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Abr2016Anunciación: regenerar la historia
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Abr
La fe cristiana está basada en acontecimientos históricos, ocurridos en nuestro mundo en fechas y lugares bien precisos. Estos acontecimientos reciben desde la fe una determinada interpretación. Otras interpretaciones son posibles: de la historia de Jesús puede hacerse una lectura cristiana, judía, religiosa sin más o incluso secular. Este arraigo histórico del cristianismo explica que hayamos puesto fecha a algunos acontecimientos, aunque hoy no sea posible determinar esa fecha con precisión absoluta. Eso es lo de menos. Que yo haya sido bautizado un ocho o un veinte se septiembre no tiene mayor importancia. Lo importante es que he sido bautizado. Ocurre lo mismo con la fecha del nacimiento de Jesús: el 25 de diciembre es un modo de decir que tuvo fecha de nacimiento, pero nada más. Lo del año uno es todavía más impreciso. Seguramente Jesús nació en el año cuatro o cinco antes de nuestra era.
A partir de ahí se comprende la fecha “litúrgica” de la anunciación del Señor: haciendo un recuento de los meses de expectación a partir del nacimiento de Jesús, resulta que marzo es el tiempo de su concepción. Como este año el 25 de marzo se encontraba dentro de la semana de Pascua, se ha trasladado la fiesta de la anunciación al 4 de abril. En Valencia se celebrará el 5, porque el 4 de abril se celebra la fiesta de san Vicente Ferrer. Estos cambios son una prueba más de que, aunque los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana son históricamente determinables, la exactitud de la fecha que requieren, por ejemplo, algunos actos jurídicos, en nuestro caso es lo de menos. Los cristianos ni celebramos ni recordamos fechas, sino acontecimientos.
En primavera se regenera la naturaleza. La anunciación del Señor en estos días de primavera (en el hemisferio norte), nos invita a ir más allá de la regeneración de la naturaleza y a pensar en la regeneración de la historia. La regeneración de la historia comenzó con un anuncio a una jovencísima muchacha. Al oírlo “ella se turbó” (Lc 1,29), pero se mantuvo firme. Dios no le impone nada. Dios pide un asentimiento que debemos calificar de “contractual”. Y sorprendentemente se lo pide a un sujeto carente de voz autónoma para el derecho y la sociedad de aquella época. Así son las cosas de Dios. Nos hace el honor de contar con nuestra libertad. La aceptación de aquella chica tuvo la capacidad de cambiar el curso de la historia. También hoy la historia cambiará no gracias a los poderosos, sino gracias a un cambio de mentalidad que sólo puede ocurrir en aquellos que tienen un corazón humilde y amante. Ellos son los verdaderos sujetos de la historia.
La Iglesia debe anunciar con todas sus fuerzas que la acogida de la Palabra de Dios (“hágase en mi según tu palabra”) es el mejor camino para esta necesaria regeneración de la historia y de la sociedad. En el anuncio, en la acogida, y en otras cosas en la Iglesia, hay mujeres que van por delante.
Según el Obispo anglicano N.T. Wright hay dos datos que ayudan a entender la “lógica histórica” de los relatos evangélicos sobre la resurrección. Son dos datos confluyentes, que se apoyan el uno al otro, a saber: a) la tumba vacía; b) las apariciones.
Teólogos y exégetas hablan del “criterio de dificultad” como un signo de la veracidad de los relatos evangélicos. Difícilmente la primitiva Iglesia se habría molestado en inventar un material susceptible de dejarla en una posición difícil o debilitada en las disputas con los oponentes. Puestos a inventar dichos o palabras de Jesús, lo último que se le ocurriría a un admirador del Maestro es decir cosas que le dejasen mal parado. Este criterio de dificultad podría aplicarse a los primeros relatos de la resurrección de Cristo. Los autores de estos relatos parece que no tienen ningún interés en “vender el producto”; cuentan una experiencia con una ingenuidad y unas maneras que hacen difícil su comprensión y su aceptación; hay ahí una prueba de que no buscan engañar, porque si buscasen engañar se expresarían de otra manera. Pienso en tres detalles:
He llamado a tu puerta
Cuba se ha convertido últimamente en un lugar de encuentro entre líderes religiosos que hacía tiempo que no se hablaban (el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú) o entre facciones políticas que llevan demasiado tiempo enfrentadas (como es el caso de la guerrilla y las fuerzas del gobierno colombiano). Quién facilita encuentros merece toda alabanza, porque lo que más necesitamos los seres humanos es encontrarnos. Las separaciones no son buenas para nadie. Promover también encuentros entre los grupos y tendencias que hay dentro de la isla y entre los cubanos que viven fuera y lo que se han quedado en el país, resultaría coherente con este ser facilitador de encuentros para los de fuera. ¿La visita del presidente Obama servirá de desencadenante de estos encuentros entre cubanos de dentro y de fuera de la isla, o son otros los intereses que hay detrás de esta visita?
