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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


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20
Sep
2015
Dependencia constituyente
5 comentarios

Una de las primeras afirmaciones del Credo de la fe cristiana es que Dios es creador de todo lo que existe. Esta acción divina hay que entenderla no de forma puntual, sino permanente. Dios está siempre presente en la creación y, por tanto, en la vida humana, que es frágil por naturaleza, sosteniéndola siempre en el ser. Esta presencia no manipula la realidad ni la libertad humana. Al contrario, la hace posible. Dios da a las criaturas su autonomía, su consistencia y, por tanto, su dignidad de ser causa; ellas participan en el acto creador, porque Dios hace que las cosas hagan. La acción creadora es una sinergia (una acción conjunta de Dios y de las creaturas).

En su encíclica Laudato si’, el Papa Francisco cita, a este respecto, un texto de Tomás de Aquino: el Creador “está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas. Esta presencia divina que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, es la continuación de la acción creadora. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo. La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco”.

A veces, se asocia la creación a la dependencia. A este respecto, conviene aclarar que hay dos tipos de dependencias. Unas de las que es necesario liberarse: las que impiden mi crecimiento o dificultan la salud, y también las dependencias afectivas, económicas y políticas. Pero la dependencia que proviene del acto creador es muy distinta de las dependencias opresoras. La dependencia del Creador es constitutiva de mi ser y hace posible mi autonomía. La experiencia humana nos ofrece un modelo de dependencia positiva, cuando la relación con otra persona es fuente de felicidad y de vida. La acción permanentemente creadora de Dios nos constituye en sujetos libres y autónomos. No a base de intervenciones, sino por medio de una presencia continua. Dios acompaña y suscita el movimiento de todos los seres vivos hacia su propia realización.

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16
Sep
2015
Nuestros miedos y nuestra fe
7 comentarios

¿De qué tenemos miedo? De perder el dinero. ¿De quién tenemos miedo? Del distinto. ¿Quizás del inmigrante, del forastero, del pobre, del que vive su sexualidad de otra manera, del que vota al partido que yo no voto, del nacionalista, del creyente de otra religión, del que tiene un determinado color de piel? En distintas ocasiones los evangelios de Marcos y Mateo parecen oponer la fe al miedo. Otras veces parecen identificar el miedo con la cobardía. Jesús recrimina a sus discípulos que tienen miedo porque son hombres de poca fe. En otras ocasiones les dice que son cobardes, porque tienen poca fe. A veces, a quién le pide auxilio le dice: no temas, basta que tengas fe. Se diría que el miedo va asociado a la falta de fe y a la cobardía.

A mi entender hay dos tipos de miedo. Tenemos miedo cuando pensamos que podemos perder algo que nos resulta muy atractivo. Por ejemplo: tenemos miedo de que nos quiten nuestro dinero. O tenemos miedo de perder el trabajo. O de que alguien nos haga daño. En estos casos el miedo va asociado a la pérdida de bienes efímeros o temporales, aunque sean bienes que apreciamos mucho. Hay otro tipo de miedo, propio de los creyentes. Tenemos miedo de que se rían de nosotros o de resultar ridículos si damos testimonio de Jesucristo. En estos casos somos cobardes porque no nos atrevemos a confesar abiertamente nuestra fe. Una pregunta un poco ingenua: ¿qué tipo de miedo es el que hay cuando no queremos acoger al forastero o el inmigrante? ¿Quizás un poco de cada uno, miedo a perder comodidad y miedo a las consecuencias que conlleva la fe cristiana?

El miedo de perder el dinero no es el miedo del que habla Jesús. Aunque en algún sentido tiene que ver con la fe en Jesús: el miedo a perder el dinero demuestra lo apegados que estamos a él. Como no se puede servir a Dios y al dinero, el miedo a perder el dinero demuestra lo poco que servimos a Dios. Por el contrario, el miedo del que se acobarda cuando hay que dar testimonio de Jesucristo está directamente relacionado con la falta de fe. De lo que el creyente debería tener más miedo es de perder a Dios, de no confiar en Dios o de alejarse de él.

Cuando tenemos miedo de perder nuestro dinero, estamos solos con nuestro miedo. Cuando tenemos miedo de comprometernos con el Evangelio, este miedo desaparece si caemos en la cuenta de que Jesús está con nosotros en la tormenta, de que Jesús nos acompaña en nuestras tribulaciones. Y esta conciencia de la presencia de Jesús hace que el miedo desaparezca. Hay miedos que nos dejan solos con nosotros mismos. Hay miedos que desaparecen cuando nos sabemos acompañados del Señor. Porque su compañía es fuente de confianza y de fe. Ya no hay miedo cuando hay fe.

