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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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2
Abr
2016
Anunciación: regenerar la historia
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La fe cristiana está basada en acontecimientos históricos, ocurridos en nuestro mundo en fechas y lugares bien precisos. Estos acontecimientos reciben desde la fe una determinada interpretación. Otras interpretaciones son posibles: de la historia de Jesús puede hacerse una lectura cristiana, judía, religiosa sin más o incluso secular. Este arraigo histórico del cristianismo explica que hayamos puesto fecha a algunos acontecimientos, aunque hoy no sea posible determinar esa fecha con precisión absoluta. Eso es lo de menos. Que yo haya sido bautizado un ocho o un veinte se septiembre no tiene mayor importancia. Lo importante es que he sido bautizado. Ocurre lo mismo con la fecha del nacimiento de Jesús: el 25 de diciembre es un modo de decir que tuvo fecha de nacimiento, pero nada más. Lo del año uno es todavía más impreciso. Seguramente Jesús nació en el año cuatro o cinco antes de nuestra era.

A partir de ahí se comprende la fecha “litúrgica” de la anunciación del Señor: haciendo un recuento de los meses de expectación a partir del nacimiento de Jesús, resulta que marzo es el tiempo de su concepción. Como este año el 25 de marzo se encontraba dentro de la semana de Pascua, se ha trasladado la fiesta de la anunciación al 4 de abril. En Valencia se celebrará el 5, porque el 4 de abril se celebra la fiesta de san Vicente Ferrer. Estos cambios son una prueba más de que, aunque los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana son históricamente determinables, la exactitud de la fecha que requieren, por ejemplo, algunos actos jurídicos, en nuestro caso es lo de menos. Los cristianos ni celebramos ni recordamos fechas, sino acontecimientos.

En primavera se regenera la naturaleza. La anunciación del Señor en estos días de primavera (en el hemisferio norte), nos invita a ir más allá de la regeneración de la naturaleza y a pensar en la regeneración de la historia. La regeneración de la historia comenzó con un anuncio a una jovencísima muchacha. Al oírlo “ella se turbó” (Lc 1,29), pero se mantuvo firme. Dios no le impone nada. Dios pide un asentimiento que debemos calificar de “contractual”. Y sorprendentemente se lo pide a un sujeto carente de voz autónoma para el derecho y la sociedad de aquella época. Así son las cosas de Dios. Nos hace el honor de contar con nuestra libertad. La aceptación de aquella chica tuvo la capacidad de cambiar el curso de la historia. También hoy la historia cambiará no gracias a los poderosos, sino gracias a un cambio de mentalidad que sólo puede ocurrir en aquellos que tienen un corazón humilde y amante. Ellos son los verdaderos sujetos de la historia.

La Iglesia debe anunciar con todas sus fuerzas que la acogida de la Palabra de Dios (“hágase en mi según tu palabra”) es el mejor camino para esta necesaria regeneración de la historia y de la sociedad. En el anuncio, en la acogida, y en otras cosas en la Iglesia, hay mujeres que van por delante.

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29
Mar
2016
Tumba vacía y apariciones, refuerzo mutuo
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Según el Obispo anglicano N.T. Wright hay dos datos que ayudan a entender la “lógica histórica” de los relatos evangélicos sobre la resurrección. Son dos datos confluyentes, que se apoyan el uno al otro, a saber: a) la tumba vacía; b) las apariciones.

Un anuncio de la resurrección con la presencia del cadáver de Jesús, no hubiera tenido ningún éxito. La evidencia del cadáver hubiera sido apabullante y casi un obstáculo insalvable para aceptar la resurrección. Pero solo la tumba vacía tampoco hubiera probado nada. Más bien, hubiera sido un indicio serio de que los apóstoles habían robado y ocultado el cadáver. Lo primero que piensa María Magdalena cuando ve la tumba vacía es que el jardinero ha trasladado el cadáver. Celso, un apologeta anticristiano del siglo II, calificaba a los apóstoles de ladrones de cadáveres.

