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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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21
Jun
2017
¿Por qué nos buscan?
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caminojardin

Son muchos los motivos por los que buscamos a otras personas: porque las necesitamos, porque queremos aprovecharnos de ellas, porque queremos expresarles nuestro agradecimiento o porque queremos ayudarles. El evangelio cuenta que un día los padres del niño Jesús le perdieron. Como le amaban, fueron a buscarle. Le encontraron en el templo de Jerusalén rodeado de doctores de la ley. Allí Jesús reprochó a sus padres que le habían buscado sin saber que su primera obligación era estar en las cosas del Padre del cielo y, porque no sabían esto, le buscaban mal.

En otra ocasión, Jesús reprocha a los judíos que le busquen no por los signos divinos que realiza, sino porque les ha dado de comer (Jn 6,26). Buscan en Jesús el pan que no sacia y, por eso, cada día hay que tomarlo de nuevo. Pero Jesús quiere que descubran otro pan, el que baja del cielo y da la vida al mundo (Jn 6,33). El reproche de Jesús no está en que buscan pan material, necesario para esta vida, sino en que se quedan en eso, y no buscan el otro pan que llena de vida y de esperanza.

Me pregunto qué busca la gente en las instituciones que gestionamos las Congregaciones religiosas y, en general, en las instituciones eclesiales (colegios, hospitales, residencias para ancianos y niños, pisos para expresos o enfermos de sida, comedores sociales). ¿Buscan calidad o buen servicio? No está mal. También Jesús dio de comer a quienes tenían hambre. Pero si se quedan en la calidad de nuestra enseñanza, en el buen servicio de nuestros dispensarios, en la generosidad de nuestros comedores, si sólo se quedan ahí, se quedarán con hambre y no se habrá logrado el objetivo que todo testigo de Jesucristo debe buscar, a saber, que la gente se encuentre personalmente con el Señor.

¿Por qué nos buscan? Cada uno sabrá el motivo por el que acude a nuestras instituciones. Por nuestra parte, debemos atender a todos, sin preguntar por los motivos que les llevan a nuestras puertas. El amor es gratuito. Con la caridad no se hace proselitismo. Pero los cristianos que estamos al frente de tales instituciones tenemos que preguntarnos: ¿por qué las mantenemos, por qué hacemos lo que hacemos? Si es sólo para que elogien nuestro buen hacer, nos equivocamos. Las mantenemos porque en el amor que damos encontramos a Cristo sufriendo en el pobre o en el enfermo.

Las mantenemos no para que nos aplaudan (y no digamos para ganar dinero), sino por motivos evangélicos. Y, si podemos, si es oportuno, sin molestar y respetando la libertad, tenemos que anunciar a Jesucristo. Tenemos que provocar una pregunta: ¿por qué hacen eso, por qué actúan de esta manera? ¿Cuál es el espíritu que les mueve? Si logramos suscitar esta pregunta, habremos preparado el terreno para ofrecer la buena respuesta, la única que verdaderamente importa.

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18
Jun
2017
La Tradición progresa
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viasdetren

La tradición progresa y crece en la Iglesia, precisamente porque tradición no es repetición. Si fuera repetición no habría ningún progreso ni crecimiento, ni habría necesidad de Magisterio. El Magisterio es uno de los factores de crecimiento de la tradición. Más aún, es el intérprete auténtico de la tradición. El Magisterio vivo, naturalmente. El Magisterio actual es el criterio para interpretar el Magisterio del pasado, y no a la inversa. Porque el actual tiene en cuenta las nuevas situaciones y circunstancias, las nuevas necesidades y problemas, las nuevas sensibilidades y un mejor conocimiento de la exégesis, de la historia, de la antropología y psicología humanas. Por eso, puede afinar mejor determinadas lecturas y aplicaciones del depósito de la fe que en otro tiempo no tuvieron en cuenta esos conocimientos.