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11
Sep
2015
Ser cristiano: afirmar una cosa y la contraria
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“Uno que afirma contrarios, uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza”: así se definía a sí mismo Miguel de Unamuno. A este propósito le gustaba recordar aquellas palabras del Evangelio: “Señor, creo; ayuda a mi incredulidad”. ¿Cómo es posible que si uno cree pida ayuda para salir de la incredulidad? El Evangelio está lleno de paradojas, como la vida. Porque en la vida coexisten muchas tendencias. Y algunas parecen incompatibles. La contradicción fundamental a la que se refiere Unamuno es la que se da entre su razón, que se ve como obligada a afirmar que la muerte es el final de todo, y lo que él llama su corazón, que no se resigna a esta verdad afirmada por la cabeza. Unamuno se pregunta: ¿es solo verdadero lo racional? ¿Sólo la razón empírica o analítica es criterio de verdad? ¿Estas son las únicas razones que existen?

De alguna manera la contradicción está instalada en la doctrina y en la fe cristiana. En muchos aspectos el cristianismo es paradójico. Paradoja no es sólo lo contrario a la opinión común. Es también un modo de expresarse que envuelve una contradicción, pero más allá de la contradicción se está diciendo algo válido, real o verosímil. Por ejemplo, cuando yo digo: “este hombre es tan pobre que sólo tiene dinero”. El dinero, en nuestra sociedad, es definitorio de la riqueza. Pero en el ejemplo propuesto quiero decir que estamos ante un hombre que, por mucho dinero que tenga, es humanamente una persona a la que nadie quiere y, en este sentido, no tiene nada valioso.

Escuché a un colega teólogo que había leído algo así: “los cristianos afirman una cosa y la contraria. Y por eso son cuerdos”. En efecto, en muchas ocasiones las afirmaciones unilaterales conducen al fanatismo. Yo, como cristiano, afirmo que la Iglesia es santa y pecadora. Y considero que quién afirma sólo una de estas dos verdades corre el peligro de convertirse en un fundamentalista, en un intransigente. Encontramos puestas en boca de Jesús afirmaciones que se dirían contradictorias: el que pierde su vida, ese la gana; los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; para dar fruto hay que morir; dichosos los que lloran; vended vuestro bienes, quedaos sin nada, y tendréis un tesoro. Recuerdo también este texto de Teresa de Jesús: “vivo sin vivir en mi”.

Nicolás de Cusa definió a Dios como la coincidentia oppositorum, el que concilia los opuestos, el que resuelve todas las contradicciones. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si ese fuera el camino para la paz en la tierra (la coexistencia de lo distinto) y la salvación en el cielo (la coexistencia transformada en comunión)?

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7
Sep
2015
Cuando libertad y necesidad coinciden
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Cuando libertad y necesidad coinciden es cuando hay verdadera libertad. Es importante comprender esta paradoja si queremos entender la relación entre gracia y libertad. Relación entre gracia y libertad es lo mismo que relación entre Dios y el ser humano. No se trata de dos realidades que puedan sumarse o restarse. Entendidas así, lo que le quitamos a uno se lo tenemos que dar al otro. Se trata de que la gracia hace posible la libertad. Por eso, cuanto más se deja uno invadir por la gracia y el amor divinos, más libre y más sí mismo es.

Libertad no es exactamente libre albedrío, o sea, posibilidad de elegir entre distintas cosas. Cuando puedo plantearme optar entre diversos caminos, eso solo demuestra la poca importancia de tales caminos. Pues el que ha encontrado el camino importante, el único importante, el único que hace feliz, no se plantea elegir otra cosa. Elige el único camino, pero lo elige libremente. Necesidad y libertad coinciden. Cuando estás locamente enamorado, eliges libremente, pero eliges sólo a uno. No hay elección entre dos, no te planteas buscar a otro, tu opción es el amado o la amada.