Por eso tuvo que haber algo más que una tumba vacía. Hubo una presencia que se imponía a pesar de las dudas y vacilaciones. Pero como esta presencia no era como las mundanas, porque Jesús resucitado se aparece no a la manera terrestre, sino al modo como se aparecen las realidades celestiales, se explica la duda y la sorpresa de los apóstoles. No es extraño que confundieran su experiencia del resucitado con la experiencia de los “aparecidos”, de los fantasmas, con esa vaga impresión que a veces todos tenemos de que los muertos están con nosotros y nos “sugieren” que siguen ahí. Ellos sabían de este tipo de experiencias. Es posible que se preguntaran si no sería una experiencia de este tipo la que estaban teniendo tras la muerte de Jesús. En este caso, no habría ningún encuentro con Jesús resucitado, sino con una apariencia fantasmagórica surgida de la propia imaginación.

Pero el sepulcro vacío hizo pensar a los discípulos que quizás en aquellas apariciones se trataba de algo distinto a un fantasma. Quizás era verdad que Cristo había dejado la tierra y había resucitado, entrando en el mundo de Dios donde ya no se muere más. Por eso digo que la tumba vacía y las apariciones se refuerzan mutuamente. La tumba vacía ayuda a comprender que quién se hace presente misteriosamente es aquel que ninguna tumba puede contener. Por su parte, esta presencia misteriosa de Jesús ayuda a comprender el motivo por el que la tumba está vacía.

Evidentemente, afirmar que Cristo ha resucitado es un dato de fe, el dato fundamental de la fe cristiana. Por esto no puede “probarse”. Pero puede explicarse. Y una vez aceptada por la fe la resurrección de Cristo, el creyente busca hacerla creíble. Al hacerla creíble, el creyente vive su fe con mayor confianza.

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25
Mar
2016
Resurrección de Cristo, producto mal vendido
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Teólogos y exégetas hablan del “criterio de dificultad” como un signo de la veracidad de los relatos evangélicos. Difícilmente la primitiva Iglesia se habría molestado en inventar un material susceptible de dejarla en una posición difícil o debilitada en las disputas con los oponentes. Puestos a inventar dichos o palabras de Jesús, lo último que se le ocurriría a un admirador del Maestro es decir cosas que le dejasen mal parado. Este criterio de dificultad podría aplicarse a los primeros relatos de la resurrección de Cristo. Los autores de estos relatos parece que no tienen ningún interés en “vender el producto”; cuentan una experiencia con una ingenuidad y unas maneras que hacen difícil su comprensión y su aceptación; hay ahí una prueba de que no buscan engañar, porque si buscasen engañar se expresarían de otra manera. Pienso en tres detalles:

1.- Las primeras testigos de la resurrección son mujeres. Pero las mujeres, en aquella sociedad, son malos testimonios. Ningún buen abogado presentaría a una mujer como testigo de su defendido. Los buenos testigos en un juicio son los varones (por cierto: “testigo” y “testículo” tiene la misma raíz). No es extraño que Celso, un apologeta anticristiano del siglo II, para desprestigiar el hecho de la resurrección, afirmase que esta fe se basa en el testimonio de unas mujeres histéricas. San Pablo, que narra cómo se predicaba la resurrección en los momentos posteriores a los que se refieren los evangelistas, solo cita a varones como testigos.

2.- Otro dato extraño: uno de los problemas que tenían los primeros cristianos era afirmar que “el hombre” Jesús había resucitado. Para dejar claro que no se trataba de un fantasma, los evangelios insisten en los rasgos que definen la corporalidad y la humanidad: Jesús se deja tocar, muestra sus llagas, come pescado. Pero lo sorprendente es que, junto a estos datos que refuerzan la “carne” del resucitado, nos cuentan otros que parecen contradecirlos: atraviesa puertas, parece un fantasma, desaparece de la vista cuando intentan retenerlo; en quienes le ven surgen dudas, preguntas, miedos. La segunda serie de datos resulta contradictoria con la primera. Para resaltar la corporalidad del resucitado, lo mejor hubiera sido olvidarse de que algunos le confundieron con un fantasma.

