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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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25
Abr
2022
Resurrección: confesar que Jesús es Señor
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resurrección022

“Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,9). Decir que Jesús es Señor y que Dios le resucitó es prácticamente lo mismo. Pues el Señor del que habla San Pablo es el Señor de la gloria, el que ha vencido a todos los poderes del mal, incluido el último enemigo que es la muerte (1 Cor 15,26). Ahora bien, no conviene mal interpretar esa confesión. Pues ese mismo Señor del que habla San Pablo, dice: “no todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos” (Mt 7,21). Es posible decir que Jesús es Señor, pero no confesar que Jesús es Señor. Decir es fácil, es pronunciar una palabra. Confesar es algo más serio: es jugarse la vida por lo confesado, es poner la vida en lo que se dice.

Para confesar bien hay que conocer lo que se confiesa. Pues bien, ese al que se nos invita a confesar como Señor explicó un día como había que comprender su señorío: vosotros, dijo a sus mejores amigos, me llamáis Señor, y decís bien, porque lo soy. Pero soy Señor al lavaros los pies, al ponerme de rodillas ante vosotros, al servir (Jn 13,13). El señorío de Jesús no se manifiesta a base de poder, sino de amor y servicio a los más pequeños. Porque el poder no es propio del Señor de la gloria, es propio de los falsos señores de este mundo, que oprimen en vez de servir.

El Señor resucitado deja en evidencia los falsos señoríos humanos, pues él es el único Señor (1 Cor 8,6) y, por tanto, el Señor de todo y de todos (Flp 2,11). Este señorío único no es opresor, puesto que es señorío de amor y de servicio. Pero, además, es un señorío liberador, porque niega todo poder opresor, sea civil, militar o religioso. El único señorío de Cristo está en contra de toda absolutización de los poderes y de las cosas de este mundo, en contra de todo servilismo.

Si acojo el señorío de Cristo, Señor de todos, entonces yo no puedo ser señor de nadie, no puede pretender que nadie me esté sometido y se pliegue a mi voluntad; y mucho menos que se pliegue a mi voluntad esclavizante; yo no soy señor de mi esposa, ni de mis hijos, ni de mis hermanos, porque el Señor de mi esposa, de mis hijos y de mis hermanos es Cristo resucitado. El “otro” no es mío, el otro es de Cristo. Si confieso a Cristo como el Señor que sirve y se abaja para lavar los pies, entonces yo también me abajo y lavo los pies de mis hermanos.

No hace falta decir que ninguna guerra puede estar bajo el señorío de Cristo. El Señor de las guerras es Satanás. Y el espíritu que las inspira es el espíritu del mal. Si Cristo resucitado se hace presente en las guerras es consolando a las víctimas, resucitando a los muertos, despertando a los espectadores, que somos nosotros, y moviéndolos a acoger a las víctimas.

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21
Abr
2022
Extraño resucitado
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cruzresucitado

Si lo pensamos bien, Cristo resucitado se comporta de forma muy distinta a como uno lo esperaría. Siguiendo la lógica humana, si Cristo resucitado hubiera querido dejar claro su poder y el tremendo error que sus enemigos habían cometido, se hubiera aparecido a las autoridades judías y romanas, al Sumo sacerdote, a Poncio Pilato y el emperador de Roma, y lo hubiera hecho de forma espectacular, dejando claro todo su poder y grandeza. Pero no hace nada de eso. Sólo deja que le vean sus amigos, e incluso a sus amigos se les aparece bajo formas ambiguas, hasta el punto de que algunos dudaron y otros creyeron ver un fantasma. Cristo mismo lo había anunciado a los suyos: “dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis”. El mundo no puede ver a Cristo resucitado, porque sólo con los ojos de la fe se le puede ver. Jesús de Nazaret siempre respetó la libertad de las personas y, una vez resucitado, la respeta todavía más, si cabe hablar así.

Por otra parte, si a un gran novelista o a un gran escritor se le pidiera que inventase la historia de un resucitado, “habría descrito a un superhombre que realiza actos espectaculares, que hipnotiza a las masas, que levanta montañas con un dedo. Nada de eso hay en los Evangelios”, como bien nota Fabrice Hadjadj. Ya el tentador pretendió que Jesús de Nazaret manifestara que era “el Hijo de Dios” por medio del poder, el prestigio y la ostentación, convirtiendo piedras en pan, lanzándose desde lo alto del templo o sometiendo todos los reinos de la tierra. Pero Jesús de Nazaret no hizo nada de todo esto, porque su misión se realizaba siguiendo los caminos de Dios, que no son los del poder, sino los de la pobreza.

