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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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7
Jun
2016
Otro nombre de la Iglesia: Cristo identificado con los pobres
2 comentarios

He tenido la ocasión de conocer la memoria de Caritas Diocesana de Valencia del año 2015. Detrás de los números y las cifras hay muchas cosas buenas, mucho trabajo desinteresado, mucha misericordia evangélica. Se atiende a mujeres en contexto de prostitución, a niños necesitados, a ancianos solitarios, a familias pobres o desestructuradas, a gente que necesita ayuda. A nadie le preguntan por su religión, por su nacionalidad, por su raza. Más o menos la mitad de las personas atendidas son de nacionalidad española y la otra mitad no son españoles. Entre esta otra mitad hay muchos inmigrantes, que precisan ayuda de todo tipo: económica, humana, jurídica, médica; y también necesitan vivienda. Caritas de Valencia dispone de pisos y locales en donde se albergan personas sin hogar o inmigrantes, sobre todo subsaharianos.

La memoria la ha presentado el director de la institución en una reunión presidida por el Arzobispo de Valencia. Hecha la presentación, el Prelado, tras dar las gracias a todos los voluntarios y colaboradores de Caritas, ha animado a la institución a ampliar sus tareas. Entre otras cosas les ha pedido que ya este verano abran comedores para dar de comer a niños pobres que tendrán problemas por el cierre de los comedores escolares. A continuación el Cardenal se ha referido a la silenciosa, pero eficaz tarea de Caritas. Y ha dicho: es cada vez más necesario mostrar el rostro de una Iglesia misericordiosa. La Iglesia tiene un nombre: Jesucristo identificado con los pobres.

Tras la reunión, llegué a mi casa y leí que la “Red española de ayuda al refugiado” ha presentado una denuncia penal contra el Cardenal Cañizares, entre otros motivos, por buscar la criminalización de las personas solicitantes de asilo y refugio. Hay cosas que no encajan. Lo que yo veo y oigo es su gran preocupación precisamente por los más necesitados, y entre esos colectivos, están las personas solicitantes de asilo y refugio. Por otra parte, estoy convencido de que este tipo de denuncias no tienen posibilidad alguna de prosperar, porque están basadas en frases o palabras sacadas de contexto e interpretadas sesgadamente. En vez de trazar caminos que separan, ¿no resultaría de más ayuda para los refugiados buscar una sana colaboración con instituciones como Caritas y agradecer el aliento que le prestan sus últimos responsables?

Caritas es una institución confesional. También las instituciones laicas o estatales son “confesionales”, tienen sus presupuestos ideológicos. Todos somos confesionales y el que no lo reconoce vive engañado. Pero cuando se trata de hacer el bien, ¿qué importa de dónde venga? Lo que importa es el bien. Si los creyentes consideran que el bien es siempre movido por el Espíritu del Amor, ¿dónde está el problema?

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5
Jun
2016
Sembradores todos, segadores algunos
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Los predicadores y catequistas lamentan, en ocasiones, la falta de resultados, la poca eficacia de su tarea. Esta queja denota que han olvidado esta palabra de Jesús: “uno es el sembrador, otro el segador”. Lo que nosotros, como cristianos, estamos llamados a hacer es sembrar. Segar es una gracia que solo se concede a algunos. Sin duda, la predicación es una tarea apasionante, pero no es fácil. En ocasiones no aparecen los resultados esperados. ¿Significa esto que no es eficaz? De ningún modo. Significa que los resultados aparecen cuando menos se espera, en la hora de Dios, en el momento en que Dios los haga eficaces.

Cuando preguntamos por la eficacia de la evangelización no podemos pensar en resultados inmediatos o deslumbrantes. Los resultados pueden venir a corto o largo plazo. Pero lo lógico es que sean a largo plazo, porque la auténtica conversión requiere tiempo, implica desprenderse de muchas ideas y actitudes, es un cambio radical de vida. La fe cristiana necesita tiempo para madurar. Jesús nos pone en guardia contra nuestras impaciencias, a veces calificadas de “santas”. No quiere que se arranque la cizaña antes de hora, como pretenden sus discípulos. Hay que dar tiempo al crecimiento. Solo en la hora final será posible la siega y la separación (cf. Mt 13,24-30). Por eso, los frutos de su trabajo puede recogerlos el predicador o puede no ver la cosecha. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37).

