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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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8
Ago
2015
Domingo de Guzmán, varón compasivo
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Son muchas las circunstancias históricas que explican la obra de Domingo de Guzmán. Lo mismo podría decirse de muchas otras fundadoras y fundadores. Pero las solas circunstancias no lo explican todo. Porque otras y otros se encontraron en situaciones similares y no reaccionaron del mismo modo. A mi entender, fue la compasión divina que impregnaba sus vidas la que movió a los fundadores y fundadoras de instituciones y congregaciones religiosas, una compasión que quería ser una respuesta de misericordia para el mundo.

El caso de Santo Domingo puede ser paradigmático. Si hemos de hacer caso a su biógrafo Pedro Ferrando la compasión resplandece en Domingo ya desde su niñez, antes incluso de que pensase en fundar ninguna Orden: “Desde su infancia creció con él la compasión, de modo que, concentraba en sí mismo las miserias de los demás, hasta el punto de que no podía contemplar aflicción alguna sin participar de ella”. Hay un acontecimiento famoso del joven Domingo que viene bien recordar aquí. Una gran hambre sobrevino en la región de Palencia. Domingo se compadeció profundamente de los pobres y les fue entregando sus pertenencias. Llegó un momento en que sólo le quedaba lo que más apreciaba, sus libros, que eran algo más que sus libros, pues en los márgenes de aquellos manuscritos debían estar sus propios apuntes. Entonces pensó: “¿Cómo podré yo seguir estudiando en pieles muertas, en pergaminos, cuando hermanos míos en carne viva se mueren de hambre?”. Más dramática, si cabe, es esta otra escena de la vida de Domingo: un día llegó a su presencia una mujer llorando y le dijo: "Mi hermano ha caído prisionero de los sarracenos". A Domingo no le queda ya nada que dar. Decide venderse como esclavo para rescatar al esclavo.

Esta compasión es la que se despierta cuando durante su viaje por el Sur de Francia se encuentra con la herejía cátara que se aprovechaba de la ignorancia de la gente para desviarles de la fe católica. La misma compasión que le hacía orar con lágrimas por los pecadores. Los que vivieron con Domingo cuentan que estaba siempre alegre, que su cara permanecía siempre feliz y radiante, excepto cuando se encontraba con cualquier clase de sufrimiento. Entonces, nos dicen, su rostro se entristecía y sus lágrimas fluían sin cesar. La compasión de Domingo se hace oración y su oración viene suscitada por la compasión, convirtiéndose así en una oración solidaria. En realidad la compasión fue una característica de toda su vida.

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4
Ago
2015
Orar ¡por los condenados en el infierno!
38 comentarios

En ocasiones los predicadores exhortan a sus oyentes a orar por los pecadores. Quizás sería bueno preguntarse qué hay detrás de este tipo de recomendaciones. Porque todos somos pecadores. Pero, normalmente, cuando se pide que oremos por los pecadores se suele pensar en aquellas personas alejadas de la Iglesia que supuestamente viven, piensan y actúan de forma reprobable y muy distinta a cómo lo hacemos nosotros. Cada uno sabrá cuales son sus presupuestos no explicitados. En todo caso, no sería conveniente que nuestra plegaria por los pecadores estuviera cargada de un rechazo hacia ellos. ¿Quizás san Pablo atisbaba este peligro cuando recomendaba a Timoteo que la oración “por todos los seres humanos” fuera “sin ira ni malas intenciones” (1 Tim 2,8)? Pecadores, insisto, somos todos. En este sentido, todos necesitamos orar por nosotros mismos y los unos por los otros. Para que nuestra vida sea una continúa conversión a Dios.

Ahora bien, si una personalidad cristiana, respetable y prestigiosa, nos invitase a orar por los condenados en el infierno, probablemente la sorpresa sería mayúscula. Los pecadores aún tienen una posibilidad de convertirse. Los condenados ya han llegado al final de su carrera y su rechazo de Dios se diría que es definitivo. No hay vuelta atrás para ellos. Ni por parte suya, ni por parte de Dios. ¿Qué podría significar orar por los condenados? ¿Un deseo de cambiar la voluntad irrevocable de Dios? Orar por los condenados, ¿no sería esto un acto de rebeldía contra Dios, un acto que necesariamente debería desagradar a Dios y, por tanto, un poner en peligro la propia salvación?

