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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

16
Nov
2024

Destinados para dar fruto

3 comentarios
fruto

Una vez muerto y resucitado Jesús, los discípulos recordaron, sin duda, esta palabra de Jesús: “os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). No conviene olvidar que los frutos que estamos llamados a dar los discípulos de Jesús no pueden medirse según los criterios del mundo. Cuando aplicamos los criterios del mundo para medir el resultado de la tarea evangelizadora, surgen preguntas en donde importan los números: ¿cuántos novicios tiene la congregación?, ¿cuántos jóvenes se han confirmado en la parroquia?, ¿cuántas parejas se han casado sacramentalmente?, ¿cuántas personas han participado en la peregrinación? Las anteriores preguntas no son malas, pero no son las importantes. Si queremos aplicar el criterio de los números habría que cambiar las preguntas: ¿cuántos pobres han sido atendidos por los servicios parroquiales?, ¿a cuantos inmigrantes hemos acogido?, ¿cuántas personas han muerto de frio o de hambre o tragadas por el mar, porque no hemos querido mirar allí donde miraba Jesús? Solo después de plantearnos estas segundas preguntas tendrá sentido echar una ojeada a las primeras.

Humanamente hablando los cristianos anunciamos una tontería para la gente inteligente y una locura para la gente religiosa (cf. 1 Cor 1,23). No debemos sorprendernos, si en vez de adhesiones provocamos grandes burlas. O si en vez de conversiones provocamos persecuciones. Burlas y persecuciones que no deben hacer tambalear la esperanza cristiana, pues como ha recordado Francisco, “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5), pues está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios. Pero la esperanza no es lo mismo que el optimismo, no es garantía de éxito. Es la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga. Por eso nos mantiene a flote a pesar de todo y es capaz de inspirar nuestras buenas acciones. La esperanza nos da fuerzas para vivir y para volver a intentar algo una y otra vez, aunque las condiciones sean desesperadas. Trabajamos por algo porque es bueno, y no solo porque tengamos un éxito garantizado.

Las discípulas y discípulos de Jesús estamos llamados a dar fruto. Para dar fruto hay que sembrar. Esa es nuestra tarea. El crecimiento ya no depende de nosotros. Como decimos en cada eucaristía el pan es fruto del trabajo de los hombres, pero antes es fruto de la tierra. Y es Dios quién hace fructificar la tierra. A veces lo sembrado crece lentamente, porque el tiempo de Dios no es el de los hombres. A lo mejor no vemos resultados, no vemos crecer. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37). Nosotros somos sembradores, Dios es el que conoce “el tiempo de la siega” (Mt 13,30). No sabemos cuándo aparecerá el fruto, cuánto tiempo necesitará la semilla para crecer. Lo importante no es el resultado, que además no depende de nosotros, sino de Dios. Lo nuestro es abrir caminos, empezar procesos (y ahí está la gran labor del Papa Francisco para la Iglesia de los próximos años). Por eso no importa si somos pocos. Importa que seamos fieles y auténticos. Los cristianos estamos llamados a vivir y anunciar el Evangelio con nuestras mejores disposiciones, sin cansarnos nunca de hacer el bien. Si así lo hacemos, seguro que daremos mucho fruto.

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Hormias
16 de noviembre de 2024 a las 18:27

La esperanza no defrauda. Gran frase

juan garcia
17 de noviembre de 2024 a las 17:00

Ser testigo del Evangelio de Jesús no es tarea fácil. Sobre todo para los que estamos avanzado en años y con alguna deficiencia. Nunca sabremos el grado de humildad y amor necesario para producir frutos caritativos. No disponemos de energía para sembrar semillas que alimenten al hambriento y den acogida y descanso al sin hogar y desposeido. El valor de la oración no tiene medida ni es cuantitativo. Y uno no puede salir por la calle en busca de necesitados. Sólo nos queda la esperanza y la confianza en la misericordia del Señor.

Chiquet
18 de noviembre de 2024 a las 08:14

“Mi reino no es de este mundo”. Sentándonos (con permiso) en la sentencia podemos llegar al quietismo; si la cogemos con nuestras vísceras (xf otra vez) podríamos arrimarla a nuestras pulsaciones no exactamente a las del Señor. Efectivamente el reino de Dios es de amor, de justicia y qué cierto que uno puede ir a misiones, otro a la clausura, otro aguantar la TV a todo volumen del vecino o levantarse cuatro veces, cada noche, por el lloro de su bebé… De pronto la peor desgracia ha ocurrido por Valencia. Al tiempo siguen esperando ayuda en casa millones de futuros emigrantes en este mundo nuestro. Las soluciones, hay y no todos coincidimos. Frente al estarnos quietos y el pasarnos varios pueblos en la dirección que nos pide el cuerpo: unidad, diálogo, acción, sensatez. !Ojalá acertemos! (No vendrá mal rezar)

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