Un ejemplo. Algunos repiten que la exhortación Amoris Laetitia debe interpretarse a la luz de la Familiaris Consortio. En realidad, ambos documentos son complementarios. Pero los que afirman que el criterio es la Familiaris Consortio lo que pretenden, en realidad, es descalificar a la Amoris Laetitia. No se puede descalificar un documento del Magisterio actual en nombre del magisterio del pasado. Si eso fuera posible también habría que descalificar la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II en nombre de la Rerum novarum de León XIII. En efecto, la Rerum Novarum afirma sin vacilar que la propiedad privada es un derecho intangible. “El principio de la propiedad privada es inviolable”, dice esta encíclica, puesto que “el derecho de poseer bienes en privado no ha sido dado por la ley, sino por la naturaleza”. Juan Pablo II se sitúa en otro registro, no porque niegue el derecho a la propiedad privada, sino porque niega que ella tenga la primacía y, por tanto, sea el criterio último e inviolable, ya que sobre ella “grava una hipoteca social”.

Por cierto, los que criticaron a Francisco por haber escrito que “el principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una ‘regla de oro’ del comportamiento social y el ‘primer principio de todo el ordenamiento ético social’. La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”; los que criticaron este texto, digo, no sé si eran conscientes de que su crítica alcanzaba directamente a Juan Pablo II.

La fidelidad no es repetitiva, sino creativa. La repetición suele ser, en la mayoría de los casos, la mayor de las infidelidades. Pues el Evangelio es una realidad hecha continuamente presente gracias al Espíritu Santo. Por tanto, debe ser dicha siempre de nuevo y traducida históricamente en correspondencia con las cambiantes situaciones históricas. Por eso, la historia del dogma (y con más razón la historia de la doctrina) se caracteriza tanto por la continuidad como por la discontinuidad.

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14
Jun
2017
Tradición no es arqueología
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apostoles

Hay quienes apelan a “la Tradición” para dejar clara su fidelidad católica que, a veces, contraponen a las supuestas desviaciones de algunos responsables eclesiales. Esta apelación a la tradición les sirve también para justificar desacuerdos con las decisiones y posturas del Papa de turno, en nuestro caso de Francisco. Un ejemplo claro es la defensa de la llamada “Misa tradicional”. La referencia de tal Misa es el Misal que promulgó el papa dominico Pío V, a instancias del Concilio de Trento. Algunos defensores del uso de este misal insinúan, o indican claramente, que el Misal promulgado por Pablo VI, y reformado por Juan Pablo II, a instancias del Concilio Vaticano II, sería poco menos que herético.

Uno se pregunta si en tiempos de san Pío V no surgirían defensores de los misales “pretridentinos” con argumentos similares a los que utilizan los críticos del actual Misal. Es un ejemplo, entre otros, de que lo que se llama “tradición” o “tradicional” surgió en un momento determinado para sustituir a una tradición o uso anterior. De tradición en tradición hemos llegado hasta hoy. Porque tradición no es arqueología, no es una vuelta al pasado. Tradición es trasmisión. Y la trasmisión e incluso la conservación requiere actualizaciones. Una casa se conserva durante largos años a base de reparaciones. Sin esas reparaciones la casa se hunde a los pocos años de construida.

La Iglesia no vive del pasado. Vive de Cristo. De un Cristo que es hoy presencia viva. Y que es capaz de responder a los problemas y necesidades de hoy. “Os conviene que yo me vaya, dijo Jesús a sus discípulos, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito”. Con la ausencia de Cristo se produce una ganancia, la ganancia del Espíritu Santo que actualiza, interpreta, orienta en “lo que va viniendo” en cada presente de la historia. Y “lo que va viniendo” es distinto del pasado muerto, que ya no existe. No hay vuelta al pasado. Incluso los que pretenden volver al pasado, no vuelven al pasado, sino a unos gestos descontextualizados. De modo que están fuera del presente y, a su pesar, fuera del pasado. El pasado era otra cosa distinta de lo que ellos dicen y hacen.

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10
Jun
2017
La comunicación era Dios
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piano

Decir que Dios es Palabra, o decir que es Padre, o cualquier otro calificativo que queramos usar, es un atrevimiento. Y, en todo caso, es un modo imperfecto de referirse a Dios. Porque Dios siempre es “más” de lo que decimos y “otra cosa” muy distinta. Pero cuando la revelación califica a Dios, nos está orientando en la buena dirección, aunque lo que decimos siempre es tendencial y, por tanto, insuficiente.