¿Y si eso de orar por los condenados fuese una expresión límite que uniese al orante con un Dios cuya misericordia no excluye a nadie? Si Dios tiene esa misericordia hasta el extremo, ¿no debemos tenerla también nosotros? La Iglesia ha canonizado a muchas personas. No ha condenado a ninguna. Y en cada Eucaristía la Iglesia ora por todos sin excepción. La oración es expresión de la esperanza. Orar por todos es esperar que Dios, por los caminos que sólo él sabe, puede llevar a todos y cada uno hacia sí. Una esperanza así manifestaría la oración por los condenados. Por los que, según los criterios humanos podrían estar condenados. Pero los criterios de Dios no siempre coinciden con los de los humanos.

De un santo de prestigio, que vivió con intensidad la misericordia, un hombre que lloraba cada vez que pensaba que alguien podía vivir alejado de Dios, un hombre que oraba por todos sin excepción, de este santo dice uno de los testigos de su canonización que oraba por los condenados en el infierno. ¿Y a pesar de eso le canonizaron? ¿No hubiera sido mejor que lo condenasen por hereje? ¿O al menos por ingenuo, o por perder el tiempo importunando a Dios con cosas imposibles? Claro que, como le dijo el ángel a María, nada hay imposible para Dios. Pues lo canonizaron. Su nombre: Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores.

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31
Jul
2015
Por la fe contraemos un matrimonio
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“Por la fe el alma se une a Dios ya que por ella el alma cristiana contrae una especie de matrimonio con el Señor, como se dice en Os 2,22: te desposaré conmigo en la fe”. Con estas palabras comienza Tomás de Aquino su comentario al “Credo”. Comienza, pues, situando la fe en su auténtica y verdadera dimensión. Pues la fe no es principalmente la aceptación de una serie de verdades, sino un encuentro personal entre el creyente y el Dios revelado en Jesucristo.

Los hay que piensan que ser cristiano es una cuestión doctrinal. Pero ser cristiano es tener el Espíritu de Cristo, vivir con los sentimientos de Cristo. Y es posible no solo conocer muy bien el Catecismo, sino además estar “muy metido” en la Iglesia, pero no perseverar en la caridad, permanecer en el seno de la Iglesia “en cuerpo”, pero no “en corazón”. Esos, reconoció el Concilio Vaticano II, “no se salvan”. La fe no es ni una cuestión de palabras, ni una cuestión de apariencias, de ir a muchas procesiones, de gustos estéticos o litúrgicos, o de votar al partido políticamente más a la derecha. Como bien dijo Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Es muy profunda esta idea de Tomás de Aquino: por la fe contraemos un matrimonio con el Señor Jesús. Eso del matrimonio tiene un sentido amplio y es un asunto de largo alcance. Ya Juan Pablo II calificó la Eucaristía en términos matrimoniales: “es el sacramento del Esposo, de la Esposa”. El Esposo, en la eucaristía, siempre es Cristo. La Esposa es la Iglesia, formada por mujeres y varones que, como “esposas” de Cristo se unen a él. Lo que dice Tomás de Aquino va en la misma dirección: mujeres y varones creyentes, por la fe, contraen con Cristo Jesús un matrimonio. Se unen a él de forma tan profunda, que nada puede romper esa unión. Pues la fe es confianza, es entrega; una confianza resultado de un encuentro y una entrega que cada día hace más irrompible el amor.

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26
Jul
2015
¿Políticos en actos religiosos? Depende
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La profesión de fe comienza con un verbo conjugado en primera persona del singular: “yo creo”. El sujeto de este verbo es cada persona individual que recita el Credo. Porque la fe es un acto personalísimo, del que solo yo soy responsable. Nadie puede creer por mí. Ni siquiera la Iglesia. El creer es un acto, una actitud que me concierne personalmente. Sin duda, el acto de fe es también un acto eclesial, en la medida en que los otros creyentes lo recitan igual que yo. Pero aunque lo lógico sea recitar la profesión de fe en común, formando Iglesia, cada uno es responsable de la fe profesada.