Jesús, en su vida terrena y una vez resucitado, siempre respeta la libertad, nunca se impone. Jesús resucitado realiza los actos más sencillos: en la orilla del lago prepara una comida para sus discípulos y comenta para ellos las Escrituras. Ahí está la prueba de que el resucitado es verdaderamente divino y no una proyección de nuestro orgullo y nuestra vanidad. Jesús resucitado sigue manifestando su divinidad con gestos muy humanos. Porque lo humano es divino. No nos hacemos divinos cuando nos convertimos en un ciborg de gran potencia o cuando queremos huir de lo humano, sino cuando revestimos de amor las cosas más ordinarias, la mesa del comedor, el cuidado del enfermo, la atención al huérfano y al extranjero.

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17
Abr
2022
Pascua: de cobardes a valientes testigos
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Los relatos del Nuevo Testamento indican que, después de la crucifixión, los discípulos huyeron (Mc 14,50) y dieron por perdida la causa de Jesús (Lc 24,19-21). De ahí la inevitabilidad de la pregunta por el motivo que, al cabo de unos días, convirtió a esos discípulos, miedosos y cobardes, en valientes testigos de Jesús resucitado, capaces de jugarse la vida por este testimonio. Precisamente este es uno de los argumentos de credibilidad que se aducen como prueba de la resurrección: el cambio radical de los apóstoles, su compromiso después de Pascua, su martirio por defender esa verdad. La explicación más plausible del gran cambio de los discípulos fue que se encontraron con Jesucristo resucitado.

Una homilía de San Juan Crisóstomo utiliza brillantemente este argumento. Vale la pena copiar algunos de sus párrafos: “¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo? Y más si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista, que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro, el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado”.

“¿Cómo se explica, pues, sigue argumentando el santo, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después, una vez muerto y sepultado, se enfrentaron contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: ¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con solo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? No solo hacer, sino pensar una cosa semejante sería una cosa irracional”.

Concluye san Juan Crisóstomo: “Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada”.

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15
Abr
2022
Morir para que vivan amigos y enemigos
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El relato de la pasión, que se lee en la liturgia del viernes santo, tiene una escena en la que queda claro que Jesús entrega su vida para que vivan sus amigos y, lo más sorprendente, para que vivan sus enemigos. En este momento dramático Jesús no piensa en su propio bien, sino en el bien de los demás, aunque sean enemigos suyos. Jesús muere como ha vivido: amando incondicionalmente, o sea, sin condiciones. Por eso ama a sus enemigos, porque si su amor estuviera condicionado, como lo están los nuestros, que están condicionados por nuestras simpatías o antipatías, entonces es claro que Jesús no habría muerto por sus enemigos.

La escena ocurre en el huerto de Getsemaní. Cuando van a prenderle, Jesús prohíbe a sus discípulos una reacción violenta, para evitar que queden implicados en su condena. Se entrega a sí mismo y no entrega a los discípulos. No solo ahorra la sangre de los discípulos, sino también la de sus oponentes, haciendo resplandecer así el poder radical del amor de Dios. Según el cuarto evangelio, Jesús se encontraba con sus discípulos en un huerto, cuando unos guardias armados fueron a prenderle. Los discípulos intentaron defenderle. Pedro llevaba una espada, la sacó e hirió a uno de los que iban a prenderle. Entonces Jesús reaccionó de forma tajante y dijo a Pedro: “vuelve la espada a la vaina” (Jn 18,11). Por otra parte, Jesús se dirigió a los que iban a prenderle y les dijo: “si me buscáis a mi, dejad marchar a estos” (Jn 18,8).

Jesús evita radicalmente todo conflicto entre sus discípulos y los soldados que va a detenerle. Por una parte, no quiere ningún tipo de defensa violenta. Porque una defensa así, hubiera provocado una reacción si cabe más violenta, desencadenándose una espiral de violencia. La violencia solo se para cuando uno se niega a responder violentamente. Jesús no acepta represalias. Jesús evita el conflicto entre sus discípulos y sus enemigos, dejándose prender y facilitando, de esta forma, que sus discípulos puedan marcharse. De modo que Jesús entrega la vida por unos y por otros, por todos los hombres para el perdón de los pecados. Por todos: muere por sus enemigos, evitando que sus discípulos puedan matarles en legítima defensa; y muere también por sus amigos, evitando también que ellos puedan morir al defenderle.