3.- Puestos a vender la resurrección y a hacerla interesante para nosotros, lo lógico es decir con san Pablo: en su resurrección hemos resucitado todos. Pero este es un dato posterior al primer anuncio. El primer anuncio se refiere solo a Jesús: su resurrección parece que no tiene relevancia inmediata y directa para nosotros. En el fondo, el primer anuncio no nos aporta nada. Es un anuncio gratuito, que no trata de convencer por lo que aporta, sino que vale por sí mismo. Los que cuentan así la resurrección son unos malos vendedores. San Pablo sabe vender mejor el producto. Por eso insiste en que la resurrección de Cristo tiene incidencia directa en todos y cada uno de los creyentes.

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21
Mar
2016
El humano que se te parece
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Jueves santo. Día del amor fraterno. Traduzco (ajustándome al original francés y sin añadirle “arreglos literarios”) un texto de René Philombe, escritor camerunés. El texto se escribió hace unos 50 años. Sigue siendo actual, entre otras cosas, porque el corazón humano no cambia y las tragedias, debidas a la insolidaridad humana, se repiten año tras año. El poema va acompañado de una viñeta de Agustín de la Torre. Los cristianos, en este ser humano que llama a nuestra puerta, tan parecido porque es el mismo bajo todos los cielos, podemos y debemos reconocer una dimensión teologal y cristológica. Estamos invitados a hacer verdad el: “llamé a tu puerta y me abriste”.

He llamado a tu puerta
he llamado a tu corazón
para tener buena cama
para tener buen fuego
¿por qué me rechazas?
¡ábreme hermano mío!…

 

¿Por qué me preguntas
si soy de África
si soy de América
si soy de Asia
si soy de Europa?
¡ábreme hermano mío!...

 

¿Por qué me preguntas
la longitud de mi nariz
el espesor de mis labios
el color de mi piel
y el nombre de mis dioses?
¡ábreme hermano mío!....

 

Yo no soy un Negro
yo no soy un Rojo
yo no soy un Amarillo
yo no soy un Blanco
sólo soy un hombre
¡ábreme hermano mío!...

 

Ábreme tu puerta
ábreme tu corazón
pues soy un hombre
el hombre de todos los tiempos
el hombre de todos los cielos
¡el hombre que se te asemeja!

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18
Mar
2016
Cuba, punto de encuentro
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Cuba se ha convertido últimamente en un lugar de encuentro entre líderes religiosos que hacía tiempo que no se hablaban (el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú) o entre facciones políticas que llevan demasiado tiempo enfrentadas (como es el caso de la guerrilla y las fuerzas del gobierno colombiano). Quién facilita encuentros merece toda alabanza, porque lo que más necesitamos los seres humanos es encontrarnos. Las separaciones no son buenas para nadie. Promover también encuentros entre los grupos y tendencias que hay dentro de la isla y entre los cubanos que viven fuera y lo que se han quedado en el país, resultaría coherente con este ser facilitador de encuentros para los de fuera. ¿La visita del presidente Obama servirá de desencadenante de estos encuentros entre cubanos de dentro y de fuera de la isla, o son otros los intereses que hay detrás de esta visita?