De ahí que la fe tenga necesariamente que ser un acto libre. En la medida en que hay presión, en esta misma medida la fe se empequeñece o se infantiliza. Si la presión se convierte en coacción, hasta el punto de que sin esa presión yo no recitaría el Credo, la fe desaparece. El acto que estoy haciendo será cualquier cosa menos un acto de fe. Puede ser un acto social, un acto político, un acto interesado, pero no un acto de fe. Religiosamente es una pura ficción. Y la ficción es la negación de la fe.


En la España actual hay políticos no católicos que se niegan a asistir a actos religiosos en los que era habitual la presencia de las personas que representaban a las instituciones civiles. A la luz de la fe como acto personal y libre, eso debería ser lo normal. Ningún católico debería escandalizarse por la actitud de tales políticos. Cosa distinta es que un representante político considere que, por cortesía, debe asistir a algún acto religioso o cultural, ya que entre sus votantes se encuentran, sin duda, algunos de los que participan “de buena fe” en tal acto. Pero cuando el político participa por cortesía en un acto religioso no lo hace en tanto que creyente, sino como solidario con los creyentes que en el acto participan, manifestando así el respeto que le merecen todas las creencias.


Sería bueno que unos y otros tuviéramos clara esta doble dimensión, la religiosa y la social. En España es cada vez más habitual la convivencia con personas de distinta fe, de distinta religión y de distinta ideología. Si uno tiene un amigo de otra confesión cristiana o de otra religión, lo lógico, si es invitado, es que participe en aquellos actos que son significativos e importantes para su amigo (una boda, un funeral). Al hacerlo no compromete para nada su fe. Pero, desde su fe, precisamente porque es libre y personal, comprende que haya otras personas con distinta fe que merecen un respeto y, si son amigos suyos, merecen que les apoye en aquellos actos que son importantes para ellos.

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22
Jul
2015
La era del vacío
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Hace ya tiempo, un buen amigo escribió unas atinadas reflexiones sobre el hombre lleno de “nada”. Y como todos buscamos lo que se nos parece (lo semejante busca lo semejante) para este hombre lleno de nada tenemos una serie de productos privados de su substancia, de lo que en realidad son: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, crema sin nata, chocolate sin grasa, etc. Todo esto apunta a una realidad mucho más profunda: el vacío interior que muchas y muchos sienten, que para el creyente es un vacío de Dios, pero que se traduce de muchos otros modos que pueden resumirse así: falta de sentido. El hombre de hoy es como un ciclista que corre a toda máquina, pero no sabe a dónde va. Y por eso busca ambientes propicios que le hagan olvidar su falta de metas.

No piense, no hable, tan solo diviértase. No se plantee grandes preguntas, a lo sumo pregúntese a qué discoteca iremos esta noche. Las discotecas están preparadas precisamente para los momentos de vacío que todos tenemos alguna vez. Allí la música es muy estridente, es imposible mantener una conversación con un mínimo de normalidad. Están preparadas para la gente que no tiene nada que decirse. Si usted quiere encontrar comprensión, alguien que le escuche, vaya al parque, a la montaña o la playa, pero no a una discoteca. Allí es imposible escuchar. La discoteca, lugar lleno de ruido para las personas vacías. Se me ocurre describirla con una imagen bíblica: la discoteca es una soledad poblada de aullidos (Dt 32,10).

Con todo hay un vacío que puede ser de plenitud. Un sentimiento de hambre de Dios, de insatisfacción ante el mal cometido, de rebeldía ante la injusticia, de anhelo de amor. Este vacío puede ser una llamada, un modo de experimentar el hueco que en todo ser humano hay preparado, lo sepa o no lo sepa, para recibir el amor, para encontrarse con Dios. Porque hay vacíos y vacíos. El vacío del que nada tiene y el vacío del que espera el amor. Este vacío del amor a veces buscamos llenarlo con malos sucedáneos, con falsos amores. Aún así, es un vacío que apunta a una plenitud. Por eso, es necesario saber detectar, por debajo de muchas reacciones desconcertantes, el anhelo de plenitud que hay en todo ser humano. Porque en este anhelo hay ya una experiencia de Dios y, por tanto, es un buen punto de partida para dar a conocer el nombre de Jesús, en el que Dios se ha revelado en plenitud.

