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San Martín de Tours
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Martín de Tours es uno de los santos más populares de Europa. Centenares de pueblos e iglesias (también en España) evocan su nombre. Son innumerables las vidrieras, imágenes y esculturas que representan la escena en la que un Martín, oficial del ejército, con 18 años y siendo todavía catecúmeno, comparte su capa con un pobre desnudo, el único vestido que llevaba, puesto que el resto de sus vestidos ya los había repartido con otros pobres.
Además de esta famosa escena, hay otra menos conocida, pero no menos significativa: siendo ya obispo, y yendo hacia la Iglesia, se encontró en pleno invierno con un pobre semidesnudo que le pedía un vestido. Martín ordenó al archidiácono que le vistiera inmediatamente, mientras él entraba en la sacristía. Como el archidiácono tardaba, el pobre, llorando y aterido de frío, entró en la sacristía y se quejó al obispo. Martín, entonces, le entregó la túnica que llevaba bajo el alba con la que iba a celebrar la Misa. Cuando el archidiácono avisó al obispo de que era hora de salir para la celebración, éste le dijo que no salía a la Iglesia hasta que el pobre estuviese vestido. Efectivamente, aunque el archidiácono lo ignorase, Martín se había convertido en ese pobre, que no llevaba ninguna ropa debajo de la vestidura litúrgica. Muy disgustado, el archidiácono fue a comprar un vestido vulgar, que se lo entregó al obispo, diciendo: “he aquí el vestido, pero el pobre ya no está”. Martín le hizo salir, se vistió y salió a celebrar la eucaristía.
La bondad y caridad de Martín se manifestó abundantemente a lo largo de su existencia. Siendo obispo empleó toda su influencia ante los poderosos para defender a los débiles y, cuando fue necesario, no dudó en enfrentarse con los grandes de este mundo. Así, por ejemplo, mientras los otros obispos ensalzaban las glorias y victorias del emperador Máximo, Martín era el único que mantenía la dignidad episcopal exigiendo al emperador un trato adecuado para los pobres, negándose a participar en los banquetes que organizaba. Ante este mismo emperador, Martín intercedió para que no se vertiera la sangre de los priscilianos, tal como pretendían otros obispos, arriesgándose a ser considerado él mismo como hereje. Y logró del emperador la promesa de que no les mataría, aunque una vez alejado Martín del palacio imperial de Tréveris, el emperador no cumplió su palabra.