A lo largo del Antiguo Testamento encontramos textos que pueden considerarse una profecía de lo que siglos más tarde se manifestará en la crucifixión de Cristo. Según el libro de la Sabiduría (2,12-22), el justo, con su modo de vivir, y aunque no lo pretenda, es una denuncia para los impíos. Al ver la vida del justo, los impíos tienen una experiencia de contraste y esta experiencia no les gusta, porque, en cierto modo, es una crítica de su modo de vivir, de pensar y de obrar. Entonces, añade el libro de la Sabiduría, los impíos someten al justo a la prueba de la afrenta y la tortura, para ver hasta dónde llega su paciencia y moderación y comprobar si Dios está con él. Según los impíos la prueba de que Dios está con el justo es que le librará de sus enemigos y del poder de la muerte. Algo parecido ocurrió al pié de la cruz, cuando los enemigos de Jesús le provocan diciéndole que pida a Dios que le salve de la cruz, porque esa será la prueba de que Dios es su Padre.
Con la expresión “ajuste fino” del universo se quiere decir que las leyes físicas que han dado como resultado la vida están finamente ajustadas, de tal manera que si variáramos alguna de ellas en un ínfimo porcentaje, la vida simplemente no existiría. En otras palabras, habitamos un universo extremadamente improbable, en el cual se ha desarrollado la vida compleja de una manera muy equilibrada. Este ajuste fino es sorprendente y da mucho que pensar. Pero no me parece que pueda considerarse una prueba concluyente de la existencia un Dios autor de tal ajuste. El mismo problema se plantea con la hipótesis del multiverso, o sea, con la hipótesis de que existan múltiples universos distintos del nuestro, resultado de otras combinaciones de las leyes de la física.
“¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en la mar!”. Son unos versos de Antonio Machado que, consciente y sobre todo inconscientemente, muchos cristianos podríamos recitar con toda verdad. El Dios sufriente y crucificado no nos acaba de gustar. Preferimos al Dios poderoso, representado en la conocida escena de Jesús andando sobre las aguas. Andar sobre las aguas es manifestación de poder. Estar clavado en el madero es manifestación de debilidad. No nos gusta la debilidad. Preferimos identificarnos con el poder.
Podemos calificar a Cristo de luz (“yo soy la luz del mundo”) y al cristiano de luz (“vosotros sois la luz del mundo”) porque “Dios es Luz”. El Nuevo Testamento, y más en concreto, los escritos joánicos parece que ofrecen tres “definiciones” de Dios. La más conocida es “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Pero también “Dios es espíritu” (Jn 4,24), y finalmente “Dios es luz” (1 Jn 1,5). Es amor y solo amor. Es luz y solo luz. Precisamente porque en Dios no hay ningún mal, ninguna carencia, ninguna oscuridad, y que en él todo es positivo, luminoso y amoroso, la carta de Juan precisa: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). En la misma perspectiva se sitúa la carta de Santiago al referirse al “Padre de las luces en quién no hay cambio ni sombra de rotación” (Stg 1,17).
Tomás de Aquino escribió la Suma contra los Gentiles teniendo como trasfondo de su exposición de la fe católica las dificultades y problemas que se planteaban a propósito de lo que hoy llamamos encuentro con otras religiones o, de forma más ecuménica, diálogo inter-religioso. Al comienzo de este escrito, el santo doctor expone los campos de diálogo frente a los que se encuentra: los herejes, los judíos, los musulmanes y los paganos; y señala que la base del debate no puede ser la misma con todos ellos. Para dialogar hay que encontrar una base, un punto de partida común. Con los herejes este punto de encuentro es el Nuevo Testamento; con los judíos es el Antiguo Testamento. Pero los musulmanes y los páganos no aceptan la autoridad de estas Escrituras. De ahí que para dialogar con ellos haya que “recurrir a la razón natural, que todos se ven obligados a aceptar”.