Los santos, en el cielo, no pueden elegir el mal. Y, sin embargo, son libres. “Si solo es libre el que puede elegir entre el bien y el mal, entonces Dios no es libre, pues no puede querer el mal” (San Agustín). Cuando uno ha elegido el bien, ya no quiere elegir otra cosa, cualquier otra hipótesis le parece imposible. Y sin embargo es libre, porque se adhiere al bien con toda su voluntad. En Dios, su libertad es su amor subsistente. Esta será la libertad del hombre cuando vea a Dios. Por eso, la esencia de la libertad consiste en dejarse mover por la gracia.

El objetivo de la libertad es la liberación, es decir, la realización plena del ser humano, de forma que cuando uno ha encontrado su camino, se siente definitivamente liberado y al mismo tiempo necesitado de seguirlo, y cualquier otra propuesta le parece inútil y la rechaza libremente, aunque se presente como apetecible: “en el orden intelectual, el contenido de la libertad es la verdad, es ella la que nos hace libres” (Kierkegaard). Y en el orden moral, el contenido de la libertad es el bien; el bien que nos llena, nos satisface y nos hace felices.

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2
Sep
2015
Un Papa que, por ahora, abre ventanas
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Ha sido portada de casi todos los periódicos. Ha sido la gran noticia de los portales religiosos. A unos y otros ha sorprendido la autorización del Papa Francisco para que durante el “año de la misericordia” todos los sacerdotes puedan absolver el, para los creyentes, pecado de aborto. Digo para los creyentes, porque solo para ellos tiene sentido el concepto de pecado, como un acto que no responde, en parte o totalmente, a los criterios del Dios revelado en Jesucristo. Cierto, según la norma eclesial, absolver el pecado de aborto está reservado al Obispo, aunque también hay otros confesores que pueden absolverlo habitualmente, porque tienen “bula” para ello. La autorización de Francisco tiene precedentes: durante los días en que se celebraron en Madrid las Jornadas Mundiales de la Juventud, el Arzobispo Rouco Varela concedió a los presbíteros una autorización semejante.

Más que los hechos en sí, lo que sorprende en Francisco son los acentos y los enfoques. Los acentos: con este Papa ha quedado muy claro que hay muchos modos de matar: el cerrar una frontera, las estructuras económicas o el comercio de armas matan cada día, y pueden ser pecados tan graves o incluso más que el del aborto (depende de las circunstancias). Cuando se tienen en cuenta todos los modos, entonces uno resulta más creíble en su denuncia que cuando solo se denuncia una modalidad. Los enfoques: hay situaciones muy difíciles de arreglar, porque las personas que las sufren se ven superadas por las circunstancias. Así enfocó el Papa en la Evangelii Gaudium el tema del aborto, buscando comprender la angustia de la mujer. Y así está enfocando otros temas sobre moral sexual o matrimonial. Comprender no es aprobar, mucho menos alentar. Pero sí es no añadir sufrimiento a sufrimiento. Comprender es “ponerse en la piel del otro”, preguntarse qué haría yo en su situación. Comprender es no juzgar “desde fuera”.

En cuestiones de moral o de pastoral vale lo que se dice en medicina: no hay enfermedades, sino enfermos. Es necesario mantener los principios, pero las respuestas son individuales. Algunos desearían que este Papa abriera puertas. No digo que en algunos terrenos no sea posible, pues a veces hemos confundido el dogma con la teología, hemos ahogado la libertad evangélica o hemos leído la Escritura desde presupuestos que le son ajenos. Por ahora tengo la impresión de que solo se abren ventanas y se favorecen los debates.

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29
Ago
2015
Cuando avanzar es retroceder
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Hay unos versos de Joan Alcover que, a mi modo de ver, expresan la paradoja que comporta toda experiencia y todo conocimiento de Dios. El poeta dice que el contemplativo, antes de subir a la montaña, “debe recorrer palmo a palmo toda la tierra que desde la cima dominará”. Y entonces ocurrirá algo sorprendente, pues “No per això s’esvairà el misteri, / del fons de tota cosa inseparable; / si avança la claror, l’ombra recula, / com més va reculant, més imponenta” (= No por ello se desvanecerá el misterio, / inseparable del fondo de toda cosa; / si avanza la luz, la sombra retrocede, / cuanto más retrocede, más imponente).