El cuarto evangelio comienza así: “En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios”. El término original griego es “logos”, que puede traducirse de muchas maneras: palabra, verbo, razón, estructura, propósito, sentido. El término “logos” ayuda a entender mejor al Dios cristiano. La palabra es inmaterial: Dios no es una realidad física; por tanto, no es representable ni detectable físicamente. Es espiritual. Por otra parte, la Palabra aparece en el principio, antes de cualquier otra realidad: no es la materia la que determina al espíritu; es el espíritu, es la palabra la que hace posible la materia: “la realidad nace de la Palabra como creatura Verbi” (dice Benedicto XVI). El mundo y el ser humano es resultado de una palabra que llama. Solo “lo personal” puede pronunciar una palabra. En el principio de todo hay un ser personal.

Porque hace posible la realidad, la palabra es signo de comunicación. Una comunicación que establece un diálogo de amor. La palabra solo es posible donde alguien la recibe; la palabra rompe la soledad. Ahora bien, si Dios es palabra no es sólo porque puede comunicarse con los seres no divinos. Es Palabra porque la comunicación, el diálogo, es constitutivo de la divinidad. Dios es único, pero no solitario. Por eso es palabra. Antonio Praena tiene un poema en el que se puede leer: “La comunicación estaba en Dios / y ya era Dios en el principio / la comunicación”.

Decir que Dios es palabra nos orienta a lo que la teología calificará de misterio trinitario: Dios, en sí mismo, es relación, encuentro de amor, diálogo permanente, comunicación sin fisuras; Dios es un misterio de relaciones interpersonales, es como una familia, en la que el amado y el amante aman conjuntamente a un tercero, que es el co-amado, y este co-amado ama a la vez al amante y al amado.

El autor del cuarto evangelio comienza diciendo que Dios es Palabra para terminar diciendo, en su primera carta, que Dios es Amor. Es amor porque es palabra, pues la palabra hace posible el amor. Y es palabra porque es amor, pues donde hay amor hay palabras verdaderas. Amor, Palabra, Comunicación, Familia, Comunidad. La teología y el magisterio hablarán de Trinidad.

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6
Jun
2017
Ecología: responsables de hoy y de mañana
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bicicleta

La cuestión ecológica es mucho más que una preocupación por el equilibrio y la belleza de la naturaleza. La ecología tiene serias repercusiones humanas. ¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Será un mundo habitable, en el que habrá suficiente comida para todos? ¿Será un mundo en el que habrá espacios sanos para todos? Estamos consumiendo recursos limitados, que no son sólo nuestros, también son de las generaciones futuras. Pero nosotros nos estamos quedando con ellos, sin pensar en los que vendrán después. El criterio de nuestra actuación es el egoísmo puro y duro.

La ecología no es sólo un asunto que afecta al futuro. Ahora mismo estas preguntas están plenamente vigentes: ¿por qué las casas de los ricos están afincadas en lugares sanos y seguros, mientras que los pobres deben vivir en viviendas miserables y en lugares insalubres? ¿Por qué cuando hay un terremoto en Japón las consecuencias son mínimas mientras que un terremoto similar en Perú o en Filipinas produce muertes sin fin? ¿Por qué cuando se desborda el rio Paraguay los asentamientos que hay en sus márgenes quedan totalmente destrozados, mientras otros pueden vivir en lujosos palacios, también construidos al lado del agua, pero con una seguridad, limpieza y protección adecuadas?

Ahora mismo, el uso de los recursos y la contaminación del ambiente ya está afectando a los pobres directamente, y los ricos sacan provecho de este hecho vendiendo productos que alivian muy parcialmente los males que ellos mismos han provocado. No estamos hablando sólo del futuro de nuestros hijos, estamos hablando del presente de nuestros hermanos. Porque si todos somos hijos de Dios, entonces todos somos hermanos, “miembros unos de otros” (Ef 4,25).

No es extraño que el Papa Francisco insista en la necesidad de un cambio de paradigma, de nuevas políticas y nuevos modos de hacer funcionar la economía, si queremos encontrar caminos de esperanza y de futuro para la humanidad. No se trata de que la técnica sea mala. Al contrario, la técnica puede ser un modo de colaborar en el proyecto creador de Dios. Pero la técnica tiene sus límites. Más aún: puesta al servicio del poder, sus efectos pueden ser desastrosos. Como dice Francisco “nunca la humanidad tuvo tanto poder, y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien… ¿En manos de quién está y puede llegar a estar tanto poder?”.

