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Oct2015La doctrina cambia
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Con ocasión del Sínodo dedicado a la familia se ha repetido, desde distintos ámbitos, que “la doctrina no cambia”. A este respecto conviene hacer alguna precisión, pues la doctrina sí cambia. Lo que se mantiene es la fe. Hay que distinguir entre doctrina de la Iglesia y fe de la Iglesia. Durante mucho tiempo fue doctrina eclesial que quienes morían sin recibir el bautismo no podían conseguir la salvación, incluidos los niños que no habían podido cometer pecado alguno. A este respecto la Comisión Teológica Internacional ha declarado: “la afirmación según la cual los niños que mueren sin Bautismo sufren la privación de la visión beatífica ha sido durante mucho tiempo doctrina común de la Iglesia, que es algo distinto de la fe de la Iglesia”.
Ejemplo significativo de cambio doctrinal lo tenemos en estas dos diferentes y aparentemente contrapuestas afirmaciones de los Concilios de Florencia y del Vaticano II. Florencia sostiene que fuera de la Iglesia no hay salvación, añadiendo explícitamente que los judíos, herejes y cismáticos, y también los paganos, “irán al fuego eterno aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se unieren con la Iglesia”. Sin embargo, Vaticano II deja claro que los que ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia “pueden conseguir la salvación eterna”. Más aún, que Dios “no niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios”.
¿Más ejemplos? A propósito del sacramento de la penitencia, la praxis de los primeros siglos se limitaba a una sola celebración durante toda la vida, pues se consideraba incomprensible que un bautizado se alejase de Cristo; o a lo sumo se permitía una segunda celebración de la penitencia, pero se dejaba para el final de la vida, porque ya una tercera era del todo inconcebible. Tras el Concilio de Trento la Iglesia recomienda la confesión frecuente. En los primeros siglos las segundas nupcias eran desaconsejadas y prácticamente hasta el Concilio Vaticano II se consideraba al matrimonio como un remedio para la concupiscencia y su finalidad era la procreación de los hijos. Hoy ya se dice claramente que el matrimonio encuentra su fin y su sentido en el amor.
Hay tres criterios que se refuerzan mutuamente y no solo explican, sino que promueven la renovación en la doctrina: uno, el mejor conocimiento de las Sagradas Escrituras y de la Tradición y, junto con ese conocimiento, una interpretación más adecuada de las mismas; dos, la escucha atenta de los signos de los tiempos y, junto a esta escucha, un mejor conocimiento de la naturaleza humana; y tres, el mismo Magisterio que, muchas veces gracias a la ayuda de la teología, va ofreciendo pautas de mejora y de adaptación a las nuevas necesidades pastorales.
Hay una actitud muy humana, propia de varones y mujeres, pero que la cultura popular ha relacionado con lo femenino: la ternura. La ternura es este sentimiento que nos retrotrae a la infancia. Hasta ahora ha quedado relegada a momentos de intimidad afectiva o como medio de relacionarnos con quienes consideramos más débiles, como pueden ser los niños. Hoy, cuando tantas personas tienen necesidad de cariño y de afecto, volvemos a comprender que la ternura debería estar presente en todas nuestras relaciones.
Lo fundamental en la Iglesia es la santidad, o sea, responder al amor que Cristo nos tiene. Todo lo demás, en la Iglesia, está ordenado a la santidad, a la unión con Cristo. Y en la jerarquía de la santidad, María es figura de la Iglesia. Así se comprende esta comparación, para algunos quizás sorprendente, que Juan Pablo II hizo entre la figura de María y la figura de Pedro: “La Iglesia es a la vez mariana y apostólico-petrina”. No es posible prescindir de ninguno de estos dos aspectos en la Iglesia. Aún así, la primacía la tiene el aspecto “mariano”. Por eso añade el Papa: “Este perfil mariano es igualmente –si no lo es mucho más- fundamental y característico de la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino, al que está profundamente unido. La dimensión mariana antecede a la petrina”.
Si mística es encuentro con el misterio de Dios, ¿este encuentro requiere dejar las cosas de este mundo? ¿Para elevarse hacia Dios hay que alejarse de la tierra y abandonar a los seres humanos? Hace tiempo escribí en un post que la mística Catalina de Siena se metió en política: levantando su voz ante políticos y eclesiásticos, instándoles a cambiar sus actitudes; y saliendo a la calle para ocuparse de enfermos contagiosos, a los que nadie quería atender. La santa dominica era una mística, no con los ojos en blanco, olvidadiza de los problemas de su tiempo y de los sufrimientos de los seres humanos, sino una mística con los ojos bien abiertos.
Para entender la respuesta de Jesús a la pregunta que (en el evangelio de este domingo) los fariseos le formulan sobre si es lícito a un varón despedir a su mujer, hay que situarse en el contexto religioso, cultural y político de la época: entonces el marido tenía derechos absolutos. La mujer, ninguno. Por eso el marido podía abandonar a su mujer por cualquier motivo. Consecuencia: las mujeres, que entonces no tenían las posibilidades y derechos laborales y sociales de hoy, quedaban expuestas a la pobreza, la miseria y el desprecio total.
Acabo de leer la noticia en Religión Digital: A propósito de los bombardeos que este pasado miércoles Rusia ha lanzado contra el Estado Islámico en Siria, el portavoz de la Iglesia ortodoxa rusa los ha respaldado con estas palabras: “la lucha contra el terrorismo es una lucha sagrada, y hoy nuestro país se ha convertido quizá en la fuerza más activa del mundo que lo combate”.
Aproximadamente a las 23.15 hora española del miércoles, 23 de septiembre, el Papa Francisco pronunció la solemne fórmula por la que inscribía al mallorquín de Petra, el franciscano Junípero Serra, en el catálogo de los santos. Fray Junípero se convierte así en el segundo santo mallorquín después de Santa Catalina Thomàs. En este caso, el Papa ha prescindido de una condición para canonizar al nuevo santo, que muchos consideran importante, pero que, en realidad, no lo es, a saber, un segundo milagro. Pues el verdadero milagro, la auténtica maravilla de fray Junípero fue su espíritu evangélico que le impulsó a recorrer los siete mil kilómetros que separan Petra de Méjico y de California. La Misa de canonización ha tenido algunos detalles significativos: la primera lectura ha sido realizada en una de las lenguas nativas de América; la segunda ha sido leída magníficamente en inglés por una mujer con síndrome de down. Quizás no hibiera estado de más utilizar en algún momento la lengua nativa del santo (en la que, por cierto, hizo su profesión como religioso). Un buen grupo de paisanos de Junípero, encabezados por el Alcalde de Petra y por el Obispo de Mallorca, estaban presentes en la ceremonia.