Como muy bien dice el Papa Francisco no debemos obsesionarnos por los resultados inmediatos. Tenemos que estar prestos a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Pero hay más: tenemos que saber que Dios puede actuar en medio de aparentes fracasos. La fecundidad es muchas veces invisible, “no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos”.

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1
Jun
2016
Escuchar antes de predicar
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El predicador es un testigo, no es un profesor. El profesor puede explicar perfectamente una doctrina o una teoría, y hasta resultar convincente, estando un completo desacuerdo con ella. El testigo, por el contrario, está implicado en lo que explica, no es sólo un buen orador. El testigo transmite una noticia que antes le ha afectado personalmente, más aún, que le ha cambiado, le ha transformado. “Quien quiera predicar, dice el Papa Francisco, debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y hacerla carne de su existencia concreta”. Y añade, citando a Tomás de Aquino: “De esta manera, la predicación consistirá en esta actividad tan intensa y fecunda que es comunicar a otros lo que uno ha contemplado”. Condición ineludible de todo testimonio de Jesucristo es un encuentro previo con Jesucristo.

La Iglesia antes de anunciar la Palabra, y para poder hacerlo, debe primero escucharla devotamente, obedeciendo a aquellas palabras del apóstol Juan: “os anunciamos lo que hemos visto y oído” (1Jn 1,3). La Palabra solo puede escucharse en un clima de fe y oración. La escucha de la Palabra, en la celebración litúrgica y en el diálogo de la oración, ocupa un lugar central en la vida de todo predicador, ya que así acontece un conocimiento personal e íntimo con el Señor. Sin este acercamiento personal, Cristo se convierte en tema y deja de ser persona. Anunciamos entonces una doctrina (con el peligro de ideología que conlleva), no invitamos a un encuentro personal. Solo si previamente nos hemos encontrado personalmente con Dios, podemos hablar de Dios.

Además de escuchar primero y principalmente a la Palabra de Dios, el predicador debe conocer a los destinatarios de su predicación. Para conocerlos hay que escucharlos. Por eso, antes de hablar, el predicador pregunta. Como el misterioso personaje a los discípulos de Emaús: de qué hablabais por el camino, cuáles son vuestras preocupaciones, vuestras inquietudes, vuestros problemas. Así nos ponemos en sintonía con el destinatario de la Palabra. Nuestra predicación es muy distinta cuando antes hemos escuchado que cuando empezamos nuestro discurso desde la teoría o la doctrina pre-establecida. No porque no tenga importancia la doctrina, sino porque se presenta con unas modulaciones y unos matices si antes se conoce al destinatario y sus problemas.

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28
May
2016
Con la caridad tenemos un problema de lenguaje
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La caridad es una manera de designar al amor cristiano. Hay que reconocer que en nuestras catequesis y predicaciones tenemos un problema de lenguaje con el término caridad. ¿Qué entienden los no cristianos y también bastantes cristianos cuando oyen la palabra caridad? En muchos casos se confunde la caridad con la limosna y se la desprecia porque se la considera una excusa para no practicar la justicia. Por eso es muy importante que en estos terrenos de la relación entre caridad y justicia nos expliquemos bien, no sea que buscando defender la caridad los oyentes entiendan “otra cosa”.

Ya el Vaticano II reconoció en Apostolicam Actuositatem, 8, la justeza de algunas de las críticas a ciertas concepciones de la caridad, y dejó escrito que era necesario “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia; suprimir las causas, y no sólo los efectos, de los males, y organizar los auxilios de tal forma que quienes los reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa y se vayan bastando por si mismos”.

Los problemas de comprensión del término caridad van todavía más allá. Quizás uno de los fundamentales está en que, cuando se habla de caridad, espontáneamente todos pensamos en el prójimo. Sin embargo, la referencia fundamental de la caridad es Dios: la caridad ama a Dios por sí mismo y al prójimo por Dios, dice la más elemental catequesis de la Iglesia. De nuevo aquí hay que aclarar que “amar por Dios” es el más exigente de los amores.