Un Jesús que hubiera aceptado ser defendido por la fuerza, un Jesús que hubiera presentado “oposición”, hubiera infiltrado, aún sin quererlo, el desamor en su oposición. Solo la aceptación de la cruz era la suprema manifestación de un amor en el que no cabe el menor asomo de odio. Y solo así es posible afirmar con toda contundencia y sin la menor sombra de duda: “me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Jesús ama sus enemigos. Son sus enemigos los que no aman a Jesús. Pero no tienen ningún motivo para no amarle. Más bien tienen muchos motivos para amarle. Así el odio pierde toda razón. Se convierte en un desvarío incomprensible y en un absurdo total.

(Los párrafos 2º y 3º de este artículo están inspirados en un documento de la Comisión Teológica Internacional: Dios Trinidad, unidad de los hombres. El monoteísmo cristiano contra la violencia).

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12
Abr
2022
Jueves santo: la hora del amor
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Según el cuarto evangelio, toda la vida de Jesús, ya desde sus inicios, se encamina a su “hora”. La hora de Jesús es el momento fijado por el Padre para el cumplimiento de la obra de salvación. En el fragmento del evangelio que se proclama el jueves santo aparece este término: “sabiendo Jesús que había llegado la hora”. El evangelista resume con dos palabras lo esencial de esta hora: es la hora del paso y es la hora del amor hasta el extremo, hasta más no poder. Con gran solemnidad, el evangelista afirma que Jesús vuelve a Dios, de dónde había venido. Este es el paso decisivo de toda vida humana. Pero el único modo de dar este paso es por medio del amor. La hora del paso y la hora del amor se explican recíprocamente. El amor, al hacernos salir de nuestras barreras, permite el encuentro con Dios y con los hermanos.

Antes de dar este paso Jesús nos deja en herencia dos realidades inseparables. Una es la eucaristía. La noche en que iban a entregarlo, Jesús tomó el pan, pronunció la acción de gracias y lo partió. Partir el pan es la función del padre de familia que, en cierto modo, representa con ello a Dios Padre que, a través de la fertilidad de la tierra, distribuye a todos lo necesario para vivir. Este gesto humano primordial adquiere en la Última Cena una profundidad nueva: quién se entrega y se parte a sí mismo es Jesús. La caridad, entregarse al otro, dándole el pan que necesita y dándose uno mismo, no es un gesto añadido al culto, sino que está enraizado en el culto y forma parte de él. En la Eucaristía, en la fracción del pan, la dimensión horizontal y la vertical, el dar gracias a Dios y el compartir, están inseparablemente unidas.

La segunda realidad que Jesús nos deja en esta noche en que fue entregado es el signo del lavatorio de los pies, donde queda muy claro que el verdadero poder es el poder del amor. En efecto, lavando los pies a los discípulos, Jesús realiza algo propio de los esclavos de inferior categoría, un gesto que a ninguno de sus discípulos se le hubiera ocurrido. Si recordamos las palabras de Jesús: “quién me ha visto a mí, ha visto al Padre”, este gesto revela a Dios mismo. Dios es distinto de cómo lo pensamos. Cuando el hombre piensa en él, espontáneamente piensa en el poder y la fuerza. Imagina una relación de dominio. El evangelio rompe esa imagen. Dios sigue siendo “Maestro y señor”, pero el evangelio descubre la verdadera naturaleza de su poder: es Maestro al servir. He aquí el viraje decisivo en la visión de Dios: de ser primariamente poder absoluto, pasa a ser absoluto amor. Esto es lo que Pedro y nosotros debemos descubrir, si queremos tener parte con Cristo.

Tanto la eucaristía como el lavatorio de los pies evocan la muerte de Jesús que, amando “hasta el extremo”, o sea, hasta estar dispuesto a dar la propia vida por el otro, nos muestra el camino de la salvación, de la vida y de la resurrección. Pues una vida así es la que Dios resucita. Este es el secreto que Jesús nos deja: la vida se encuentra no cuando uno la guarda para sí, sino cuando se parte, se reparte y se entrega por amor.

