Abr
Nuestra casa común
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Provocado por un comentario que me llegó a propósito de la primera de estas dos recientes entregas sobre la casa, añado un tercera sobre nuestro planeta tierra, nuestra casa común. Del cuidado de la casa común han hablado los últimos Papas, no sólo Francisco (en su encíclica Laudato si’), sino también Juan Pablo II y Benedicto XVI, amen de algunos líderes de otras religiones. Se trata de un asunto urgente, pues en el cuidado de esta casa nos jugamos literalmente la vida, la propia y la de nuestros hijos. Está en juego nuestra vida, pero lo más doloroso en este “juego”, si se me permite jugar con las palabras, es que los primeros perjudicados son los más pobres y los que más ayuda necesitan. Los habitantes de los países ricos todavía tenemos medios para cuidar el ambiente y “disimular” los males que le provocamos, pero este disimulo no es posible entre los pobres. Nosotros contaminamos el agua y tenemos medios para “purificarla”. Los pobres carecen de tales medios.
El cuidado del planeta tiene muchas derivaciones y consecuencias que van más allá de lo puramente ecológico. La seducción del dinero que produce productos perniciosos como, por ejemplo, las armas de guerra, es una de las principales causas de la degradación ambiental y, por supuesto, de la degradación humana. Los residuos radiactivos de las centrales que contribuyen a garantizar nuestros elevados consumos de energía eléctrica, requieren sistemas de aislamiento. Los más seguros son muy caros. Por eso, en algunos lugares, se los almacena a gran profundidad. Más barato, pero menos seguro. Lo barato aumenta los riesgos.
No se trata de tomar postura contra el progreso y contra la técnica. La técnica puede contribuir a mejorar la vida humana. El ser humano puede y, en ocasiones, debe modificar la situación de la naturaleza, pero sin olvidar que sigue dependiendo esencialmente de ella, como se observa cuando se destruyen las condiciones necesarias para la vida. El objetivo humano, por tanto, es emancipar al hombre de la naturaleza sin destruir la propia base ecológica. La tierra es nuestra morada, una prolongación de nuestro cuerpo; es el pan de cada día; es también belleza y bondad para el corazón humano. Y todo eso, como don recibido. No para dominar o explotar, sino para cuidar y amar. La técnica como tal no es mala. Puede serlo cuando no conoce ninguna prioridad ética, o se usa exclusivamente al servicio de la sociedad de consumo y no en provecho de la persona humana.