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Sep2015Dependencia constituyente
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Sep
Una de las primeras afirmaciones del Credo de la fe cristiana es que Dios es creador de todo lo que existe. Esta acción divina hay que entenderla no de forma puntual, sino permanente. Dios está siempre presente en la creación y, por tanto, en la vida humana, que es frágil por naturaleza, sosteniéndola siempre en el ser. Esta presencia no manipula la realidad ni la libertad humana. Al contrario, la hace posible. Dios da a las criaturas su autonomía, su consistencia y, por tanto, su dignidad de ser causa; ellas participan en el acto creador, porque Dios hace que las cosas hagan. La acción creadora es una sinergia (una acción conjunta de Dios y de las creaturas).
En su encíclica Laudato si’, el Papa Francisco cita, a este respecto, un texto de Tomás de Aquino: el Creador “está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas. Esta presencia divina que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, es la continuación de la acción creadora. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo. La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco”.
A veces, se asocia la creación a la dependencia. A este respecto, conviene aclarar que hay dos tipos de dependencias. Unas de las que es necesario liberarse: las que impiden mi crecimiento o dificultan la salud, y también las dependencias afectivas, económicas y políticas. Pero la dependencia que proviene del acto creador es muy distinta de las dependencias opresoras. La dependencia del Creador es constitutiva de mi ser y hace posible mi autonomía. La experiencia humana nos ofrece un modelo de dependencia positiva, cuando la relación con otra persona es fuente de felicidad y de vida. La acción permanentemente creadora de Dios nos constituye en sujetos libres y autónomos. No a base de intervenciones, sino por medio de una presencia continua. Dios acompaña y suscita el movimiento de todos los seres vivos hacia su propia realización.
¿De qué tenemos miedo? De perder el dinero. ¿De quién tenemos miedo? Del distinto. ¿Quizás del inmigrante, del forastero, del pobre, del que vive su sexualidad de otra manera, del que vota al partido que yo no voto, del nacionalista, del creyente de otra religión, del que tiene un determinado color de piel? En distintas ocasiones los evangelios de Marcos y Mateo parecen oponer la fe al miedo. Otras veces parecen identificar el miedo con la cobardía. Jesús recrimina a sus discípulos que tienen miedo porque son hombres de poca fe. En otras ocasiones les dice que son cobardes, porque tienen poca fe. A veces, a quién le pide auxilio le dice: no temas, basta que tengas fe. Se diría que el miedo va asociado a la falta de fe y a la cobardía.
“Uno que afirma contrarios, uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza”: así se definía a sí mismo Miguel de Unamuno. A este propósito le gustaba recordar aquellas palabras del Evangelio: “Señor, creo; ayuda a mi incredulidad”. ¿Cómo es posible que si uno cree pida ayuda para salir de la incredulidad? El Evangelio está lleno de paradojas, como la vida. Porque en la vida coexisten muchas tendencias. Y algunas parecen incompatibles. La contradicción fundamental a la que se refiere Unamuno es la que se da entre su razón, que se ve como obligada a afirmar que la muerte es el final de todo, y lo que él llama su corazón, que no se resigna a esta verdad afirmada por la cabeza. Unamuno se pregunta: ¿es solo verdadero lo racional? ¿Sólo la razón empírica o analítica es criterio de verdad? ¿Estas son las únicas razones que existen?
Cuando libertad y necesidad coinciden es cuando hay verdadera libertad. Es importante comprender esta paradoja si queremos entender la relación entre gracia y libertad. Relación entre gracia y libertad es lo mismo que relación entre Dios y el ser humano. No se trata de dos realidades que puedan sumarse o restarse. Entendidas así, lo que le quitamos a uno se lo tenemos que dar al otro. Se trata de que la gracia hace posible la libertad. Por eso, cuanto más se deja uno invadir por la gracia y el amor divinos, más libre y más sí mismo es.
Hay unos versos de Joan Alcover que, a mi modo de ver, expresan la paradoja que comporta toda experiencia y todo conocimiento de Dios. El poeta dice que el contemplativo, antes de subir a la montaña, “debe recorrer palmo a palmo toda la tierra que desde la cima dominará”. Y entonces ocurrirá algo sorprendente, pues “No per això s’esvairà el misteri, / del fons de tota cosa inseparable; / si avança la claror, l’ombra recula, / com més va reculant, més imponenta” (= No por ello se desvanecerá el misterio, / inseparable del fondo de toda cosa; / si avanza la luz, la sombra retrocede, / cuanto más retrocede, más imponente).
“Es extraordinaria la historia de la caída (de san Pablo) del caballo cuando iba a Damasco a apedrear cristianos. No resulta creíble”. Esto decía un periodista, especializado en información religiosa, en uno de los números de
Los hay que dicen “estar a muerte” con no sé qué cosas, como si esta muerte les extasiase, subiéndolos a algún cielo. A muerte con un equipo de fútbol, la pandilla o la cofradía. Otros plantean dilemas jugando con la muerte: “patria o muerte”, “revolución o muerte”, “santidad o muerte” (divisa de un beato cuyo nombre ahora no viene a cuento). Los himnos patriótico-militares, que suelen ser cantos a la guerra, apelan a la muerte, como el que dice: “que morir por la patria es vivir”, o el que espolea al “novio de la muerte”. Esas descargas de adrenalina no son manifestaciones de seguridad, sino de odio. Y no conducen a ningún cielo; normalmente terminan con la muerte “del otro”. Jesús, más que de muerte, habla de “perder la vida”. Perderla para ganarla. Y perderla para que el otro viva. No es una pérdida que conduce a la muerte, sino una entrega que paradójicamente crea la máxima riqueza para los demás.
Los temas referentes al “más allá” interesan. Lo he comprobado en muchas ocasiones. El último ejemplo es la publicación en este blog de un post que buscaba resaltar la misericordia de santo Domingo de Guzmán. Basándome en uno de los testigos de su canonización, decía que la compasión de Domingo llegaba hasta el extremo de orar por los condenados en el infierno. En los varios lugares en que apareció mi post se multiplicaron los comentarios. No para hablar de Santo Domingo o de la compasión, sino para hablar del infierno.