Cuba es un lugar con muchos jóvenes, algunos con inquietudes religiosas o, al menos, respetuosos con las religiones e interesados en conocer lo que las religiones pueden aportar. Por sexto año consecutivo he estado en la capital habanera para dar unas clases en un master de teología, al que esta vez se han apuntado 25 jóvenes universitarios. A su nivel, el master ha sido también un punto de encuentro. Entre las y los alumnos había algún no creyente, cristianos de distintas iglesias, y miembros de otras religiones. Un grupo heterogéneo. No es la primera vez que, en estos cursos me encuentro con jóvenes no creyentes. En principio no tiene que sorprender que un ateo se interese por la reflexión teológica católica, del mismo modo que tampoco sorprende que un cristiano pueda ser un experto en doctrinas ajenas al cristianismo.

El conocimiento mutuo es el comienzo de todo encuentro fructífero. El amor comienza con el conocimiento. Cierto, para que haya amor no basta conocerse, pero sin conocerse no hay amor. Por eso es importante que los distintos grupos políticos, religiosos, sociales, económicos, hablen y se encuentren. Porque así, al menos, se darán cuenta de que el otro, el distinto, no es necesariamente un enemigo, ni un rival. Es posible incluso que el otro tenga objetivos y finalidades parecidas a las mías, aunque su experiencia y su trayectoria vital le lleven por caminos distintos. En el fondo, todos buscamos la felicidad. Donde nos separamos es el camino para encontrarla. En este línea me gustaría pensar que los partidos y grupos políticos que, ahora mismo, en España, parecen distantes, pretenden todos lo mismo, o sea, el bien de los ciudadanos. Porque si no pretenden eso, mejor que se retiren. Y si todos quieren lo mismo, ¿cómo es posible que a veces parezca que solo buscan que el otro desaparezca del mapa?

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13
Mar
2016
Jesús crucificado: denuncia sí, venganza no
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A lo largo del Antiguo Testamento encontramos textos que pueden considerarse una profecía de lo que siglos más tarde se manifestará en la crucifixión de Cristo. Según el libro de la Sabiduría (2,12-22), el justo, con su modo de vivir, y aunque no lo pretenda, es una denuncia para los impíos. Al ver la vida del justo, los impíos tienen una experiencia de contraste y esta experiencia no les gusta, porque, en cierto modo, es una crítica de su modo de vivir, de pensar y de obrar. Entonces, añade el libro de la Sabiduría, los impíos someten al justo a la prueba de la afrenta y la tortura, para ver hasta dónde llega su paciencia y moderación y comprobar si Dios está con él. Según los impíos la prueba de que Dios está con el justo es que le librará de sus enemigos y del poder de la muerte. Algo parecido ocurrió al pié de la cruz, cuando los enemigos de Jesús le provocan diciéndole que pida a Dios que le salve de la cruz, porque esa será la prueba de que Dios es su Padre.

Por su parte, el libro de Jeremías (11,18-20) se refiere al cordero manso que es llevado al matadero. Pero en los versículos citados se manifiestan los límites del Antiguo Testamento, pues el manso cordero sacrificado, tras encomendarse a Dios que juzga rectamente, pide la venganza contra sus enemigos. Esta última actitud no es de Jesús de Nazaret. Al contrario, en la cruz, Jesús invoca a su Padre pidiendo el perdón y la misericordia para aquellos que le crucifican. Así se comprenden las palabras que en cada Eucaristía el sacerdote pronuncia sobre la copa: esta es la sangre de la nueva alianza derramada por todos los hombres para el perdón de los pecados. “Por todos”, o sea, también por los que le crucifican, porque si no, no estarían todos.

El modo de vivir y de morir de Jesús es una denuncia frente a toda opresión, toda maldad, todo lo que atenta contra la dignidad y el bien de las personas. En este sentido Jesús nos llama a todos a la conversión. Pero esta denuncia, en Jesús, nunca se traduce como venganza, porque si así fuera resultaría incoherente con el Dios de perdón y misericordia que colmaba su vida, que él anunciaba y que él hacia presente. La denuncia no es una amenaza, sino una invitación a la conversión, resultado de un testimonio de vida. Hay personas que son una fuerte llamada para quienes las observan, y que no dejan a nadie indiferente. Mientras unos se burlan de estas vidas, otros se convierten. Es exactamente lo que ocurrió al pié de la cruz: las autoridades judías se mofaban de Jesús, pero los soldados romanos que estaban vigilando el lugar, encabezados por su centurión (Mt 27,54), al ver su modo de morir (Mc 15,39), dijeron: “ciertamente este hombre era justo” (Lc 23,47). Reconocer a Jesús como “justo” por su modo de vivir y de morir, es el paso que permite luego confesarle como “hijo de Dios” (que es la confesión ya desarrollada que ofrecen Mc 15,39 y Mt 27,54.