El aumento del poder debe ir acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia. Y ahí, precisamente ahí, es dónde debería manifestarse el compromiso cristiano en pro de una nueva economía y, por supuesto, ahí debería incidir la predicación y la catequesis que se imparte desde nuestras parroquias.

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2
Jun
2017
Día mundial del medio ambiente
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lirio

El 5 de junio es el día mundial del medio ambiente. La cuestión ecológica y medioambiental ha cobrado fuerza en los últimos años, sobre todo a la vista de las peligrosas consecuencias que se prevén ante la manipulación de la naturaleza por parte del hombre. El cambio climático es uno de los temas recurrentes para avisar de los peligros a los que puede conducir la degradación del medio ambiente.

Las grandes preocupaciones sociales terminan, de una u otra forma, siendo preocupaciones eclesiales. Cuando las justas reivindicaciones de los trabajadores, en la nueva sociedad industrial, estaban en pleno auge, 25 años después de que Carlos Marx publicara “El Capital”, apareció la primera encíclica social, firmada por León XIII, fechada el 5 de mayo de 1891, que llevaba como significativo título: “cosas nuevas”, o sea: de los cambios políticos, nuevos asuntos, nuevos problemas que ocurren en estos tiempos nuevos. La Iglesia también tiene algo que decir ante los tiempos nuevos y los problemas inesperados que se avecinan siempre, porque todos los tiempos son nuevos o, al menos, tienen cosas nuevas.

En la actualidad lo que preocupa es la degradación de la naturaleza. Todos formamos parte de un mismo universo, plantas, animales, personas. Todos respiramos el mismo aire, todos bebemos de la misma agua. Pero solo el hombre es capaz de ir más allá del uso para entrar en el abuso. Y el abuso es el que conduce a la catástrofe. Precisamente el peligro (que en muchas ocasiones se convierte en pecado para los creyentes) no está en el buen uso de las cosas (del sexo, del alcohol, de la fuerza, del cuerpo, de la inteligencia, del espectáculo), sino en el abuso, que produce daño al autor del mal uso y, de paso, causa daño a los que con él tratan.

También la Iglesia, como sucedió con la cuestión obrera, ha dicho su palabra autorizada sobre la cuestión ecológica. La encíclica de Francisco Laudato si’ ha sido la última intervención y, probablemente, la más directa, reflexionada y comprometida. Para el Papa actual la ecología está directamente relacionada con la cuestión social que planteó León XIII, hasta el punto de que llega a decir: en este asunto los más perjudicados son los pobres. El deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de modo especial a los más débiles del planeta. Por eso “el planteo ecológico es un problema social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor del los pobres”. Una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que es imposible generalizar (continuará).

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30
May
2017
Entristecer al Espíritu Santo
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paloma

Según el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo es el amor de Dios que se hace presente en las creaturas y en toda la creación. Un amor capaz de transformar a los que se dejan guiar por él, pero también un amor paciente y respetuoso hasta el máximo con la libertad de la creatura y de la creación. Hay un texto de la carta a los Efesios que dice, ni más ni menos, que el Espíritu Santo puede sufrir y entristecerse: “no entristezcáis al Espíritu Santo con el que fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4,30). El motivo por el que el Espíritu se entristece es el daño causado al prójimo. No me extrañaría, por tanto, que estuviera permanentemente triste a la vista de: terrorismo, insultos entre cristianos, falta de atención a los signos de los tiempos, escasa atención a las necesidades de los pobres, despreocupación por el cambio climático.

Si es posible entristecer al Espíritu, también debe ser posible alegrarle. Seguro que se alegra por la fe de los pobres, de los sencillos y humildes de corazón; por la generosidad, la hospitalidad, la compasión, la solidaridad de muchas personas; por aquellos que anuncian el Evangelio de Jesús, por los que trabajan por la justicia y la paz, por los que se juegan la vida para que otros vivan, por la vida orante y sacrificada de tantos enamorados de Jesús. El Espíritu tiene muchos motivos para alegrarse. Porque el bien, a pesar de las apariencias, supera con creces al mal. Decir lo contrario sería, además de un dato sociológicamente falso, negar la bondad de la obra de Dios. Incluso lo que hace posible el mal, a saber, la libertad, es uno de los mayores signos de la buena obra divina.