Amar “por” Dios es valorar lo mejor que tiene el prójimo como imagen e hijo de Dios. Y es una exigencia de universalidad: todos los seres humanos, en virtud de su origen y destino divino, deben ser amados. Esta motivación nos previene contra un amor que estaría basado únicamente en la amabilidad del otro. La caridad nos impulsa a amar a todos los seres humanos incluso si no aparecen como amables. El amor cristiano exige la imitación del amor universal de Dios. Prescribe todo odio y resentimiento, incluso los que parecerían humanamente fundamentados. Supera el egoísmo falsamente natural y alcanza incluso al enemigo.

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25
May
2016
La caridad supone y supera la justicia
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Los dos calificativos son absolutamente necesarios para entender la relación entre caridad y justicia: la primera supone y supera a la segunda. Supone quiere decir que sin justicia no puede vivirse la caridad. Por tanto, cuando decimos que la caridad supone la justicia no estamos prescindiendo de la justicia para saltar directamente (por decirlo con una imagen gráfica) a la caridad. Sin la base, sin la realización efectiva, sin la práctica real de la justicia no hay caridad que valga. La justicia, pues, forma parte de la predicación del Evangelio. Sin duda, la justicia es una virtud propia de todo ser humano. Pero los cristianos, en nombre de una supuesta originalidad del evangelio, no podemos dejarla de lado. Lo cristiano supone lo humano y construye sobre lo humano. Nunca prescinde de lo humano.

Que la justicia sea una virtud humana que el evangelio ratifica debería alegrarnos, porque ahí encontramos un elemento de comunión entre todos los hombres. Pero el que la justicia sea una virtud humana no debe conducirnos a olvidarla en nuestra predicación del evangelio. Porque por muy propia de lo humano que sea la justicia, lo cierto es que en demasiadas ocasiones lo que vivimos los humanos es la injusticia. Hay demasiada corrupción en la política y la economía, hay demasiado egoísmo en nuestras vidas a costa de lo que es propio del prójimo y en justicia se le debe, como para que los cristianos dejemos de predicar, anunciar y reclamar la justicia.

¿En qué supera la caridad a la justicia? La caridad va más allá de la justicia, porque el amor cristiano supera “lo debido” para entrar en el terreno de la gratuidad, de la misericordia y del perdón. La justicia puede obligar a un padre a dar el pan a sus hijos; ningún tribunal puede obligar a un marido a amar a su mujer, ni a un mujer a perdonar las ingratitudes de sus hijos o de su marido. La parábola del samaritano misericordioso, que va más allá de lo que se podía esperar “razonablemente” es un buen modelo del amor cristiano: una persona que pierde su tiempo y su dinero para favorecer a quien podía considerarse su enemigo y que probablemente nunca hubiera hecho por el samaritano lo que éste hacía por el judío.

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21
May
2016
Pedimos perdón y no ha cambiado nada
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En este mes de mayo se han cumplido 50 años de la conocida como Revolución Cultural china. Las autoridades reclutaron a grupos de adolescentes, casi niños, que se arrogaron la defensa ciega de la ideología del presidente Mao Zedong. La defensa se tradujo en una oleada de terror, mediante la violencia y purgas sin fin, contra enemigos reales o imaginarios. Se calcula que pudo haber hasta tres millones de personas asesinadas. Aquellos guardias rojos son hoy personas mayores. Algunos, conscientes de las barbaridades que hicieron, han pedido perdón. Tales peticiones se han silenciado, no interesan al partido comunista chino, instigador de aquella barbarie y todavía hoy en el poder.

Wang Jiyu, uno de los que ha pedido perdón, ha lanzado la siguiente advertencia: “Estoy seguro de que la Revolución Cultural se repetirá si continúa este sistema político”. ¿Razón? Sea quién sea el líder, usará el sistema para consolidar su mandato y garantizar sus intereses. El antiguo guardia rojo, por otra parte, denuncia las críticas y presiones que han sufrido, por parte de las autoridades, aquellos que han pedido perdón. Y concluye con un penoso lamento: “aunque hayamos pedido perdón, no ha cambiado nada”.

