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Dic2006¿De dónde viene Jesús?
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2006Dic
La experiencia de la resurrección de Cristo planteó, con más fuerza que nunca, una pregunta que ya algunos hicieron en vida de Jesús: ¿quién es ese?, ¿de dónde viene?.
Lo primero que se escribió sobre Jesús fueron los relatos de su muerte y resurrección. Eso era lo importante para los primeros cristianos. Pero, poco a poco, espontáneamente, surgieron las preguntas por el “antes” de esa muerte y de esa resurrección. Antes fue el nacimiento. Importa poco si fue en Belén o en Nazaret. Pero sí importa, y mucho, un “antes” más radical, que clarifica definitivamente la pregunta por la identidad de Jesús. Este antes radical es: Jesús procede del Padre. Dios mismo es quién ha enviado a Jesús. Es el misterio de la Encarnación: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). El que nace de María tiene por Padre a Dios.
En el nacimiento de Jesús según la carne se anticipa el rechazo de los grandes y la adhesión de los pequeños. Según Lucas los primeros que van a recibirle son unos pastores, marginados sociales, gente despreciada en aquel ambiente. Estos han recibido una revelación de la identidad del niño, que retrotrae la revelación pascual de Jesús como Señor y Mesías. Acogida la revelación, esos pequeños, esos sin credibilidad, se convierten en pregoneros de lo que han visto y oído (Lc 2,17-18), del mismo modo que las mujeres, también sin credibilidad en la época, se convierten en las primeras testigos de la resurrección, el acontecimiento por excelencia que revela a Jesús como Señor, o sea, como el que tiene poder divino para salvar. Lucas retrotrae a la infancia (o sea, coloca en los inicios algo realmente acontecido al final de la vida de Jesús) la experiencia pascual de la proclamación de Jesús como Señor. También hoy los creyentes somos convocados a ser testigos ante el mundo de lo que hemos oído acerca de este niño (cf. Lc 2,17), a saber, que él es el Salvador (Lc 2,11).
Lo primero que se escribió sobre Jesús fueron los relatos de su muerte y resurrección. Eso era lo importante para los primeros cristianos. Pero, poco a poco, espontáneamente, surgieron las preguntas por el “antes” de esa muerte y de esa resurrección. Antes fue el nacimiento. Importa poco si fue en Belén o en Nazaret. Pero sí importa, y mucho, un “antes” más radical, que clarifica definitivamente la pregunta por la identidad de Jesús. Este antes radical es: Jesús procede del Padre. Dios mismo es quién ha enviado a Jesús. Es el misterio de la Encarnación: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). El que nace de María tiene por Padre a Dios.
En el nacimiento de Jesús según la carne se anticipa el rechazo de los grandes y la adhesión de los pequeños. Según Lucas los primeros que van a recibirle son unos pastores, marginados sociales, gente despreciada en aquel ambiente. Estos han recibido una revelación de la identidad del niño, que retrotrae la revelación pascual de Jesús como Señor y Mesías. Acogida la revelación, esos pequeños, esos sin credibilidad, se convierten en pregoneros de lo que han visto y oído (Lc 2,17-18), del mismo modo que las mujeres, también sin credibilidad en la época, se convierten en las primeras testigos de la resurrección, el acontecimiento por excelencia que revela a Jesús como Señor, o sea, como el que tiene poder divino para salvar. Lucas retrotrae a la infancia (o sea, coloca en los inicios algo realmente acontecido al final de la vida de Jesús) la experiencia pascual de la proclamación de Jesús como Señor. También hoy los creyentes somos convocados a ser testigos ante el mundo de lo que hemos oído acerca de este niño (cf. Lc 2,17), a saber, que él es el Salvador (Lc 2,11).