Se diría que recorrer palmo a palmo una realidad y, además, contemplarla desde la perspectiva de la altura, debe conducir a un conocimiento amplio, profundo, completo. Y, sin embargo, hay algunas realidades que, por mucho que las conozcamos, siempre resultan misteriosas. Más aún, cuanto más las conocemos, más misteriosas resultan. La cuestión, según el poeta, no es que la sombra retrocede cuando avanza la luz, sino que cuanto más luz hay, la sombra resulta más imponente. O sea, cuando parece que avanzamos porque las cosas se van clarificando, entonces es cuando las conocemos menos y resultan más misteriosas.

Esa paradoja se realiza plenamente en el caso de la experiencia y del conocimiento de Dios. Cuanto más avanzamos en el conocimiento de Dios, cuanto más nos acercamos a Dios, cuando parece que le conocemos mejor, entonces más cuenta nos damos de que Dios es un misterio. Acercarnos a Dios es darse cuenta de lo lejos que de él estamos. Por eso, cuanto más cerca parece que estamos de Dios, más conscientes somos de la infinita lejanía que nos separa de él.

Esa es también la experiencia del justo. Precisamente el justo es el que confiesa sus pecados. Por eso, cuanto más avanza uno en el camino espiritual, más consciente es de lo mucho que le falta para identificarse con Dios. De ahí que, aparentemente, avanzar en el conocimiento y en la experiencia de Dios es retroceder. Cuanto más y mejor le conocemos, más cuenta nos damos de lo lejos que estamos: “la búsqueda de Dios, lo hace cada vez más incomprensible” (San Agustín). Avanzar es retroceder. Cobrar conciencia de la santidad de Dios es al mismo tiempo darse cuenta de lo mucho que nos falta para llegar a él. Se diría que aquí se cumple, aplicada a la situación del creyente, esta frase de Juan Bautista sobre Jesús: “es preciso que él crezca y que yo disminuya”.

Y, sin embargo, esta conciencia de la lejanía de Dios, no es una conciencia de separación, sino de unión. De la misma forma que la conciencia de lo poco que sabemos de él, una conciencia que se agudiza a medida que parece que sabemos más, no es la conciencia de una ignorancia absoluta, sino la conciencia de una “docta” ignorancia. Sabemos que no sabemos. Y así es como sabemos. El que se cree que sabe, no sabe nada. En los terrenos de la fe, el que lo tiene todo claro, hace tiempo que dejó de creer.

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24
Ago
2015
El caballo de san Pablo
13 comentarios

“Es extraordinaria la historia de la caída (de san Pablo) del caballo cuando iba a Damasco a apedrear cristianos. No resulta creíble”. Esto decía un periodista, especializado en información religiosa, en uno de los números de “El País” de este mes de agosto, al entrevistar a un conocido teólogo y escritor. La pregunta (en realidad, la afirmación) denota el grado de incultura religiosa de muchos ciudadanos, tanto creyentes como no creyentes. En cuestiones religiosas todos se creen con derecho a opinar (cosa que me parece estupenda, porque se trata de temas que nos afectan personalmente), pero lo triste es que muchos opinan desde el desconocimiento. Circulan por ahí una serie de tópicos religiosos que casi nadie discute y muchos dan por buenos. Pero estos tópicos, además de ser falsos, contribuyen a propalar la incultura y ofrecen una imagen falsa, ñoña y ridícula de la religión.

En mis intervenciones públicas, suelo decir a veces: “si alguien encuentra el caballo en el que iba montado san Pablo en su camino hacia Damasco, que me avise, porque estoy dispuesto a comprarlo a precio de oro”. Cierto, en internet pueden encontrarse muchas imágenes del supuesto caballo con san Pablo caído a sus pies. La verdad de la buena es que no hay tal caballo. Para darse cuenta, basta leer el texto de los Hechos de los Apóstoles con un poco de cuidado. Lo peor es que si, al recordar ese texto, nos quedamos con la historia de un caballo que no existe, nos imposibilitamos para comprender su auténtico sentido. Esta historia del encuentro de Pablo con Cristo resucitado es muy significativa: el texto dice que Pablo se encontró con Cristo al encontrarse con los cristianos. “Yo soy Jesús, a quién tu persigues”. ¿A quién estaba persiguiendo Pablo? No a un muerto, evidentemente, sino a los cristianos. Cristo resucitado, entonces y ahora, se hace presente en la vida de los cristianos.