También en España ha habido miembros de la banda terrorista ETA que han pedido perdón. Hay casos similares en otros países como Chile, Argentina, Sudafrica o Ruanda. Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de la Iglesia o por sus errores, como la injusta condena de Galileo. En una entrevista reciente que me hicieron en “Catalunya Cristiana” me preguntaron si no sería conveniente que los dominicos pidiéramos perdón por nuestra responsabilidad en la inquisición. Ofrecí una respuesta matizada (también hubo dominicos víctimas de la inquisición). Entre otras cosas dije: “en este asunto de pedir perdón, me preocupa más el presente que el pasado. Me preocupa más que hoy no tengamos que pedir perdón, que pedir perdón por un pasado que ya no existe”. Me preocupan más los errores del presente que los del pasado. Sería deplorable que hoy repitamos lo que antaño criticamos de nuestros maestros y superiores.

Lo fácil es pedir perdón por el pasado. Lo difícil es vivir hoy de tal forma que mañana no haya que pedir perdón. Y, en todo caso, pedir perdón por el pasado supone un serio compromiso con el presente, un reparar en la medida de lo posible el daño causado. Si no hay reparación (insisto, en la medida de lo posible), no hay verdadera petición de perdón. Recordar el pasado está bien, pero una de las mejores lecciones de algunos pasados es aprender a no repetirlos nunca más. Cuando algún joven se desahoga conmigo porque considera que ha sufrido una injusticia, si considero que su queja está fundada, le doy este consejo: la injusticia cometida contigo es una lección para que, cuando tú tengas responsabilidades sobre otros, aprendas a no hacer lo que han hecho contigo.

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17
May
2016
Predicación y misericordia intercambiables
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Domingo de Guzmán fundó una Orden de Predicadores en orden a la salvación de las personas. La salvación viene del encuentro con Jesucristo. Para encontrarlo es necesario que alguien lo presente, lo dé a conocer. Esa es la función del predicador: dar a conocer el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por otra parte, una de las características de la vida de Sto. Domingo fue su actitud misericordiosa, manifestada no sólo en su modo de tratar a las personas, sino en la ayuda espiritual y material que les prestó, como por ejemplo, cuando siendo joven, antes de pensar en fundar ninguna Orden, vendió sus libros en Palencia para que los pobres pudieran comer. Por este motivo se dice que la predicación de los compañeros de Domingo debe ser una predicación compasiva.

Importa entender bien la relación entre predicación y misericordia. No se trata solamente de que la misericordia debe ser un contenido de la predicación. Se trata de entender que la predicación misma es misericordia, la primera de las obras de misericordia: enseñar al que no sabe. Lo más importante, en realidad lo único que importa saber, el único conocimiento decisivo es el conocimiento de Dios y de su enviado Jesucristo. Por eso, la primera y fundamental enseñanza es la que da a conocer a Jesucristo.

El ministerio de Jesús no comienza con su actividad sanadora, sino con su actividad predicadora. En Jesús “la misericordia de Dios no se empieza expresando a través de unas obras externas de ayuda, sino a través de la palabra” (dice Xavier Pikaza). La primera obra de Jesús ha sido enseñar. El motivo (no necesariamente el contenido) de su enseñanza era la misericordia: “al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Esta enseñanza de Jesús contrasta con la de los rabinos: la gente se quedaba asombrada al escuchar a Jesús, porque enseñaba con autoridad y no como los escribas (Mc 1,22). O sea, la enseñanza de Jesús estaba avalada por su vida. Sabía lo que decía y lo sabía desde su propia experiencia de Dios. Por eso su enseñanza resultaba convincente y transformadora (Mc 1,27). Era una palabra que devolvía la esperanza, levantaba de las opresiones, una palabra liberadora, cargada de sentido.

La misericordia no es simplemente dar un pan material, sino hablar, compartir la palabra, conocerse. La palabra crea comunión entre las personas, y entre las personas y Dios. De ahí la urgencia de hablar de Dios, compartir la palabra de Dios, dar a conocer a Jesucristo. Entonces la predicación es por sí misma misericordia y la misericordia se expresa en la predicación que anuncia y hace llegar “la Palabra en la que está la vida” (Jn 1,4). La relación entre predicación y misericordia no es externa; es intrínseca. Si se entiende bien se trata de palabras intercambiables. Cuando no son intercambiables es porque probablemente las dos están falseadas o desvirtuadas.