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18
Jul
2015
De la tolerancia a la libertad religiosa
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Buscando una co-existencia y una vecindad que evite enfrentamientos entre culturas y religiones hay quienes apelan a la tolerancia. Pero, a la larga, la tolerancia es insuficiente. Debemos dar un paso más hacia la libertad religiosa. La tolerancia es el paso mínimo que debería unirnos a todos, pero el paso bueno es la libertad religiosa. La tolerancia parte del supuesto de que las ideas, acciones o personas que son objeto de la misma, son cargadas, a partir de nuestras convicciones de un cierto grado de disvalor, ya que se supone que tales ideas, actos o personas lesionan, en mayor o menor medida, nuestras posiciones y creencias. La tolerancia nos lleva a soportar y aceptar al otro como un mal menor. La libertad religiosa nos invita a convivir con otro, que tiene buenas razones para profesar su religión, como yo tengo las mías. Nos reconocemos mutuamente nuestras razones y nuestros derechos.

Bien lo dijo Juan Pablo II: “La tolerancia religiosa existe en numerosos países, pero no implica mucho, pues queda limitada en su campo de acción. Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa. Este paso no es una puerta abierta al relativismo, como algunos sostienen. Y tampoco una medida que abre una fisura en el creer, sino una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios”. La libertad religiosa es un modo de considerar la relación del ser humano con Dios; hace patente que nuestra relación con Dios es la adecuada. En efecto, no hay relación con Dios sin libertad. La fe disminuye o desaparece en la misma medida en que disminuye o desaparece la libertad. La libertad es condición previa de la fe, de la fe cristiana al menos; en realidad de toda fe auténtica, siempre que la fe se refiera a una relación de amor con Dios. Si no es así, si no hay amor, tampoco hay fe, porque sin amor no hay confianza.

Cierto, no todos los representantes de las religiones valoran a las demás de forma positiva. Es comprensible entonces que algunos cristianos se quejen de que no hay reciprocidad en el trato, porque mientras la Sede de Roma valora de forma positiva al judaísmo y al islamismo, no siempre las autoridades islámicas valoran positivamente al cristianismo. ¿Pero es esto motivo para que los cristianos dejemos de actuar y pensar como creemos que debemos hacerlo? Si yo estoy a favor de la libertad religiosa para cristianos y no cristianos, no voy a dejar de estarlo porque algunos no cristianos no estén a favor. Al contrario, debo mantener mi posición para que este mantenimiento sea un permanente interrogante y una invitación al cambio para aquellos que no la comparten. Aunque otros no estén a favor de mi libertad religiosa, yo estoy a favor de la suya, precisamente porque quiero lograr libertad religiosa para todos. En esta línea, la Iglesia, en su solemne plegaria del viernes santo pide por “la libertad religiosa de todos los seres humanos”.

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14
Jul
2015
Dios respeta como nadie nos respeta
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Desde posturas ateas se suele afirmar que si Dios existiera la libertad humana quedaría comprometida. También desde posturas creyentes se afirma que Dios nos pedirá cuentas de todo lo que hacemos, porque nada escapa a su mirada. Son modos de concebir a Dios como si fuera el rival del ser humano, o como si Dios no respetase nuestra intimidad y coartase nuestra libertad. Pero mirando a Jesús nos encontramos con un Dios muy distinto. Se trata de un Dios que ha creado al ser humano a su imagen y semejanza. Y esta imagen encuentra su mejor realización en el hecho de que el ser humano es libre, no sólo en el sentido de que puede elegir entre hacer una u otra cosa, sino en el sentido fuerte de que puede decidir sobre sí mismo, porque es dueño de su vida. Esto es lo que nos permite decir que en las manos de cada persona está su salvación o su condenación.

Cierto, desde el punto de vista creyente, el ser humano depende de Dios, ha salido de Dios y todo lo que tiene se lo debe a Dios. Pero Dios se lo ha regalado sin condiciones. Una vez aparecida a la existencia, la criatura conduce su vida según sus propios criterios. Dios puede aconsejarle, y siempre le aconseja que busque el bien y que sea feliz, pero nunca le obliga. Por eso, el ser humano puede desobedecerle y hasta puede enfrentarse al que le ha dado la vida. Cristo crucificado es la prueba evidente de que los seres humanos somos libres para rechazar a Dios.