Sobre todo, el Espíritu empuja a toda la creación hacia Dios. Pero empuja respetando al máximo la libertad. Por eso, en ocasiones, su obra se ralentiza o se retrasa. Entonces el Espíritu se entristece. Entristecerse es algo muy distinto de irritarse. Si se irritase quizás le entrarían deseos de castigar o de alejarse. Pero como el Espíritu es ante todo amor, se entristece, pero sigue empujando, lentamente, con paciencia, hasta conseguir su objetivo definitivo que es la “redención”, o sea, el encuentro de todos y cada uno de los seres humanos con Dios.

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26
May
2017
La ausencia de Jesús produce una ganancia
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Resulta sorprendente esta palabra de Jesús a sus discípulos: “os conviene que yo me vaya”. ¿Cuál es la razón de esta conveniencia, qué ventaja acontece con la ausencia de Cristo? “Si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu” (Jn 16,7). El Espíritu hace posible la expansión del Evangelio, su universalidad. Gracias al Espíritu, el Evangelio y, por tanto, Cristo mismo, puede hacerse presente en todos los tiempos y lugares. La presencia histórica de Cristo, necesariamente era limitada, pues la humanidad de Cristo tenía un tiempo y unas posibilidades. Podía llegar a pocos sitios y durante poco tiempo. El hombre Jesús tiene sus límites. Gracias al Espíritu, que hace a Cristo presente en la vida de cada creyente, el Evangelio puede ser universal.

En pleno corazón de su evangelio, Juan dice una palabra desconcertante: “no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7,39). “No había Espíritu”. Por eso aún no se creía en Jesús y había dudas, rupturas, deserciones y abandonos por parte de muchos discípulos (Jn 6,60 ss.). El Espíritu viene con la glorificación de Cristo. Él es el que afianza a los discípulos en la fe y hace posible la expansión ilimitada del Evangelio “hasta los confines de la tierra”. En la desaparición de Jesús, acontece la máxima ganancia de la expansión. Cuando no es posible apropiarse de Cristo (puesto que ya no está sobre la tierra) entonces es cuando su Espíritu puede actuar más allá de todos los muros.

La ausencia de Jesús produce una ganancia, pero esta ganancia depende de nuestras pobres manos, y está muy condicionada por nuestra debilidad. A pesar de tantas realidades que parecen oponerse a su acción benévola, como el terrorismo que cada vez golpea con más asiduidad, el Espíritu va haciendo camino, no sólo gracias a las buenas obras de los creyentes, sino gracias a las buenas obras de toda persona de buena voluntad. Porque su acción no depende sólo de las Iglesias. Incluso ellas pueden obstaculizar su acción.

El Espíritu es libre y aprovecha todas las rendijas, todos los espacios de bien, verdad y belleza. Más aún, suscita en los corazones de las personas deseos de justicia, de paz y de amor. Como cristianos conviene que nos preguntemos: ¿el Espíritu es sólo una palabra para mi o es la energía que transforma y mueve mi vida? Espíritu y vida casi son intercambiables: de tal Espíritu acogido, tal vida. Y de tal vida, tal Espíritu.

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23
May
2017
Los samaritanos y la Ascensión
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ascensión

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por el mismo autor del tercer evangelio, el día en que Jesús “fue llevado al cielo” (Hech 1,2) encargó a sus apóstoles que fueran sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8). Mientras el Jesús de Mateo prohíbe a sus apóstoles que entren en ciudad de samaritanos (Mt 10,5), Lucas nos muestra a un Jesús cercano, comprensivo y amante de los samaritanos. Es un Jesús que rompe fronteras y que se acerca a aquellos a los que espontáneamente sus apóstoles rechazaban. Por eso, en su última instrucción les envía a Samaría, ese lugar peligroso, supuestamente poco hospitalario y plagado de herejes.

Jesús envía a sus discípulos a los alejados y malqueridos no sólo para que den testimonio de él, sino también para que le encuentren en esos supuestamente malos samaritanos. En Jerusalén, donde en primer lugar había que predicar el evangelio, porque parecía el más preparado para acogerlo, los discípulos se encuentran, cada vez más, con la oposición de las autoridades. Por eso, tras la muerte de Esteban a manos de los judíos, Felipe se dirige a Samaria y allí “predicaba a Cristo” y la gente le escuchaba (Hech 8,5-6).