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10
Mar
2016
Ajuste fino del universo
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Con la expresión “ajuste fino” del universo se quiere decir que las leyes físicas que han dado como resultado la vida están finamente ajustadas, de tal manera que si variáramos alguna de ellas en un ínfimo porcentaje, la vida simplemente no existiría. En otras palabras, habitamos un universo extremadamente improbable, en el cual se ha desarrollado la vida compleja de una manera muy equilibrada. Este ajuste fino es sorprendente y da mucho que pensar. Pero no me parece que pueda considerarse una prueba concluyente de la existencia un Dios autor de tal ajuste. El mismo problema se plantea con la hipótesis del multiverso, o sea, con la hipótesis de que existan múltiples universos distintos del nuestro, resultado de otras combinaciones de las leyes de la física.

La afirmación de que la aparición de este universo “tal como lo tenemos”, que ha hecho posible la vida inteligencia, requiere de un ajuste fino, implica que la posibilidad de que aparezca este universo es prácticamente igual a cero. Y también implica que si se repitiera el proceso no volvería a ocurrir así. La cuestión es: “¿y eso que demuestra?”. Porque cualquier otra posibilidad o cualquier otro “modo” de ser del universo, aunque no hubiera dado origen a la vida, tiene iguales posibilidades de aparecer que el que tenemos. Por tanto, aparezca lo que aparezca, es algo que hubiera podido darse de otro modo, y las posibilidades de los otros modos son infinitas, mientras la posibilidad del que aparece es nula. Aparezca el universo que aparezca, requiere de un ajuste muy especial, muy único. Que aparezca la vida inteligente es igual de probable que el que aparezca otra cosa. Luego el ajuste fino vale para todo. Por tanto, no sirve como prueba de Dios. Porque también serviría como prueba de Dios decir que él ha pretendido otra cosa, la que hubiera aparecido en otras circunstancias.

La cuestión entonces no es el ajuste fino, sino la realidad. ¿Por qué hay algo y no nada? ¿Por qué hay realidad, la que sea, una realidad finita, que no es Dios, que es creatura? La interpretación teísta del ajuste fino es coherente y lógica, pero no concluyente. Para el que no crea en Dios, no prueba nada. Y el que cree, no cree por eso. Ocurre que el que cree, busca modos de entender su fe en coherencia con la realidad. Pero el que no cree también busca modos de entender su “no fe”, o mejor, su hipótesis de “otra fe” en coherencia con la realidad. Todos presuponemos una “fe” (creo que Dios existe; creo que Dios no existe), y desde ese presupuesto buscamos explicar lo real para que resulte coherente con el presupuesto, sobre todo si el presupuesto (el de la fe en Dios, por ejemplo) es considerado vital, decisivo, consustancial y necesario para mi vida.

Es lógico que, al contemplar este universo tan maravilloso, uno se plantee preguntas. Pero la pregunta última y decisiva no es por qué las cosas son así, sino por qué son. Por qué hay algo y no hay nada.

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5
Mar
2016
No quiero a ese Jesús del madero
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“¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en la mar!”. Son unos versos de Antonio Machado que, consciente y sobre todo inconscientemente, muchos cristianos podríamos recitar con toda verdad. El Dios sufriente y crucificado no nos acaba de gustar. Preferimos al Dios poderoso, representado en la conocida escena de Jesús andando sobre las aguas. Andar sobre las aguas es manifestación de poder. Estar clavado en el madero es manifestación de debilidad. No nos gusta la debilidad. Preferimos identificarnos con el poder.

