Ene
Dios y el hombre, nidos de contradicciones
3 comentariosPrecisamente porque Dios es Todo, lo abarca todo y nada se le escapa, no puede ser delimitado ni circunscrito por nada. Y, sin embargo, el ser humano necesita circunscribirlo, no sólo para hacerse una idea de él, sino también para poder alcanzarlo. De ahí que el habla sobre Dios pueda parecer contradictoria. El Dios de Israel es el Creador del mundo, pero es también el Dios que elige un pueblo entre todos los pueblos. Por eso se le invoca bien como “Dios nuestro” o bien como “rey del mundo”. Quiere que se le sirva con temor y que se encuentre la dicha de acogerse a él (Sal 2,11-12). Allí donde la Escritura habla de su sublimidad, en el versículo siguiente habla de su humildad (Dt 10,17-18). Exige oraciones y sacrificios, pero a renglón seguido desprecia todo esto (Sal 51,18-21), y sólo quiere que se le honre con el amor al prójimo y la justicia, sin importarle que los sacrificios se hayan hecho por El. Elije a Israel como pueblo y, sin embargo, Egipto y Asiria también son su pueblo (Is 19,21-25; Sal 87). Con Jesús su reino ha llegado, pero los fieles deben pedir cada día su venida, porque todavía no ha llegado.
El hombre, creado a imagen de Dios, es también un nido de contradicciones. Su única humanidad es siempre plural, no sólo en el sexo, la raza y le lengua. El israelita y el cristiano se creen los elegidos de Dios y, sin embargo, todos los seres humanos son hijos de Dios. El creyente vive ya una vida nueva, y cada día debe progresar en la santidad. La Iglesia es una, santa y católica; y al mismo tiempo son muchas las Iglesias, todas pecadoras y con sus notas particularizantes: católico “romano”. Todo lo que le ocurre al creyente posee dos relaciones: por una parte se refiere a este mundo, pero también se refiere al mundo por venir. Por eso es del mundo, sin ser del mundo; debe amar al mundo y al mismo tiempo no apegarse a este mundo. Es señor de todas las cosas (“todo es vuestro”: Ef 1,22) y simultáneamente servidor de todos. Para él todo lo profano es sagrado, porque Dios se encuentra en todas partes; y todo lo sagrado es susceptible de ser profanado.
Somos tanto más nosotros cuanto más nos damos y nos abrimos. Porque lo que nos identifica nos viene de Otro. Si todo es nuestro, nada es nuestro. Nos define la multitud. Cuando uno quiere ser “sólo yo” se pierde. Somos uno y somos dobles, siempre referidos a otro, saliendo de nosotros mismos.