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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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13
Jun
2013
Iglesias sin mendigos
8 comentarios

Es difícil encontrar mendigos en las puertas de las Iglesias de San Salvador. En las Iglesias españolas ocurre todo lo contrario: lo raro es que no haya mendigos en la puerta. Es muy fácil comprender el motivo: en las Iglesias de San Salvador no hay mendigos porque allí no tienen nada que sacar, porque los que entran en la Iglesia son tan pobres o más que ellos. Cuando uno se da un paseo por las calles de la capital y entra en alguna de sus Iglesias entiende la “conversión” de Monseñor Romero. Si la Iglesia no está con la gente, la Iglesia se queda sin gente. Y la gente del El Salvador es pobre en su gran mayoría. Por este motivo, o se está con los pobres o las Iglesias se quedan vacías. En otras palabras, nos quedamos sin pueblo y, por tanto, nos quedamos sin Iglesia, pueblo de Dios.

En El Salvador hay mucha religiosidad y también mucha competencia (por llamarlo de algún modo) religiosa. Desgraciadamente, además de las grandes y tradicionales confesiones protestantes, hay muchos grupos sectarios, apoyados por dinero norteamericano, con los que resulta difícil convivir eclesialmente y que, para colmo, van a pescar no en los caladeros de la gente no religiosa, sino entre la gente católica. Pero prefiero fijarme en otra cosa: todos los grupos religiosos en este país hacen, de una u otra manera, obra social. Y eso debería alegrarnos. La primera noche que dormí en San Salvador estaba cansado del viaje. Sobre las dos de la madrugada creí escuchar cantos religiosos. Al día siguiente me dijeron que se trataba de un grupo sectario que llevaba alimentos a la gente que dormía en la calle, y aprovechando la ocasión, les leían fragmentos de la Biblia y les cantaban canciones religiosas.

Los dominicos en El Salvador también hacemos obra social. Tenemos una ONG que ayuda a construir casas, y allí donde no los hay, construye escuelas y dispensarios y luego pide al gobierno que envíe maestros y médicos. Los miércoles, en la Iglesia de la Virgen del Rosario sorprende ver la Iglesia llena a la hora de la primera Misa, la de las 6.45. Llena de personas necesitadas, muchas ancianas, y muchas mujeres, que participan en la Eucaristía con interés, cantando, leyendo, haciendo oraciones espontáneas en el momento de la oración de los fieles, participando en la homilía, dándose la paz y comulgando. ¿Qué pasa un día laborable para que a tan temprana hora la Iglesia se llene? Pasa que ese día se reparten tres dólares a cada persona necesitada. Y algunas de ellas pasan después a las oficinas sociales anejas a la Iglesia donde también les reparten comida y les dan desayuno.

De pronto recordé que un tercio de la población mundial vive con menos de un dólar al día. Y pensé dos cosas: una, en la primitiva Iglesia la bandeja se pasaba para atender a las necesidades del clero, pero también para atender a las necesidades de los pobres de la comunidad. Y otra, ¿qué refleja una Iglesia con mendigos en sus puertas? ¿Y si en vez de en las puertas estuvieran dentro, porque dentro encuentran lo que necesitan?

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11
Jun
2013
Contrastes en la Catedral
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Si uno tiene la oportunidad de visitar un día festivo la Catedral de El Salvador, puede llevarse una gran sorpresa: la de encontrarse con dos Misas a la misma hora, una en la cripta (que ocupa todos los bajos de la Iglesia) y otra en la nave principal. Las dos con muchos fieles, gente sencilla y pobre, pero que denotan dos modos de ser Iglesia. En la cripta está enterrado el arzobispo Romero. Allí celebra un solo sacerdote, los cantos son populares y la predicación intenta acercar el Evangelio a los pobres. En la nave de la Catedral concelebran tres sacerdotes, ayudados de unos diez monaguillos con túnicas rojas y roquete blanco y un buen incensario. A los lados del altar mayor destacan dos impresionantes cuadros: uno de la Divina Misericordia y otro de San Josemaría.