Y sin embargo…, el Dios que se revela en Jesús es un Dios sin duda poderoso, pero su poder resulta cuando menos paradójico: crucificado bajo el poder de Poncio Pilato. Jesucristo, confesado como Hijo de Dios, de la misma naturaleza de Dios, es crucificado por el poder del gobernador romano. ¡Extraño poder el de Dios! Este poder divino crucificado por el poder humano da mucho que pensar. Da que pensar en la naturaleza de uno y otro poder. El poder de Dios es el poder del amor. El poder humano es el poder de la fuerza bruta. Con una diferencia: el amor, aparentemente débil, resulta ser el más fuerte, y el poder de la fuerza siempre es limitado.

El Jesús del madero es el Jesús del amor. Allí se manifiesta no solo el poder de Dios, sino también la perfección de lo humano. Por eso, nosotros, si queremos participar de la naturaleza divina, tenemos que identificarnos con este amor que se manifiesta en Jesús crucificado. Identificarnos con un amor así no es estar a favor de los maderos, o de las cruces, sino a favor de los seres humanos. Y, por tanto, en contra de todas las cruces y maderos, productos del odio, de la mentira, de la venganza; cruces y maderos que deshumanizan a sus constructores.

Identificarnos con el amor divino, que se revela en la cruz de Cristo, es solidarizarnos con todos los crucificados de la tierra. Hoy crucifican las fronteras, las políticas que impiden el paso a inmigrantes que a duras penas escapan de la pobreza y del hambre (debido, entre otras cosas, a las armas que los gobiernos que no les reciben venden a sus países). Y muchas otras cosas. ¡Son tantas las cruces que construimos los seres humanos! Eso sí: también son muchos los crucificados que podemos desclavar. Y ahí sí tiene razón la copla que inspira los versos de Machado: “¿quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?”.

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1
Mar
2016
Dios es luz
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Podemos calificar a Cristo de luz (“yo soy la luz del mundo”) y al cristiano de luz (“vosotros sois la luz del mundo”) porque “Dios es Luz”. El Nuevo Testamento, y más en concreto, los escritos joánicos parece que ofrecen tres “definiciones” de Dios. La más conocida es “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Pero también “Dios es espíritu” (Jn 4,24), y finalmente “Dios es luz” (1 Jn 1,5). Es amor y solo amor. Es luz y solo luz. Precisamente porque en Dios no hay ningún mal, ninguna carencia, ninguna oscuridad, y que en él todo es positivo, luminoso y amoroso, la carta de Juan precisa: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). En la misma perspectiva se sitúa la carta de Santiago al referirse al “Padre de las luces en quién no hay cambio ni sombra de rotación” (Stg 1,17).

Sin embargo, Dios es indefinible. Todo intento de definirlo lo empequeñece. Estas fórmulas que hemos citado ponen de relieve un valor esencial de Dios, un valor que puede sintetizar todo su ser desde una determinada perspectiva. Decir que Dios es Luz es afirmar que toda la realidad queda iluminada desde Dios, empezando por los seres humanos y sus obras, que deben conformarse con lo que Dios es y juzgarse en conformidad con su voluntad.

Estas fórmulas se refuerzan unas a otras y tienen incidencia directa en la vida del creyente. Podríamos decir que Dios es luz porque es amor y porque es espíritu. El amor todo lo ilumina mostrando la cara buena de toda realidad. El espíritu no conoce contornos ni sombras. El amor es luz, y por eso el que vive según Dios, que es amor, posee una vista interior que le permite, por decirlo con palabras de Unamuno, “mirar desde Dios”.

