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May2016El señorío de Cristo resucitado
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May
Para el Nuevo Testamento no hay ninguna duda: Cristo resucitado es “el Señor”. Evidentemente no como los señores de este mundo, sino como el Señor de los señores, el Señor que es igual a Dios y, por tanto, el Señor absoluto al que todo le está sometido. San Pablo considera varias dimensiones a propósito del señorío de Cristo resucitado: es Señor de todos (Flp 2,11) y de todo (Col 1,15-20), es Señor de cada uno de nosotros (Rm 14,8-9) y es el único Señor (1 Cor 8,6). Estas dimensiones del señorío de Cristo tienen una serie de consecuencias importantísimas para la vida del cristiano.
Si Cristo es Señor de todos, entonces yo no puedo ser señor de nadie, no puedo pretender que nadie me esté sometido y se pliegue a mi voluntad; y mucho menos se pliegue a mi voluntad esclavizante; yo no soy señor de mi esposa, ni de mis hijos, porque el Señor de mi esposa y de mis hijos es Cristo resucitado. Como muy bien ha dicho el Papa en su reciente exhortación apostólica, el amor de la pareja alcanza su mayor liberación “cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor”.
Si Cristo es señor de todo, entonces yo no puedo usar de las cosas de la naturaleza según mi capricho y mi voluntad despótica; debo tratar con respeto a la naturaleza, a las plantas, a los animales, debo cuidar del medio ambiente, del agua, del aire, porque yo no soy su señor; su Señor es Cristo resucitado.
Si Jesús resucitado es el Señor de cada uno de nosotros, o sea, es mi Señor, entonces yo no soy el dueño absoluto de mi mismo, ni de mis bienes, ni de mi sexualidad, de mi cuerpo, de mi vida. Yo no puedo hacer con mi cuerpo, con mi sexualidad o con mi vida “lo que me dé la gana”; debo tratarles con respeto, cuidado y delicadeza; debo honrar mi propio cuerpo. Mi vida no me pertenece: vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y, por tanto, no os pertenecéis (1 Cor 6,19).
Si Jesús resucitado es el único Señor, entonces Jesucristo no comparte su señorío con nada ni con nadie, porque es el “único” Señor. Mi vida solo le pertenece a él, no a los poderes de este mundo, sean políticos, económicos o eclesiásticos. El único señorío de Cristo es liberador, no somos esclavos de nadie. Jesucristo resucitado nos hace libres frente a todo lo que no es Dios, frente a toda autoridad civil, militar, judicial o incluso eclesiástica. El único señorío de Cristo está en contra de toda absolutización de los poderes y de las cosas de este mundo, en contra de todo servilismo. Eso sí, la libertad cristiana es una libertad para el servicio de los hermanos; somos libres para el amor.
Estuvo recurrente y acertado el cardenal Schönborg cuando dijo que hasta ahora la Iglesia había puesto más su mirada en los dormitorios de los cónyuges que en el comedor de las familias. La exhortación de Francisco dedica largos párrafos al amor familiar, pero no se olvida de la sexualidad conyugal. Lo interesante es que la sexualidad es tratada muy positivamente, como un regalo de Dios. Hace ya tiempo que Santo Tomás de Aquino escribió que el acto conyugal, o sea, la manera cristiana de vivir la sexualidad, es un acto de la virtud de la religión. El acto conyugal, según el santo doctor, pudiera ser una manera de ¡rendir culto a Dios! Francisco, citando a Juan Pablo II, lo dice así: “la vida conyugal viene a ser, en algún sentido, liturgia”.
La Amoris Laetitia dedica mucha atención a la fecundidad del matrimonio. Los hijos son el resultado más precioso del amor matrimonial. No son algo añadido “desde fuera” al amor de los esposos, sino que brotan del corazón mismo de su amor recíproco. El amor rechaza todo impulso de encerrarse en sí mismo; el amor auténtico siempre es fecundo, porque es creador. El Papa supera la comprensión de los hijos como un fin del matrimonio. Los hijos no son un fin, un objetivo, un resultado, son inherentes al amor.