Que estas dos Eucaristías se den al mismo tiempo y en el mismo lugar es, sin duda, un signo de contraste, que muestra plásticamente algunas de la tensiones que se dan en la Iglesia. Pero puede ser también un signo alentador, que muestra que las tensiones no son malas. Más aún, si saben aceptarse, respetarse y convivir pacíficamente, como parece ser el caso en esta Catedral, son un anuncio real de que en la Iglesia cabemos gente de sensibilidades distintas, porque lo que importa no es el color del hábito o los santos de la devoción de cada uno, sino Cristo que nos une, y nos une porque somos distintos, pero también hermanos que debemos aceptarnos y querernos en nuestras distinciones.

En la Plaza de la Libertad de El Salvador, además de la Catedral (que, por cierto era la antigua Iglesia de los dominicos) está la Iglesia de la Virgen de Rosario, patrona de la archidiócesis, que es la actual Iglesia de los dominicos. A la entrada de esta Iglesia, amplia y modernista, hay un lápida que cubre los cuerpos de 21 personas masacradas por el ejército durante la guerra civil. Además de Oscar Arnulfo Romero y los mártires jesuitas de la Universidad, muchas otras personas fueron asesinadas en estos años difíciles. Durante las represiones de las manifestaciones populares, el ejército retiraba los cadáveres, pero en una de ellas la gente logró introducir 21 cadáveres en la Iglesia de los dominicos y como no pudieron llevarlos al cementerio, los enterraron allí. Y allí están como signo de unos tiempos que todos desean que no vuelvan y en los que la voluntad de Dios (voluntad de vida y convivencia) no se cumplía.

Me dicen que El Salvador lleva cien años armado. Y que la gente está cansada. Porque sigue habiendo discurso beligerante, anti comunista y anti capitalista, que no contribuye a la paz. La pobreza y sus secuelas (además de la Catedral y la Iglesia del Rosario, en esta plaza hay prostitución de todo tipo) tampoco son buenas aliadas de la paz. Dios quiera que esta tierra, bendecida con el sagrado nombre de San Salvador, encuentre la salvación.

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9
Jun
2013
Te amo porque soy yo
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Solemos entender el amor humano de forma muy utilitaria, incluso en sus formas más elevadas, como puede ser el amor conyugal. La dinámica del amor suele ser la siguiente: “te amo porque eres tú”, o sea, te amo porque hay algo en ti que me gusta, me atrae, me complementa. Pero la perfección del amor no está en el “te amo porque eres tú”, sino en el “te amo porque soy yo”. En la revelación que Jesús nos ha hecho de Dios, encontramos esta perfección del amor.

El Dios cristiano es Amor en plenitud y perfección. En Jesucristo este Amor que es Dios se ha revelado como relación y comunión intratrinitaria. El Padre ama al Hijo, pero no le ama por lo que puede sacarle al Hijo, sino por lo que el Padre es. Y el Hijo ama al Padre, no por lo que puede obtener de él, sino por lo que el Hijo es. En la relación entre el Padre y el Hijo no sería concebible que el uno le dijera al otro: “te amo porque eres tú”. Este tipo de amor, por muy sublime que sea, es un amor utilitario, necesitado. El Padre y el Hijo se aman mutuamente, pero se aman por lo que cada uno es en sí mismo. Cada uno es “relación” de amor.

Cuando Dios ama a los hombres, no les ama por lo que los hombre son. Eso sería amarles para su propia satisfacción. No. Dios ama “porque Dios es así”, un amante que no puede más que amar, un Dios que lleva la relación inscrita en la entraña de su ser. Me ama como soy, pero no me ama por lo que yo soy. La razón de su amor está en él mismo. Dios me ama porque es Dios. Dios es iniciativa de amor hacia su creación, porque él es primeramente iniciativa de amor en sí mismo entre varios. Si Dios nos ha creado a su imagen, entonces hay que decir que nos ha creado como iniciativa de amor.