Hay otros tópicos falsos que circulan con demasiada frecuencia sobre historias bíblicas, que no facilitan su buena comprensión. El de Eva, castigada por comer una manzana (una manzana que no existe) en el paraíso, es de los más conocidos. Otro menos citado es la historia llamada del “joven rico”. Si alguien en el evangelio de Marcos (digo bien de Marcos) encuentra a un “joven varón”, al que Jesús le dice que renuncie a todos sus bienes para seguirle, que me avise, para que yo pueda saludarle. En el Evangelio de Marcos no hay ningún joven. Quizás sí en el de Mateo. Pero sin olvidar que en el de Lucas se trata probablemente de una persona mayor. Dicho de otra manera: lo que importa no es la edad del personaje bíblico, sino la disposición del lector actual del texto (sea cual sea su sexo, edad y condición) de seguir a Jesús.

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20
Ago
2015
El odio, más fuerte que la muerte
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“El amor es más fuerte que la muerte”, dice el Cantar de los Cantares. Según el libro bíblico la fuerza del amor es tan grande que es capaz de superar a la fuerza imparable de la muerte. Aunque, a la vista de lo acontecido este mes de agosto, en el que cada día la prensa nos informaba de la asesina violencia de género, se diría que la fuerza del odio es todavía superior a la del amor. Lo más terrible de los tristes odios familiares, ocurridos este mes de agosto, no ha sido que los varones matasen a su pareja, sino que los padres matasen a sus propios hijos antes de matar a su mujer. El que ellos intentasen luego suicidarse es un asunto dudoso. En muchos casos se trata de intentos con efecto retardado, para dar tiempo a los servicios policiales de impedir la muerte del supuesto suicida.

Las convivencia familiar es compleja y difícil. Uno puede comprender (no justificar) que en una pareja se pase del amor al odio. Ya es más difícil comprender que el odio se traduzca no solo en deseo de que el otro muera, sino en voluntad de matarle. Todavía resulta más difícil comprender que un padre quiera matar a sus hijos menores para hacer daño a su odiada pareja. ¿Hacer daño a base de matar a los propios seres queridos? Parto del supuesto de que el amor del padre (y de la madre) hacia sus hijos es natural. A los hijos, sobre todo cuando son pequeños o incluso casi bebes, parece difícil matarles. Para que esto ocurra, uno tiene que haber perdido la cabeza. El odio puede llevar a esos extremos. El odio nos hacer perder lo más propio y característico del ser humano, que es la razón. El odio degrada y animaliza. El odio corrompe la razón y la lleva a sus peores infiernos.

Los tristes acontecimientos de padres que matan a sus hijos, antes de matar a su pareja, nos llevan a pensar que si el amor a los hijos tiene una base natural, no basta la naturaleza para explicar el amor, para hacerlo nacer, crecer y mantenerlo. El amor humano tiene bases biológicas, pero va más allá de lo biológico para entrar en el campo de lo personal y de lo espiritual. El amor no solo es atracción, deseo o pasión. El amor es, sobre todo, deseo de bien, y eso requiere voluntad de bien y esfuerzo para lograrlo. Si el amor se queda en lo natural, corre el riesgo de degradarse. El amor necesita otros fundamentos.

Eso no quita que, en ocasiones, las relaciones se rompan o se enfríen. Pero de ahí a matar, y no digamos, de ahí a matar a personas que nada tienen que ver con la ruptura (aunque sean los hijos) hay un abismo. Una ruptura de relaciones, es triste, pero se puede comprender. Cuando eso ocurre hay que respetar a las personas que se distancian. Pero que una separación nos haga entrar en el abismo de la muerte, es la corrupción de lo humano. Cuando perdemos “lo humano”, aparece el desorden, el caos, la sin razón; en definitiva, el infierno.

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17
Ago
2015
¡Estar a muerte! ¿Estar a qué?
2 comentarios

Los hay que dicen “estar a muerte” con no sé qué cosas, como si esta muerte les extasiase, subiéndolos a algún cielo. A muerte con un equipo de fútbol, la pandilla o la cofradía. Otros plantean dilemas jugando con la muerte: “patria o muerte”, “revolución o muerte”, “santidad o muerte” (divisa de un beato cuyo nombre ahora no viene a cuento). Los himnos patriótico-militares, que suelen ser cantos a la guerra, apelan a la muerte, como el que dice: “que morir por la patria es vivir”, o el que espolea al “novio de la muerte”. Esas descargas de adrenalina no son manifestaciones de seguridad, sino de odio. Y no conducen a ningún cielo; normalmente terminan con la muerte “del otro”. Jesús, más que de muerte, habla de “perder la vida”. Perderla para ganarla. Y perderla para que el otro viva. No es una pérdida que conduce a la muerte, sino una entrega que paradójicamente crea la máxima riqueza para los demás.