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9
Abr
2022
Semana santa, semana del perdón
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Sumergidos en el sufrimiento de la guerra, nos disponemos a celebrar los acontecimientos centrales de la historia de la salvación. Una posible lectura de la semana santa, en este contexto de violencia y guerra, es leerla en clave de perdón. Perdonar no es aprobar el mal que otro me hace. Es renunciar a responder al mal con el mal, es renunciar a responder con la misma fuerza destructiva que me ha perjudicado, es no seguir inoculando en la sociedad el veneno de la venganza, porque la venganza nunca sacia la insatisfacción de las víctimas. El perdón es el único camino para encontrarme con quién me hace daño, incluso cuando el que me daña no quiere encontrarse conmigo. Por eso el perdón es la fuerza del amor que vence al mal. Y así abre puertas para justificar al impío, para convertir en justo a quién es injusto.

Jesús en la cruz pronuncia unas palabras de perdón total y absoluto. No sólo perdona a quienes le asesinan, rezando por ellos: “Padre, perdónales”, sino ofreciendo una buena razón al Padre para que les perdone: “no saben lo que hacen”. En la cruz, Jesús se convierte en el abogado defensor de sus asesinos. ¡Sólo en un amor como este puede estar la salvación del mundo! Un amor capaz de justificar, de hacer justo al pecador, al que rechaza a Dios. En la cena previa a su muerte, en la que Jesús se despide de los suyos, pronuncia también palabras de perdón, anticipando que va a entregar la vida y derramar su sangre “para el perdón de los pecados”. Finalmente, el domingo de Pascua, Jesús vence a la muerte y a todas sus potencias destructoras, resucitando “para nuestra justificación”, para que nosotros podamos presentarnos ante Dios siendo partícipes de la justicia de Jesús.

El impulso de la ira no tiene límites y el deseo de venganza nunca queda saciado. Solo la fuerza del amor puede contrarrestar esos falsos caminos de satisfacción. Pues “cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón” (Francisco, Fratelli tutti, 250).

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5
Abr
2022
Capaces de preguntar y de responder
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capaces

Una de las cosas que diferencian al ser humano del resto de los animales es su capacidad de formular preguntas. Esta capacidad va muy lejos, pues no sólo se formula preguntas que responden a necesidades inmediatas (¿dónde encontraré hoy comida?), sino preguntas que tocan lo más fundamental y serio de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿qué va a ser mi?, ¿qué sentido tiene el sufrimiento?, ¿qué voy a hacer con mi vida?

Junto a la capacidad de preguntar hay otro rasgo menos notado que también es propio y exclusivo del ser humano: la capacidad de responder. Responder va más allá de una simple reacción ante un estímulo. En este sentido los animales también responden. Las respuestas humanas tienen un alcance mayor que una reacción espontánea ante situaciones, buenas o malas, que nos estimulan. La respuesta humana es pensada, razonada, justificada, y precisamente por eso, a veces es una respuesta que va contra el estímulo más primario e inmediato, contra lo que podríamos considerar “más natural”. Cuando yo respondo con amor ante una ofensa, o cuando pierdo mi tiempo y mi dinero para ayudar a un desconocido, estoy respondiendo de una forma que va mucho más allá de lo espontáneo y de lo “natural”.

Somos seres capaces de preguntar y capaces de responder. Capaces de preguntar porque queremos saber el por qué de las cosas, buscamos más allá de lo inmediato. Y capaces de responder porque nuestra vida, desde el comienzo hasta el final, está interpelada. Eso significa que no sólo preguntamos, sino que nos preguntan. Alguien o algo nos pregunta, nos interpela, solicita una respuesta. Estas preguntas que otros nos hacen, esas preguntas que vienen de fuera, nos obligan a reflexionar, abren perspectivas, nos constituyen.

Los creyentes sabemos que, al comienzo de la historia, el ser humano fue interpelado por Dios. Responder a la interpelación del otro nos humaniza, porque en la comunicación puede nacer el amor. Cuando la pregunta y la respuesta están en sintonía es porque hay confianza y amor. La historia de los comienzos de la humanidad, tal como la cuenta la Biblia, dice que el ser humano no respondió adecuadamente a la interpelación divina, desconfió de Dios y se buscó a sí mismo. En vez de atender la voz de Dios, se creyó poderoso no dependiendo de nadie y escuchándose sólo a sí mismo. Ahí perdió su humanidad, porque lo humano no está vinculado al poder, sino a la responsabilidad. Nos salvan las relaciones.