En el “yo te amo porque eres tú”, hay una búsqueda de interés o de complementariedad psicológica. Además, este amor es precario. No dura. En el mejor de los casos dura hasta la muerte del otro. Así se presenta, normalmente, el amor entre los esposos: te seré fiel hasta que la muerte nos separe. Sin embargo, la experiencia del amor es susceptible de profundizarse queriendo la existencia del otro más allá de su muerte. Y esto nos conduce a la esencia verdadera del amor humano, hecho a imagen del Amor que es Dios: te amo, te amo a ti, porque soy yo. Y por eso te seré fiel más allá de la muerte. Sólo así el amor apunta a la eternidad.

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5
Jun
2013
El don de Dios, ¿es la fe o es la revelación?
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Cuando se dice que la fe es un don de Dios, surge espontáneamente la pregunta de por qué Dios no otorga este don a todos, porque parece evidente que no todos creen. Para mejor aclarar esta cuestión considero importante distinguir entre revelación y fe. Lo que es un don de Dios, una obra divina, es la revelación. La fe es una respuesta humana. La revelación se ofrece como una iniciativa divina a la “fe” del hombre. Dios mismo, por su revelación, quiere darse a conocer a todos y busca que todos le respondan con amor. Algunos aceptan este don, otros lo rechazan y permanecen en la “no creencia”. Hasta aquí no veo yo problema alguno. La pregunta entonces sería: ¿hay que atribuir a una elección divina el hecho de que entre los seres humanos unos adhieran a la revelación y otros la rechacen?

Hay que tener en cuenta que la revelación de Dios es histórica y llega a los hombres condicionada por las circunstancias y posibilidades de la historia. Esto explica que, aunque Dios quiera que todos le conozcan, su revelación no llega a todos con la misma intensidad ni de la misma manera. La respuesta humana, por tanto, está condicionada por el modo en que se ha recibido la revelación. Y cada uno es responsable en función de los modos en que el don le ha llegado. A quién mucho se le dio, mucho se le pedirá, dice Jesús. A cada uno se le pide en función de su recepción del don.

Cierto, para que se dé la adhesión de fe, además de la revelación, se requiere un cambio en el corazón del creyente. Ahí es donde actúa el Espíritu Santo, que ilumina la inteligencia y mueve nuestra libertad para que se deje seducir por la seducción del Dios que se revela. Pero esta acción de la gracia del Espíritu Santo en la mente y el corazón del ser humano, está también condicionada y limitada por el conocimiento de la revelación. El Espíritu orienta el corazón, la mente y la libertad hacia el conocimiento que cada uno ha recibido, no hacia la totalidad de lo revelado.

Esto no significa poner límites a Dios. Significa cobrar conciencia de nuestros límites. Lo limitados somos nosotros. A Dios nada ni nadie puede limitarle. No es menos cierto que si Dios quiere al ser humano como tal, debe respetar su modo de ser. El respeto al modo de ser del hombre es lo que hace que unas veces parezca que la acción de Dios, que en todos actúa con igual fuerza e interés, sea distinta en unos y en otros. Pero esta apariencia no traduce la voluntad ni el ser de Dios, sino las disposiciones humanas, históricas, psicológicas y afectivas, que en cada uno están orientadas y marcadas de diferente manera.

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1
Jun
2013
La fe y la conciencia
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La fe cristiana y la conciencia son dos realidades distintas, aunque están relacionadas. Un ejemplo típico de confusión de la fe con la conciencia lo tenemos en una expresión como esta: “Debe ser una buena persona porque es cristiano”. Cuando pensamos así cometemos un doble error y una injusticia. Un error porque se puede ser cristiano y pecador. El otro error, al que se añade una injusticia, es el de suponer que un no cristiano es una mala persona. Ser buena o mala persona no es una cuestión de fe o de religión. Es una cuestión de conciencia, aunque la fe puede añadir una carga de responsabilidad al ser o no ser buena persona.

