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May2013Ascensión: metáfora y realidad
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May
La metáfora no es algo falso. Es una comparación entre dos realidades, una desconocida o difícil de expresar y otra más asequible y fácil de entender, para lograr hacerse una idea aproximada de la primera a partir de la segunda. Cuando, para referirnos a la Ascensión del Señor, utilizamos términos como “subió a los cielos” o “está sentado a la derecha del Padre”, estamos empleando metáforas que ayudan a dar un contenido a nuestra fe. Porque la fe quiere comprender, precisamente porque se refiere a realidades decisivas en las que está en juego la vida humana. Tomás de Aquino, en su Comentario al Símbolo de los Apóstoles, dice: “el término ‘derecha’ no se aplica a Dios en el sentido material, sino metafórico”. Lo que se pretende decir con este término es que Jesús es igual al Padre, y que con su ascensión ha alcanzado el mayor de todos los bienes, que es la vida con Dios. Sto. Tomás añade que esto de alcanzar el mayor de todos los bienes va dirigido contra el diablo, que según el profeta Isaías (Is 14,13) quiere poner su trono por encima de las estrellas de Dios y asemejarse al Altísimo. Ahora bien, dice nuestro autor, “esto no se cumplió sino en Cristo”.
Ahora que estamos llegando al final del tiempo pascual, vale la pena notar que la Pascua, clave y centro de la fe, punto de partida cronológico y teológico de la fe cristiana, es un acontecimiento de una riqueza tal, que es imposible describirlo con una sola imagen. Por eso celebramos el misterio pascual durante cincuenta días, y luego prolongamos esta celebración cada domingo. Se trata de un acontecimiento único, aunque nosotros, para entenderlo mejor, lo celebremos por etapas. Dicho de otra manera: Viernes Santo, Pascua, Ascensión y Pentecostés son la misma realidad. Se puede hablar de cuatro momentos pero más bien son distintas perspectivas del mismo acontecimiento. ¿Cuándo sube Jesús al cielo, cuando entra en el mundo de Dios para nunca más morir? El día de su resurrección. La resurrección es la subida de Jesús al cielo. Y desde el cielo asegura la perenne efusión del Espíritu, que él entregó el día de su Crucifixión: al morir, dice el evangelio de Juan, entregó su espíritu. Y al morir, ¿qué ocurrió? Pues eso, que Dios le acogió para siempre en su seno.
La unidad entre resurrección y exaltación, notificada en casi todos los escritos del Nuevo Testamento, parece haberse roto en Lucas, que entre resurrección y ascensión intercala un tiempo (simbólico) de cuarenta días. Este relato es el que más ha influido en las concepciones corrientes de la fe. Pero esto no debe hacernos perder de vista el sentido teológico de la ascensión, a saber: el ser de Jesús con Dios y el nuevo modo de estar con nosotros desde Dios.
Eso ocurre cuando se trata del poder. Entre los humanos (y en la Iglesia lo somos también) el poder es lo que más se ambiciona. Es la delicia de las delicias. Pero ya Jesús advirtió que eso era precisamente lo que no podía ocurrir entre los suyos. Los suyos están llamados a ser servidores. Entre los suyos no hay “padres” que hagan de patrones: no llaméis a nadie padre sobre la tierra, porque todos sois hermanos. Ver al Papa Francisco, sentado en una silla, al mismo nivel que el resto de los fieles que están orando en una capilla, es un gesto inédito, pero significativo: ante Dios todos somos iguales, porque él nos ama a todos por igual. A todos por igual. A todos con todo su amor. ¡Al Papa le ama igual que a mí! ¡A la Virgen María la ama igual que a mí!
Además de las situaciones familiares, de las que he hablado en un post anterior, hay otro tipo de realidades familiares, de las que hoy se habla menos entre los cristianos. El Papa Benedicto XVI se ha referido en distintas ocasiones a la “nueva familia” que Jesús vino a crear. Nueva sí, porque el matrimonio de un varón y una mujer no era en tiempos de Jesús una realidad nueva; este tipo de matrimonio aparece prácticamente desde que existen seres humanos y siempre ha sido considerado por la Iglesia como una realidad natural, querida y bendecida por Dios. Pero con Jesús aparece un tipo “nuevo” de familia, porque rompe con los cánones de esa familia fundada en la carne y en la sangre.
Cuando un cristiano, en nombre de su fe, levanta la voz en cuestiones de moral social, de justicia, de solidaridad, de compartir los bienes, siempre hay quien dice: eso es meterse en política. Pues sí, claro que es meterse en política. Pero no decir nada, o hablar sólo de familia y sexualidad, también es meterse en política. La cuestión no es si hacemos o no política, porque hagamos lo que hagamos, siempre hacemos política. La cuestión es qué tipo de política hacemos y por qué hacemos ese tipo de política.
Leo que, en estos últimos días, el Papa ha dicho a los sin techo: “les llevo en mi corazón, estoy a su disposición”. Son unas palabras en línea con las que pronunció, parece que de forma casi espontánea (y esas espontaneidades reflejan lo que hay en el corazón) al decir que quería una Iglesia pobre y para los pobres. La pobreza evangélica tiene que ver con la sencillez de corazón y con la austeridad de vida. Tiene que ver con la confianza en Dios. Pero también se manifiesta en actos proféticos de solidaridad con aquellos que son pobres materialmente hablando.