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1
Abr
2022
El que está sin pecado no tira piedras
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piedras

El episodio de la mujer sorprendida en flagrante adulterio, que se lee el quinto domingo de cuaresma, se presta a una serie de consideraciones que pueden ir incluso más allá de la literalidad del texto que, ya por sí mismo, resulta altamente provocativo.

Para situarnos, es necesario recordar que la ley de Israel mandaba apedrear hasta la muerte a los dos adúlteros (Lv 20,10; Dt 22,24). Por tanto, si la mujer ha sido sorprendida en “flagrante” adulterio, eso significa que no la encontraron sola. Si hubiera estado sola el acto adúltero habría ocurrido ya. Pero si la encontraron en flagrante adulterio es que había otra persona con ella. Esa otra persona, cuando se trata del aplicar el cruel castigo que mandaba la ley, ha desaparecido y la única condenada es la mujer. Como ha ocurrido en el pasado y sigue ocurriendo hoy, en demasiadas ocasiones, la ley siempre se aplica en beneficio del más fuerte. En el suceso al que nos estamos refiriendo, el más fuerte era el macho.

Primera contradicción del relato: los acusadores de la mujer se consideran muy fieles a la ley; en realidad son unos aprovechados de la ley, que se ríen de ella, y la aplican en función de sus odios, de sus intereses, o de sus deseos de venganza. La ley que, en teoría debería servir para hacer justicia y para defender al pobre de los abusos de los poderosos, cuando la aplican los poderosos se convierte en lo contrario de aquello para lo que debería servir. La ley en manos de los poderosos puede degradarse hasta límites insospechados.

La respuesta de Jesús sitúa a los acusadores en una situación imposible. Imposible por absurda: el que esté sin pecado, les dice Jesús, que le tire la primera piedra. No se puede estar sin pecado y al mismo tiempo tirar piedras. Porque el sólo hecho de tener intención de tirarlas para dañar al prójimo es ya un pecado. De la misma forma que no se puede estar al mismo tiempo vivo y muerto, no se puede estar sin pecado (vivo para Dios y para el prójimo) y tirar piedras que matan. No hace falta decir que hay muchos tipos de piedras y muchas maneras de tirarlas.

Precisamente, el que está sin pecado no sólo no tira piedras, sino que jamás se le pasa por la cabeza el tirarlas. Más aún, está en el más completo desacuerdo con los que las tiran. Y si los que las tiran lo hacen en nombre de la ley o de la religión, el que está sin pecado sabe perfectamente que esa ley es inhumana y esa religión es falsa de toda falsedad. En nombre de Dios no es posible insultar, descalificar, mentir, odiar o matar. El criterio para saber si estamos ante una auténtica religión o ante el verdadero Dios, es la capacidad que tiene esa religión o ese Dios de humanizar o de deshumanizar.

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29
Mar
2022
Ucrania: mucho bien y mucho mal
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traca

Siempre es posible encontrar algo bueno en medio del desastre. La invasión del mal, que ha cubierto de sangre el suelo de Ucrania, ha suscitado mucho bien en forma de solidaridad con las víctimas y con los millones de refugiados que han abandonado su patria. Un ejemplo: las colectas que el pasado domingo se hicieron en la diócesis de Valencia a beneficio de los refugiados ucranianos y que se entregaron a “Caritas”, doblaron las cifras más altas de anteriores colectas hechas con motivos caritativos o eclesiales.

Una de las formas más tristes en las que se manifiesta el mal es precisamente bajo apariencia de bien. Ya la segunda carta a los corintios dice que Satanás se disfraza como ángel de luz, o sea, se aprovecha de nuestros deseos de hacer el bien para inducir a todos los que puede a hacer el mal. Las mafias (ya lo denuncié en otro post) están haciendo negocio (buen negocio para ellas, claro; malo para muchos otros) a costa de la necesidad ajena. No solo con materiales robados destinados a Ucrania sino, sobre todo, llevando vehículos a la frontera de Polonia con Ucrania para invitar a jóvenes mujeres y también a niños a subir a esos coches con destino a España. Los coches llegan a España, sí, pero para obligar a las personas que en ellos han subido a dedicarse a la prostitución. Conozco un caso ocurrido ya en España: dos personas se presentan en nombre de Cruz Roja y se llevan a dos jóvenes ucranianas, bajo el pretexto de ayudarles a encontrar trabajo. Naturalmente, un trabajo indeseable para las muchachas.