Dios nos respeta como nadie nos respeta. Respeta incluso el que vayamos a la perdición. No porque quiera que nos perdamos, sino porque nos quiere libres. Si nos hizo libres y a su imagen fue porque, entre todas las criaturas, buscaba una capaz de acogerle y de responder a su amor. Pero la libertad tiene una contrapartida inevitable: la posibilidad de utilizarla mal. Nuestra vida es como un cheque en blanco que Dios nos da, para que lo rellenemos nosotros; Dios siempre mantiene su firma. La única manera que Dios tendría para evitar un mal uso de la libertad sería quitarnos la libertad. Pero dejaríamos de ser humanos y no podría darse el amor. Un robot siempre hace lo que quiere su amo. Pero un robot no puede dar amor. Un persona sin libertad es una contradicción, es un robot.

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9
Jul
2015
Dios no explica el mal pero implica
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Karl Marx hablaba de la religión como “opio del pueblo”. En una de mis lecturas me encontré con la expresión “eutanasia del cristianismo”, para referirse al uso que, en ocasiones, se hace de la religión y, más en concreto, del cristianismo, como falso consuelo frente a la desgracia. Decir, por ejemplo, que los sufrimientos son “una prueba que Dios nos envía”, quizás resulte consolador en algún caso. Pero en muchos otros puede conducir a la rebeldía contra un Dios que se complace en el sufrimiento. Cosa distinta es que a Dios se le pueda encontrar en las pruebas. Pero Dios no se da a conocer mediante las pruebas. Cierto, el sufrimiento es consustancial a nuestra finitud. No somos dioses. Somos seres limitados. El reconocimiento de que no somos dioses, puede ayudar a fijar nuestra mirada en el Dios verdadero.

Ante el mal hay pocas respuestas. Más aún, la búsqueda de respuestas puede ser un modo de justificarlo. Mirando a Jesús tampoco encontramos respuestas. Ante el mal solo cabe la rebelión, el desacuerdo y la lucha. La parábola del juicio final de Mt 25 se refiere a personas que han sufrido mucho, por culpa del hambre, de la injusticia, de la persecución, de la enfermedad o de la falta de cobijo. La parábola descubre el secreto escondido en esas personas. Cuando las encontramos, es Dios mismo quien sale a nuestro encuentro y reclama nuestra respuesta. Pero el “conmigo lo hicisteis”, no explica ni el sufrimiento ni sus causas, aunque subraya que Dios está en el sufrimiento y que siempre se le ha de buscar junto a las víctimas. El Dios cristiano no explica nada, pero implica.

No conviene acostumbrarse ante la desgracia ajena. A veces jugamos con las palabras para atenuar la brutalidad de los hechos: ya no hay ciegos, sino invidentes; ni sordos, sino oyentes con dificultades; ni inválidos, sino discapacitados. Este modo de hablar me parece legítimo si con ello pretendemos “integrar” en una vida lo más normal posible a las víctimas del sufrimiento y no reducirlas a su dificultad. Pero esto no puede ser una manera de negar la realidad. Cuando uno se acostumbra a la desgracia, deja de indignarse. Y si metemos a Dios en nuestro discurso sobre la desgracia, que sea para implicarnos más en nuestra solidaridad con las víctimas.

Una última reflexión, precisamente sobre Dios y el sufrimiento. A veces, hablando de “hacer teología después de Auschwitz” se ha llegado a hablar de un Dios débil e impotente. Pero entonces, ¿no estamos también anulando la fuente de la esperanza? Más que de impotencia de Dios habría que hablar de vulnerabilidad, pero dejando claro que un Dios vulnerable puede desarmar al mal. Este Dios es poderoso. Un Dios que solo se compadece, deja la última palabra al mal. ¿Qué esperanza le quedaría al ser humano si lo único que hiciera Dios fuera unir su sufrimiento al del humano?

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5
Jul
2015
Santa Bárbara o la importancia de una espada
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Santa Bárbara, una mártir representada blandiendo una espada. Una contradicción, a no ser que se trate de la espada de la fe, que es la Palabra de Dios. Pero sospecho que no es eso lo que la mayoría de las personas entienden cuando ven una imagen de santa Bárbara. ¿Por qué la asociamos con los truenos, cómo ha llegado a ser la patrona de la artillería, de esas armas preparadas para la guerra? ¿Y si, al menos parte de las respuestas estuvieran en Cuba?

