13
Jun2013Iglesias sin mendigos
8 comentarios
Jun
Es difícil encontrar mendigos en las puertas de las Iglesias de San Salvador. En las Iglesias españolas ocurre todo lo contrario: lo raro es que no haya mendigos en la puerta. Es muy fácil comprender el motivo: en las Iglesias de San Salvador no hay mendigos porque allí no tienen nada que sacar, porque los que entran en la Iglesia son tan pobres o más que ellos. Cuando uno se da un paseo por las calles de la capital y entra en alguna de sus Iglesias entiende la “conversión” de Monseñor Romero. Si la Iglesia no está con la gente, la Iglesia se queda sin gente. Y la gente del El Salvador es pobre en su gran mayoría. Por este motivo, o se está con los pobres o las Iglesias se quedan vacías. En otras palabras, nos quedamos sin pueblo y, por tanto, nos quedamos sin Iglesia, pueblo de Dios.
En El Salvador hay mucha religiosidad y también mucha competencia (por llamarlo de algún modo) religiosa. Desgraciadamente, además de las grandes y tradicionales confesiones protestantes, hay muchos grupos sectarios, apoyados por dinero norteamericano, con los que resulta difícil convivir eclesialmente y que, para colmo, van a pescar no en los caladeros de la gente no religiosa, sino entre la gente católica. Pero prefiero fijarme en otra cosa: todos los grupos religiosos en este país hacen, de una u otra manera, obra social. Y eso debería alegrarnos. La primera noche que dormí en San Salvador estaba cansado del viaje. Sobre las dos de la madrugada creí escuchar cantos religiosos. Al día siguiente me dijeron que se trataba de un grupo sectario que llevaba alimentos a la gente que dormía en la calle, y aprovechando la ocasión, les leían fragmentos de la Biblia y les cantaban canciones religiosas.
Los dominicos en El Salvador también hacemos obra social. Tenemos una ONG que ayuda a construir casas, y allí donde no los hay, construye escuelas y dispensarios y luego pide al gobierno que envíe maestros y médicos. Los miércoles, en la Iglesia de la Virgen del Rosario sorprende ver la Iglesia llena a la hora de la primera Misa, la de las 6.45. Llena de personas necesitadas, muchas ancianas, y muchas mujeres, que participan en la Eucaristía con interés, cantando, leyendo, haciendo oraciones espontáneas en el momento de la oración de los fieles, participando en la homilía, dándose la paz y comulgando. ¿Qué pasa un día laborable para que a tan temprana hora la Iglesia se llene? Pasa que ese día se reparten tres dólares a cada persona necesitada. Y algunas de ellas pasan después a las oficinas sociales anejas a la Iglesia donde también les reparten comida y les dan desayuno.
De pronto recordé que un tercio de la población mundial vive con menos de un dólar al día. Y pensé dos cosas: una, en la primitiva Iglesia la bandeja se pasaba para atender a las necesidades del clero, pero también para atender a las necesidades de los pobres de la comunidad. Y otra, ¿qué refleja una Iglesia con mendigos en sus puertas? ¿Y si en vez de en las puertas estuvieran dentro, porque dentro encuentran lo que necesitan?
Si uno tiene la oportunidad de visitar un día festivo la Catedral de El Salvador, puede llevarse una gran sorpresa: la de encontrarse con dos Misas a la misma hora, una en la cripta (que ocupa todos los bajos de la Iglesia) y otra en la nave principal. Las dos con muchos fieles, gente sencilla y pobre, pero que denotan dos modos de ser Iglesia. En la cripta está enterrado el arzobispo Romero. Allí celebra un solo sacerdote, los cantos son populares y la predicación intenta acercar el Evangelio a los pobres. En la nave de la Catedral concelebran tres sacerdotes, ayudados de unos diez monaguillos con túnicas rojas y roquete blanco y un buen incensario. A los lados del altar mayor destacan dos impresionantes cuadros: uno de la Divina Misericordia y otro de San Josemaría.