Se da también el caso (aunque aquí más que maldad quizás hay inconsciencia) de personas que van a hacer “turismo antropológico”. O sea, van en coche hasta Polonia, cargan el coche con personas necesitadas y las traen a España. Pero una vez en España dejan a sus pasajeros tirados en la calle. Hay mucha desorganización, y quizás sea inevitable. Pero es bueno saber esas cosas y denunciarlas, para evitar caer en trampas no deseadas. No basta con trasportar a personas; hay que saber donde se las va a dejar, hay que trabajar coordinados con instituciones que pueden acoger, alojar, ayudar, alimentar, procurar medicinas a las personas que llegan.

Por cierto, en Ucrania y en los lugares fronterizos donde se refugian los ucranianos que huyen de la guerra, no se necesita ropa. Tienen de sobra. Tampoco se necesitan alimentos. Lo que necesitan, lo que no tienen, lo que no hay en los campos de refugiados es medicinas y leche para niños.

Ojalá que pronto acabe esa tragedia. De buena fuente, como “Caritas”, oigo que muchas personas que han salido de Ucrania pretenden regresar a su patria en cuanto acabe esa guerra sin sentido.

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27
Mar
2022
Tiempo donde todo el mundo "funa"
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funa

En Chile es habitual utilizar el término “funa” para designar una manifestación de denuncia pública contra una persona o grupo. Parece que surgió como un fenómeno de repudio contra quienes pudieran ser culpables de algún delito no castigado judicialmente. Entonces la ciudadanía asume el papel de hacer justicia, generándose el fenómeno conocido como “funa”. La denuncia contra la violencia machista generó el lema: “si no hay justicia, hay funa”, pretendiendo así hacer justicia cuando la omite quien debe aplicarla.

Desgraciadamente hoy abundan las denuncias y las descalificaciones. Vivimos tiempos violentos, incluso entre gentes de Iglesia. Los que acusan suelen colocarse en el palco de los buenos. Esta conducta destruye a la comunidad, porque excluye y divide, y es un signo del maligno.

El tema religioso suele ser causa de mucha discusión y división. Lo que ocurre entre las diferentes confesiones o religiones, se reproduce a otro nivel entre los creyentes de una misma confesión. Con una diferencia: hoy los responsables de las distintas confesiones o religiones parecen preocupados por encontrar, si no caminos de unidad, al menos caminos de entendimiento y de comprensión. Las discusiones que se dan entre creyentes católicos suelen terminar descalificando y, a veces, insultando, al que piensa de otra manera. Un ejemplo triste: la oración y la comunión con el sucesor de Pedro deberían unirnos. Pues bien, en estos terrenos abundan las descalificaciones y las acusaciones. Una cosa es opinar o actuar de distinta manera y otra condenar o despreciar la opinión de un hermano. No se va hacia Dios por la uniformidad, sino aprendiendo a respetarse y a amarse en la diversidad.

La política es el campo donde el funar es más manifiesto. El asunto principal de los políticos son los propios políticos, más preocupados por mantener y conservar el poder que por llevar adelante proyectos en beneficio de los ciudadanos. En muchos de los debates habidos en los parlamentos de casi todos los países, los diputados sólo hablan de ellos mismos, de lo malos que son los diputados de los otros partidos, y no de las verdaderas necesidades de las personas. También el funar aparece en las redes sociales, donde sobran los adjetivos groseros y falta pensamiento y capacidad de comprensión.

Cuando dos instituciones o personas entran en competencia, lo lógico sería resolver las diferencias a base de diálogo, de concesiones mutuas, buscando un terreno en el que los dos puedan sentirse si no del todo contentos, al menos no del todo disgustados. No es este el camino habitual. Lo que suele ocurrir es una “funa” mutua, un pensar que mis argumentos son los buenos y los del otro son falacias, trampas y mentiras. Así no hay modo de entenderse. Así solo nos alejamos unos de otros. Así cada vez hay más “yo” y menos rastro del “nosotros”. Lo malo es que cuando desaparece el “nosotros”, el “yo” no encuentra clima en el que desarrollarse y vivir.

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