Esta creación de riqueza para el otro, redunda también en beneficio propio. Solo cuando hay reciprocidad hay felicidad. Si olvidamos al otro, si pensamos en destruirle, si solo pensamos en nosotros mismos, o en apartar a los otros de nuestro camino, no hay felicidad posible. Si caminamos solos (o con los de nuestra pandilla, que es otra manera de caminar solos), lo hacemos hacia el infierno. Yo no sé si el infierno está muy lleno (como a algunos les gustaría), pero si pienso que los que allí están, están muy solos. El cielo es comunión, encuentro, compartir, enriquecerme con los dones del otro. Si no somos capaces de acoger al diferente, no estamos preparados para ir a ningún cielo.

Más que “estar a muerte” hay que “estar en paz”. Y para estar en paz hay que tener paz. Pero no la paz que aísla, la paz de los muertos, sino la paz del que sabe convivir con unos y con otros, la paz del que busca comprender a los demás para ser también él comprendido. En cada eucaristía, antes de recibir al Señor, los cristianos nos damos la paz. Esto que vivimos en la reunión eucarística, estamos convocados a extenderlo por el mundo, y ser así un signo del amor de Dios a todos los seres humanos.

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12
Ago
2015
El infierno interesa
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Los temas referentes al “más allá” interesan. Lo he comprobado en muchas ocasiones. El último ejemplo es la publicación en este blog de un post que buscaba resaltar la misericordia de santo Domingo de Guzmán. Basándome en uno de los testigos de su canonización, decía que la compasión de Domingo llegaba hasta el extremo de orar por los condenados en el infierno. En los varios lugares en que apareció mi post se multiplicaron los comentarios. No para hablar de Santo Domingo o de la compasión, sino para hablar del infierno.

El Magisterio de la Iglesia ha tratado en alguna ocasión del infierno como lugar de condenación. Pero nunca ha colocado a nadie allí. Dante Alighieri, en su Divina Comedia, en su paseo por el infierno se encuentra con distintos personajes, entre ellos algún Papa. Pero se trata de eso, de una comedia. En realidad no sabemos nada sobre el infierno. Aunque a veces tengo la impresión de que algunos émulos de Dante tienen ganas de colocar allí, sin ficción alguna, a aquellos personajes eclesiales que no les caen bien.

La teología de infierno debe ser consciente de las aporías con las que se puede encontrar. Si el cielo es una manera de decir que Dios y el ser humano se han abrazado para siempre, el infierno es un modo de decir que el ser humano se ha separado de Dios para siempre. Pero esto es una situación imposible, puesto que Dios nunca se separa del ser humano. Por eso algunos dicen que el infierno es el vacío total, la nada absoluta, el regreso a la no existencia. Pero esto también plantea alguna pregunta: el Dios amigo de la vida nunca se arrepiente de su obra.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, consecuencia de la libertad constitutiva del ser humano. La libertad es la posibilidad radical que tiene todo ser humano para decidir sobre su vida, sobre su salvación o su perdición. Solo si hay libertad, puede darse amor. Un amor forzado es un absurdo. Por eso, si la salvación es el encuentro amoroso con Dios, y este encuentro requiere de la libertad, para que esta libertad sea auténtica se requiere que pueda orientarse en la dirección del rechazo de Dios. Decir esto también plantea algún problema. ¿Cómo es posible rechazar a Dios si nunca lo encontramos claramente? Nunca rechazamos a Dios tal cual es, siempre rechazamos alguna imagen falseada. No es menos cierto que Dios se hace presente en cada ser humano, creado a su imagen. Y ahí sí que encontramos casos de rechazo, de negación y de alejamiento. Rechazamos a Dios en el hermano.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, como una hipótesis necesaria para afirmar seriamente la libertad humana. Posibilidad real, hipótesis necesaria… Ir más allá me parece aventurado. Una cosa más: podríamos hablar de infiernos intrahistóricos, esos que construimos (¡nosotros, no Dios!) cuando pisoteamos al hermano y negamos su dignidad. El tema da mucho de sí. Es de esperar que el interés por el infierno ultra terreno no sea un modo de desinteresarnos de los infiernos terrenos.

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