 

Entre los santeros de Cuba, santa Bárbara se identifica con uno de los principales dioses africanos. El sincretismo está muy presente en las capas populares de Cuba y de otros países latinoamericanos. Se trata de la mezcla en mayor o menor escala de las deidades africanas y los santos católicos. Los negros transportados de África como esclavos tuvieron que ingeniárselas para dar culto a sus dioses, mal vistos y prohibidos. Lo hicieron a través de los santos católicos de su amos. Al principio, el negro no confundía su dios con el santo. Con el correr del tiempo, la confusión se dio y apareció el actual sincretismo.

 

Pues bien, los negros yorubas, al buscar una imagen que se asemejara al orisha (=dios) Chongó, señor del fuego, del trueno, de la virilidad y de las guerras, escogieron a santa Bárbara, no por haber dado su sangre por Cristo, sino por la espada que portaba, signo guerrero. La santa además facilitaba la identificación con el dios de la virilidad, pues según la leyenda el Chongó se viste de mujer. Se comprende así que entre los fieles que cada cuatro de diciembre acuden a venerar la imagen de la santa, se suscite la pregunta de si “santa Bárbara este año viene como hombre o como mujer”.

 

Tenemos un problema pastoral con la religiosidad popular, sobre todo en sus formas sincretistas, pero también con el patronazgo que determinadas instituciones o colectivos (el Ejército por ejemplo) buscan en los santos. Es necesario purificar algunas manifestaciones religiosas. Pero también necesitamos encontrar caminos evangelizadores ante las formas sincretistas de religiosidad. Sincretismo es mestizaje, apertura y mezcla. La mezcla de ritos y creencias puede darse en diferente proporción. Evangelizar este mundo significa, desde el respeto, el conocimiento y la comprensión, aumentar la proporción del contenido cristiano, tender puentes, ver qué elementos del sincretismo son aprovechables y evangelizables.

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1
Jul
2015
No a los dualismos
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El Papa Francisco, en su reciente encíclica, advierte contra los dualismos que han desvirtuado la fe cristiana y han conducido a un desprecio del cuerpo y de las cosas de este mundo. Estos dualismos, denuncia el Papa, llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos y desfiguraron el Evangelio.

Es posible que algunos cristianos se pregunten si el Magisterio debe entrar en el terreno de la ecología o incluso que se pregunten qué tiene que ver el ser humano con las catástrofes naturales. Al día siguiente de salir la encíclica una persona, creyente sincera, me preguntaba, sin ningún asomo de crítica ni trasfondo ideológico, qué culpa podía tener el ser humano en los terremotos, tsunamis e inundaciones. Cierto, las catástrofes naturales son tan antiguas como la tierra. Es posible que estas catástrofes estén relacionadas con la evolución y el ciclo de la vida. Por ejemplo, las placas tectónicas, causantes de los terremotos, juegan un papel preponderante en la regulación de la temperatura terrestre, contribuyendo al reciclaje de gases con efecto invernadero como el dióxido de carbono por medio de la renovación permanente de los fondos oceánicos.

Me interesa subrayar que, si bien es cierto que hay acontecimientos que escapan al control del ser humano, no es menos cierto que sus efectos mortíferos tienen mucho que ver con la acción humana. Y estos efectos negativos siempre recaen en los más pobres y desvalidos. ¿Por qué un terremoto produce miles de muertos en algunos lugares de la tierra, mientras que otro terremoto de intensidad semejante sólo produce algunos daños materiales (y en el peor de los casos unos cuantos heridos y algún muerto) en el Japón? Hay medios para prevenir efectos indeseados. Pero estos medios sólo están al alcance de los adinerados. Hay lugares y modos de construir más seguros que otros. Los pobres se ven obligados a utilizar malos modos y malos lugares.

La encíclica del Papa se incluye de lleno dentro del magisterio social de la Iglesia. Sin duda, el Papa ha tocado un tema que sus predecesores no habían desarrollado con tanta intensidad. No hay que olvidar que el Magisterio y la teología tienen que estar atentos a los signos de los tiempos. Su labor no es repetitiva, pues el Evangelio se aplica a circunstancias siempre nuevas y debe ofrecer luz en situaciones inéditas. Como bien ha sabido notar Francisco “el cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de la verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad”.

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