Solemos entender el amor humano de forma muy utilitaria, incluso en sus formas más elevadas, como puede ser el amor conyugal. La dinámica del amor suele ser la siguiente: “te amo porque eres tú”, o sea, te amo porque hay algo en ti que me gusta, me atrae, me complementa. Pero la perfección del amor no está en el “te amo porque eres tú”, sino en el “te amo porque soy yo”. En la revelación que Jesús nos ha hecho de Dios, encontramos esta perfección del amor.
Cuando se dice que la fe es un don de Dios, surge espontáneamente la pregunta de por qué Dios no otorga este don a todos, porque parece evidente que no todos creen. Para mejor aclarar esta cuestión considero importante distinguir entre revelación y fe. Lo que es un don de Dios, una obra divina, es la revelación. La fe es una respuesta humana. La revelación se ofrece como una iniciativa divina a la “fe” del hombre. Dios mismo, por su revelación, quiere darse a conocer a todos y busca que todos le respondan con amor. Algunos aceptan este don, otros lo rechazan y permanecen en la “no creencia”. Hasta aquí no veo yo problema alguno. La pregunta entonces sería: ¿hay que atribuir a una elección divina el hecho de que entre los seres humanos unos adhieran a la revelación y otros la rechacen?
Cuando miramos a Cristo crucificado, ¿qué es lo primero en lo que pensamos? ¿En nuestros pecados? Eso significa que la mirada hacia el Crucificado provoca que nos miremos a nosotros mismos. Pero antes de mirarnos a nosotros mismos y para mirarnos bien, y mirarnos desde el Crucificado, conviene que mantengamos nuestra mirada puesta en la cruz de Cristo. Y, si mantenemos la mirada fija en la cruz, y nuestra mirada es limpia o ingenua, lo lógico es que nos sintamos indignados. Lo que allí ocurre no es digno, es algo rechazable y reprobable. No podemos estar de acuerdo: allí está Crucificado un inocente, el inocente por antonomasia. Cuando una víctima inocente es maltratada y martirizada, el sentimiento primero y más espontáneo es de indignación.
En España comienza a haber demasiadas historias de enfermos para contar. Historias que ocurren en la sanidad casi “expública”, esa sanidad que quieren privatizar so pretexto de mejorar el servicio, pero en realidad para reducir gastos, despidiendo personal, dejando de atender a algunos enfermos, o presentando factura a otros. En algunos hospitales ya están entregando al usuario unas hojas para que marque la correspondiente casilla de si ha quedado contento con la atención. Para que luego el político de turno pueda vender qué tanto por cien de satisfacción va teniendo la nueva sanidad “privada”. Algunas enfermeras se han negado a colaborar en esta jugada (con todas las cautelas posibles, para no tener problemas), porque la buena, debida y adecuada atención se da por supuesta, como en el ejército se supone el valor.
El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la elección de Matías para formar parte del grupo de los doce en sustitución de Judas, los creyentes hicieron oración, echaron suertes, y salió el nombre de Matías. No es legítimo deducir de ahí que un resultado es tanto más atribuible al Espíritu cuanto menos intervención humana haya en el resultado. El Espíritu, en los asuntos que conciernen al ser humano, siempre actúa con nosotros y nunca sin nosotros. Como actuó en el caso de la elección de Matías. Porque no se trató de un sorteo puro, sino muy dirigido. Los candidatos necesitaban cumplir ciertas condiciones (la más importante, haber conocido al Señor Jesús) y, de entre los que cumplían esas condiciones, la asamblea eligió a dos. El sorteo se hizo entre los dos que habían pasado la criba de la elección eclesiástica.
Hay una palabra de Jesús dirigida a sus discípulos que hace pensar: “os conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Con la partida de Jesús se produce una ganancia. Esta palabra va acompañada de una reiterada advertencia: me voy, pero vosotros no debéis estar tristes. ¿Qué clase de extraña ganancia es esa que se produce con la partida de Jesús, por qué hay que estar alegres cuando nos deja, por qué nos conviene que se vaya? “Si no me voy, dice Jesús, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré”. Así, pues, la pregunta revierte en el Paráclito: ¿qué estupendas cosas hace el Espíritu Santo que valgan un precio tan alto como el de la ausencia de Jesús?