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13
May
2016
Diaconisas
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Una periodista me ha llamado para preguntarme por la próxima celebración del domingo “pro orantibus”, que se celebra el 22 de mayo, día en el que recordamos la necesidad de la vida contemplativa en la Iglesia. No ha podido evitar preguntarme por la información según la cual el Papa ha dicho que creará una comisión para el estudio del diaconado femenino. Luego hemos terminado hablando del gran papel que hacen en la Iglesia las mujeres consagradas, pero también algunas laicas, hasta el punto de que, en muchos lugares de América y África, pero también de Europa, son mujeres (religiosas fundamentalmente) las que animan la vida parroquial, ocupándose de la catequesis, animando grupos de oración, atendiendo a los pobres, visitando a los enfermos y dándoles la comunión; y allí donde es necesario presiden las celebraciones de exequias, de bautismo y liturgias dominicales con comunión. Del papel de la mujer en la Iglesia se habla mucho porque es necesario hacerlo más visible. Pero no hay que olvidar que, en este caso, la realidad va por delante de la visibilidad.

Me parece bien que el Papa nombre una comisión, en la que probablemente habrá una buena representación de teólogas y religiosas, para clarificar el tema del posible diaconado femenino y sus competencias. En este asunto habrá que tener en cuenta algunos aspectos y matices. En primer lugar, cuando se habla de diaconisas en algún escrito de los primeros siglos e incluso en el Nuevo Testamento (cf. Rm 16,1-2), la expresión no tiene el mismo alcance que el que actualmente damos a la palabra diacono. Hay un aspecto que puede abrir caminos, que el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1.554) reconoce, a saber, que los grados de participación en el sacerdocio de Cristo son el presbiterado y el episcopado. “Por eso, el término sacerdos designa, en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos”. También habrá que tener en cuenta que el sacramento del Orden comprende tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado. ¿Valdría decir que hay un grado del sacramento del Orden que no es sacerdotal y que a este grado no se le aplica la doctrina “definitiva” de que el sacerdocio está reservado a los varones?

Este y otros temas hay que afrontarlos con mucha paz. Cuando se habla de ministerios no se trata de privilegios ni de derechos, sino de servicios y de llamadas. Una pregunta que me ha hecho la periodista es si pensaba que abriendo la puerta al diaconado femenino iban a aumentar las vocaciones a la vida consagrada. Le ha sorprendido mi respuesta negativa. La vida consagrada no es un ministerio, es un carisma. Muchos de los que siguen ese carisma son laicos: hermanos de La Salle, hermanos de San Juan de Dios, etc., etc. Una cosa es el sacerdocio y otra la vida religiosa. Hay religiosos que son sacerdotes, pero la vocación a la vida religiosa y consagrada es distinta de la llamada al sacerdocio y de la llamada a ejercer el diaconado. Si uno entra en la vida religiosa con el sólo objetivo de ser diácono o sacerdote, se ha equivocado de lugar. Cosa distinta es que en ese lugar algunos sean sacerdotes o diáconos.

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10
May
2016
Arrollamiento
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El jueves, 5 de mayo, viajaba en el tren Euromed de Valencia a Barcelona. La llegada estaba prevista a las 21:39. De pronto, sobre las 21:30, cuando parecía que estábamos llegando, porque el tren iba reduciendo su velocidad, nos quedamos parados. Me pregunté si habíamos llegado con algo de adelanto. Pero no estábamos aún en destino. Alguna persona comentó que el tren se paraba, pero solo serían dos minutos, precisamente porque llevaba algo de adelanto y quería entrar en la estación justo a la hora indicada. Pasaron dos minutos y quince más y el tren seguía parado. Por megafonía se dijo lacónicamente: “señores viajeros, estamos en la estación de Gavá y vamos a estar unos minutos parados por motivos técnicos”.

Pasó media hora y la gente se preguntaba cuáles eran los motivos reales de la parada. Un pasajero, mirando su móvil, dijo que “La Vanguardia” informaba de que había habido un “arrollamiento”, y que el tren salía en un cuarto de hora. El tren tardó todavía en moverse. Llegó con casi hora y media de retraso. El arrollamiento, en realidad, por lo que dijo sin querer decir el interventor, consistía en que una persona se había arrojado a la vía y un tren anterior la había matado. Ignoro si “La Vanguardia” del viernes dio la noticia en su edición impresa. Probablemente no. Ninguna de las personas con las que comenté el asunto sabían nada. Una me dijo que en España cada día se suicidaba mucha gente, pero que había una política de silencio en torno a este tema. Los datos que yo he recabado hablan de casi 4.000 suicidios por año, de los que tres cuartas partes son varones y la otra cuarta parte mujeres.