La exhortación apostólica Amoris Laetitia trata fundamentalmente del amor en la familia. Pero como en la vida cristiana todo está relacionado, no es de extrañar que el documento del Papa se pregunte por la relación que hay entre virginidad y matrimonio, ya que la virginidad es una forma de amar. Se trata de dos carismas, dos dones del Espíritu Santo, dos modos de seguir a Cristo y dos vocaciones o llamadas de Dios. Si ambos estados, el celibato en la vida consagrada y el matrimonio, tienen el mismo origen en Dios, no solo no pueden oponerse, sino ni siquiera rivalizar.
Tengo escritas algunas reflexiones, con referencias a la última exhortación del Papa, que pienso publicar en los próximos días. Hoy no cuelgo el artículo que tenía preparado, porque cuando hay una desgracia que te toca de cerca todo lo demás pasa a segundo plano. Me estoy refiriendo al terremoto que ha sacudido el Ecuador. Yo tengo allí algunos conocidos, pero no están en la zona sísmica. Sin embargo, parte de la familia de un hermano y amigo, sí está en la zona. La cara de tristeza de esta persona me ha conmovido. Las desgracias se ven de otra manera cuando las miras a través de rostros concretos que se sienten afectados. Del mismo modo que las situaciones irregulares (para emplear la palabra que el Papa utiliza para calificar determinadas situaciones familiares) se ven y se juzgan de otra manera cuando el irregular es un hermano, un hijo, o una persona querida. Ya no se trata de teoría, se trata de personas.
La vida cristiana está marcada por la imperfección. Aquí el término imperfección no está relacionado primeramente con el pecado, sino con la limitación de lo humano. Solo Dios es perfecto. La imperfección indica que los cristianos vivimos la vida divina a nuestro nivel y según nuestras posibilidades, que siempre son finitas. Solo en el cielo alcanzaremos la perfección. Tomás de Aquino, refiriéndose a la caridad, o sea, al amor a Dios, a lo más perfecto y propio de toda vida humana, decía: “en el estado presente, la caridad es imperfecta; se perfeccionará en la patria (celestial)”. Y el Vaticano II dejó dicho: en la tierra, la santidad es imperfecta. Los cristianos llevamos un gran tesoro en vasos de barro, incapaces de guardar el tesoro tal como se merece.
La exhortación apostólica del Papa Francisco “sobre el amor en la familia” es larga porque son muchas y complejas las cuestiones relacionadas con la familia. El documento está dirigido explícitamente a los cristianos. Hay puntos que tienen mayor interés para unos que para otros, dependiendo de la situación en que uno se encuentra y de sus necesidades. El texto merece una lectura reposada. Sería bueno que cada uno se quedase con lo que más directamente le afecta. Me temo que los distintos comentarios que aparecerán en los próximos días seleccionaran los aspectos más llamativos o que más se aproximen a la ideología del comentarista. Sería una pena que estas insistencias nos desviaran de una lectura en profundidad de la rica teología sobre el amor cristiano que ofrece la Amoris Laetitia.
Este verano está previsto abrir un hotel en Macao. El precio por noche será entre 60.000 y 90.000 euros. Han leído ustedes bien: entre sesenta mil y noventa mil euros. La noticia la daba a toda página, en la contraportada, el ABC del pasado sábado, dos de abril. Si un empresario se arriesga a abrir este tipo de negocio, es porque piensa que tendrá clientes. Durante todo el año, me imagino. La ciudad de Macao, en la república de China, bajo gobierno comunista (el nombre de cuyo presidente, Xi Jinping, se encuentra en los muy capitalistas y elitistas “papeles de Panamá”), se ha convertido en la nueva meca del juego, desplazando a Las Vegas.