La conciencia es esta voz interior, que resuena en el corazón de todo ser humano, que dice: haz el bien, evita el mal. La fe es la respuesta del ser humano a la llamada de Dios, más en concreto, es un encuentro con Dios que se nos da a conocer por medio de Jesucristo. Mientras todo ser humano oye la voz de su conciencia, no todos los seres humanos conocen a Cristo. Pero el que no conoce a Cristo está tan obligado como el que lo conoce a seguir los dictámenes de su conciencia.

Ahora bien, la fe cristiana puede ser un motivo más para seguir la conciencia. Ya que la fe nos descubre que todo ser humano es imagen de Dios. Ahí tiene el cristiano una luz que le ayuda a ser más solidario y más justo con todas las personas, ya que reconoce en ellas la imagen de Dios y sabe, que son hijas e hijos de Dios y, por tanto, hermanos suyos. La fe cristiana, además, amplia los estrictos dictámenes de la conciencia. La conciencia nos dice que hay que dar a cada uno lo suyo. Eso es lo justo y lo que se espera de todos y cada uno de los hombres. Pero la fe nos llama a ir más allá de la justicia, nos invita al perdón y a la misericordia. La fe no sólo ilumina la conciencia (al ofrecernos la verdadera razón del respeto que todos merecen: son hijas e hijos de Dios), sino que también impregna de amor a la conciencia.

La fe cristiana no añade nuevos preceptos a los derechos y deberes que cabe exigir a todo ser humano. Pero la fe les da un nuevo color y un nuevo alcance. El samaritano misericordioso de la parábola evangélica hace cosas inauditas, que van más allá de la justicia e incluso más allá de la simple humanidad. Pues no sólo se ocupa de un herido que, en circunstancias normales le hubiera despreciado, sino que lo lleva al hospital y carga con los gastos de hospitalización. Lo que estrictamente se le podía pedir era que avisara a las autoridades para que se hicieran cargo del herido. Pero el samaritano va mucho más allá, se pasó de bueno con uno que era su enemigo. En este “pasarse de bueno” la fe muestra su grandeza, la dimensión divina que hay en el creyente, abriendo la vida la vida humana al perdón y a la misericordia.

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28
May
2013
A falta de teología, apologética
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La apologética, o sea, la defensa de la fe cristiana frente a los malentendidos, descalificaciones o ataques venidos del exterior, siempre ha existido en la Iglesia. Ha tenido una doble orientación, que dependía más del talante del apologeta que del tipo de ataque al que había que responder. Hay una apología que se dedica a descalificar al adversario y lo trata como un enemigo; y hay otra que busca puentes de diálogo con la postura distante, diferente o disidente. Por lo demás, la apología no es la más importante tarea eclesial. La tarea principal de la Iglesia es dar a conocer el Evangelio y ofrecer una reflexión teológica que ayude a comprenderlo mejor, primero por los propios creyentes y luego por los que deben ser evangelizados.

Hoy abunda la apologética y es escasa la buena teología. A falta de propuestas teológicas y de ofertas teologales, hacemos apologética. Y además de la mala, de la que descalifica y es incapaz de ver nada bueno en el diferente o en el distinto. Una apologética que piensa que una tradición humana (Col 2,8) es tanto más divina cuanto más contraria es a las ideas del mundo moderno. Esta apologética no tiene ideas propias, se alimenta de lo que dicen otros, pero no para dialogar, aprender o aprovecharlo, sino para mostrarse escandalizada y condenar. No aporta nada, sólo critica lo que otros ofrecen. No hace ninguna concesión. Todo es blanco o negro. Para ella no hay escala de grises. No reconoce nada bueno fuera de lo que ella dice. En vez de resaltar el fondo cristiano que pueda haber en las nuevas tendencias, no hace sino provocarlas para que rompan con los pocos vínculos que las unen a la Iglesia. Así el diálogo y el acercamiento con el otro es imposible.