¿Quién era esa persona que decidió quitarse la vida de esta forma? ¿Qué edad tenía? ¿Vivía solo, tenía familia, hijos o esposa? ¿Trabajaba? Sin duda había mucha tristeza en su vida. Probablemente la vida le había maltratado. Quizás porque él también había maltratado a la vida. En estos asuntos, como se suele decir, las culpas están repartidas. Suicidio: expresión extrema de lo desesperante que puede ser la vida, de lo dura que nos la hacemos los unos a los otros, de nuestra ceguera ante el sufrimiento ajeno. El suicida no pretende quitarse la vida; busca el modo de librarse de lo insoportable de la vida.

¿Qué parte de responsabilidad corresponde a la sociedad o a los poderes públicos o incluso a las Iglesias? Hay personas para las que la vida no tiene sentido, que no ven ningún futuro, que tampoco tienen ningún presente. Solo tienen un pasado lleno de lamentos. Nuestros políticos, en vez de dedicarse a prometer lo que no piensan cumplir, podrían preocuparse un poco de tantos pobres de cuerpo, alma y espíritu. ¿Hay algo para ellos en sus programas? Y los creyentes en Dios, ¿qué palabras de esperanza decimos y qué obras de amor realizamos? ¿Cómo convencer a las personas de que la vida vale por sí misma? Habrá que ayudarles no sólo a soportar lo insoportable, sino a que encuentren una vida digna que merezca el nombre de humana.

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7
May
2016
Los pastores no siempre tienen soluciones
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Ha sorprendido que el Papa Francisco afirme que no todas las situaciones pueden resolverse aplicando normativas generales. La sorpresa aumenta si añadimos que hay situaciones que requieren de un discernimiento, a veces prolongado, siempre serio y honrado; que, además, en relación con ese discernimiento, es necesario confiar en la conciencia de cada uno. Y finalmente que puede haber momentos y casos en los que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Dicho de otro modo: la fe de la Iglesia es siempre la misma, pero la doctrina que la explica no es monolítica; el pluralismo teológico es tan antiguo como “los evangelios”, las cuatro primeras maneras de entender, aplicar e interpretar la vida y el mensaje de Jesús.

Los anteriores principios tienen aplicaciones que van más allá de las que se hacen en la Amoris Laetitia. El antecedente más inmediato lo encontramos en el Concilio Vaticano II. En el discurso inaugural, Juan XXIII propone a la Iglesia “usar la medicina de la misericordia”; por otra parte, hace una distinción de gran calado (que luego el Concilio hizo suya, en Gaudium et Spes, 62) entre sustancia de la fe y formulación de la fe: “una cosa es la sustancia del depósito de la fe y otra el modo de expresarla”. El Concilio dejo otra afirmación que enlaza con lo que el Francisco ha mantenido en Amoris Laetitia, a saber: de la Palabra de Dios, que la Iglesia custodia, emanan los principios de orden religioso y moral. Pero no siempre la Iglesia tiene a mano la respuesta adecuada a cada cuestión (Gaudium et Spes, 33). Por este motivo, en Gaudium et Spes, 43, se apela a la conciencia bien formada de los seglares, puesto que “los pastores no están siempre en condiciones de poder dar inmediatamente solución a todas las cuestiones, aún graves, que surjan”. “No es esta su misión”, añade el texto conciliar.

Se comprende así una importante advertencia que hace el Concilio Vaticano II: la misma concepción cristiana de la vida puede conducir a soluciones divergentes. La causa de la divergencia no puede estar en la misma concepción cristiana de la vida. Tiene que estar en la experiencia, circunstancias y situaciones en las que cada uno tiene que aplicar su concepción cristiana de la vida. Cuando se dicen estas cosas hay que suponer, primero, que estamos hablando para cristianos adultos y formados; segundo, que estamos hablando para cristianos que buscan honradamente ser fieles al evangelio. De ahí que el Concilio advierte que, en estos casos, “a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (Gaudium et Spes, 43). Y después haga una llamada al “diálogo sincero”, que siempre ayuda a profundizar en los problemas, a progresar en la comprensión, a relativizar algunas cosas y siempre a vivir con más seriedad la propia fe.

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