Unamuno tiene una página admirable en la que relaciona el amor con la luz y con el espíritu. Afirma que la luz del amor es más clara y penetrante que la razón: “con ésta, si es poderosa, puede el hombre, aunque sea malo, comprender y abarcar el mundo temporal, llegar a las razones de las cosas; pero sentir y ver el mundo eterno, llegar a la verdad de todo, no ya solo a su razón, no es dado más que a la fe, a la fe que la bondad atrae sobre nosotros y que la bondad sustenta como cimiento inconmovible”. Y sigue D. Miguel hablando de “la entrañable lumbre que es la bondad, la divina potencia de visión con que reviste al espíritu”. Se puede “mirar desde Dios, a través de la bondad, que más que trasparentísimo cristal es la vista misma interior”.

Dios es Espíritu, Amor y Luz. Y por eso, en el plano divino y en su repercusión humana, el espíritu, el amor y la luz son intercambiables y están mutuamente implicados.

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26
Feb
2016
Razón con intereses
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Tomás de Aquino escribió la Suma contra los Gentiles teniendo como trasfondo de su exposición de la fe católica las dificultades y problemas que se planteaban a propósito de lo que hoy llamamos encuentro con otras religiones o, de forma más ecuménica, diálogo inter-religioso. Al comienzo de este escrito, el santo doctor expone los campos de diálogo frente a los que se encuentra: los herejes, los judíos, los musulmanes y los paganos; y señala que la base del debate no puede ser la misma con todos ellos. Para dialogar hay que encontrar una base, un punto de partida común. Con los herejes este punto de encuentro es el Nuevo Testamento; con los judíos es el Antiguo Testamento. Pero los musulmanes y los páganos no aceptan la autoridad de estas Escrituras. De ahí que para dialogar con ellos haya que “recurrir a la razón natural, que todos se ven obligados a aceptar”.

Leer este texto con mentalidad de hoy es muy interesante. Porque el santo de Aquino deja bien claro que no hay diálogo posible sin un punto de encuentro previo. Por otra parte, Tomás de Aquino considera que “la razón natural” es el mejor, por no decir el único punto de encuentro con aquellos que no aceptan la revelación cristiana. Cierto: lo natural y el razonar debería ser el buen camino en el que todos podemos encontrarnos y que todos podemos recorrer. Pero no es menos cierto que hoy no todos estamos de acuerdo en qué es “natural” y qué es “razonable”. ¿Es natural la monogamia? Durante un tiempo la poligamia fue lo normal para los creyentes del Antiguo Testamento y lo sigue siendo actualmente para algunos musulmanes. ¿Acaso podemos calificar a algunas separaciones matrimoniales de anti-naturales o anti-racionales? El concepto de “natural” es flexible. Y también el concepto de “derechos humanos”. Lo menos que se puede decir es que no todos entendemos lo mismo bajo estas expresiones.

Esto me lleva a pensar que no hay una razón neutral. Es delicado atribuirse el monopolio de lo que es racional o natural. Esto dificulta el diálogo. Hay muchos tipos de razón. Todas parecen ser interesadas, o sea, condicionadas por presupuestos o prejuicios previos. Antes de empezar el diálogo conviene ser consciente de los propios prejuicios. Sin esta conciencia cualquier diálogo es “de sordos” y no hay modo de entenderse. Eso no significa que haya que renunciar al diálogo. Todo lo contrario: este es el buen camino para que los humanos podamos entendernos. Significa que tenemos que ser humildes, autocríticos, tomar conciencia de nuestros prejuicios, escuchar atentamente al otro para conocer sus presupuestos, a veces no del todo explicitados. Y a partir de ahí tratar de entendernos.

Una buena manera de comenzar el diálogo sería preguntarnos por los “intereses” de nuestra razón: ¿estamos interesados por la justicia, por la solidaridad, por el respeto mutuo? Una razón interesada no es necesariamente mala. Depende de cuáles sean sus intereses.

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