Además de buena teología (reflexión que ayuda a comprender mejor a Dios), necesitamos recursos teologales (que propician el encuentro con Dios), como la oración, el compromiso apostólico, una liturgia viva y comprometida, un servicio de caridad y solidaridad iluminado por la fe, que ve en todo ser humano la imagen misma de Dios. La oferta y vivencia de estos recursos es mucho más eficaz que todas las apologéticas condenatorias. De entrada y de salida, debemos buscar la salvación. Para que resplandezca la salvación no hace falta estar todo el día lamentando y condenado la oscuridad. La oscuridad desaparece por sí sola cuando se enciende una pequeña luz, una cerilla. La oferta teológica y teologal es esa cerilla que tenemos que cuidar, para que no se apague. No sea que después de tanto lamento lo que tengamos es más oscuridad porque nadie se ha preocupado de encender una cerilla.

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24
May
2013
Indignación ante el Crucificado
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Cuando miramos a Cristo crucificado, ¿qué es lo primero en lo que pensamos? ¿En nuestros pecados? Eso significa que la mirada hacia el Crucificado provoca que nos miremos a nosotros mismos. Pero antes de mirarnos a nosotros mismos y para mirarnos bien, y mirarnos desde el Crucificado, conviene que mantengamos nuestra mirada puesta en la cruz de Cristo. Y, si mantenemos la mirada fija en la cruz, y nuestra mirada es limpia o ingenua, lo lógico es que nos sintamos indignados. Lo que allí ocurre no es digno, es algo rechazable y reprobable. No podemos estar de acuerdo: allí está Crucificado un inocente, el inocente por antonomasia. Cuando una víctima inocente es maltratada y martirizada, el sentimiento primero y más espontáneo es de indignación.

El misterio de la Encarnación manifiesta que todo lo humano y sólo lo humano es compatible con Dios. La crucifixión de Jesús manifiesta que la compatibilidad de Dios con lo humano se revela, para la mirada de la fe, en una víctima inocente, en un martirizado injustamente. No porque Dios sea un sádico o un amante del dolor, del sufrimiento y de la injusticia, sino porque Dios se solidariza e identifica con la víctima inocente que es Jesús y, por extensión, con todas las víctimas inocentes de la historia. Si, como dice toda la tradición cristiana, desde la patrística hasta el moderno magisterio, Dios, con su encarnación se ha unido con todo hombre, entonces mirando al Crucificado, demos precisar: Dios se ha unido, sobre todo, con todas las personas humilladas, maltratadas, malqueridas y abandonadas de la historia. Si al contemplar a Jesús crucificado nos olvidamos de las víctimas, sea cual sea su raza, cultura o religión, entonces es que nuestra mirada no es la de la fe.

Y una cosita sobre este pensar en el pecado que con demasiada rapidez se proclama al predicar sobre la cruz de Cristo. Pecado es lo que Dios no quiere. Y lo que Dios no quiere es lo inhumano, lo que daña al ser humano. En la cruz de Cristo y en todas las cruces de la historia se revela, sin duda, el pecado, o sea, lo que Dios no quiere. Dios no quiere que el ser humano sufra, Dios no quiere que martiricemos a nadie, que cometamos injusticias con el hermano, hasta el punto de matarle. No, Dios no está de acuerdo con la cruz, pero está a favor del Crucificado. En la cruz de Cristo se revela lo que Dios no quiere (a saber, el sufrimiento de las víctimas) y lo que Dios quiere: la vida y la felicidad para todos, el entendimiento y la reconciliación entre las personas y los pueblos, el trabajo por un mundo más justo, en el que sea posible la vida para todas las hijas y los hijos de Dios.

