20
Sep2015Dependencia constituyente
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Sep
Una de las primeras afirmaciones del Credo de la fe cristiana es que Dios es creador de todo lo que existe. Esta acción divina hay que entenderla no de forma puntual, sino permanente. Dios está siempre presente en la creación y, por tanto, en la vida humana, que es frágil por naturaleza, sosteniéndola siempre en el ser. Esta presencia no manipula la realidad ni la libertad humana. Al contrario, la hace posible. Dios da a las criaturas su autonomía, su consistencia y, por tanto, su dignidad de ser causa; ellas participan en el acto creador, porque Dios hace que las cosas hagan. La acción creadora es una sinergia (una acción conjunta de Dios y de las creaturas).
En su encíclica Laudato si’, el Papa Francisco cita, a este respecto, un texto de Tomás de Aquino: el Creador “está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas. Esta presencia divina que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, es la continuación de la acción creadora. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo. La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco”.
A veces, se asocia la creación a la dependencia. A este respecto, conviene aclarar que hay dos tipos de dependencias. Unas de las que es necesario liberarse: las que impiden mi crecimiento o dificultan la salud, y también las dependencias afectivas, económicas y políticas. Pero la dependencia que proviene del acto creador es muy distinta de las dependencias opresoras. La dependencia del Creador es constitutiva de mi ser y hace posible mi autonomía. La experiencia humana nos ofrece un modelo de dependencia positiva, cuando la relación con otra persona es fuente de felicidad y de vida. La acción permanentemente creadora de Dios nos constituye en sujetos libres y autónomos. No a base de intervenciones, sino por medio de una presencia continua. Dios acompaña y suscita el movimiento de todos los seres vivos hacia su propia realización.