Por Lucas conocemos una serie de detalles muy positivos sobre los samaritanos: entre los diez leprosos curados por Jesús, el único que le da las gracias es un samaritano; samaritano es el hombre compasivo que atiende a un herido al borde del camino, un herido que era un enemigo judío, y ante el que los dos representantes oficiales de su comunidad pasaron de largo; y en la única ocasión en la que los samaritanos se muestran recelosos y no quieren recibir a Jesús (Lc 9,51-54), Jesús contiene la indignación de sus discípulos y muestra misericordia con los samaritanos, limitándose a ir a otro pueblo.

Con la ascensión del Señor comienza el testimonio de la Iglesia. Un testimonio que es responsabilidad de todos los cristianos. Jesús nos invita a preguntarnos dónde están hoy “los samaritanos”, para que les llevemos a Cristo; pero también nos invita a aprender de las muchas cosas buenas que tienen y a dejarnos instruir por ellos. La evangelización se convierte así en un movimiento de doble sentido, en el que todos damos y todos aprendemos. En las “Samarías” de hoy y “en los confines de la tierra” hay mucha expectación del Evangelio, aunque quizás ellos no lo sepan (y ahí está nuestra aportación); pero también hay mucho Evangelio para recibir (y ahí está nuestro aprendizaje y nuestra perspicacia para discernir).

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20
May
2017
Nadie es tan malo que no tenga algo bueno
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caos

Nadie hay tan malo que no tenga algo de bueno y nadie tan falso que no posea parte de verdad, dijo Tomás de Aquino. Y remachó su convicción añadiendo: hasta del demonio puede decirse. Sin duda, para ver la gracia en medio de la desgracia, o para ver el bien en un océano de mal, hace falta una mirada perspicaz. También hay que añadir que la mirada se puede educar. Y que sería conveniente, de cara al encuentro con los alejados de la fe, que los creyentes supiéramos valorar las muchas cosas buenas que tienen. Pero no es de las muchas cosas buenas que hay en los no cristianos de lo que aquí quiero tratar, sino de lo bueno que siempre puede encontrarse incluso en lo más malo. Para decir palabras de sabiduría que puedan ayudar a ese pequeño bien a crecer, afianzarse y desarrollarse. Solo una palabra sabia puede entrar allí donde no se la espera ni se la desea.

Cuento dos historias bíblicas, que aparentemente están llenas de mal, para mostrar que también en ellas hay bien. En el libro del Génesis (37,18-27) se cuenta la historia de José, al que sus hermanos quieren matar. Cuando están a punto de llevar a cabo su propósito, uno de los hermanos, Rubén, dice una palabra buscando preservar la vida de José. Esta palabra buena logra que el cabecilla del grupo, el hermano mayor, se sume a la propuesta de no matarlo, a cambio de dejarlo abandonado en pleno desierto. Hay ahí un atisbo de bien en medio del mal.

En el Nuevo Testamento (Lc 16,19-31) encontramos la historia de un personaje corrupto, un rico que desprecia al pobre y que ni siquiera es capaz de mirarle. El pobre se llama Lázaro, el rico no tiene nombre. Para Dios los pobres tienen nombre, para el mundo los que tienen nombre son los ricos. Dejemos eso. El hecho es que ese personaje corrupto (así lo calificó en una de sus homilías el Papa Francisco) también tiene su pequeña semilla de bondad. Y cuando se encuentra perdido totalmente en el infierno, piensa en sus otros hermanos, igualmente ricos como él, y se preocupa para que ellos no vayan al lugar de tormento al que sus maldades le han conducido.

Yo suelo decir que el dogma del purgatorio es consolador, porque es el dogma del matiz. Ni somos tan buenos como nosotros nos imaginamos, ni tan malos como piensan nuestros enemigos. Todo tenemos algo bueno. De cara a la predicación sería conveniente saber descubrir eso bueno, no para excusar lo mucho malo que hay, sino para recalcar lo bueno y sacarlo a la luz. No es fácil ver lo bueno que hay en el mal. A veces no lo ven ni sus propios protagonistas. Tarea del predicador de la gracia es descubrirlo, ayudar al malvado a ver este punto de bondad que hay en él, y ayudarle así a encontrar caminos de bien. Solo partiendo del bien es posible llegar al bien. Partir del mal, recalcar el mal (aunque sea en forma de condena) suele conducir al rechazo de la condena y no logra los efectos deseados.

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