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20
May
2013
La vida de los bien nacidos
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En España comienza a haber demasiadas historias de enfermos para contar. Historias que ocurren en la sanidad casi “expública”, esa sanidad que quieren privatizar so pretexto de mejorar el servicio, pero en realidad para reducir gastos, despidiendo personal, dejando de atender a algunos enfermos, o presentando factura a otros. En algunos hospitales ya están entregando al usuario unas hojas para que marque la correspondiente casilla de si ha quedado contento con la atención. Para que luego el político de turno pueda vender qué tanto por cien de satisfacción va teniendo la nueva sanidad “privada”. Algunas enfermeras se han negado a colaborar en esta jugada (con todas las cautelas posibles, para no tener problemas), porque la buena, debida y adecuada atención se da por supuesta, como en el ejército se supone el valor.

Lo peor son algunas historias de pacientes que revelan a dónde estamos llegando. Como la de esta persona, obligada a pagar el medicamento, y casi por caridad le pedía al médico que le recetase “otra cosa”. Otra cosa que acorta la vida, porque ya no hay recursos para hacer frente a la vida. O la de este enfermo de Sida, inmigrante, de esos que ya no tienen derecho a ser atendidos, y que no puede pagar una carísima medicación. La va a pagar Caritas, pero es claro que si se multiplican los casos Caritas no podrá atenderlos a todos. Oigo que un Consejero autonómico dejó muy claro a los responsables de hospitales que sólo podían atender a inmigrantes con una verdadera urgencia (aunque luego, al salir, les presentan factura). Y ante la interpelación de un médico: “y qué es urgente”, no supo que responder. ¿Un dolor de cabeza es una urgencia? Hay dolores de cabeza producidos por un infarto. Pero eso requiere de unos análisis que no se hacen por un simple dolor de cabeza.

Me cuentan el caso de un rumano: cuando el médico le dijo que tenía que hacerse un análisis, se echó a llorar desconsoladamente. ¿Motivo? No el análisis, sino el que “eso en su país había que pagarlo y no tenía dinero”. Como se trataba de una ciudadano de la Unión Europea, se tranquilizó al saber que aquí no había que pagar. ¡En otros países están mucho peor! Pero esto no justifica que en España haya recortes en sanidad y educación por una mala gestión política de la economía.

Como yo estoy a favor de la vida de los bien nacidos, hago mi pequeña protesta. Es de esperar que otros, que también están a favor de la vida, hagan la suya desde sus medios de difusión y según sus posibilidades.

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17
May
2013
El Espíritu no actúa echando suertes
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El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la elección de Matías para formar parte del grupo de los doce en sustitución de Judas, los creyentes hicieron oración, echaron suertes, y salió el nombre de Matías. No es legítimo deducir de ahí que un resultado es tanto más atribuible al Espíritu cuanto menos intervención humana haya en el resultado. El Espíritu, en los asuntos que conciernen al ser humano, siempre actúa con nosotros y nunca sin nosotros. Como actuó en el caso de la elección de Matías. Porque no se trató de un sorteo puro, sino muy dirigido. Los candidatos necesitaban cumplir ciertas condiciones (la más importante, haber conocido al Señor Jesús) y, de entre los que cumplían esas condiciones, la asamblea eligió a dos. El sorteo se hizo entre los dos que habían pasado la criba de la elección eclesiástica.

Recientemente se ha nombrado un nuevo Papa copto. También ahí hubo sorteo, pues la mano inocente de un niño sacó la papeleta con el nombre del nuevo Papa. Pero el sorteo fue dirigido. Había tres candidatos elegidos tras un largo proceso de votaciones en el que participaron prelados de todos los rincones de Egipto. Es posible que este sistema sea una cura de humildad y evite algunas componendas demasiado humanas. Pero en todo caso, no se puede concluir que el Espíritu actúa a través de una lotería. El Espíritu siempre actúa a través de mediaciones humanas.

