, los hijos viven largos años. Porque ellos no son material de deshecho. No son el pasado. En todo caso, son el presente sobre el que se cimienta nuestro porvenir. Si no cuidamos nuestro presente, no sólo nos quedaremos sin él, sino que tampoco tendremos ningún futuro.

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19
Jul
2020
De un solo ser, Dios forma dos
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puestasol

Tengo publicado algo que también dicen otros, a saber, que el “adán” del que habla el libro del Génesis no es el varón, sino el ser humano genérico que todavía no tiene conciencia ni del sexo ni del otro. A partir de este ser viviente, Dios crea la diferenciación. La primera diferenciada es la mujer. Por tanto, la mujer no procede del varón. Tanto la mujer como el varón fueron formados del ser humano genérico, sin diferenciación de sexos.

Me he alegrado al leer, en el último documento de la Pontificia Comisión Bíblica, titulado: “¿Qué es el hombre?”, que esta es la interpretación “exegéticamente más rigurosa”. Según esta comisión, “hasta el versículo 20 (de Gen 2), el narrador habla de adam prescindiendo de cualquier connotación sexual. La generalidad de la expresión exige renunciar a imaginar la configuración precisa de tal ser y, menos aún, a recurrir a formas monstruosas del andrógino (o sea, un ser que tendría en sí mismo la doble sexualidad). Se nos invita, pues, a hacer con adam una experiencia de lo desconocido, para poder así descubrir, por revelación, cuál es el maravilloso prodigio realizado por Dios”.

Y añade, refiriéndose al hecho de que el primer ser humano diferenciado, a saber, la mujer, apareciera durante el sueño del adam (el humano genérico), o sea, cuando el adam estaba inconsciente y no se enteraba de nada: “De hecho, nadie conoce el misterio del propio origen. Esta fase, caracterizada por la falta de visión está simbólicamente representada por el acto del Creador que ‘hizo caer un letargo sobre el hombre que se durmió’ (Gen 2,21): el sueño no tiene la función de la anestesia total para permitir una operación sin dolor, sino que evoca más bien la manifestación de un evento inimaginable, por el que de un solo ser (adam = ser humano), Dios forma dos, varón (is en hebrero) y mujer (issa en hebreo)".

De esta forma queda más claro que la mujer y el varón tienen idéntico origen, son radicalmente semejantes, sin ningún asomo de subordinación o prelación. Pero, sobre todo, esta diferenciación del ser humano en varón y mujer, nos invita a descubrir el bien espiritual del recíproco reconocimiento, principio de comunión de amor y llamada a convertirse en “una sola carne”. Concluye la Pontificia Comisión Bíblica, refiriéndose a esta palabra de Yahvé: “no es bueno que el hombre esté solo”, diciendo: “no se trata de la soledad del varón; es la soledad del ser humano la que hay que remediar, a través de la creación del varón y la mujer”.

Una cosa más, el término hebreo sela de Gen 2,22, que las primeras versiones griegas y latinas de la Biblia tradujeron como costilla (Yahvé formó una mujer de la costilla del hombre), sería mejor traducirlo como lado o costado. Quedaría así resaltado que varón y mujer son como costado y costado, llamados a estar uno al lado del otro, como ayuda y aliado.

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15
Jul
2020
Oración: duración y distracciones
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iglesiastacatalina

En un reciente post escribía: “para la oración vale eso de que el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. La oración ha sido hecha para nosotros, para hacernos bien, para que nos sintamos a gusto y cómodos”. Y añadía que el criterio de la buena oración, no es el tiempo que dura, sino el que suscite devoción y ayude a cumplir en la vida la voluntad de Dios.

Tomás de Aquino, ante la pregunta de si debe ser larga la oración, ofrece un criterio similar al que acabo de indicar: la oración, dice, debe durar “tanto cuanto haga falta para excitar el deseo interior”. Es erróneo, por tanto, pensar que una oración es más meritoria si dura más. De hecho, pudiera ocurrir, como constata Tomás de Aquino, que prolongar excesivamente la oración, produzca hastío o aburrimiento. Cuando esto ocurre dice de forma tajante el santo doctor: “no se la debe alargar más”. Y esto vale tanto para la oración privada, como para las oraciones públicas o litúrgicas. Por ejemplo, unas moniciones interminables o una homilía larga resultan pesadas y llegan a exasperar.

Hay otra pregunta muy actual que Santo Tomás se plantea, y es la de si las distracciones durante la oración empañan el mérito de la misma. Yo mismo me he encontrado con personas buenas y piadosas que me han planteado esta pregunta, e incluso se han acusado de distracciones durante la oración, dando por supuesto que tales distracciones son pecado (venial naturalmente). El santo de Aquino, con mucha sabiduría humana, reconoce que “el espíritu humano, por su natural flaqueza, no puede permanecer largo tiempo en las alturas”. Y añade con sabiduría teológica, que no es necesario que, en la oración, “la atención se mantenga de principio a fin”, puesto que “la virtualidad de la intención inicial con que alguien se acerca a orar, hace meritoria la oración entera”.

Lo que cuenta en la oración es la buena intención del orante. Si la oración es un coloquio de amor, es lógico que en ella, como en todo coloquio, haya altibajos, momentos más vivos y otros más apagados. Lo importante es otra cosa: sencillamente estar. Estar, aunque sea en silencio, sin nada que decir. Estar y dejarse inspirar por el amado.

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