A veces he escuchado en boca de algunos predicadores o catequistas: “no he podido preparar la homilía o la catequesis, el Espíritu me inspirará”. Pues si uno no se ha preparado, lo más probable es que el Espíritu le inspire tonterías (dicho sea con la esperanza de que se me entienda bien). No se puede confundir la acción del Espíritu con la espontaneidad y la improvisación. Su acción está condicionada por la capacidad y el esfuerzo del ser humano. Actúa, no a pesar de, sino a través de la búsqueda, la sensibilidad y la inteligencia de los predicadores. La inspiración del Espíritu Santo no dispensa a la Iglesia y, en consecuencia al Papa y de los Obispos, del esfuerzo de la preparación, del estudio y de la buena información. En este sentido hay que decir que el Espíritu está condicionado.

Si el lenguaje es el órgano del ser interior, entonces el ser interior se condiciona al hacerse lenguaje. Si “la palabra es la carne de la idea” (como dice un himno de Laudes), entonces la idea está limitada por la palabra. De la misma forma, el Espíritu no actúa de forma automática o mágica, sino a través de la voluntad, la razón y la experiencia de quienes detentan la autoridad en la Iglesia o de quienes queremos seguir sus impulsos. Esto implica ser consciente de nuestras limitaciones y prejuicios, y un serio esfuerzo por buscar la voluntad de Dios usando todos los recursos de nuestra inteligencia, en lugar de sentirnos dispensados de esta búsqueda porque supuestamente dispondríamos mecánicamente del Espíritu.

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14
May
2013
Si Jesús se va, salimos ganando
2 comentarios

Hay una palabra de Jesús dirigida a sus discípulos que hace pensar: “os conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Con la partida de Jesús se produce una ganancia. Esta palabra va acompañada de una reiterada advertencia: me voy, pero vosotros no debéis estar tristes. ¿Qué clase de extraña ganancia es esa que se produce con la partida de Jesús, por qué hay que estar alegres cuando nos deja, por qué nos conviene que se vaya? “Si no me voy, dice Jesús, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré”. Así, pues, la pregunta revierte en el Paráclito: ¿qué estupendas cosas hace el Espíritu Santo que valgan un precio tan alto como el de la ausencia de Jesús?

La presencia de Jesús estaba limitada a un tiempo y a un espacio determinados. El Espíritu no está limitado ni por el tiempo ni por el lugar. Su presencia es universal y permanente. Pero, además, el Espíritu hace presente a Jesús. Con una presencia distinta de la terrena, más discreta, pero no menos real. Gracias al Espíritu, Jesús sigue estando con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por otra parte, el Espíritu nos hace adultos, mayores de edad. Nos obliga a asumir nuestras responsabilidades. Ya no podemos acudir al Maestro para que nos ofrezca soluciones hechas. Debemos buscarlas nosotros, siguiendo los impulsos del Espíritu y recordando los ejemplos del Maestro, pero bien conscientes de que nuestros tiempos son distintos. Debemos enfrentarnos a nuevos problemas, de los que solo nosotros somos responsables, y solo nosotros, con nuevas respuestas, podemos resolver.

Finalmente, el Espíritu cambia nuestra mentalidad, sana nuestro corazón y renueva nuestra vida. Gracias al Espíritu, pensamos con la mente de Cristo, amamos con un corazón como el de Jesús y cumplimos la voluntad de Dios. El Espíritu produce en nosotros como una segunda naturaleza (un “nuevo nacimiento”) por el que pensamos, amamos y obramos de un modo nuevo, distinto, equivalente en nuestras vidas al modo de pensar, amar y obrar de la divinidad: los que se dejan guiar por el Espíritu, esos son hijos de Dios. Guiar sí, porque nosotros somos responsables de lo que hacemos. El Espíritu no nos apabulla, no suplanta nuestra personalidad, la renueva, la sana y la purifica. Yo ya no pienso que robar es algo bueno; pienso que es malo y, por eso, porque es malo, no hay circunstancia que me mueva a robar; yo ya no amo egoístamente, mi corazón está abierto a lo universal, sin exclusiones ni discriminaciones; ya no actúo buscando mi propio interés, sino el interés de los demás.

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